Todo está encima de la mesa. Desde la marca —Ciudadanos—, que muchos consideran quemada tras la sucesión de fracasos electorales que viene sufriendo desde las generales de noviembre de 2019, hasta el liderazgo. Inés Arrimadas, la sucesora de Albert Rivera, no ha sido capaz de reconciliar la oferta política del partido, la referencia de los liberales europeos en España, con los electores que hace apenas tres años les dieron 4,1 millones de votos y el tercer grupo parlamentario más numeroso en el Congreso. Entonces tenían 57 diputados y la llave de la gobernabilidad y prefirieron repetir las elecciones a facilitar la investidura de Pedro Sánchez, al tiempo que brindaban tres presidencias autonómicas al PP en Madrid, Murcia y Castilla y León justo cuando los conservadores agonizaban. El resultado: diez escaños, de los que sólo les quedan nueve por culpa de un tránsfuga que se niega a renunciar a su puesto.
Arrimadas sigue echando la culpa a la estrategia de Rivera en 2019. Lo hizo cuando las candidaturas naranjas fracasaron en las elecciones gallegas y vascas de 2020 y en las catalanas y madrileñas de 2021. Lo ha vuelto a hacer este año tras casi desaparecer en Castilla y León y ser borrados del mapa en las andaluzas del pasado mes de junio. En medio, la fallida operación de pactar con el PSOE una moción de censura en Murcia o de negociar los presupuestos generales con el Gobierno de Pedro Sánchez.
La debacle sufrida en Andalucía —Cs pasó de 21 escaños a ninguno después de casi cuatro años formando parte del gobierno y ocupando una vicepresidencia— dio pie a la presidenta del partido a anunciar una refundación a imagen y semejanza de la realizada por partidos liberales europeos que también han pasado por “momentos durísimos” y que tiempo después han salido a flote, como el FDP alemán. Los liberales germanos fueron barridos del Bundestag en 2014, pero consiguieron regresar en 2017. En 2021 mejoraron ligeramente sus resultados y entraron en el Gobierno federal en coalición con el SPD y Los Verdes.
Entonces pidió abrir una “reflexión profunda” porque la marca del partido está “muy castigada” y la formación no ha sido capaz de “seducir” ni de reconectar con el electorado. Y se comprometió a seguir al frente hasta que el partido complete en enero el proceso de refundación. Será entonces cuando la militancia decida la nueva dirección en una asamblea general.
En ese camino, Cs puso en marcha “un equipo político” y otro “técnico”, en los que tienen papeles destacados la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, y el diputado en el Congreso Guillermo Díaz. La idea es facilitar la participación de la militancia a través de cinco grupos de trabajo (funcionamiento orgánico; libertades, modelo territorial y regeneración democrática; políticas económicas, energía y digitalización; políticas sociales y medio ambiente, y Europa y asuntos exteriores) a los que hacer propuestas programáticas y organizativas. Las conclusiones se conocerán el próximo 16 de septiembre y lo único que se sabe, de momento, es que en el proceso están participando, según fuentes naranjas, unos 2.000 militantes, menos del 20% de los afiliados que le quedan al partido.
Hay que esperar todavía dos semanas para conocer los siguientes pasos y para que una consultora externa contratada por la actual dirección haga una investigación acerca de la viabilidad del proceso de refundación, especialmente si conlleva un cambio de nombre. Entretanto, Cs ya trabaja en la preparación de las elecciones autonómicas y municipales de mayo con la intención de presentarse y defender la representación obtenida hace tres años.
Los movimientos de Arrimadas y las declaraciones de los dirigentes del partido sugieren que, en todo caso, la refundación seguirá apelando a la condición “liberal” de la formación aunque nadie se atreve a aventurar qué puede ofrecer el partido en el futuro, más allá de un nuevo nombre, que no haya intentando ya Cs en estos años.
Cita en Berlín
El pasado julio, la presidenta de Cs se reunió en Berlín con el presidente del FDP, el ministro de Economía alemán Christian Lindner, en busca de la hoja de ruta que le permita rehacer la organización y garantizar que la marca liberal sigue viva en España.
El nerviosismo es evidente en el escaso poder municipal que les queda a los naranjas. El coordinador autonómico en Canarias, Enrique Arriaga, apoya el proceso de refundación pero asegura que el plazo abierto supone llegar “tarde” a las elecciones. Según él, los cambios se tienen que visibilizar “cuanto antes”.
Los más desconfiados temen que el proceso de refundación se haga de espaldas a la militancia. El pasado lunes, afiliados y cargos de partido pusieron en marcha la iniciativa Somos Cs para exigir que las bases decidan el futuro del partido en una Asamblea General Extraordinaria sin renunciar a la identidad naranja.
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Entre ellos hay destacados responsables políticos naranjas de Aragón. Pero también de Asturias, la Comunitat Valenciana y Andalucía. Juntos difundieron un manifiesto en el que afirman la existencia de “dos almas” dentro del partido: los que entraron en la formación atraídos por sus ideas y valores, y se “dejaron la piel, altruistamente, para construir y hacer crecer este proyecto”, liderado por Albert Rivera, y los que se afiliaron al calor de las encuestas, “viniendo a mesa puesta, exigiendo puestos y cargos, convirtiéndose en el núcleo más cercano a Inés Arrimadas que la han convertido en una presidenta despegada de la realidad, que utiliza a Ciudadanos como escudo para ocultar su propia crisis, que no pisa la calle y que no visita ni a los territorios ni a los cargos públicos y orgánicos que están día a día cerca de los afiliados y de los ciudadanos”.
El elefante en la habitación del que nadie habla es el PP. Los partidarios de que Cs negocie una entrada ordenada en el partido de Feijóo que resuelva el futuro de los dirigentes y cargos públicos no lo dicen en público. La mayoría ya han llamado a la puerta de Génova desde que el hundimiento electoral de las últimas generales convenció a la mayoría de que Cs no tenía futuro. Es el caso de Toni Cantó, su antiguo líder en la Comunitat Valenciana. Otros, como el eurodiputado Luis Garicano, simplemente han tirado la toalla y se han reincorporado a la vida civil.
Las elecciones de Madrid, Castilla y León y Andalucia han confirmado que la mayor parte del electorado que le quedaba a Ciudadanos ya ha buscado refugio en el PP, impulsando su recuperación y situando a los conservadores en cabeza en todas las encuestas. En Génova dan por hecho que el proceso es irreversible. Y trabajan en la preparación de las elecciones de 2023, convencidos de que, a estas alturas de la legislatura, el único obstáculo que le queda a Feijóo para reunificar el centro derecha es Vox.
Todo está encima de la mesa. Desde la marca —Ciudadanos—, que muchos consideran quemada tras la sucesión de fracasos electorales que viene sufriendo desde las generales de noviembre de 2019, hasta el liderazgo. Inés Arrimadas, la sucesora de Albert Rivera, no ha sido capaz de reconciliar la oferta política del partido, la referencia de los liberales europeos en España, con los electores que hace apenas tres años les dieron 4,1 millones de votos y el tercer grupo parlamentario más numeroso en el Congreso. Entonces tenían 57 diputados y la llave de la gobernabilidad y prefirieron repetir las elecciones a facilitar la investidura de Pedro Sánchez, al tiempo que brindaban tres presidencias autonómicas al PP en Madrid, Murcia y Castilla y León justo cuando los conservadores agonizaban. El resultado: diez escaños, de los que sólo les quedan nueve por culpa de un tránsfuga que se niega a renunciar a su puesto.