Hay días en que, si puedes, es mejor quedarte en la cama. Si la tienes. Lo de fuera da miedo. Escuece. Hasta te restriegas los ojos porque a ratos dudas de que lo que estás viendo sea cierto. Lo mismo pasa con lo que oyes. No son los ruidos de los autos o los tranvías que atruenan la calle. Ni los que provocan el martillo neumático o las excavadoras para renovar el alcantarillado que llevaba ahí desde el tiempo de los romanos. Son los ruidos de la mentira lo que escuchas. Se meten en tu cerebro y acaban perforando malamente el entendimiento. Y acabas no sólo prestando atención a esas mentiras sino lo que es peor: aceptándolas.
Resulta imposible gestionar tanta doblez, las dimensiones inabarcables del cinismo. Se inventan lo que dicen aunque sepan que la verdad y lo que dicen viven permanentemente a puñetazo limpio. La prensa que escribe y habla desde las alcantarillas es el oráculo donde beben para llenar de mierda la realidad de lo que nos pasa. Se inventan todo: también lo que nos pasa. Es la estrategia de los fascismos: la sencillez de su discurso y repetir hasta la extenuación la falsedad de lo que dicen. Lo que atacan de los otros no sirve para ellos.
El negocio sucio de las mascarillas que se abre con el caso Koldo no es el mismo que el del hermano de Díaz Ayuso o los amigos de Martínez-Almeida. Los voceros de las derechas repiten ese mantra hasta la saciedad, hasta que ya no puedes más y apagas la luz del mundo, como cantaban Los Gritos cuando yo era joven. La justicia dijo una vez que el PP era una banda criminal y ahora resulta que la banda criminal somos todos menos quienes han convertido ese partido en un apestoso estercolero.
Cuando veo o escucho a ese mirlo blanco, que según dicen era Borja Sémper, siento cómo las tripas me hacen gluglú, como si me hubiera sentado mal la comida del mediodía o de la cena. Y qué hacemos con Aznar, ese personaje que todavía hoy sigue siendo el jefe de la banda y, para más indignidad y desvergüenza, sigue burlándose de las víctimas del 11M repitiendo como un lorito que algo tuvo que ver ETA en el atentado que aquella mañana de hace ahora veinte años acabó con la vida de 193 personas y dejó heridas a otras 1875. Un atentado cuya memoria ha regresado estos días para que las víctimas no caigan en el saco del olvido.
Porque ya sabemos lo que es el olvido, lo fácil que tanta circunstancia adversa nos lo pone para que la memoria se nos convierta en un grumo seco, como se quedan secos los higos tendidos en los cañizos del verano. Lo que dice Raymond Carver en un poema: “Pero todo cae en el olvido, casi todo…”. Casi todo. No todo. Por eso, nada de dormirnos en la placidez tramposa del olvido. Siempre habrá un agujero por donde se cuelen los recuerdos, por donde la memoria se haga grande en su recorrido, incluso por los arrabales más escondidos de nuestras vidas y de la propia historia.
Es la estrategia de los fascismos: la sencillez de su discurso y repetir hasta la extenuación la falsedad de lo que dicen
Tampoco las derechas olvidan. Lo que hacen es acomodar las vidas y la historia a su antojo y a sus intereses. Retuercen la verdad hasta que de ella no quedan ni los huesos. Miras lo que escriben en sus mensajes por las redes (yo no me muevo ahí, pero me llegan) y te entran ganas de convertirte en guerrillero de las galaxias. La bajeza moral. Esa vileza que no encuentra límites cuando sueltan por sus bocas tanta insidia contra quienes no pensamos como ellos.
En el lenguaje bucanero que los caracteriza somos sus enemigos. “Enemigos”, de la patria o de lo que sea: una de las palabras que más se afanan en repetir como si vivir tuviera que ser necesariamente un campo de batalla. Si hubieran leído a Bertolt Brecht: “Quien habla del enemigo / él mismo es enemigo”. Somos en sus soflamas patrióticas rompedores de España, militantes de una dictadura atroz y no parte de una ciudadanía democrática. Y lo dicen quienes siguen llevando a Franco bajo palio. Ya está bien de blanquear al PP frente a Vox en este y otros asuntos: ninguna diferencia entre uno y otro.
Miren, si no, cómo su mayoría parlamentaria en las Corts Valencianes ha acordado retirar el nombre de Guillem Agulló del galardón que la institución concede a personas o entidades que se hayan distinguido en la lucha contra los delitos de odio. Guillem era un joven militante antifascista e independentista de dieciocho años que, en Montanejos, un pueblo de la provincia de Castellón, fue asesinado por un nazi en abril de 1993. Y para más vergüenza: el nazi asesino de Guillem, llamado Pedro Cuevas, se presentó a las elecciones municipales de 2007 en Chiva -un pueblo cerca de València- bajo las siglas de la fascista Alianza Nacional. Para los dos partidos el antifascismo es como un delito que hay que pagar en esta democracia. Para los dos partidos, digo. Para los dos partidos. No sólo para Vox.
Será la de ahora una legislatura difícil, incluso a ratos la veremos a lo mejor en la cuerda floja. Las intentonas de las derechas, sus apoyos mediáticos y de la judicatura para tumbar incluso el orden constitucional no van a parar. Lo están intentando todo. Por eso regreso en esto que escribo a lo que me resulta más difícil de gestionar: la vocación enfermiza por la mentira que el PP y Vox alimentan con una frialdad y un cinismo que aterran.
Leo en infoLibre lo que acaba de decir Núñez Feijóo en Córdoba: Pedro Sánchez llegó al poder “con la mentira y la corrupción”. Precisamente lo dice quien está al mando de un partido que es la corrupción misma, que tiene o ha pasado por la cárcel, condenada por corrupción, una buena parte de su nómina de responsables institucionales y orgánicos. La maquinaria mediática a su favor no dará tregua en lo que dure la legislatura. El aliento facha va a atufar el aire que respiramos.
Por eso, aunque hay días en que te cuesta levantarte de la cama porque ya no puedes más con tanta desvergüenza y tanto cinismo, lo haces y te acuerdas de aquella mañana trágica del 11 de marzo de 2004. Y te vas con la memoria más atrás, hasta aquel joven Guillem de cuyo asesinato por la cuchillada de un nazi el 11 de abril de 1993 pronto se cumplirán treinta y un años.
Así compruebas, una vez más, que las soflamas incendiariamente apocalípticas de las derechas te llevan a los miedos de cuando eras poco más que un crío y no sabías lo que eran y cómo actuaban los fascismos. Y cuando ves las mentiras convertidas en verdades universales por el PP y Vox y cómo los dos partidos, en las Corts Valencianes, han retirado el nombre de Guillem Agulló de un premio destinado a valorar el trabajo llevado a cabo por personas o entidades contra los delitos de odio, te entran ganas de escribir que el PP, Vox y una buena parte de la judicatura consideran un delito ser antifascista. Y lo escribes.
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Alfons Cervera es escritor. Acaba de publicar nueva novela, 'El boxeador', editada por Piel de Zapa.
Hay días en que, si puedes, es mejor quedarte en la cama. Si la tienes. Lo de fuera da miedo. Escuece. Hasta te restriegas los ojos porque a ratos dudas de que lo que estás viendo sea cierto. Lo mismo pasa con lo que oyes. No son los ruidos de los autos o los tranvías que atruenan la calle. Ni los que provocan el martillo neumático o las excavadoras para renovar el alcantarillado que llevaba ahí desde el tiempo de los romanos. Son los ruidos de la mentira lo que escuchas. Se meten en tu cerebro y acaban perforando malamente el entendimiento. Y acabas no sólo prestando atención a esas mentiras sino lo que es peor: aceptándolas.