Ni coches, ni carne, ni reciclar: la acción climática también va de piscinas y parques

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Hay efectos del cambio climático que son inevitables. Reconocerlo no es rendirse, es aceptar la realidad: el calentamiento global ya suma un grado en el mercurio y hay efectos que ya están aquí y no se podrán esquivar aunque el planeta empiece a reducir emisiones como si no hubiera un mañana. Por ejemplo, las olas de calor intensas, inesperadas y adelantadas, como la vivida en la Península Ibérica durante mayo. No basta con cortar las alas al dióxido de carbono, hay que prepararse para lo que viene, como aseguró el panel de expertos de la ONU, el IPCC, en uno de los capítulos de su última revisión. Y no pasa por grandes infraestructuras ni soluciones tecnológicas, sino por más y mejor de lo que ya conocemos: piscinas, parques, árboles, cubiertas vegetales, sombra.

No por un capricho medioambientalista difuso, sino por salvar vidas. La adaptación climática reivindica su sitio este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, tras una de las primaveras más extrañas de la historia de España.

En primer lugar, el concepto. Se suele ligar la acción climática a la mitigación: el hecho de evitar más emisiones de gases de efecto invernadero para controlar el fenómeno. Cambiar el coche de combustión por uno eléctrico, presionar a Endesa para que cierre sus centrales de carbón o hacerse vegano. "El patito feo es la adaptación", reconoce el diputado de Más Madrid y experto en políticas climáticas Héctor Tejero; aquí entraría todo lo que se hace para, en un contexto de aumento de temperaturas y de eventos extremos, no solo evitar el sufrimiento sino, incluso, vivir mejor.

Véase: retirar la primera línea de playa porque se nos come el mar, darle más espacio a los ríos para que crezcan en caso de tormenta, o colocar un árbol en una plaza; decisiones urbanísticas que forman parte del amplio espectro del sentido común, y que también son acción climática.

En segundo lugar, los datos.  "Más de un tercio de la población podría estar expuesto a escasez de agua", si todo sale bien y el mundo cumple con sus promesas en el Acuerdo de París en torno a los dos grados de calentamiento, según el IPCC. Los niños que acaban de cumplir 10 años experimentarán un aumento de casi cuatro veces en la probabilidad de sufrir eventos extremos si todo sale mejor que bien y se alcanza la meta de los 1,5 grados. En España mueren, aproximadamente, 1.300 personas al año por olas de calor, aunque la prevención y el tratamiento ha hecho que mejore la cifra; el avance del cambio climático podría hacer que perdiéramos lo ganado.

Según el visor de escenarios de cambio climático elaborado por Transición Ecológica, esta sería la duración máxima de las olas de calor en el escenario más benigno de calentamiento global a partir de 2040: 25 días, con sus 25 noches, en X.

En tercer lugar, las políticas. Ya se escriben muchos, muchísimos planes, estrategias, hojas de ruta, catálogos de medidas sobre adaptación climática en España, tanto a nivel nacional como al más local posible, porque la adaptación climática abarca todos los ámbitos; no se puede hacer una previsión macroeconómica sin tener en cuenta que va a haber menos agua, y no se puede asfaltar un barrio sin pensar en agosto. El Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático 2021-2025 cuenta con un plan de trabajo en el que Transición Ecológica dibuja hasta 225 medidas, que abarcan prácticamente todo lo que conocemos como vida en sociedad, porque el cambio climático es así; salud, agricultura y ganadería, costas, ciudades, patrimonio cultural, energía, transporte, turismo, industria, finanzas, educación, seguridad...

Las medidas están dirigidas tanto a aumentar el conocimiento de las administraciones sobre los procesos en marcha (financiando nuevos estudios o implantando nuevos indicadores) hasta lo más concreto: actuaciones de mejora del estado de las aguas subterráneas, creación de la "infraestructura verde" para conectar ecosistemas y mejorar su salud, fortalecimiento del litoral ante la subida del nivel del mar y el aumento de los fenómenos extremos... y mejorar el bienestar en las ciudades. La concentración, el asfalto y los humos las hacen muy vulnerables al cambio del clima. Más del 80% de la población española vive en zonas urbanas, y se calcula que en 2050 llegará al 90%. En 2035, casi un tercio vivirá en Madrid y Barcelona, estima la ONU.

El trabajo por hacer en las ciudades es digno de atención. El efecto "isla de calor", mediante el cual es asfalto retiene el calor durante y lo expulsa durante la noche, hace que los barrios interiores de Madrid (muchos de los más desfavorecidos) sufran hasta ocho grados más que los de la periferia. En Barcelona, la diferencia también llega hasta los ocho, a pesar del efecto suavizador del mar. No hace falta ser climatólogo para intuir que el efecto va a empeorar en los próximos años, en los espacios donde más gente se va a concentrar y que sufren de otras amenazas para la salud, como la cuestionable calidad del aire.

Hay mucho que hacer, en el sentido positivo y negativo de la expresión: son muchos los frentes, y son muchas las oportunidades. Lo principal: cuantos más árboles y más plantas, mejor. En las cubiertas de los edificios, en inmensos parques a los que acudir para refugiarse de las temperaturas, en las calles y plazas. No solo por el efecto de la sombra; está demostrado que bajan la temperatura en las calles y edificios de alrededor. Hay otras opciones más imaginativas. Granada, por ejemplo, estudia un pavimento "permeable", que en caso de grandes tormentas en un escenario de escasez de precipitaciones (lloverá menos, pero lo que caerá lo hará con fuerza), pueda reducir los torrentes y, de paso, almacenar agua de lluvia. El Plan Clima 2018-2030 de la ciudad condal planea utilizar las azoteas no solo para llenarlas de verde, también para poner paneles fotovoltaicos, recoger agua, "socializar su uso" o cultivar alimentos.

Más Madrid propuso hace unas semanas abrir las bibliotecas de par en par en caso de ola de calor, para que la ciudadanía pueda encontrar espacios gratuitos, accesibles y frescos si en la casa, por falta de aire acondicionado o por falta de las reformas energéticas prometidas, sube el mercurio. Tejero explica que su partido tiene una concepción colectiva de la adaptación climática, no individual: no solo se trata de crear espacios para refrescarse, también para encontrarse. De ahí la apuesta por las supermanzanas de Barcelona, de ahí hablar más de parques y menos de árboles: adaptarse al clima es también hacer barrio.

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Lo cuenta él. "Hay una parte de adaptarse que es recuperar el espacio público para estar bien". Propone crear "infraestructuras sociales", "palacios del pueblo", donde la vida se haga en común más allá del viaje de casa al trabajo y viceversa. Bibliotecas, parques, pequeños comercios, plazas, bancos. "El proceso ha sido todo lo contrario: que el espacio público sea hostil para que tengas que entrar a los bares a consumir". Muchos acuden a los grandes centros comerciales a echar la tarde al fresco y consumir: "está bien que tengas alternativas públicas a eso".

Y piscinas, aunque suene contradictorio con la lucha climática. No de urbanizaciones privadas, que ya se están viendo afectadas por la sequía en Cataluña; sino públicas, municipales, para todos, donde poder bañarse, estar a gusto y compartir con el vecindario la pelea contra la isla de calor. En Arganzuela 2059, un proyecto artístico realizado en las naves madrileñas de Matadero en 2019 para imaginar futuros mejores, uno de los artistas invitados fantaseaba con la inauguración de una "macro piscina pública" en el barrio. En la siguiente página, dedicada a la distopía, un titular alertaba de que "la ley de racionamiento de agua no afecta a la nueva promoción de urbanizaciones de lujo".

"Lujo público, suficiencia privada", reivindicaba una de las manifestantes imaginadas. Se trata de eso, compartir para resistir y para una vida buena. Muchas ciudades, en base a muchos planes, estrategias y hojas de ruta, están en ello; no hay tiempo que perder porque la crisis climática ya está aquí.

Hay efectos del cambio climático que son inevitables. Reconocerlo no es rendirse, es aceptar la realidad: el calentamiento global ya suma un grado en el mercurio y hay efectos que ya están aquí y no se podrán esquivar aunque el planeta empiece a reducir emisiones como si no hubiera un mañana. Por ejemplo, las olas de calor intensas, inesperadas y adelantadas, como la vivida en la Península Ibérica durante mayo. No basta con cortar las alas al dióxido de carbono, hay que prepararse para lo que viene, como aseguró el panel de expertos de la ONU, el IPCC, en uno de los capítulos de su última revisión. Y no pasa por grandes infraestructuras ni soluciones tecnológicas, sino por más y mejor de lo que ya conocemos: piscinas, parques, árboles, cubiertas vegetales, sombra.

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