Quizá sea el lenguaje uno de los lugares donde la diversidad y los conflictos sociales se manifiestan de una manera más clara. A pesar de que hay quienes defienden que el lenguaje es un instrumento objetivo y neutro que debiera poseer un sentido único, la realidad, como ya nos advertía Spinoza, es muy diferente. Nuestro lenguaje tiene mucho que ver con nuestras experiencias vitales y, además, está sometido a intensas relaciones de poder. Lo dejó claro Zanco Panco, el personaje de Lewis Carroll, cuando, ante las protestas de Alicia por su forma de utilizar el lenguaje, sentenció que él era quien tenía el poder y, por lo tanto, las palabras significaban lo que él decidía que significaban.
Por eso, y ante las extrañísimas derivas que algunos están produciendo en el español a fuerza de retorcerlo políticamente, parece ser aconsejable un pequeño diccionario de uso del español cayetano, aquel que utilizan quienes se movilizan estos días en las calles de Madrid para protestar contra un resultado electoral que, como resulta evidente, no les gusta. Y resulta necesario para no perderse ante el nuevo sentido que se confiere a palabras y expresiones a las que tradicionalmente se otorgaba un sentido diferente.
Ya estábamos acostumbrados a los ininteligibles juegos de lenguaje de los dirigentes del PP, de Aznar a Feijóo, pasando por el gran maestro Rajoy, especialistas en utilizar el castellano de una forma tan peculiar que, al final, ya no sabemos si el alcalde come chuches o vota a sus vecinos para que lo sean. El PP se ha empeñado en estos años en hacernos creer que el español estaba en peligro en Cataluña cuando, en realidad, donde corre un riesgo extremo es en las sedes de ese partido. Digo que estábamos acostumbrados a esos juegos de lenguaje, pero ante lo que nos encontramos ahora es ante una imaginativa producción de sentidos que, apoyada por el poder mediático, los Zanco Panco de esta historia, puede abocarnos a una total relectura de lo que hasta hace poco entendíamos con ciertas palabras.
Quisiera prestar atención brevemente a cinco expresiones o conceptos, tres de los cuales son, en realidad, sinónimos. Los sinónimos en cuestión son “España se rompe”, “Golpe de Estado” y “dictadura” que, en realidad, vienen a significar una sola y misma cosa: “hemos perdido las elecciones (otra vez), con ellas el poder, y esto no puede ser”. Desglosemos las expresiones en cuestión, analicemos su sentido tradicional y observemos la mutación operada.
“España se rompe”. Expresión que hace referencia, como resulta evidente, a momentos de gran tensión social en los que la convivencia ha resultado extremadamente dañada o puesta en peligro. Quizá pudiéramos estar de acuerdo en que es una expresión que pudo resultar adecuada para las Guerras Carlistas del XIX, la Guerra Civil o, incluso, para la declaración unilateral de independencia de Cataluña de 2017. Resulta curioso señalar que los dos primeros momentos de ruptura patria son consecuencia de la acción de fuerzas de la derecha española, carlistas en el primer caso, fascistas en el segundo, y que el tercero, que se produce con un gobierno de la derecha, ha sido reconducido con serenidad e inteligencia desde los gobiernos de coalición de la izquierda. Es decir, si alguien se ha empeñado históricamente en romper este país ha sido la derecha. Y en ello sigue.
Ya no sabemos si el alcalde come chuches o vota a sus vecinos para que lo sean. El PP se ha empeñado en estos años en hacernos creer que el español estaba en peligro en Cataluña cuando donde corre un riesgo extremo es en las sedes de ese partido
“Golpe de Estado”. España ha conocido, a lo largo de su historia, numerosas intentonas golpistas, lo que nos hace saber bien qué significa “golpe de Estado”. O eso pensábamos hasta ahora. Porque, a diferencia del resto de golpes que en España se han producido, y en los que la legalidad era vulnerada por la intervención violenta de ciertos sectores sociales, generalmente vinculados al ejército, la mutación de sentido que propone ahora, muy imaginativamente, la derecha, supone que los golpes de Estado se producen como consecuencia del desarrollo constitucional de elecciones democráticas. Esos golpes, efecto de votaciones según los modos tradicionales de la democracia occidental, provocan la reacción violenta de sectores pertrechados de simbología de carácter fascista y nazi pero que, en este caso, se utiliza para defender la democracia. Es cierto que hace falta un esfuerzo de atención para entender la lógica de este proceso, pero parece que el PP lo entiende perfectamente.
“Dictadura”. En el actual vocabulario, dictadura ya no remite a un gobierno en el que la ciudadanía pierde sus derechos, en especial el del voto, sino a gobiernos salidos de las urnas y empeñados en extender derechos sociales. Ahora se llega al cargo de dictador sólo si consigues la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados tras unas elecciones generales. Nada de guerras civiles, golpes de Estado o cualquier acción violenta de ese tipo. El voto se convierte, en la neolengua cayetana, en la base de toda dictadura.
Para finalizar, nos remitimos a dos palabras de la neolengua cayetana: “España” y “libertad”. España designa cualquier colectivo formado en exclusiva por los usuarios de la mencionada neolengua. Se juntan cuatro a jugar a guiñote en un bar y son España, se juntan cien en el Congreso y son España, se manifiestan unos miles en la calle y son España. Ellos son, siempre, España. A pesar de que pierdan las elecciones o de que a sus cuentas les falten treinta y tantos millones de españoles. En cuanto a la libertad, en España, como consecuencia de las dictaduras y golpes de Estado de nuestra historia, se había aquilatado un concepto de ella que remitía especialmente a la posibilidad de participación política y adquisición de derechos. Sin embargo, con los cambios en los conceptos de “dictadura” y “golpe de Estado” llevados a cabo desde los sectores cayetanos, la libertad pierde esa dimensión política, pues allí donde los cayetanos sí tienen el poder, libertad, de cara al grueso de la población, pasa a significar, por ejemplo, el verdadero placer de tomarse una caña. Mientras que, subsidiariamente, señala la capacidad de quienes detentan el poder de arrasar con servicios públicos como la educación, la sanidad o la dependencia, creando así las condiciones de posibilidad en la población de elegir entre acudir a servicios intencionadamente deteriorados o pagar a los amiguetes de la cayetana de turno por esos mismos servicios privatizados.
Hasta aquí esta breve aproximación a la neolengua cayetana, indispensable para entender lo que actualmente acontece en nuestro país y salir del estupor provocado por esta potente manipulación del lenguaje llevada a cabo desde los sectores más reaccionarios de una España a la que dicen amar pero que, en realidad, odian profundamente hasta no dudar en romperla con golpes de Estado que desembocan en dictaduras que hacen de esa España una, grande y, claro está, libre.
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Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.
Quizá sea el lenguaje uno de los lugares donde la diversidad y los conflictos sociales se manifiestan de una manera más clara. A pesar de que hay quienes defienden que el lenguaje es un instrumento objetivo y neutro que debiera poseer un sentido único, la realidad, como ya nos advertía Spinoza, es muy diferente. Nuestro lenguaje tiene mucho que ver con nuestras experiencias vitales y, además, está sometido a intensas relaciones de poder. Lo dejó claro Zanco Panco, el personaje de Lewis Carroll, cuando, ante las protestas de Alicia por su forma de utilizar el lenguaje, sentenció que él era quien tenía el poder y, por lo tanto, las palabras significaban lo que él decidía que significaban.