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Un indicador para medir la incidencia de asesinatos machistas

Ansgar Seyfferth

España fue pionera al poner en marcha ya en el año 2003 un registro específico de mujeres víctimas mortales de violencia de género, considerando como tales a aquellas que fueran asesinadas por sus parejas o exparejas masculinas. Es una herramienta fundamental para medir la dimensión de esta lacra, evaluar cómo va la lucha contra ella y poder tomar decisiones en base a ello. No obstante, al menos en el debate público, donde la violencia machista ocupa un importante lugar, no se le saca todo el partido a esta valiosa fuente de información con ya más de 21 años de recorrido, públicamente accesible con desglose mensual, en la que a lo largo de los años se han ido incorporando otras variables de interés. Los datos de los asesinatos machistas aparecen a menudo en los medios de comunicación, pero generalmente de forma aislada, sin que queden claras cuestiones tan esenciales como si estamos consiguiendo reducir esta faceta más terrible del machismo. 

Como el primer paso para mejorar algo es medirlo, el objetivo de este artículo es proponer un indicador estadístico que nos dé una visión más clara, facilitando un seguimiento continuo (con actualización mensual) de la incidencia. Después usaremos este indicador para analizar de forma gráfica la evolución hasta la actualidad. 

No debe perderse de vista que este análisis cubre solo la parte más extrema de la violencia de género, ya que las víctimas mortales son una ínfima parte del total de víctimas –un total que es mucho más difícil de medir de manera fiable–. Las víctimas registradas en 2023 suponen el 0,17% de la población femenina de 14 o más años, a lo que se añade una presumiblemente enorme cifra oculta de casos no denunciados. Según la Encuesta Europea de Violencia de Género de 2022, se estimaba que de las mujeres residentes en España de 16 a 74 años que habían tenido pareja alguna vez, el 1,3% había sufrido violencia física (incluyendo amenazas) y/o sexual en la pareja en los últimos 12 meses y el 14% alguna vez en su vida. Incluyendo también la violencia psicológica, estas proporciones se elevan al 4,4% y al 29%, respectivamente.

Limitándonos de aquí en adelante a las víctimas mortales, empezaremos con una serie de consideraciones muy relevantes para el análisis –y en consecuencia también para la definición de nuestro indicador– que habitualmente se pasan por alto. En primer lugar, los números absolutos de asesinatos tal como vienen en la tabla solo son comparables entre sí sobre un espacio de tiempo en el que la población no ha variado mucho. Pero de igual modo que no pueden compararse los números de asesinatos de diferentes países sin tener en cuenta la población de cada uno, tampoco podemos comparar sin más los números de la actualidad con los del inicio de la serie histórica en 2003, cuando España tenía unos siete millones de habitantes menos.

Deben ponerse en relación con la población, tomándose en el caso concreto de la violencia de género habitualmente la femenina de 14 o más años, considerada la población potencialmente amenazada. Por tanto, hay que transformar los números absolutos en tasas de incidencia por cada millón de mujeres (siempre referido a las de 14 años o más), usando en cada mes el dato más reciente del tamaño de este segmento de población, que puede extraerse de la estadística continua de población. En la actualidad supera los 22 millones, casi un 19% más que los poco más de 18,5 millones de principios del 2003, un incremento ya demasiado importante para obviarlo comparando directamente los números absolutos de asesinatos. Las 71 víctimas de 2003 o las 72 de 2004 equivaldrían a 84 con la población actual.

De igual modo, al comparar los datos mensuales debe tenerse en cuenta la considerable variación de la duración de los meses, siendo los de 31 días un 11% más largos que un mes de febrero de 28 días. Una forma de hacerlo es pasarlos todos a “meses estandarizados” de una misma duración de 30 días, dividiendo los datos mensuales entre el número de días del correspondiente mes, para multiplicarlos a continuación por 30. En el caso de los datos anuales no es necesario este ajuste, ya que la variación de la duración –365 o 366 días– no llega al 0,3%.

Ahora bien, ni las diferencias en la duración de los meses ni el crecimiento de la población explican las enormes oscilaciones en los números mensuales que se observan en la tabla. Carecen de un patrón claro, hasta el punto de que a uno de los dos meses más negros de la serie histórica con 11 asesinatos machistas (diciembre de 2008) le siguió el único mes sin ninguno (enero de 2009). ¿A qué se debe? No parece muy plausible que el nivel de odio machista en la sociedad suba o baje bruscamente de un mes para otro, ni que las medidas de prevención y protección fallen estrepitosamente de forma generalizada en un mes, para funcionar a la perfección el siguiente o viceversa. 

Lo que ocurre es que, aparte de estos factores –que son los que nos interesan–, hay todo tipo de casualidades que pueden determinar si una mujer entra en la macabra estadística, y de ser así, en qué mes: el momento en el que por cualquier desencadenante el odio del agresor llega a su máxima cota, cuándo encuentra la ocasión para atacar a su víctima, si ella consigue escapar, si en el momento de la agresión un transeúnte acude en su ayuda, si una puñalada afecta un órgano vital o no, cuánto tarda en llegar la ambulancia, etc. Es decir, como en tantos otros fenómenos, interviene el azar, que a veces juega a nuestro favor y otras en contra, creando estas grandes variaciones, que dificultan la detección de patrones en nuestros datos. 

Entre 2010 y 2023, murieron más mujeres a manos de sus (ex)parejas que en todos los demás homicidios dolosos y asesinatos de mujeres por cualquier otro motivo juntos

La clave es que, acorde con las leyes de la estadística, la magnitud de las oscilaciones aleatorias tiende a disminuir en términos relativos conforme crecen los números. Los intervalos cortos como los meses, con sus números reducidos en términos estadísticos, son tan dominados por el azar que no tiene sentido pretender sacar conclusiones basadas en ellos, pero ampliando el horizonte temporal la cosa cambia. Los números anuales en la última columna de la tabla, por ejemplo, son mucho menos volátiles, variando siempre menos de un 30% hacia arriba o hacia abajo de un año a otro. En ellos sí se aprecia un patrón: a pesar del aumento de la población se intuye una tendencia a la baja, que analizaremos un poco más adelante.

De igual modo son más estables los números agregados para los doce meses del año en la última fila de la tabla (en cuya interpretación deben tenerse en cuenta las ya mencionadas diferencias de duración de los meses, y que hasta septiembre se trata de la suma de 22 años, mientras que a partir de octubre es la de 21). Comparar la incidencia de los diferentes meses del año (con los mencionados ajustes por población y duración) es de interés para averiguar si hay una variación estacional en la evolución temporal, es decir, si algunos meses son más peligrosos que otros. Y efectivamente, se detecta un aumento en verano que es estadísticamente significativo (lo cual quiere decir que muy probablemente no es una mera oscilación aleatoria, sino que refleja un aumento real del riesgo). Alcanza su pico en julio, mes en el que la incidencia supera en casi un 40% la de marzo/abril y de octubre/noviembre, que son los meses de menor incidencia, menor aún que en los meses de invierno. 

Por tanto, la serie temporal de los datos mensuales está condicionada tanto por unas fuertes oscilaciones aleatorias como por una componente estacional, lo cual dificulta el análisis de la tendencia, que es lo que más nos interesa. Una forma de abordarlo, sin renunciar a nuestro objetivo de llevar a cabo un seguimiento mensual, es tomar mensualmente la incidencia acumulada de los últimos 12 meses. Por ejemplo, una vez terminado el mes de septiembre, se toma la incidencia acumulada desde octubre del año anterior hasta septiembre, y una vez terminado octubre se actualiza con la incidencia acumulada desde noviembre del año pasado hasta octubre, etc. Si la incidencia acumulada sube o baja depende de si la incidencia del último mes es mayor o menor que la del mismo mes del año anterior.

Es un procedimiento habitual, usado también con otros indicadores estadísticos, que facilita el análisis de la tendencia. Y es que, por un lado, la ampliación del horizonte temporal reduce drásticamente las oscilaciones aleatorias de los datos mensuales, y, por otro lado, como cada periodo de referencia siempre incluye los 12 meses del año, se neutraliza la estacionalidad. Por ello, la incidencia acumulada de 12 meses por cada millón de mujeres es nuestro indicador propuesto. Proporciona además datos fácilmente interpretables, al ser equiparables a una incidencia anual, ya que el periodo de referencia –aunque no siempre empieza en enero y termina en diciembre como el año natural– siempre tiene una duración de un año. Por eso también podemos prescindir del ajuste por las diferentes duraciones de los meses.

Como se observa en el gráfico, que muestra la evolución del indicador, a pesar de las obvias variaciones aleatorias que aún persisten, la tendencia a la baja es clara, aunque dolorosamente lenta, con importantes repuntes. Con todo, el mayor pico de los últimos cinco años es de unos 3 asesinatos anuales por cada millón de mujeres, mientras que hasta 2011 estuvimos casi ininterrumpidamente por encima de este valor. La media de los últimos cinco años (de octubre de 2019 a septiembre de 2024, ambos inclusive) es de 2,3 por millón y año, frente a 3,5 en los primeros cinco años de la serie (de enero de 2003 a diciembre de 2007). Traducido en números absolutos sobre la población actual, supone 51 asesinatos anuales en lugar de 78, un tercio menos.

El indicador propuesto soluciona dos deficiencias del tratamiento habitual de los datos en los medios de comunicación. De cara al largo plazo, incluye la necesaria consideración de la evolución poblacional, frente al habitual uso de los números absolutos, que implica una subestimación drástica de la magnitud de la mejora a lo largo de la serie histórica. Y de cara al corto plazo, proporciona actualizaciones mensuales, siempre referidas a los últimos 12 meses, cuando habitualmente los datos solo se contabilizan por años naturales, de enero a diciembre, que en nuestro gráfico se corresponde con los valores en las líneas verticales.

Esta habitual limitación a los años naturales es innecesaria (ya que cualquier otro periodo de 12 meses es igual de válido) y dificulta el seguimiento continuo. Y es que a lo largo de todo el año 2024, por ejemplo, el último dato completo disponible es el de 2023, mientras que del año en curso se suele llevar la cuenta de víctimas mortales “en lo que va de año”, un indicador poco útil: depende de la fecha y está condicionado por la estacionalidad y particularmente en los primeros meses del año (cuando el periodo de referencia aún es corto) también por unas mayores variaciones aleatorias. Además, este protagonismo de los años naturales puede introducir distorsiones en nuestra percepción: una acumulación de muchos asesinatos a lo largo de los seis meses de octubre a marzo, por ejemplo, se reparte sobre dos cuentas anuales, por lo que llama menos la atención que el mismo número de asesinatos en seis meses pertenecientes a un mismo año natural, como por ejemplo de enero a junio.

Por todo ello, creo que la adaptación generalizada del indicador propuesto podría darle a la ciudadanía una visión más clara sobre la evolución de esta lacra que se resiste a desaparecer. Por otro lado, de forma complementaria a este enfoque, que mide el peso de los asesinatos machistas relativo a la población potencialmente amenazada, también es muy revelador medirlo en relación con la criminalidad en su conjunto que afecta a esta población. Las víctimas mortales de violencia de género de 2010 a 2023, que según nuestra tabla fueron 770, suponen el 57% del total de las 1.351 mujeres (de al menos 14 años, incluyendo las de edad desconocida) que en ese periodo fueran víctimas de homicidios dolosos/asesinatos consumados en España. Es decir, murieron más mujeres a manos de sus (ex)parejas masculinas que en todos los demás homicidios dolosos y asesinatos de mujeres por cualquier motivo juntos. La evidente conclusión es que no se puede hablar de seguridad ciudadana sin hablar de violencia de género.

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Ansgar Seyfferth es director para España de la empresa STAT-UP Statistical Consulting & Data Science Services, profesor de estadística y de gestión y visualización de datos, y colaborador de la Fundación Alternativas. Su cuenta de Twitter es @ASeyfferth.

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