Plaza Pública
Nos han vuelto a suspender
“También el acto de gobernar se acerca al marketing. Las encuestas políticas equivalen a una prospección del mercado. Los votos electorales son explorados mediante data mining (exploración de datos). Los votos negativos son eliminados mediante nuevas ofertas atractivas. Aquí ya no somos agentes activos, no somos ciudadanos, sino consumidores pasivos”. (Byung-Chul Han. 'En el enjambre').
Los ciudadanos no hemos hecho bien los deberes y los políticos nos han suspendido otra vez. Así que estamos castigados a votar de nuevo. Parece que no acabamos de acertar con lo que aquellos quieren o necesitan y, por tanto, tendremos que repetir el examen en noviembre.
Nuestros queridos representantes electos son quienes, disponiendo del don de la infalibilidad, hacen todo bien mientras que el resto del país se equivoca. De alguna forma estamos viviendo en diferentes dimensiones. En la no política, si no conseguimos sacar adelante el trabajo, nos exigen responsabilidades. En la dimensión política, sin embargo, las difieren sobre nosotros. Pero en esta confrontación, una cosa queda clara, la incapacidad de los dirigentes políticos y su parálisis para llegar a acuerdos, deberían tener consecuencias, por ejemplo, marchándose para dejar paso a otros. En la sesión de control al Gobierno del miércoles el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, ha dejado claro el sentir general dirigiéndose en estos términos al presidente del Gobierno en funciones: “¿Cómo cree que se fue la gente a la cama anoche? Creo que están hasta las narices, hasta los bemoles de todos nosotros”.
Por su parte, Aitor Esteban, portavoz del PNV, lanzaba desde la tribuna la pregunta clave: ¿Cómo va a resolver el gobierno en funciones probablemente por varios meses, los compromisos con las Comunidades Autónomas? ¿Cómo llevará a cabo las inversiones comprometidas? Es la punta del iceberg. Entre desacuerdos y reproches queda lo importante de fondo y por hacer. La Ley de Eutanasia; la derogación de la ley Mordaza; la falta de presupuestos para la dependencia; demasiados españoles pasándolo mal y ahora con menos esperanzas de futuro; la Ley de memoria histórica: la Jurisdicción universal; la renovación del Consejo General del Poder judicial; la sostenibilidad de la pensiones; presupuestos; medioambiente desangrado y un largo etc.
¿Ahora qué? Vuelta al hastío de una campaña política ya conocida, basada en reproches y sin aportar nada. Los egos heridos asestando puñaladas cada vez más profundas, destrozando la parte positiva de la política, sustituyéndola por un afán de venganza contra el otro y ninguna oferta práctica de construcción de futuro.
Nuestros líderes deberían recordar a Max Weber, que allá por 1919 decía cosas tan juiciosas como estas: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para las que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura [...] Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un sin embargo; sólo un hombre de esta forma construido, tiene vocación para la política”. En la ética de la responsabilidad que propone Weber se deben tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción.
Algo que no parece que hayan contemplado ninguno de estos líderes que aparentemente aspiran a vivir en la política —cada cual en mayor o menor medida—. Es decir en la telaraña, la trampa y la evanescencia, cual fatuas imágenes que se alejan de la realidad y de los problemas del pueblo al que someten con doctrinas y consignas que ya apenas nadie cree, obviando los intereses de quienes les han situado en el Parlamento gracias a su papeleta.
Puro marketing
Tan incongruente es la situación a la que nos arrastran que han olvidado incluso las largas parrafadas sobre la muerte del bipartidismo que nos dedicó la izquierda para explicar las posibles alianzas que decidieran llevar a cabo. Pero lo cierto es que, por su parte, las tres derechas no necesitaron utilizar argumento alguno. Se aliaron obviando las justificaciones con el objetivo común de gobernar y sin más razonamientos.
No sería de extrañar que en un futuro no muy lejano recibamos una extensa batería de información sobre las bondades de la vuelta al bipartidismo. La diferencia será que uno de los dos partidos habrá mostrado su debilidad de acción y el otro su capacidad para adaptarse a los acontecimientos. Pienso en el presidente del PP, Pablo Casado, cuya expresión en esta última crisis es la del gato que se relame ante el plato de leche, que ve cómo los demás, sin esfuerzo por su parte, le proporcionan más alimento, de mejor calidad, y sin lactosa.
No, la responsabilidad que citaba Weber no es algo presente en el trabajo de estos cargos. Los filósofos, los pensadores, los viejos conocedores de la profesión no tienen sitio en esta política actual diseñada y manejada por los directores de comunicación, siguiendo las reglas del marketing y traduciendo las claves de gobierno en productos a consumir, en guerra de marcas, en ofertas inmediatas, imprescindibles. La política se parece más a esta traducción de mercadotecnia que cita Byung Chul Han, que al concepto de Maurice Duverger cuando la interpreta como “ lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder que los vencedores usarían en su provecho”. Pero, sin duda, de todos aquellos que han reflexionado sobre esta ciencia, se mantiene vigente para cada situación Nicolás Maquiavelo: Para los nuevos políticos “el fin justifica los medios”. ¿Y cuál es el fin? Imponer la marca, vendernos el producto.
La sociedad se encuentra aturdida en el epicentro de una compleja trama de intereses sazonada por redes sociales, big data, fake news… de la que no hay manera de salir. Así las cosas, ni nos escuchamos, ni entendemos, solo nos dejamos llevar. Nos empujan a reducir la acción social al acto de votar cada vez que se nos requiera. Tal es el fastidio que han logrado imbuirnos que no somos capaces de reaccionar, de salir a la calle a expresar la protesta, a dejar a todos los políticos encerrados en el Congreso hasta que lleguen a una solución acorde con la confianza que teníamos en ellos y que, gracias a ellos, vamos perdiendo a pasos de gigante.
El futuro es un bucle
En este momento temo que el desaliento nos lleve a bajar la cabeza y a sacar lo peor de nosotros, es decir la indiferencia, aceptando lo que nos echen. El futuro es un bucle: tragaremos las falsedades, las nuevas promesas y los mensajes. Nos volverán a contar las mismas mentiras y obviedades. Siempre es así, una y otra vez se produce la misma situación, los mismos errores, los mismos tropiezos. En suma lo que pasa es que obra mal el otro.
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El problema radica en que la verdadera vocación de servicio público está ausente. En apariencia los interlocutores dicen estar dispuestos a hablar, a negociar...pero lo que de verdad pretenden, es imponer. Eso no es conversar, no es acordar. Un diálogo debería empezar por decir “acepto tu propuesta” y el oponente, responder: “acepto la tuya “. Es un punto de partida para seguir rebajando, añadiendo, puliendo… hasta llegar al encuentro. Por el contrario la discusión deviene en riña: “quiero esto” “no te lo doy”, “dame aquello” “tampoco”. Y concluye en ruptura. No hay empatía, nadie se pone en el lugar del otro. No se escucha al de enfrente.
Entre tanto, los ciudadanos deambulamos por en medio como zombis. Caminantes en una oscuridad impuesta por unos políticos que nunca han comprendido el encargo que les hicimos. Nos han metido en la encrucijada, pero no saben cómo salir ni cómo sacarnos de ella. Posiblemente deberían dejar paso a otros. Si debemos votar otra vez, al menos que sea a candidatos que tengan la capacidad de buscar la coincidencia y no se encierren en posturas imposibles. Desde el papel de consumidores políticos al que nos han relegado al incumplir nuestro mandato expresado con claridad el 28 de abril pasado, exijamos al menos productos nuevos, más dúctiles, de mayor eficacia. Y sobre todo, recapacitemos sobre hasta cuándo vamos a estar dispuestos a estirar la paciencia. Nos dicen que no hemos aprobado, de acuerdo, pero suele ocurrir que cuando se suspende tantas veces, la culpa es de los profesores. ¿O no?
____________Baltasar Garzón es jurista.