A la sombra de Joe Biden (con permiso de Lyndon Johnson)
Existen algunos paralelismos entre el mandato del trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América, Lyndon Baines Johnson, y el actual inquilino de la Casa Blanca, Joseph ‘Joe’ Robinette Biden. Ambos llegaron a la presidencia a la sombra de líderes igual de mediáticos y populares como ineficaces (Kennedy y Obama). Ambos consiguieron, a pesar de sus perfiles poco atractivos, niveles de votos muy consistentes. En su reelección —que en realidad fue elección, pues su llegada a la presidencia fue desde la vicepresidencia tras el asesinato de JFK—, Lyndon Johnson obtuvo el porcentaje de votos más alto de unas presidenciales (61,1%), aún hoy no superado por ningún presidente electo. Joe Biden, por su parte, obtuvo una cifra récord de 81 millones de votos en las presidenciales más participadas de la historia de EUA.
En los dos casos, sus candidaturas estaban avaladas por la solvencia, por una dilatada carrera política, con un importante papel dentro del staff demócrata, y por haber sido, en ambos casos, Vicepresidentes. No obstante, no destacaban, a priori, por su atractivo electoral, y no eran precisamente candidatos que despertaran un gran entusiasmo.
Sus espectaculares victorias electorales solamente se explican por un momento de crisis nacional, únicamente comparable con la existente tras la Guerra Civil y el asesinato de Lincoln, en las que se necesitaba un regeneracionismo democrático profundo.
Con sus luces y sus sombras, es posible que estemos ante dos de los cinco mejores presidentes de los Estados Unidos, junto a Jefferson, Lincoln y Roosevelt (Franklin).
La nación que le tocó liderar a Lyndon Johnson era una sociedad en estado de shock tras el asesinato de Kennedy, con una fuerte conflictividad social en una América atravesada por una importante división racial y en el momento más crítico de la Guerra Fría.
La nación que le tocó liderar a Joe Biden era (es) una sociedad con una grave crisis de identidad, en el interior y en el exterior, con una estructura económica en tránsito y una ciudadanía emponzoñada por la demagogia populista.
Lyndon Johnson y Joe Biden representan momentos de tránsito, complejos, en la siempre convulsa y dinámica democracia norteamericana. Son presidentes que, a la vez, cierran y abren una etapa.
El primero llevó adelante un gran giro social de corte socialdemócrata que se extendió en sus logros, incluso más allá de las políticas neoliberales, inauguradas durante el mandato de Ronald Reagan y vigentes hasta la llegada de Biden. Su legislación fue en asuntos de derechos y libertades civiles solamente igualable en su impacto social al que tuvo lugar con la aprobación de XIII enmienda (abolición de la esclavitud).
Durante su mandato se aprobó la Ley de Ingresos y la Ley de Oportunidad Económica contra la pobreza racial. Igualmente se aprobó el Seguro de Salud para los ancianos y para los pobres y se puso en marcha un programa de viviendas sociales a bajo costo. En contra de sectores importantes de su partido, y por su empeño personal, sacó adelante la Ley de Derechos Civiles y la Ley del Voto que terminó con la segregación racial.
Biden, por su parte, ha gestionado con una visión liberal —no neoliberal— el tránsito económico último de una sociedad posfordista presta a atender a los cantos de sirena de un proteccionismo nacionalista contrario a la globalización. La transparencia en la gestión sanitaria de la pandemia contrasta con el oscurantismo y autoritarismo con la de los gobiernos antiliberales —singularmente China— hasta el punto de decidir, de forma poco habitual, la desclasificación de los documentos oficiales del Covid19 en solamente dos años. Tránsito pospandémico que se ha realizado con los mayores incrementos presupuestarios de las últimas décadas en políticas sociales, sanitarias o educativas.
Con la creación de 12 millones de empleos y con tasas de desocupación de en torno al 3% (técnicamente pleno empleo), y eso a pesar del movimiento ‘The Great Resignation’ (La Gran Renuncia), la economía americana parece haber superado lo peor de las varias crisis encadenadas que comenzaron con la quiebra del Lehman Brothers.
En el reciente discurso del Estado de la Unión, Biden desgranó todo un programa social dando por cerrado el ciclo neoliberal llevado adelante por los gobernantes norteamericanos, indistintamente demócratas o republicanos, durante las últimas tres décadas. Un nuevo New Deal.
Las múltiples medidas para el ‘Reforzamiento de la democracia’ presentadas por el presidente norteamericano se agrupan alrededor de tres ejes:
(1) Medidas de transparencia y anticorrupción que definen un programa de ‘regeneración e impulso democrático’ (restauración de la Ley de Derechos Electorales; transparencia en el sistema de financiación de campañas electorales; incremento de recursos, incluidos los recursos cibernéticos, para defender la neutralidad del sistema electoral; poner fin a la práctica de las empresas fantasmas anónimas; institucionalizar políticas estrictas de conflicto de intereses y anticorrupción en la administración; reformar del sistema de justicia penal para eliminar la desigualdad).
(2) Medidas de restauración del liderazgo moral para restituir el concepto de ‘nación de inmigrantes’ y la declaración de misión de Servicios de Ciudadanía e Inmigración (poner fin a las práctica de separación de familias en la frontera; revisión del estado de protección temporal a las poblaciones vulnerables; elevar nuestro objetivo de admisión de refugiados; poner fin a la Regla Global de Mordaza con las ONG,s; elevar los derechos de las mujeres y las niñas, incluyendo medidas para abordar la violencia de género a nivel internacional; reafirmar la prohibición contra la tortura; restaurar el compromiso con la ciencia y la verdad; revitalizar el compromiso para promover los derechos humanos y la democracia en todo el mundo).
(3) Un proyecto de reestructuración económico y social que reconstruya la clase media, como columna vertebral del país (restructuración del sistema educativo, red de servicios públicos de salud; revolución de la economía ‘limpia’ ligada a la creación de 10 millones de nuevos empleos; incremento en inversión de líneas estratégicas —investigación y desarrollo en energía limpia, cuántica informática, inteligencia artificial, 5G y ferrocarril de alta velocidad—; garantizar que las tecnologías del futuro, como la IA, estén sujetas a las leyes y la ética y promuevan una mayor prosperidad y democracia compartidas).
La ausencia de pasado de la nueva nación ha generado algún que otro problema de identidad, pero a la vez ha sido el experimento perfecto de un nuevo mundo y de sus contradicciones
Pero el equipo demócrata, construido en torno a Biden, va más allá. Se trata de definir un nuevo contrato social para los norteamericanos y una nueva visión internacionalista que aborde los grandes retos demográficos, ambientales, tecnológicos y de justicia para las próximas décadas.
Un reto que pasa, para Biden, por “revitalizar nuestra propia democracia y fortalecer la coalición de democracias que nos respaldan “. En la presentación de su programa en el CUNY Graduate Center de Nueva York situaba con claridad la Misión central de dicho plan al afirmar:
“La democracia es la raíz de nuestra sociedad, el manantial de nuestro poder y la fuente de nuestra renovación. Fortalece y amplifica nuestro liderazgo para mantenernos a salvo en el mundo. Es el motor de nuestro ingenio que impulsa nuestra prosperidad económica. Es el corazón de quienes somos y cómo vemos el mundo, y cómo el mundo nos ve. Es por eso que la capacidad de los Estados Unidos de ser una fuerza para el progreso en el mundo y para movilizar la acción colectiva comienza en casa. Los Estados Unidos deben liderar no solo con el ejemplo del poder, sino también con el poder de nuestro ejemplo.”
Misión que devuelve, de forma crítica, el papel activo que los Estados Unidos de América tuvieron en el mundo desde la Declaración de Independencia. La ausencia de pasado de la nueva nación ha generado algún que otro problema de identidad, pero a la vez ha sido el experimento perfecto de un nuevo mundo y de sus contradicciones. Estados Unidos de América nace al calor de los ideales liberales y republicanos, pero también contra el imperialismo británico y por ello consciente de su voluntad de convivir con otros en un mundo cambiante e interrelacionado. De ahí que la Declaración de Independencia tenga la voluntad clara de presentar a la joven nación al mundo (“un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declaremos las causas que nos impulsan a la separación”) y la voluntad firme de ser parte del nuevo mundo de repúblicas libres (“apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones”) y la voluntad de entendimiento y cooperación con ellas (“como consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en la guerra; en la paz, amigos.”)
Pero durante estos casi 250 años no siempre ha prevalecido la voluntad universalista del liberalismo y republicanismo. Algunas veces la impronta imperialista (de los grandes oligopolios empresariales) e intervencionista (del complejo militar industrial) ha sido suficientemente poderosa para llevar al pueblo de los EUA a causas no tan nobles. Otras veces replegándose cara adentro y creando un país fortaleza, como en la etapa Trump, o dando la espalda a un mundo necesitado de su auxilio (siempre es necesario recordar las llamadas de socorro del gobierno de Churchill a Roosevelt para frenar a la bestia nazi, mientras el embajador de EUA en Londres, y padre de la saga Kennedy, presionaba para un acuerdo diplomático con Hitler).
Volviendo a la comparativa entre Lindon Jonhson y Joe Biden. El primero se vio arrastrado a un incremento militar en Vietnam, que no solamente sería un error en términos políticos, sino que abriría un periodo de políticas erradas e injustas que además de dañar la imagen de Estados Unidos en el mundo han proporcionado un arsenal de argumentos para aquellos que detrás de un antiamericanismo primario esconden un rechazo a la democracia y una devoción por el totalitarismo.
Por contra, la llegada de Biden a la presidencia supone una ruptura con la errática política internacional de las últimas décadas. Sus primeras medidas es retomar el dialogo en el mundo árabe, retirar tropas de Oriente Medio, y centrar la nueva política exterior norteamericana en tres coordenadas: la lucha contra el cambio climático, el restablecimiento de las relaciones con los aliados europeos y, fundamentalmente, la defensa de los derechos humanos y la democracia.
La primera medida exterior de la administración Biden fue reincorporar a su país al Acuerdo de París contra el Cambio Climático, sacar las tropas de Afganistán y abordar con la valentía necesaria la defensa de la democracia y soberanía en Ucrania, influyendo en las otras naciones democráticas que unos años antes miraban para un lado ante las múltiples atrocidades del expansionismo ruso en los países de la esfera postsoviética o en Siria.
En febrero de 2022 se iniciaba la invasión de Ucrania por parte de Rusia, con la intención explícita de anexionar el territorio ucraniano –no reconocido por las autoridades rusas más que como una extensión de la nación rusa—. En estos trece meses, a medida que Rusia perdía la guerra en el campo de batalla, las dudas de muchos gobiernos europeos sobre la posición de apoyo incondicional al gobierno ucraniano y la necesidad de negociar con Putin (“para darle una salida honrosa”) se iban expresando cada vez con menor recato.
La esperanza en la posición China tenía una respuesta contundente en la Declaración conjunta Putin -Xi Jinping del pasado mes de marzo a favor de un Nuevo Orden Internacional donde el valor de la democracia y los Derechos Humanos se prestaría a una interpretación a la carta. A pesar de ello, diversos líderes democráticos se prestaron a dar pábulo a la ‘Propuesta China de Paz para Ucrania’ e, incluso, algunos como Macron advertían del peligro de una Europa “vasalla de Estados Unidos”.
Si dos cosas han quedado claras en estos más de 400 días de guerra en Ucrania son:
(1) que la agresividad del régimen de Putin no va a amainar por su propia voluntad y que a medida que se descompone el estado mafioso las diversas familias se van organizando de forma paralela al Estado (pronto las zonas de influencia militar entre Wagner y otras organizaciones emergentes se licitarán en el Boletín Oficial del Estado como aquí se licitan emisoras de radio o televisión); (2) que la sumisión de Europa se debe única y exclusivamente a los lideres europeos de las últimas décadas que mientras desmantelaban la Europa social e imponían a los países del Sur fuertes recetas de ajuste regalaban los sectores estratégicos de sus países a los rusos y a otros, algunos a cambio de importantes comisiones en el negocio de la energía.
Así que los dirigentes europeos deberían estar más preocupados por la amenaza que viene del sureste y más comprometidos con la defensa de la democracia y los derechos humanos.
Mientras así se comportaban los líderes europeos, Biden impulsaba la Cumbre por la Democracia Mundial con el fin de renovar el espíritu y el propósito compartido de las naciones democráticas del mundo para “fortalecer las instituciones, enfrentar honestamente el desafío de las naciones que están retrocediendo y forjar una agenda común para abordar las amenazas a nuestros valores comunes.”
La cumbre estuvo centrada en impulsar nuevos compromisos significativos de los países en tres áreas: (1) la lucha contra la corrupción; (2) la defensa contra el autoritarismo, incluida la seguridad electoral; y (3) promover los derechos humanos en sus propias naciones y en el extranjero.
Lo mejor que podía hacer Europa, y especialmente la izquierda europea, sería apostar por la democracia y por su construcción política y dejar de seguir guiándose por un tacticismo ramplón y por unos intereses cortoplacistas. Quizás Estados Unidos de América sea una vez más, como en la posguerra, un aliado en un mundo amenazado por nuevos totalitarismos.
La presidencia de Joe Biden está siendo una auténtica 'revolución' después del shock del populismo. En clave interna se abandona el neoliberalismo adoptado por los diferentes gobiernos norteamericanos desde inicios de los 80. En clave de política exterior, una reorientación de la política internacional seguida por los presidentes norteamericanos desde George Bush. Una vuelta a los principios liberales y republicanos fundacionales abandonados durante las últimas tres décadas.
¡Ojo, poca broma, para un presidente senior! Quizás la sombra de Biden no sea mala cosa.
___________
Xoán Hermida es historiador y doctor en ciencias políticas y gestión pública.