Antaño los golpes de Estado se realizaban siempre mediante actuaciones militares patrias y respondían a intereses exteriores y/o muy potentes oligarquías financieras-empresariales del país. Actualmente hay también otras maneras y vías, aunque sean las mismas motivaciones mencionadas, en que agentes externos influyen arteramente en el devenir del país, afectando a políticos que tienen la legitimidad para ejercer el gobierno, intentando derribarles o dificultando sobremanera su ejercicio libre o, incluso, tratando de impedir que otros puedan acceder al poder.
No es una opinión sino una constatación afirmar que esto son técnicas que se utilizan desde planteamientos políticos (asociados siempre a intereses) de extrema derecha, aunque desde sectores menos broncos se colabora mucho haciendo una labor de difamación, insulto constante al gobernante y pérdida de todo respeto a quien ostenta la legitimidad democrática. El caso paradigmático por excelencia es el de la democracia-cristiana chilena que, mediante esas formas traicionó al gobierno constitucional de Salvador Allende. Otros, en lugares diferentes y medio siglo después, actúan con igual irresponsabilidad de jugar con fuego mientras se alían con la ultraderecha. A esta última, no les temblaría el pulso si la acción golpista proviniese del estamento militar, pero aquella es más “pulcra” y cuida las apariencias, aunque la línea que separa a unos y otros “hermanos” (o hijos) ideológicos se vaya deliberadamente desvaneciendo. Así lo comprobaremos en nuestro continente en la conformación de un poder unido de ambos grupos familiares tras las elecciones europeas de junio, aunque algunos entonces aparenten sentirse sorprendidos.
En esa aparente pulcritud, para ejercer de contrapoder, han ido apareciendo actores socialmente mejor aceptados (por su pureza aparente y teórica) que se implican y activan procesos de involución política que, en vez de desarrollarlos con uniformes militares, se instrumentalizan mediante otros “profesionales” revestidos con igual elegancia pero que representan no solo el orden sino incluso la propia ley pero que actúan guiados por otros motivos y condicionantes de pensamiento o, a veces, espurios.
Ahí es donde aparecen las Judicaturas y Fiscalías de algunos países como agentes involucrados no en su teórica misión de defensa de legalidad sino en ser contrapoderes ideológicos y activistas políticos y protagonistas de procesos de involución democrática.
Dejo ahora a un lado otros lugares donde eso, aún más incluso que las meigas, existe y se produce, y nos centrarnos en América latina donde este domingo, 14 de enero, es un día muy feliz para la democracia. En efecto, el último lugar donde el intento de derribo de la voluntad democrática de un pueblo mediante artificios judiciales ha sido Guatemala. En ese país existe una larga lucha de los contrapoderes de las sombras contra el poder legítimo el cual ha sido fracturado a veces en una historia convulsa de atropellos a la dignidad de las personas. Es el caso de este país centroamericano y que constituye uno de los lugares más bellos del planeta en naturaleza, historia cultura y diversidad.
A mí me atrapó hace más de treinta años y hasta sus tragedias y convulsiones históricas he podido vivir allí un autogolpe de un aprendiz del fujimorismo, la guerra, el genocidio de más de 300.000 indígenas, los acuerdos de paz, la oportunidad de participar en la formación de una guerrilla reconvertida después en un partido político fracasado. Y también como observador internacional de la OEA en varias elecciones allí. El haber tenido la oportunidad de vivir estas y otras experiencias en el terreno me han dado especial querencia, conocimiento y compromiso con el país.
Al nuevo presidente de Guatemala le van a seguir intentando dificultar todo, pues sus representantes en el Congreso son pocos, pero va a tener que entrar sin dilaciones a fumigar y desmontar todos los elementos corruptos del sistema judicial
La campaña para las elecciones presidenciales en segunda vuelta celebradas en agosto pude vivirlas allí, compartiendo públicamente mi reflexión sobre el gran volcán que es Guatemala pero en la que existe una semilla de esperanza. En los meses anteriores fueron impresionantes todas las manipulaciones que pudieron hacer desde el núcleo oligarca que ha extendido, aún más, un manto de corrupción y ha tomado las instituciones, entre ellas de modo particular la administración de justicia, la cual ha quedado infectada de podredumbre. Los intentos de potenciar incluso con apoyo internacional la lucha contra la impunidad, a pesar de los buenos pasos dados en etapas iniciales en los que participó activamente el fiscal español Carlos Castresana, habían quedado liquidados.
Tras haber impedido presentarse a las elecciones a candidatos como Roberto Arzú o Carlos Pineda, que podían ser incómodos para el cártel de la corrupción cuyo gran activo era el hasta ahora presidente Giammattei, pensaron que no tendrían rival frente a la marioneta de la exprimera dama Sandra Torres. El eslogan de esta era muy patético: “Se puede dar SIN NECESIDAD DE QUITAR A OTROS” (las mayúsculas de la candidata). Sin embargo, no contaban con que pasase el corte de la primera vuelta el candidato Bernardo Arevalo, que, aunque sólo obtuvo algo menos del 12% en los comicios de junio, enseguida se convertiría en un aire fresco para lo que el pueblo demandaba y que él representaba muy claro en dos mensajes nítidos y creíbles: lucha total contra la corrupción que se había apoderado como una enredadera de las instituciones, y, en segundo lugar, la lucha contra las élites, las cuales eran las que producían aquella. Esos grupos convirtieron a Arévalo en un acérrimo enemigo muy peligroso a liquidar.
Inmediatamente se activaron los resortes corruptos instalados en el ámbito judicial que, tras su proclamación como ganador en la elección definitiva de agosto con un 58%, han hecho lo indecible por evitar que llegase este momento de toma de posesión. Miembros del Ministerio Fiscal han actuado sin escrúpulos ni límites ni interrupción en un entramado dirigido no solo a ilegalizar el partido Semilla sino también a pervertir absolutamente el Derecho y, por supuesto, la democracia. La Corte Constitucional y la Corte Suprema han tenido momentos de vacilación pues en ellos también algunos jueces estaban vinculados a la oligarquía corrupta de la derecha que domina todo esto.
Al nuevo presidente le van a seguir intentando dificultar todo, pues sus representantes en el Congreso son pocos, pero siendo un sistema presidencialista el del país centroamericano, va a tener que entrar sin dilaciones a fumigar y desmontar todos los elementos corruptos del sistema judicial. Así como en Brasil la extrema derecha política con implantaciones fuertes en la judicatura fue a cargarse a Lula para beneficiar al trumpista-ayusista Bolsonaro, en Guatemala ha fracasado el lawfare y ha vencido la democracia.
Y un elemento muy importante ha sido la implicación del pueblo, que ha tenido claro quiénes eran los hijos de las tinieblas a los cuales no ha creído sus mentiras constantes, acaso porque allí no tenían una manipulación periodística tan sucia como la que existe en un país más lejano donde las empresas y bustos periodísticos están también al servicio de intereses muy sucios. De ese lugar y lo que ocurre con un sector muy activo para sus intereses, hablaremos en otra ocasión. Eso será si a ustedes les parece…
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Jesús López-Medel es abogado del Estado, analista y observador internacional de la OEA, OSCE y UE.
Antaño los golpes de Estado se realizaban siempre mediante actuaciones militares patrias y respondían a intereses exteriores y/o muy potentes oligarquías financieras-empresariales del país. Actualmente hay también otras maneras y vías, aunque sean las mismas motivaciones mencionadas, en que agentes externos influyen arteramente en el devenir del país, afectando a políticos que tienen la legitimidad para ejercer el gobierno, intentando derribarles o dificultando sobremanera su ejercicio libre o, incluso, tratando de impedir que otros puedan acceder al poder.