Del silencio, la apatía y la complicidad del homo obediens

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Fernando Rovetta Klyver

El s.XX tuvo dos caras: una oscura, que Luigi Ferrojoli llama nueva Guerra de 30 años (1914-45), incluyendo la Guerra Civil española y un Holocausto; otra luminosa, con la creación de la ONU (1945). En este primer cuarto del s. XXI ese sistema de convivencia –basado en normas que garanticen los derechos humanos– está amenazado,  principalmente por los responsables del genocidio que impunemente se está perpetrando en Gaza y que amenaza regionalizarse. Desde su irregular creación en 1948, Israel viene incumpliendo 78 resoluciones de la ONU, amparado por 46 vetos de los EEUU en el Consejo de Seguridad. 

Cuando tomamos conciencia de lo que significó Auschwitz, suele surgir la pregunta: ¿Cómo es posible que un pueblo como el alemán lo tolerara? Teniendo en su historia a Kant, Bach o Goethe, siendo uno de los dos pilares de la Unión Europea, ¿no  podía haber advertido que estaba creando un nuevo tipo de delito de lesa humanidad? 

Alemania habría experimentado –según el jurista J.A. Martín Pallín– dos modos de exterminar a los judíos: los ghettos y los campos de exterminio. Después del  alzamiento del Guetto de Varsovia (18/01/1943), Hitler aceptó como “solución” la  propuesta de Himmler, que en 1940 había visitado España y conocido la eficacia  demoledora de más de 300 campos de exterminio. 

En la actualidad, la mitad de los judíos, los que se identifican con el sionismo, perpetran un genocidio, que es la síntesis entre los dos modos de exterminio nazi. En unos guettos móviles, agrupan a la población de Gaza: 2.200.000 en una franja no mayor que la isla de La Gomera, y allí les arrojaron 70.000 toneladas de bombas, más de las que se emplearon contra UK, Hiroshima, Nagasaki y Dresde. No emplean armamento nuclear para aniquilarlos por la proximidad con Jerusalem o Tel Aviv. Se priva a los palestinos de agua, alimentos, medicamentos, servicios sanitarios o de higiene y se los condena a desplazarse entre ruinas, cadáveres mutilados y en descomposición.  

Según la prestigiosa revista británica The Lancet, entre las víctimas de bombas y quienes mueren por hambre, infecciones o enfermedades curables, las víctimas  mortales ascendían hace dos meses a más de 186.000 personas, principalmente mujeres y niños. En Gaza las bombas destruyeron casi la totalidad de hospitales, viviendas,  universidades y escuelas. La UNRWA, agencia de la ONU para Palestina, ha visto bombardear sus 300 escuelas, algunas de las cuales hasta en cinco ocasiones. No obstante, muchas madres con sus niños las adoptan como refugios porque no hay otros. 

Cruzando estos datos hay quienes comparan a Netanyahu no sólo con el genocida Hitler, sino también con el infanticida Herodes. 

Salvo escasas excepciones, tan nobles como la del historiador judío Illan Pappé, quien reconoce que los palestinos tienen derecho a su tierra y al retorno, la ciudadanía judía de Israel está identificada con el sionismo. Ésta no sólo no cuestiona la masacre  de palestinos, sino que organiza viajes de crucero con sus niños para ver, desde el  Mediterráneo, el exterminio y planea el asentamiento de nuevas colonias. Los soldados se hacen selfies sobre las ruinas y graban torturas de sus prisioneros. 

Los campos de exterminio de Alemania, como luego hubo en Argentina y otros países del Sur, estaban ocultos, camuflados. En el caso del genocidio sionista de palestinos se ha convertido en espectáculo mediático. Desde la lucha de Beccaría por humanizar el derecho penal (1764), reivindicando una proporcionalidad entre delito y pena, sin añadir a ésta la humillación premoderna del penado, se habría dado un golpe  de péndulo. Günther Jakobs, jurista alemán, con su teoría del “derecho penal del enemigo” (2003) pasó de describir el maltrato que se aplicaba a los prisioneros en países poco garantistas, a prescribirlo como necesario. Así tuvimos la tortura permanente convertida en espectáculo en las cárceles de Guantánamo y Abu Ghraib, tras la caída –de dudosa autoría– del World Trade Center. Para Jakobs, este tratamiento no solo debe aplicarse a los terroristas, sino también a aquellos que no se muestren obedientes con lo que determine el Leviatán. 

No sólo se trata de crímenes de guerra sistemáticos y sostenidos: son crímenes de lesa humanidad, es decir: actos que atentan contra la dignidad y la condición humana de quienes habitamos el planeta. Este genocidio actúa como el conocido “efecto mariposa”,  como las ondas expansivas que provoca una piedra sobre una laguna calma. Está destruyendo físicamente a las personas en Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria y Yemen, y jurídicamente, al derecho internacional, a la vez que convierte en cómplices a los  buenos, degradados moralmente por su indiferencia. 

Los campos de exterminio de Alemania, como luego hubo en Argentina y otros países del Sur, estaban ocultos, camuflados. En el caso del genocidio sionista de palestinos se ha convertido en espectáculo mediático

Si bien cuantitativamente la Shoa fue peor, el actual genocidio cualitativamente  es más grave. Entonces el delito no estaba tipificado, ahora lo está. Aquel Holocausto era algo oculto, éste –si bien mata a periodistas al extremo que nadie usa el distintivo “Press”– se difunde por las redes. En este caso, algunos descendientes de aquellas víctimas se han convertido en victimarios. Por último, aquel nacionalismo racista fundamentalista no pretendió cubrirse con una pátina de mandato divino, éste sí. Acusan de antisemitas a quienes cuestionamos el sionismo cuando Sem, primogénito de Noé, es el ancestro común de hebreos y árabes. 

La antropóloga argentina de origen judío Rita Segato (UB RUxP), tras reivindicar la desobediencia de judíos como Spinoza, Marx, Freud o el mismo Einstein, decía  recientemente: “palestinos somos todos”. El presidente colombiano Gustavo Petro en la última Asamblea de la ONU, concluyó: “Cuando muera Gaza, morirá la humanidad”. 

En consecuencia, rompió relaciones diplomáticas y comerciales con Israel. 

Involución humana: del homo sapiens-sapiens al homo videns-obediens 

Giovani Sartori advertía en 1997 que el homo videns, que ve la realidad –con  frecuencia distorsionada– a través de la TV (o las fakes news, añadimos), está menos  evolucionado que el homo sapiens-sapiens, porque ha abdicado de su capacidad de juicio y de la civilización de la escritura. Israel está proponiendo descender otro escalón en la involución, o en el proceso de (des)humanización, con un homo videns-obediens. 

Cuando Adolf Eichmann –lugarteniente de Hitler– fue secuestrado por el Mossad en Buenos Aires y sometido a juicio en Jerusalem, se defendió diciendo que obedecía  órdenes. Hannah Arendt –que hacía de reportera para el New Yorker–, viendo la mediocridad del genocida, lanzó su conocida tesis de la “banalidad del mal”. Conforme  a ella, cualquier persona –que no ejerciera su capacidad de juicio– en el puesto de Eichmann, se habría convertido en genocida. Esta estremecedora conclusión quedó parcialmente ratificada por el conocido experimento de Stanley Milgram. Se hizo creer que se investigaba la memoria, cuando en realidad el objeto de estudio era la  obediencia. Quienes hacían de profesores sancionaban con descargas eléctricas –de 10 a 400 voltios– a sus alumnos ante cada respuesta incorrecta. De hecho, estos últimos eran actores y fingían sufrir descargas inexistentes, pero quienes iban bajando los interruptores no lo sabían. Dos tercios de estos sumisos profesores llegó a aplicar “descargas mortales”, simplemente por obedecer órdenes. 

La obediencia es un hábito relativo, será una virtud cuando suponga acatar órdenes justas y razonables, previo a haberlas identificado como tales. Pero se ha convertido en un vicio frecuente porque supone la sumisión a órdenes injustas, incluso absurdas. Sófocles nos presenta la heroica desobediencia de Antígona frente a las leyes de Creonte, conforme a las cuales ella debía dejar a su hermano muerto sin sepultura. Por el contrario, Hobbes, el teórico del pensamiento político angloamericano, exige al ciudadano una total sumisión a las órdenes del Leviatán, admitiendo la legitimidad de dudar para el caso en que éstas supongan que dé muerte a su padre. Es el modelo del  patriarcado –en su radicalidad más destructiva– el que pretende legitimar el genocidio. 

Urge recuperar el pensamiento crítico y liberador para decir “No” a tanta  barbarie. Albert Camus sostiene: “El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es”. Frente a esta pulsión de muerte que está destruyendo la humanidad cabe rebelarse y negar tal negación: "¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”. La solución está declinada en masculino, aunque las referencias míticas de la tragedia  griega o la del Genesis, con Eva, remiten a la mujer; como subraya Gioconda Belli en su  novela: El infinito en la palma de la mano

Regresando a nuestra tragedia cotidiana y televisada: no hay un mínimo de vergüenza o pudor cuando se extermina a los palestinos, convirtiendo en cómplices a  los espectadores indolentes. Se perpetra simultáneamente un genocidio físico contra los palestinos y un genocidio moral contra quienes, siendo testigos del genocidio, callan

Y todavía habría un tercer modo de geno(sui)cidio espiritual de los mismos sionistas respecto al futuro, están destruyéndose como personas dignas de respeto. Nuestra  defensa es denunciar al modo de Emile Solá (1898) en el caso Dreyfuss, un “J´acusse…”,  traducido en un: ¡Nosotros acusamos! 

Acusamos a Netanyahu, a sus ministros y a los sionistas de estar perpetrando un genocidio en Palestina, regionalizando el conflicto. Acusamos junto a la Corte Penal Internacional, los gobiernos de Sudáfrica y Colombia, la ONU y Francesca Albanese. 

Acusamos también a los gobiernos de los EEUU por su incondicional apoyo económico, armamentístico y político al genocidio que perpetra Israel. Aun cuando esto  suponga cuestionar y debilitar a las ONU y sus Agencias, comenzando por la UNRWA. 

Acusamos a los líderes de la UE de mantener una política de doble rasero, aplicando duras y sostenidas sanciones contra la ilegal invasión rusa a Ucrania, y no aplicar sanción alguna a Israel. Es más, se le premia invitándolo a participar en eventos culturales como Eurovisión, las Olimpíadas, carreras ciclísticas o espectáculos teatrales; mientras continúa con la compra y venta de armas con Israel.

Acusamos al complejo militar-industrial de EEUU y a empresas de armas como  Elbit-System, Nammo y Rheinmetal, contra esta última presentamos una denuncia en la Audiencia Nacional. Acusamos también a la “Banca Armada” –según el informe del  Centrè Delás– como los bancos Santander, BBVA y Caixa por financiar la destrucción de Gaza y, finalmente, a las empresas que participan en la construcción de asentamientos  ilegales israelíes. 

En estas fechas previas a la Navidad, consideramos impostergable un alto del  fuego inmediato y duradero en todos los frentes, pero principalmente en Palestina. El  sistema de la ONU está siendo cuestionado; la humanidad involuciona hacia un homo  videns-obediens acrítico, autómata, indiferente. Es hora de reaccionar, todavía  podemos hacerlo. Hagámoslo por nuestros hijos y nietos, paremos la barbarie,  recuperemos la cordura y la capacidad de desobediencia frente al armamentismo, a las guerras y al genocidio.

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Fernando Rovetta Klyver es profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha.

El s.XX tuvo dos caras: una oscura, que Luigi Ferrojoli llama nueva Guerra de 30 años (1914-45), incluyendo la Guerra Civil española y un Holocausto; otra luminosa, con la creación de la ONU (1945). En este primer cuarto del s. XXI ese sistema de convivencia –basado en normas que garanticen los derechos humanos– está amenazado,  principalmente por los responsables del genocidio que impunemente se está perpetrando en Gaza y que amenaza regionalizarse. Desde su irregular creación en 1948, Israel viene incumpliendo 78 resoluciones de la ONU, amparado por 46 vetos de los EEUU en el Consejo de Seguridad. 

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