Más democracia europea frente al vendaval imperial

Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares

Los grandes medios han lanzado en las últimas semanas multitud de noticias y titulares, y las que más interés han despertado podrían resumirse así: "Soplan vientos imperiales a la manera clásica, con sus respectivas esferas de influencia y con una importante aceleración de los conflictos y de la carrera de armamentos. Se trata de vientos en los que los regímenes autoritarios nos quieren llevar hacia un mundo sin más reglas que la ley del más fuerte, un mundo más autoritario y violento", que pretende hacer retroceder la política internacional desde el precario multilateralismo de las Naciones Unidas a la ley de la selva y la teoría de juegos.

En efecto, podríamos completar nosotros: vienen tiempos de imperialismos que, sin más reglas que el poder y el interés, sin atender al derecho internacional, buscan reconstruir un reparto del mundo en áreas globales y regionales de influencia de las grandes y medianas potencias, para así reconquistar viejos espacios y conquistar, por todos los medios, otros nuevos.

Unas esferas o áreas de influencia que no son una cosa de ahora, sino que vienen de principios del siglo XIX, de cuando Francia expandía su influencia durante las guerras napoleónicas. Cada época ha tenido sus propias esferas, que luego prescriben con ella. Pero lo cierto es que, desde el periodo de entreguerras en Europa y el final de la Guerra Fría en 1991, no se hablaba tanto de ellas. Hoy, las grandes potencias, China, Rusia y USA, y también otras con aspiraciones como Turquía o Israel, vuelven a mirar a su alrededor con ansias imperiales.

Vuelve también, como metáfora, la conquista del Oeste. Hay una cosa que no se puede aclarar por ahora: si Trump, que está mirando con ojos golosos hacia Canadá como nuevo Estado de la Unión, también está decidido a pasar a la acción con la conquista de Groenlandia (Dinamarca). Pero una cosa es cierta: Groenlandia tiene un gran valor geoestratégico y es rica en minerales muy codiciados por los nuevos piratas tecnológicos. En la actitud de Trump da la impresión de que la guerra "comercial" va solo de aranceles, cuando en realidad va de explotar y expoliar los recursos de medio mundo, incluyendo la guerra de conquista si es necesario.

Paralelamente, la peculiar democracia de los Estados Unidos está en un riesgo serio después de legitimar el asalto al Capitolio, y parece que, de momento, los únicos que están poniendo problemas a Trump en su propio país son los jueces y, aunque en un diluido segundo plano, la izquierda demócrata de Sanders y Ocasio-Cortez. Por eso, no podemos ser optimistas: la democracia y la autonomía de muchos países, con mayor motivo, van a ser amenazadas.

Que la irrupción en la política internacional de un botarate fascistoide como Trump, siempre con ademán impasible e impostada actuación, y con un lenguaje que por momentos nos recuerda a las peores dictaduras, con la gravedad de los hechos que la rodean, no se haya convertido aún en una ocasión para que la derecha se haya separado de la ultraderecha, es la palmaria evidencia de que es la democracia la que está amenazada y no sólo en Estados Unidos. Tanto por los autoritarismos que vienen del exterior como también por las fuerzas ultras del interior en la Unión Europea; y de manera fundamental porque las derechas y la ultraderecha antidemocrática están dispuestas a entenderse, como ya se ha demostrado en varias comunidades autónomas en nuestro país y en algunas regiones y Estados europeos.

Todo apunta a que estamos asistiendo al fin de una era que se inició tras el final de la Segunda Guerra Mundial, que venía definida por los acuerdos de Yalta: en que, por un lado, estaba la Alianza Atlántica, y por el otro lado, el Pacto de Varsovia. Luego vino la disolución del Pacto de Varsovia, que fue aprovechada para la extensión de la OTAN, y de aquellos polvos estos lodos. Hoy todo ha cambiado, los americanos tratan a los europeos con desprecio, como antes trataron a muchos otros países (y lo hicieron delante de nuestras narices, por cierto). Evidentemente, no son unos aliados en los que podamos confiar. Desde su toma de posesión, son muchas las medidas perversas de Trump, algunas muy importantes y de gran trascendencia, a las que se está prestando menos atención, entre las que destacan la salida de la OMS y del acuerdo de París contra el cambio climático, de los acuerdos de control de armamentos, el cierre de la agencia de ayuda al desarrollo y, por encima de todas, el apoyo sin fisuras a la legitimación del genocidio de Gaza y a la limpieza étnica de los palestinos.

Hay menos claridad, sin embargo, sobre cómo afrontar la nueva situación de defensa en Europa. Desde nuestro punto de vista, esto no debería consistir en volver a la lógica de la guerra fría y armarnos hasta los dientes, ni en que cada uno de los países de la UE por separado aumente sus gastos militares y sus presupuestos de defensa de manera independiente. El paso previo ineludible debería ser el desarrollo federal de un pilar europeo de seguridad y defensa y de la autonomía europea frente a la OTAN.

Ya se sabe que el nuevo inquilino de la Casa Blanca, proclamado como el nuevo sheriff, después de sus últimas bravuconadas vociferando frívolamente sobre la tercera guerra mundial, nos exige un aumento considerable de nuestros gastos militares y con ello vendernos todo el armamento que produce su propia industria. ¿A costa del Estado social? No: no se nos debería pasar por la cabeza. Es evidente que esa no debe ser la vía. Atención a un dato en relación con esto: más de la mitad de la importación de armas de los países europeos durante los últimos años viene de Estados Unidos. Europa no debería jugar a ganarse inútilmente los favores de Trump, no puede comprar las armas a la industria militar estadounidense para luego volver al “austericidio” social como en la crisis financiera de 2008. Nuestro Estado Social no admite recortes.

La trayectoria de las izquierdas debería permitir posicionarse sin mayores problemas: una defensa europea con capacidad disuasoria sin que se vea afectada nuestra identidad como democracia social

La UE tiene que desarrollar de manera autónoma una industria propia para una defensa disuasoria, con un mercado integrado de defensa que garantice una cadena de suministros segura, que prime lo comunitario sobre lo local y se financie con presupuesto comunitario. Cuando en nuestro país se ha barruntado que algo así iba a pasar, y que iba a dividir al Gobierno en plena crisis, se ha comenzado a hablar de una subida de los gastos militares a costa del medioestar, acompañado de un importante revuelo mediático. La trayectoria de las izquierdas debería permitir posicionarse sin mayores problemas: una defensa europea con capacidad disuasoria sin que se vea afectada nuestra identidad como democracia social, sino al contrario, ni nuestro Estado del bienestar, ni la garantía de los derechos humanos de la migración, ni la ayuda al desarrollo. O hacemos eso o los problemas se irán agravando a medida que transcurran los años. Aunque de proponerlo a que se consiga haya un gran trecho.

Convoquemos ya una manifestación a la italiana por Europa y la democracia.

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Miguel Souto Bayarri Gaspar Llamazares son médicos.

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