El derroche energético de los países que llamamos desarrollados no descansa en unas reservas a su medida. Más bien estaría sustentado en dos curiosos supuestos: que en el Sur no imiten su modelo de consumo y que, al mismo tiempo, se facilite y aprovisione al Norte con sus reservas. Como se ve, un modelo que ofrece para la mayor parte de la humanidad escasez presente y escasez futura y, para el conjunto mundial agotamiento del recurso a no muy largo plazo.
Por si fuera poco a este modelo energético se asocian graves impactos ambientales. Entre ellos unas emisiones de CO2 que estarían detrás de un efecto invernadero de consecuencias aterradoras. Impactos hoy aún limitados por la situación asimétrica de los consumos, ya que de reducirse la brecha de consumo entre ricos y pobres, se desencadenaría un colapso climático inimaginable.
Solo en la segunda mitad del siglo XX esas emisiones casi se habrían cuadriplicado. Con cifras por habitante, asociadas al conjunto de todos los procesos industriales, de más de catorce toneladas en el Norte, frente a una cifra media mundial de algo más de cuatro toneladas, y de solo dos en el Sur.
Cada habitante del Norte sextuplicaría, respecto a uno del Sur, no sólo la apropiación de energía acumulada en el pasado del planeta, sino también el impacto sobre la biocapacidad y sostenibilidad futura. Para visualizar la engañosa miopía de este modelo puede decirse que aprender a utilizar el carbón y el petróleo ha supuesto descubrir varios continentes (imaginarios y perecederos) preparados para la explotación humana.
Si más atrás contrastábamos los consumos energéticos con las reservas petrolíferas conocidas, de lo que se derivaba una radical asimetría mundial, podemos añadir ahora otra asimetría para un paliativo o sumidero parcial de esas emisiones de CO2: las superficies forestales o boscosas. En el Norte la ratio es de siete toneladas de CO2 por hectárea forestal, mientras que en el resto del mundo es de algo menos de cuatro.
Sin olvidar aquí la deforestación rampante a la que se someten países pobres abocados a obtener de ese modo recursos alimentarios inmediatos. Y ello a pesar de que el consumo medio de papel de un norteamericano sea de trescientos kilos al año, mientras que en la India dicho consumo se sitúe en cuatro kilos.
(Fragmento del ensayo del autor titulado El despilfarro de las naciones) ____________
Albino Prada es doctor en Economía, ensayista y miembro de ECOBAS.
El derroche energético de los países que llamamos desarrollados no descansa en unas reservas a su medida. Más bien estaría sustentado en dos curiosos supuestos: que en el Sur no imiten su modelo de consumo y que, al mismo tiempo, se facilite y aprovisione al Norte con sus reservas. Como se ve, un modelo que ofrece para la mayor parte de la humanidad escasez presente y escasez futura y, para el conjunto mundial agotamiento del recurso a no muy largo plazo.