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¿Qué es España? La inexistencia de un relato integrador

Antonio Estella de Noriega

Cada vez que pregunto a mis alumnos de derecho administrativo, o de derecho de la Unión Europea, cuando examinamos la cuestión de la noción de ciudadanía de la UE, “¿qué es España?”, llegamos siempre a la misma conclusión: España es la tortilla de patata. No, no es una boutade propia de intelectuales: la gracieta de la tortilla de patata ilustra bien, creo, la clamorosa falta de un relato integrador sobre lo que es España, sobre lo que es ser español. No es únicamente un problema español, naturalmente: por ejemplo, mis alumnos italianos tampoco saben contestarme a la pregunta “¿qué es Italia?”, más allá de la consabida respuesta de que Italia es la pizza, de la misma manera que España es la tortilla de patata. Sin embargo, me produce una sacudida de satisfacción difícil de explicar, no exenta de una sensación de profunda envidia (sana, creo), cuando mis alumnos franceses responden sin titubear que Francia es la República, los valores republicanos. Podrían responderme que Francia es el Camembert, pero lo que me dicen es que Francia es “liberté, egalité, fraternité”. ¿No podríamos nosotros, los españoles, llegar a responder de una forma similar alguna vez?

Razón y emoción tienen que estar presentes en nuestro relato. No sé si a partes iguales, no sé en qué proporción. Pero sí sé que tienen que estar, ambas, presentes en nuestro relato integrador

No, no podemos, al menos por el momento. No podemos porque las cuestiones ontológicas son difíciles de responder cuando la historia de un país, como la del nuestro, ha sido tan convulsa, y ha estado tan llena de sobresaltos “nacionales”, llamémoslos así. Pero algo creo que se puede hacer: por ejemplo, aunque los Estados Unidos de América han experimentado una historia que tiene alguna que otra similitud con la que ha vivido nuestro país, nadie en Estados Unidos deja de ponerse de pie cuando, el 4 de Julio, la bandera de la Unión desfila delante de los ciudadanos que asisten a las manifestaciones de orgullo patrio que se organizan a lo largo y ancho del país (demócratas incluidos, por supuesto). Nosotros no nos reconocemos, como país, ni siquiera en nuestra propia bandera, que es en sí misma el producto de una división.

Si examinamos la cuestión de manera algo más profunda, podemos observar que en realidad el problema que tiene nuestro país no es solamente que no existe un relato, sino que, en realidad, hay dos relatos contrapuestos sobre lo que es España. Un relato dice que España es una nación de naciones, es una nación “plural”. Y otro relato dice que España es, sin embargo, “una, grande y libre”. Estos relatos (llamémoslos así por el momento) colisionan entre sí; más que intentar responder a la pregunta que se formula en este artículo, la de qué es España, lo que intentan es ser arietes al servicio de una u otra ideología política. En ese sentido, son, más bien “no-relatos”. Cuando hablo de la necesidad de generar un relato, he usado el calificativo “integrador”; hablo por tanto de la urgencia de crear un relato en el que una mayoría de los españoles (no todos, por supuesto, el relato tiene que establecer un círculo en el que no todos querrán estar incluidos, para no perder su propia fuerza) puedan encontrarse. Hay un trabajo muy profundo por hacer en este terreno. De hecho, creo que esta es una de las cuestiones pendientes, que no se quisieron tocar o responder en la transición democrática española. El problema de la inexistencia de un relato no lo vamos a resolver ahora, aquí, en un artículo de opinión, de un plumazo. Pero lo que sí que podemos intentar hacer es establecer alguno de los elementos que podrían servir de base para construir ese relato de tipo integrador en el futuro.

El primer punto creo que es el siguiente: un relato integrador tiene que contar con aspectos racionales y aspectos emocionales. Más, si cabe, en el caso de España. Por tanto: nos tenemos que olvidar de fórmulas del estilo del “patriotismo constitucional”, es decir, de fórmulas germanófilas, para empezar a elaborar nuestro relato. Los valores que encarna la Constitución del 78 son, además, ambivalentes: hay trazos de los dos relatos anteriormente señalados en nuestra Constitución. Pero además de ello, es que la vía “estrictamente racional” creo que iría en contra de la formulación de un relato específicamente español. Razón y emoción tienen que estar presentes en nuestro relato, por tanto. No sé si a partes iguales, no sé en qué proporción. Pero sí sé que tienen que estar, ambas, presentes en nuestro relato integrador.

El segundo punto creo que es también digno de mención: nuestro relato tiene que integrar partes de los dos relatos anteriores. No podremos olvidar, en la construcción de ese relato, que para muchos españoles España es una; y no podremos olvidar, en la construcción de ese relato, que para muchos otros España no es una sino que son muchas al mismo tiempo. Me dirán que ambos aspectos son imposibles de reconciliar. Y no les faltará, en parte, razón: como decía antes, posiblemente la cuestión del relato sea el problema más difícil de resolver que tenemos planteado como país en estos momentos. Pero al mismo tiempo, pienso en las palabras de Kennedy cuando se embarcó en el proyecto de llevar a Armstrong a la Luna: “no decidimos ir a la Luna porque era fácil, sino justamente por lo contrario: porque era complicado”. Las cuestiones que realmente merecen la pena son las cuestiones complejas. Y esta lo es: mucho.

Tercer punto: hay que implicar a toda la sociedad en la construcción de un relato que nos una a todos. Los intelectuales son (somos) los primeros que estamos llamados a realizar este esfuerzo. Pero para que realmente sea fructífero, todos tenemos que estar implicados en él. Hagamos seminarios, workshops, conferencias, charlas, actividades, en los colegios, en las Universidades, en los Ateneos, en los campos de fútbol y hasta en las plazas de toros, abordemos el tema y no escatimemos ni un solo minuto más el planteamiento de una cuestión que es tan grande como un elefante en la habitación. Todos tenemos una responsabilidad política y moral para embarcarnos en esta difícil tarea.

Finalmente, último punto: el relato no solamente tiene que ser descriptivo, no solamente tiene que poder responder a la pregunta de qué somos, ahora; tiene que lanzar una mirada al futuro, tiene que poder trazar un camino, tiene que poder responder a la pregunta, conjunta, de qué somos, pero también a la pregunta de qué queremos ser mañana, de cuál es nuestro Sonderweg, no solamente en relación con nosotros mismos, sino en relación con el resto del mundo. ¿Qué quiere dejar España a los demás, cómo quiere transformar el mundo desde su propia perspectiva, qué ofrece y qué plantea en relación con el resto de la Humanidad?

Han pasado ya 45 años desde que se aprobara, en referéndum, nuestra Constitución, el origen de nuestra democracia. Quizá tardemos otros 45 años en elaborar un relato que sirva para reconocernos a nosotros mismos, para saber con más seguridad quiénes somos, de dónde venimos, y también, hacia dónde queremos ir. Pero el resultado de esta reflexión será, sin duda, nuestro propio reforzamiento como país. Merece la pena intentarlo.

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Antonio Estella de Noriega, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid.

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