Dice Joe Biden que la invasión de Ucrania tendrá lugar a mediados de este mes de Febrero y es de suponer que si lo dice es porque la CIA o cualquier otra de las agencias que componen el entramado de los servicios secretos de su país le ha presentado informes que prueban tal cosa, lo cual sería motivo suficiente para la alarma si no tuviéramos la experiencia de que la CIA miente siempre que su mentira sea útil a los objetivos geoestratégicos –sí, he escrito geoestratégicos porque la geoestrategia existe aunque no nos guste– de los Estados Unidos de América.
El presidente estadounidense ha hecho esta inquietante afirmación, “Rusia invadirá Ucrania a mediados de febrero”, el mismo día en que su homólogo francés Enmanuel Macron mantenía una conversación de más de una hora de duración con el Presidente ruso, Vladimir Putin, con el propósito explícito de abrir camino a la diplomacia y frenar la escalada belicista que conduce a la guerra. La coincidencia no es inocente como tampoco lo es la insistencia del Presidente Biden en anunciar la presunta invasión justamente cuando el presidente de Francia busca el diálogo con Vladimir Putin y cuando este último reacciona en tono comedido a la negativa por escrito de Washington a considerar siquiera la principal demanda de Rusia, garantizar que la OTAN no se expandirá a Ucrania y Georgia, es decir, hasta sus fronteras.
La respuesta de EEUU ha sido un rotundo "no" a todo compromiso sobre la no ampliación de la OTAN a esos territorios considerados históricamente como zonas de influencia rusa, aunque al parecer deja abierta la posibilidad de negociar aspectos colaterales de la cuestión. Y es a esa posibilidad, a la continuación del diálogo y no al rechazo tajante de su principal demanda, a lo que se ha acogido la parte rusa. Al parecer Vladimir Putin está más interesado en la negociación que en el enfrentamiento. Pero ¿lo está también Estados Unidos? ¿Tan descabellado sería proponer a Ucrania un estatus de neutralidad como el de Austria y Finlandia que sirviese para despejar los temores rusos sobre lo que consideran amenaza de la OTAN?
O será que, como sostiene el periodista Rafael Poch: “aunque el verdadero adversario de Washington está en Asia, la gran potencia imperial americana dejaría de serlo en cuanto dejase de dominar Europa. Ese es, precisamente, el cometido de la OTAN. Henry Kissinger lo expresa así: sin Europa, América se convertiría en una isla distante de las costas de Eurasia, se vería en la soledad de un estatuto menor. Así que es imperativo mantener la tensión en Europa y para ello hay que continuar metiéndole el dedo en el ojo al oso ruso”.
Para fabricar una guerra primero hay que fabricar un enemigo, crear una amenaza. Y la necesidad de responder a esa amenaza. Los temores de Rusia quizás no son tan infundados como algunos pretenden
Joe Biden dice que la invasión de Ucrania es inminente y se diría que más que un anuncio lo que el presidente estadounidense está expresando es un deseo. O un propósito. O una profecía autocumplida, esa estratagema comunicativa que consiste en predecir aquello cuyo cumplimiento nos aseguramos poniendo en marcha los medios adecuados a tal fin. Para fabricar una guerra primero hay que fabricar un enemigo, crear una amenaza. Y la necesidad de responder a esa amenaza. Los temores de Rusia quizás no son tan infundados como algunos pretenden.
Recordemos, porque conviene recordar, aquellos informes sobre la fabricación de armas de destrucción masiva en el desierto iraquí o sobre una supuesta compra de uranio por parte de Irak a Nigeria que hasta le costó el puesto al embajador estadounidense en el país africano por negarse a confirmar lo que la CIA afirmaba. Lo que muchos ya sabían entonces y la gran mayoría supo después es que la decisión de invadir –yo añadiría y de destruir– Irak estaba tomada mucho antes de que la cuestión de las armas de destrucción masiva se convirtiese en el gran tema que preparó el escenario para justificar la invasión. Así funciona una profecía autocumplida.
Recuerdo, porque conviene recordar, la campaña de bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia en 1999, sin que mediase resolución alguna de la ONU que lo autorizase pero con el beneplácito de gran parte de la opinión pública previamente convencida de que la guerra era la única opción viable para frenar la represión de las fuerzas policiales serbias contra la población albanesa de Kósovo. En las semanas previas al comienzo de los ataques tuvieron lugar las conversaciones de Rambouillet bajo los auspicios del llamado grupo de contacto integrado por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Alemania y Rusia, con el objetivo de lograr un acuerdo entre las partes y evitar la guerra.
Recuerdo, porque conviene recordar, que tras una primera ronda de conversaciones, los ministros de Exteriores europeos comparecieron en rueda de prensa conjunta y parecían optimistas, “estamos muy cerca del acuerdo”, dijeron. Lo extraño es que en esa rueda de prensa no estaba la Secretaria de Estado estadounidense Madelaine Albrigth, que permanecía reunida a puerta cerrada con la delegación albano-kosovar. El problema era que la delegación yugoslava había aceptado todos los temas políticos de la propuesta de acuerdo y se mostraba dispuesta a aceptar la presencia de fuerzas militares internacionales en el territorio de Kósovo siempre que fueran bajo bandera de Naciones Unidas, no de la OTAN. Pero la parte kosovar no aceptaba nada. Entonces Madelaine Albrigh pronunció una frase memorable filtrada posiblemente por un diplomático europeo: “no podemos bombardear a los serbios porque los albaneses no acepten”. Así que se modificaron los términos de la propuesta: las tropas de la OTAN se desplegarían no solo en Kósovo sino por todo el territorio yugoslavo y el estatuto final de Kósovo, es decir su posible escisión de Yugoslavia, sería revisable.
El conocido analista político John Pilger escribió entonces: “las excusas dadas para los ataques posteriores fueron fabricadas, las negociaciones de Rambouillet estuvieron manipuladas y a los serbios se les dieron dos opciones: rendirse y ser ocupados, o no rendirse y ser destruidos". Apenas un mes después del fin de las conversaciones, comenzaron los bombardeos sobre Yugoslavia. La mayoría de los objetivos y de las víctimas de aquellos ataques fueron civiles. En el Kósovo independiente, Estados Unidos instaló y mantiene su mayor base militar en el extranjero: Camp Bondsteel.
En estos días en los que la concentración de tropas rusas en la frontera con Ucrania y las voces que anuncian la inminencia de un enfrentamiento armado en el corazón de Europa, ocupan el centro de las tertulias y la atención de todos los medios de comunicación, conviene recordar cómo se prepararon aquellas guerras no tan lejanas ni tan ajenas, porque vivimos en sociedades democráticas donde la opinión pública es un factor determinante de las grandes decisiones políticas. En tiempos pasados las guerras y las cruzadas se emprendían bajo el lema “Dios lo manda”, ahora para desencadenar una guerra o lanzar un ataque sobre otro país, se requiere que la opinión pública lo mande. Así que cuidado con los escenarios mediáticos que justifican las intervenciones armadas. Y con los profetas que predicen lo inevitable de la guerra que vendrá. Vendrá si permitimos que venga.
Dice Joe Biden que la invasión de Ucrania tendrá lugar a mediados de este mes de Febrero y es de suponer que si lo dice es porque la CIA o cualquier otra de las agencias que componen el entramado de los servicios secretos de su país le ha presentado informes que prueban tal cosa, lo cual sería motivo suficiente para la alarma si no tuviéramos la experiencia de que la CIA miente siempre que su mentira sea útil a los objetivos geoestratégicos –sí, he escrito geoestratégicos porque la geoestrategia existe aunque no nos guste– de los Estados Unidos de América.