Plaza Pública
Lecciones afganas
I. El final de la guerra de Afganistán ha supuesto una derrota sin paliativos de los EEUU y sus aliados de la OTAN. Por otra parte, la forma en que se produjo la evacuación resultó una chapuza digna de mejor causa. En realidad, no es un fenómeno muy novedoso, pues los norteamericanos nos tienen acostumbrados a meterse en conflictos cual elefante en una cacharrería, de los que suelen salir con innumerables destrozos. Se podría decir que los EEUU, a partir de la IIª Guerra Mundial, han perdido casi todos los conflictos bélicos en los que, de alguna manera, han estado involucrados: China, Corea, Vietnam, Cuba, Siria, Irán, Afganistán.
Digo “casi todos” porque quizá en los Balcanes obtuvo algún resultado, bastante discutible por cierto. Eso sí, es lugar común argüir que fue el triunfador de la conocida como “guerra fría”, lo que no deja de ser un eufemismo pues las guerras con armas o son calientes o no lo son. Dicha “guerra” la perdió la URSS por su mala cabeza y no se disparó un solo tiro entre los contendientes. Por el camino, lo que llamamos Occidente, con EEUU al frente, perdió China, toda Indochina, Cuba y se produjo el proceso de descolonización. La mayoría de los antiguos países del Este acabaron en la Unión Europea y solo algunos en la OTAN. Una OTAN, por cierto, que deberá ser repensada de arriba abajo si quiere recobrarse de la “muerte cerebral” de la que habló el presidente Macron.
II. El último episodio afgano deja por el camino varias lecciones que por sabidas no es ocioso recordar. Por lo menos desde las guerras napoleónicas, y aun antes con las de los Austrias “españoles” en los Países Bajos, ha quedado suficientemente acreditado que las “revoluciones o las reacciones” no se exportan, pues aunque de momento se impongan por la fuerza, no suelen durar en el tiempo. Sin ir más lejos, en época reciente se acabó con dictadores como Sadam Hussein en Irak, Gadafi en Libia, y se ha intentado con el sirio Bashar el Asad, una tarea que siempre aparece como profiláctica. Sin embargo, según cómo y en qué condiciones se haga, puede terminar como el rosario de la aurora, es decir, en interminables guerras civiles. Por lo tanto, no parece adecuado intervenir militarmente en otro país –incluso para derrocar dictadores– cuando no se tiene una alternativa mejor, sustentada en sólidos apoyos sociales en la nación concernida. Lo que no es un obstáculo para que no se puedan utilizar otros instrumentos de presión con la finalidad de acabar con los susodichos dictadores.
En Afganistán, no se daban esas condiciones. Después de 20 años de ocupación, de guerra, la pérdida de decenas de miles de personas e ingentes cantidades de dinero, los talibanes se han hecho con el poder sin práctica resistencia. La realidad es que Trump, en acto irresponsable, les regaló el poder cuando pactó con ellos que las tropas americanas se retirarían totalmente el 30 de septiembre. ¿Fue consultada la OTAN sobre esa arriesgada decisión? La certeza es que la Alianza ha actuado de mera comparsa, pues la determinación de largarse del país, dejando a las “nativas” a merced de los talibanes y la forma de hacerlo –control del aeropuerto, inexistencia de pasillos de seguridad, etc– ha sido en exclusiva de los EEUU. Y ahora, para colmo, la administración Biden firma un acuerdo militar con Gran Bretaña y Australia frente a China y le da una puñalada por la espalda a Francia y a la Unión Europea con la cancelación del megacontrato de los submarinos. Se podría traer a colación la famosa frase que le espetó Marco Tulio Cicerón a Catilina, ¿quousque tándem abutere, EEUU, patientia nostra? (¿hasta cuándo abusarás, EEUU, de nuestra paciencia?).
III.No es sensato ni sostenible en el tiempo que una Unión Europea de 450 millones de habitantes, la más poblada después de China e India, con un mercado y una moneda única, primera potencia económica y comercial del mundo dependa, en temas estratégicos de seguridad y defensa, de otra potencia que tiene sus propios intereses, no siempre coincidentes con los europeos. En esos temas hay que ser aliados de EEUU, pero no sus satélites. La autonomía estratégica de la Unión es un objetivo urgente, como sostienen dirigentes políticos de diferentes partidos como Borrell, Von der Leyen, Macron o Merkel. ¿Qué pensar cuando una persona tan prudente como la aún canciller alemana afirmó que los EEUU ya no eran creíbles? A la tesis de la autonomía estratégica se oponen tres tipos de motivos: que aumentarían los gastos en defensa, que debilitaría a la OTAN y que no hay unanimidad entre los europeos.
Respecto a la primera cuestión, conviene argumentar que la suma de los gastos en defensa de los países de la UE alcanza la bonita suma de más de 230 mil millones de euros, e incluso supera con creces dicha cifra si añadimos a Gran Bretaña. Es decir, el guarismo más abultado del planeta después de los EEUU, algo superior al gasto chino y casi cuatro veces más que el de Rusia. La cuestión no es, por lo tanto, que gastemos poco en defensa, sino que lo gastamos rematadamente mal, en orden disperso, con 27 pequeños o medianos ejércitos que formarían una fuerza considerable si se organizaran y actuaran conjuntamente.
La segunda objeción es que unas FF.AA. europeas debilitarían a la OTAN. Realmente es un argumento absurdo, salvo que lo que se pretenda decir es que aflojaría el control de EEUU sobre la Alianza Atlántica. Lo que sucedería es que el “brazo” europeo sería más fuerte, habría un mayor equilibrio entre las partes y los EE.UU. no tendrían que gastar tanto. ¿No es eso lo que desean o estoy equivocado? La autonomía de la UE y el nuevo concepto estratégico de la OTAN podrían ser complementarios, siempre y cuando esta última no pretenda pasar a ser una especie de gendarme mundial frente a China, como antaño ante la URSS, al mando de EE.UU. Esperemos que no sea esto lo que salga de la próxima conferencia de Madrid.
IV. IV.Es evidente que no hay consenso, ni unánime voluntad política de avanzar con decisión hacia una defensa común de la Unión. Los “atlantistas” irrestrictos y miopes abundan en Europa por diferentes motivos. No hay más que observar la posición política de gobiernos como los de Dinamarca, los bálticos, los antiguos del Este o de algún expresidente español del PP. Ahora bien, si tenemos que esperar a que todas las naciones de la Unión se pongan de acuerdo en este trascendental asunto, jamás alcanzaremos la pregonada “autonomía estratégica”, es decir, la independencia. Por ese camino de la unanimidad tampoco habríamos conseguido el euro, etc. Precisamente, para superar este obstáculo se arbitró en el Tratado de Lisboa la llamada “cooperación estructurada permanente”, lo que supondría una manera concreta de iniciar el camino hacia una política de defensa común entre los países dispuestos a hacerlo.
Lógicamente, Francia, Alemania, Italia y España serían imprescindibles en este empeño, pues entre los cuatro suman más de 150 mil millones de euros en defensa, lo que no está mal para empezar. No se trata, desde luego, de que con esta operación vayan a desaparecer los “ejércitos nacionales”, sino de que un grupo de naciones empiecen a poner en común los medios, capacidades, doctrina e industria lo suficientemente potentes como para servir de elemento disuasor y poder intervenir con eficacia donde los intereses de la Unión estén comprometidos.
En mi opinión, el problema no está en el tema del gasto, en la debilitación de la OTAN o de que no haya unanimidad entre europeos. La cuestión radica en que la seguridad y la defensa son una parte de la estrategia de la política exterior y de seguridad común. Y es esta política la que la UE debe diseñar con total autonomía y claridad, pues sin ella no hay política de defensa común que valga. A veces se olvida que la Unión es, en cierto sentido, una alianza de defensa mutua a tenor del art. 42.7 del Tratado de Lisboa, al señalar que cuando un Estado miembro es agredido los demás le deben ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance. Pero esto no puede quedar en un papel. Es pues en este terreno de la seguridad y la defensa donde la Unión tiene que dar un paso hacia adelante, al servicio de una política exterior común. Porque en este proceloso mundo de actores globales y múltiples amenazas no puede continuar siendo un sujeto político global inerme, dependiendo de otras potencias que ya no son creíbles.
Afganistán y el óxido que nos invade
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Después de la presidencia de Trump –que podría repetirse con él o con otro–, y de la experiencia de Afganistán, el que no abra los ojos y comprenda que tenemos que construir nuestra propia defensa es que está irremediablemente ciego.
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Nicolás Sartorius preside el Consejo Asesor de la Fundación Alternativas y es autor, entre otros ensayos, del 'La Nueva Anormalidad' (Espasa).