Irán: ¡Ha muerto Raisi, viva Raisi!

El fallecimiento del presidente de la República Islámica de Irán, junto con el ministro de Asuntos Exteriores y otras personas, el pasado 19 de mayo en un accidente de helicóptero, ha vuelto a poner el foco mediático en este país, fascinante y desconcertante a partes iguales. Las primeras horas tras el incidente estuvieron cargadas de incertidumbre hasta la confirmación de las muertes, con especulaciones de un posible atentado, un accidente por motivos meteorológicos o un error humano, abriendo un nuevo capítulo en la historia de Irán. 

La maquinaria gubernamental se activó de inmediato. La Constitución iraní establece procedimientos claros para situaciones de emergencia. El vicepresidente, Mohamad Mokhbar, fue designado presidente interino y se anunciaron nuevas elecciones para el 28 de junio, cumpliendo el plazo de máximo 50 días para celebrarlas. Asimismo, el líder espiritual Khamenei se apresuró a asegurar que no habría disrupciones en la gobernabilidad del país.

La realidad es que el país está dirigido por una élite clerical y militar que, desde hace 45 años, lo ha sumido en una economía ineficaz, con una corrupción institucionalizada y un desprecio total por los derechos humanos, donde la represión es la única respuesta a las, cada vez mayores, demandas de libertad de su población, y cuyo único propósito es mantenerse en el poder, por todos los intereses económicos, políticos, militares acumulados a lo largo de estos años.

Se espera una abstención aún más alta que en las anteriores, como muestra de disconformidad de una población que realmente merece otro sistema político, laico, pacífico e igualitario

Son décadas de detenciones, torturas y ejecuciones de cualquier opositor a este sistema autoritario; de hecho, actualmente las cárceles iraníes están llenas de las personas que son cruciales para el futuro de la sociedad iraní: estudiantes, intelectuales, abogados, deportistas, trabajadores, incluso cantantes, etc., cuyo único crimen ha sido alzar la voz contra un régimen teocrático que vulnera los derechos humanos universales básicos.

Y la muerte de Raisi no supondrá cambios significativos en la estrategia de un régimen. El sistema político establecido tras la victoria de la Revolución de 1979 está formado por un complejo entramado de instituciones que funcionan como filtros y contrapesos, en cuyo vértice se encuentra el líder supremo, quien controla todos los ámbitos: política exterior, seguridad, la cuestión nuclear y los medios de comunicación, y ejerce de árbitro entre las diferentes facciones que se disputan el poder. 

Por otro lado, el presidente, elegido por sufragio universal cada cuatro años y cara visible del régimen, no es la máxima figura a la hora de tomar las decisiones. Es Khamenei, líder absoluto, cargo vitalicio, que, debido a su avanzada edad y estado de salud, su mandato parece próximo a su fin. En este escenario, toma relevancia la Asamblea de Expertos, compuesta por 88 clérigos y recién renovada en las elecciones del pasado febrero, encargada de elegir nuevo líder espiritual y supervisar e incluso removerle del cargo. 

Y Raisi no solo era un presidente ultraconservador, sino también el delfín de Khamenei, el candidato menos malo para sucederle como líder supremo, en ausencia de otro que asegurara la continuidad del régimen. 

¿Era un mirlo blanco? Lo cierto es que nunca gozó de gran popularidad. Su historial, marcado por su participación directa en las purgas y represiones desde 1988, le valió el nefasto apodo de “carnicero de Teherán”. Su ascenso a lo largo de los años se ha debido sobre todo a su absoluto posicionamiento con la línea más dura del gobierno y con Khamenei. Su muerte se celebró tanto en las calles de Irán como entre la diáspora, a pesar de que estos actos pueden ser motivo de arresto y de persecución en Irán. En definitiva, Raisi no era muy apreciado entre la población, descontento reflejado en la alta abstención de las elecciones presidenciales de 2021, a pesar de haber sido adaptadas para asegurar su elección, mediante el cribaje de los candidatos por parte del Consejo de Guardianes, otra pieza clave en el complejo entramado institucional iraní.

La rapidez con que se ha querido mostrar continuidad, así como el gran despliegue para celebrar unos funerales de estado fastuosos, son indicadores de la consciencia por parte del régimen de su enorme pérdida de legitimidad agravada sobre todo desde la muerte de Mahsa Amini en septiembre de 2022. De hecho, ocurrió bajo la presidencia de Raisi, al que no le tembló el pulso a la hora de reprimir duramente las protestas, con un saldo de más de 600 personas muertas durante los enfrentamientos, decenas de miles detenidas sin garantías legales y siete ejecutadas, solo por haberse manifestado. Desde entonces, la represión contra las mujeres se ha acentuado, así como el uso de la pena de muerte como arma política para infundir miedo entre la sociedad y mostrar fuerza de cara a la comunidad internacional.

Lo cierto es que el régimen cuenta con una estructura y fórmulas institucionales que le permiten seguir aferrado al poder y mantener la estabilidad, tanto en política interna como exterior, donde tampoco se producirán cambios en su estrategia regional, en un escenario geopolítico volátil.

Las elecciones no supondrán más que un mero trámite para salvar las formas. Se espera una abstención aún más alta que en las anteriores, como muestra de disconformidad de una población que realmente merece otro sistema político, laico, pacífico e igualitario.

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