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Plaza Pública

El regreso de Aznar

Antonio Campuzano

José María Aznar se siente "esponjado". Tal y como se definió a sí mismo y a su estado de ánimo, tras la comparecencia del ex presidente en la Comisión de Investigación de la financiación irregular de PP, y otras manifestaciones más recientes de incontestable apoyo a la más preclara animadversión a cuento, contribuya a su versión sobre los modos de gobierno, amén de sus animadversiones a la izquierda ideológica en cualesquiera de sus versiones.

Para Aznar ha desaparecido la contención que suponía el presidente Rajoy, cuyo sentido de servicio público acompañaba siempre su labor de gobierno, alejado siempre también de los mesianismos que iluminaron a Aznar. La labor colaboradora, casi ancilar, de Soraya Sáenz de Santamaría, hacía del cumplimiento de la ley y la generación del derecho como elemento cohesionador de la acción de gobierno, una argamasa de leyes y reglamentos, definitoria de los ejecutivos presididos por Rajoy. Aznar era/es otra cosa. Lo suyo es el trazo grueso, nada de andar de puntillas. Desaparecido el político gallego y su leal colaboradora de la escena pública, Aznar aparece siempre que puede como el principal mentor de Pablo Casado, hasta parecer su designado en esta hora crucial de la integridad de España, según su peculiar manera de entender la realidad política española, siempre al borde del drama de la explosión nacionalista.

Como ocurriera con el tratamiento del nacionalismo vasco y su manifestación más violenta, como lo fue ETA. Quince años han transcurrido de la cumbre de las Azores, en la isla Terceira, del archipiélago portugués, base aérea de Lajes, inmediatamente previa a la declaración de guerra a Irak. Catorce años han pasado desde su decisión de no acudir a la reelección a los comicios de 2004, cuyos resultados distaron tanto de los deseos de Aznar. Ni ganó su designado, ni pudo resultar peor el escenario surgido tras los atentados del 11-M, siempre unidos a la sospecha de operación de castigo del islamismo radical como consecuencia de la decisión de apoyo de España contra Irak. Sin separación posible, por supuesto, de las críticas que siempre acompañarán al reaparecido como autor principal de la grosera manipulación del atentado que costó decenas de muertos.

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Con solvencia económica acreditada a través de sus ingresos como ex mandatario, y pertenencia a distintos órganos de gobierno de empresas, amén de conferencias y foros, Aznar apenas cuenta con encuentros con el resto de integrantes de la foto de las Azores tras aquella inmortalización de imagen. Siendo que resultó el último en reconocer, de los cuatro, la inexistencia de las armas de destrucción masiva, se le conoce solo una visita al rancho texano de George W. Bush, en esta ocasión para agradecer el retrato perpetrado por el americano recién estrenada su afición por la pintura. Así pues, aquel contacto fundamental con el momento histórico que provocaría la decisión de la guerra no devino en continuidad en la relación entre sus protagonistas.

Aznar, por tanto, experimentó un corte abisal con el paladeo de la política nacional e internacional, lo que, al decir de sus conocedores, provocó y siguen haciéndolo un resquemor con sabor a objeto de injusticia, rumiado y metabolizado con muy escasa voluntad. Se podría hablar, por tanto, que la ocasión brindada por la forzada y sorprendente volatilización política de Rajoy, acompañada de la complementaria de Soraya Sáenz de Santamaría, pudiera ser aprovechada por Aznar para instigar, primero con la exhibición vicaria de Pablo Casado, si cuaja la liberación judicial del máster, la implantación de sus modos de oposición, delatores de su pertinacia hostil hasta aborrecer al adversario, con encharcamientos de los espacios públicos de incivilidad y abominación. Sus apariciones parecen estar conectadas entre sí. Solo falta saber si son apoyaturas para el ofrecimiento de un mejor perfil de Casado, o si responden a más largos alcances.

Su primer cartel electoral data de 1989, el último de 2000. Desde 2004, año de abandono de la responsabilidad de gobierno, han transcurrido 14 años de intermitencias, muchas veces interpretadas como tomas de temperatura que siempre fueron enfriadas por el formato ejecutivo tan peculiar de Rajoy, claramente contrariado por las formas y modelos de quien irradiara un incontestable liderazgo de la derecha española. Con tiempo en el poder o en sus inmediaciones tan mensurable como el de Cánovas del Castillo, Canalejas, Maura o Eduardo Dato, alrededor de treinta años, hace todo lo posible por abarcar su influencia en la última generación conservadora. Se atreve en la intimidad con esa comparativa. Su rostro impenetrable, tras la comparecencia en la comisión de irregularidades en la financiación PP, abona lo dicho por Yasmina Reza, en Felices los felices: "El tiempo modifica también el alma de los rostros".

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