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23J: no cuentes con ellos

Miguel Martín

Esta noticia NOS interesa a todos, así anunció Nuevas Generaciones de Madrid en sus redes sociales que tenían muy avanzadas las negociaciones con las mejores discotecas de la ciudad: “para que tengamos listas exclusivas, descuentos, nos invitarán a copas, nos invitarán a chupitos, tendremos acceso preferente para los afiliados y sus amigos y muchos otros privilegios. Porque Nuevas Generaciones está donde están los jóvenes.

Estas declaraciones aparentemente banales son la manifestación descarnada de cuál es modelo de sociedad que el Partido Popular siempre ha querido promover para nuestro país desde las instituciones. Y muestran la esencia de uno de los principales dilemas a los que nos enfrentamos el próximo domingo 23 de julio. O encaminarnos de nuevo hacia una España de privilegiados (y, por tanto, también de desfavorecidos) o redirigirnos a una España de derechos (y, por tanto, de ciudadanos iguales).

Porque desde el momento en el que una organización política tiene como prioridad negociar ventajas para aquellos que forman parte de su clan e incentivar la afiliación a su partido con la promesa de obtener privilegios respecto al resto de sus iguales, lo que en realidad están promoviendo es que no todos tenemos que estar sujetos a las mismas reglas de juego y que unos –por lo que son– deben recibir un trato distinguido respecto a los otros.

Frente a este planteamiento, la alternativa progresista es clara: defender un modelo de Estado en el que independientemente de tu origen, de tu sexo, de tu patrimonio, de tu orientación sexual, de tus creencias religiosas, de la organización a la que pertenezcas… tengas reconocidos unos mismos derechos y puedas acceder a unos servicios públicos de calidad. Lo que se traduce en leyes que pueden cambiar las condiciones materiales de nuestra sociedad, especialmente de aquellos sectores de la población más vulnerables y con menos recursos gracias a la educación y sanidad públicas, la revaloración de las pensiones, el acceso garantizado a una vivienda, la protección frente al desempleo, la financiación de la investigación científica, el transporte público gratuito, la atención y los cuidados de personas dependientes, el precio asequible para acceder a la energía, etc.

Asimismo, el modelo de sociedad progresista también contribuye a configurar una comunidad capaz de disfrutar gradualmente de más libertades, tales como decidir si quieres o no ser madre, decidir con quién contraes matrimonio o de quién te separas, decidir en qué momento puedes poner fin a tu vida para evitar el propio sufrimiento, decidir con quién deseas tener relaciones sexuales, decidir con quién te reúnes para emprender un proyecto político, social, empresarial o cultural y, por supuesto, no sentirte forzado a actuar en contra de tus propios principios y valores.

El modelo de los privilegiados, por el contrario, rehúye de las obligaciones comunes. Entre las que suele destacar no querer pagar impuestos. Una contribución económica esencial para poder financiar los servicios que precisamente posibilitan que nuestra sociedad sea más segura e inclusiva. Porque allá donde el Estado no es capaz de desarrollar servicios públicos de calidad reina la ley del más fuerte, se acrecientan las desigualdades y se incrementa la sensación de inseguridad. Véanse, por ejemplo, barrios ricos de Río de Janeiro o Sao Paulo, donde los más adinerados han apostado por la vigilancia privada para protegerse de la violencia que se respira en el resto de la urbe. Llegándose, incluso, a superar la inversión privada en seguridad respecto a la inversión pública.

El modelo de los privilegiados apuesta de un modo u otro por la segregación, ya sea en el ámbito educativo, en el sanitario, en el de la vivienda, en el del transporte, en el de la cultura... y también en el ámbito del ocio

El modelo de los privilegiados apuesta de un modo u otro por la segregación, ya sea en el ámbito educativo, en el sanitario, en el de la vivienda, en el del transporte, en el de la cultura y, como el propio responsable de NNGG de Madrid manifestó, también en el ámbito del ocio. Porque en el fondo sueñan, como si se tratara de la serie Élite, con tener sus propias escuelas privadas, sus propios clubs sociales, sus viviendas ostentosas, sus listas VIP y, cómo no, sus fiestas privadas llenas de lujo y desenfreno. Porque el mundo ha sido hecho para ellos. Y el resto sólo está para servirles. Como en el caso de la ridícula boda de Tamara Falcó, donde las camareras iban vestidas de sirvientas de época.

Del mismo modo, aquellos que se sienten privilegiados tienden a jugar con las aspiraciones de los que, sumidos en una situación de pobreza, sueñan no sólo con salir de ella algún día, sino también con nadar en la abundancia y sentirse parte de aquellos que los menosprecian. “Esta noticia os interesa a todos”, anuncia NNGG: ¿quieres formar parte de nuestras fiestas VIP? Sólo tienes que afiliarte. Lo que no cuentan es que jamás dejarán que alguien de origen humilde pueda acceder a su círculo social más íntimo. Porque una vez afiliado, aunque supuestamente puedas acceder a sus guateques de champán francés y chupitos gratis, tendrás que vestir como ellos, matricularte en sus mismas escuelas y universidades, pagarte sus mismos caprichos, vivir en sus mismos barrios… en definitiva, no podrás permitirte su tren de vida y quedarás fuera de sus principales esferas de socialización.

Si algo tienen claro aquellos que han crecido rodeados de privilegios es que si disfrutan de ellos es porque se lo merecen. Lo que les hace creerse por encima del resto y sentir alergia de todo aquello que pueda igualarles mínimamente: “Los que tienen en exceso bienes de fortuna, fuerza, riqueza, amigos y otros semejantes ni quieren ni saben obedecer (y esto les ocurre ya en el seno de la familia, siendo niños; a causa del lujo ni siquiera en la escuela tienen la costumbre de obedecer) […] no saben obedecer a ninguna autoridad, sino ejercer el mando con una autoridad despótica. (Aristóteles, Política, Libro IV, 11, 1295b, 6-7). De ahí su obsesión por las listas exclusivas, la meritocracia y la defensa de la “libertad” para decidir a qué colegio o centro sanitario asistir. El resultado de todo ello, como ya señaló Aristóteles, es un modelo de sociedad no de “hombres libres”, sino de “esclavos y amos”, llenos de envidia aquéllos y de desprecio éstos, lo cual, según el planteamiento aristotélico,  es lo más distante de la amistad y de la convivencia política, ya que para construir comunidad se requiere afecto.

Por supuesto, esto no significa que las clases privilegiadas no tenga por definición empatía por aquel que sufre. Más bien significa que su visión del Estado tiende a ser asistencialista, es decir, consideran que el Estado puede ayudar al necesitado siempre y cuando eso no modifique el statu quo. O, lo que es lo mismo, su situación de superioridad social respecto al resto. Por ejemplo, no es baladí que en el pasado destacadas personalidades de nuestro país hayan sido formadas en el colegio El Pilar.

Hoy, en la misma línea, cuando el analfabetismo ha sido erradicado en España y cualquier persona tiene garantizada una educación básica y el acceso a una universidad no es un privilegio, proliferan las universidades privadas. ¿Un sinsentido? Quizá desde el plano de la racionalidad pública sí, pero no desde una dimensión pasional en la que el objetivo que prevalece no es el de ofrecer una mejor formación universitaria al estudiantado, sino hacer sentir a aquellos que pertenecen a ella a una especie de élite que está destinada a hacer grandes cosas y que parte con ventajas respecto a los demás por el mero hecho de pertenecer a un determinado grupo.

Este es uno de los pilares del proyecto defendido por partidos como el PP. Y si eres de clase trabajadora deberías reflexionar al respecto. Ellos tienen claro cómo defender sus intereses y es legítimo que así puedan hacerlo. La pregunta es: ¿tienes claro cómo defender tú los tuyos? Como dice la siguiente canción de José Andrea y Uróboros, “No cuentes con ellos

“Con ellos no hay sueños

Nunca dicen la verdad

Nos guían y engañan

Ellos son la maldad”

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Miguel Martín es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid y Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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