Kenneth Bruvik lleva años recogiendo residuos plásticos en la costa occidental noruega. De pie en la orilla, una fría mañana de abril, recuerda la primera vez que llegó a la pequeña playa de las afueras de Bergen. "Lloré", dice, recordando la visión de toneladas de botellas, bolsas y otros plásticos de un solo uso amontonados entre las rocas. Montones de ellos convertidos en trozos tan pequeños que se pegaban como purpurina a sus zapatos.
Irónicamente, en su mayor parte no son residuos noruegos, donde el sistema de recogida de plásticos funciona bien, pero eso no sirve de mucho si otros siguen contaminando. Una parte del plástico procede de Asia, otra de Norteamérica. Pero la mayoría procede de Europa. "A todos los que producen estas botellas de un solo uso: ¡basta ya!", insta, de pie sobre un montón de basura de botellas de plástico.
Unos miles de kilómetros más al sur, en una planta de recuperación de residuos al norte de Atenas, los trabajadores se afanan en abrir contenedores de basura. Los residuos plásticos que hace tres años iban en cargamentos amarillos por Alemania afloran ahora en Grecia (antes se enviaban a Turquía para su reciclaje). Treinta y siete contenedores llevan atascados en el puerto del Pireo desde finales de 2021, tras los intentos fallidos de Turquía de enviarlos a Vietnam. "Es basura imposible de reciclar", afirma Yannis Polychronopoulos, propietario de la empresa que se encargó de vaciar los contenedores.
Europa se muestra incapaz de hacer frente al creciente problema del plástico. Los océanos y las costas están contaminados, abundan los vertederos ilegales y las incineradoras peligrosas. Mientras por las instituciones comunitarias en Bruselas y los consejos de administración de las multinacionales circulan las promesas de reciclaje y reutilización, la investigación realizada por el consorcio periodístico Investigate Europe revela cómo los planes de Europa para el plástico están fallando y su economía circular está haciendo agua. infoLibre es el único medio español que participa en este proyecto internacional [puedes leer aquí todos los artículos que se van publicando de esta serie de investigación].
Una economía de residuos no tan circular
Desde las tarrinas de yogur y los cartones de leche hasta los botes de champú y los tubos de dentífrico, los europeos producen una media de 35 kilos de residuos de envases de plástico al año. Y la tendencia va en aumento. Según la OCDE, el consumo de plástico se triplicará de aquí a 2060. En contra de lo que muchos suponen, la mayoría de los envases no se reciclan. En su lugar, acaban en vertederos o en incineradoras potencialmente tóxicas. Se calcula que como mucho se recicla el 40% de los envases de plástico que se generan en Europa.
"Tenemos que acabar con la ilusión de que estas cosas se reciclan", afirma Nusa Urbancic, directora de campañas de la fundación internacional Changing Markets. "Es una sensación muy diferente cuando sabes que el plástico en el que has comprado cosas no se recicla, sino que acaba en un vertedero o siendo incinerado".
Dadas las limitaciones y la falta de reciclaje, sigue habiendo una enorme demanda de plástico virgen (no reciclado), lo que acarrea consecuencias dramáticas. El plástico se fabrica con petróleo y gas, combustibles fósiles que impulsan la crisis climática. Investigadores de Estados Unidos predicen que la producción y eliminación de plástico causará el 15% de las emisiones mundiales de CO2 en 2050. Se está acelerando así una catástrofe medioambiental sin precedentes. Estudios europeos y estadounidenses han calculado recientemente que cada año llegan a los océanos 11 millones de toneladas de residuos plásticos. En 2030 podría ser el doble, si los políticos, las empresas y los ciudadanos no actúan.
Ya en 2015, la UE presentó un plan de acción para una economía circular. El entonces vicepresidente de la Comisión y ahora comisario de Acción por el Clima, Frans Timmermans, se comprometió a "cerrar el círculo". En el futuro, materias primas como el plástico deberían circular sin fin. De la fábrica al supermercado, luego a la mesa, al cubo de la basura y de nuevo a la planta de reciclaje. La última de una serie de iniciativas de la UE para frenar nuestra locura por el plástico era la más audaz hasta la fecha.
Pero, tal y como demuestra la investigación de Investigate Europe e infoLibre, los esfuerzos por construir una economía circular están fracasando. Los periodistas, que han visitado plantas de reciclaje, incineradoras y vertederos desde Portugal a Francia pasando por Grecia o Polonia, han descubierto lo siguiente:
- El 60% de los residuos de envases de plástico en Europa sigue sin reciclarse. Millones de toneladas acaban en vertederos y plantas incineradoras. Gran parte de ellos no pueden reciclarse por su propio diseño.
- Está prevista la construcción de decenas de incineradoras por toda Europa, lo que aviva la preocupación ecológica por los contaminantes tóxicos. La quema de residuos en Europa se disparó un 39% entre 2018 y 2020.
- Los gobiernos permiten que los productores de plástico y las marcas multinacionales influyan en los planes de gestión de residuos y sean los intermediarios entre los municipios y el resto de los operadores en la cadena de reciclaje.
- Las empresas que utilizan envases de plástico están obligadas a financiar el reciclaje de sus residuos, pero muchas dejan que los ayuntamientos y los contribuyentes paguen gran parte de la factura.
- Las autoridades carecen de medios suficientes para combatir el creciente número de operaciones ilegales de tratamiento de residuos en todo el continente.
Tráfico de residuos: grandes ganancias con poco riesgo
Durante mucho tiempo, los países europeos gestionaron sus residuos plásticos lejos de la vista, oficialmente para ser reciclados. Pero desde que países asiáticos, sobre todo China, prohibieron esas importaciones en 2018, ahora viaja por Europa mucho más plástico usado. A pesar de las lagunas en los datos oficiales, los países de la UE enviaron 2,5 millones de toneladas de residuos plásticos de un lado a otro en 2021. Estos residuos a menudo no terminan en plantas de reciclaje, sino en vertederos ilegales.
Polonia, descrita por algunos como el "vertedero de Europa", es un punto especialmente conflictivo. En la ciudad de Wschowa, no lejos de la frontera alemana, el negocio de extracción de arena de un empresario llamó la atención de las autoridades después de que los vecinos se quejaran del fuerte olor que salía de aquellos terrenos. Los documentos judiciales muestran que Zbigniew T. (no se puede utilizar su nombre completo), no hizo su fortuna vendiendo arena, sino enterrando miles de toneladas de residuos ilegales procedentes de Alemania y Polonia occidental. Sus beneficios ascendieron a millones de zlotys (no gravados por Hacienda).
Los pozos de arena y grava explotados por su empresa tenían varios cientos de metros de profundidad, y los fiscales sostienen que estaban repletos de casi medio millón de metros cúbicos de residuos, suficientes para llenar unos 5.000 camiones grandes.
Uno de los mayores juicios por vertidos ilegales de Polonia sigue su curso, pero la empresa alemana cuyos residuos se descubrieron allí no ha sido visitada hasta ahora por los inspectores. El Reino Unido sí se vio obligado en 2020 a retirar cientos de toneladas de residuos que se habían enviado ilegalmente a Polonia. Italia, también un hervidero del comercio ilegal de residuos, se ha enfrentado a demandas similares.
El precio recibido por tonelada de residuos ilegales procedentes de Occidente fluctúa entre 30 y 50 euros en Polonia, mucho más barato que seguir rutas legítimas hacia instalaciones de reciclaje en Alemania, que pueden tener un coste de 300 euros por tonelada. Depositar los residuos en un vertedero del Reino Unido puede costar 113 euros por tonelada, más del doble que en Polonia, Rumanía, Bulgaria o Croacia, donde han surgido vertederos ilegales en los últimos años.
El caso de Zbigniew T. es de los pocos que terminan en los tribunales. Las autoridades dan publicidad a cientos de inspecciones, pero sólo unas pocas docenas de casos relacionados con los residuos llegan cada año a las fiscalías de Polonia, un país de 38 millones de habitantes.
Ineficacia de las inspecciones
Las investigaciones son con frecuencia esfuerzos ingratos y costosos. Las sanciones son pequeñas y las posibilidades de atrapar a los verdaderos responsables, escasas. La lista de problemas a los que se enfrentan los inspectores es larga: los Estados miembros de la UE clasifican los residuos de forma diferente, no hay estándares de inspección, faltan datos fiables y no existe un intercambio electrónico centralizado de información.
Las autoridades de inspección suelen carecer de personal suficiente. Portugal sólo cuenta con 30 inspectores encargados de investigar los delitos ambientales en el país. Cubren todo el territorio, visitan los centros de producción, comprueban los vertederos y controlan las fronteras nacionales. Sus sueldos son bajos en comparación con los de otros funcionarios, y los altos cargos cobran menos de 3.800 euros al mes. El mismo problema existe en Polonia, donde los inspectores se marchan a buscar empleos mejor pagados en el sector privado.
Para intercambiar información clave, la UE quiere utilizar el Sistema de Gestión de la Información para Controles Oficiales (IMSOC). Ahora ya contiene información sobre alimentos o piensos no seguros, pero lo utilizan pocos países. La Comisión Europea quiere endurecer las normas para impedir el comercio ilegal de residuos entre Estados, con un Reglamento revisado sobre traslados de residuos, cuya aprobación está prevista para 2025.
En los últimos años, la UE ha financiado varios programas para ayudar a los Estados miembros a gestionar los residuos, pero el impacto ha sido mínimo. Mientras tanto, la Operación Demeter, que persigue todo tipo de residuos peligrosos ilegales a escala mundial con acciones ad hoc también en la UE, decomisó casi 4.000 toneladas de residuos durante su última campaña en octubre.
Los productores de plástico no pagan lo que deberían
Mientras las operaciones ilegales quedan en gran medida sin control, los productores y envasadores siguen contribuyendo a agravar el problema de los residuos plásticos en Europa. Las marcas que envuelven sus productos en plástico desempeñan un papel fundamental en el proceso de gestión de residuos. Pero no tienen ningún incentivo poderoso para reducir el uso de plástico virgen.
Y ello a pesar de la Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP), un mecanismo que supuestamente hace pagar a los contaminadores por todo el ciclo de vida del producto, desde la producción al consumo, la recogida y el reciclaje en materia prima para fabricar nuevos plásticos.
Alemania, Francia, Italia y los Países Bajos pusieron en práctica este noble principio a finales de la década de los noventa del siglo pasado, pero se centraron en la parte correspondiente al final de la vida útil. Cuando la Comisión Europea retomó el concepto de la RAP en su Directiva de Residuos de 2008, también instó a los gobiernos a "mejorar el diseño de los productos para reducir su impacto ambiental": el 80% de la reciclabilidad de los envases se produce en la fase de diseño.
Pero no había objetivos obligatorios ni sanciones para quienes utilizaran diferentes plásticos en un mismo envase, haciéndolo así imposible de reciclar. "Durante 20 años han faltado acciones para prevenir los residuos. En su lugar, nos hemos concentrado totalmente en el reciclaje", afirma Helmut Maurer, antiguo experto de la Dirección de economía circular de la Comisión Europea.
La principal organización noruega de productores premia a las empresas que reducen voluntariamente los envases. Pero esta no es la pauta general europea.
Un poderoso grupo de presión
Las organizaciones que gestionan la responsabilidad ampliada del productor, a menudo entidades sin ánimo de lucro controladas por la industria y conocidas en el sector como SCRAP (sistema colectivo de responsabilidad ampliada del productor), son las teóricas encargadas de que el sistema funcione. Los fabricantes de envases y las marcas que utilizan envases de plástico forman parte de estas organizaciones. Los miembros pagan una cantidad por el material que ponen en el mercado. Estratégicamente situadas entre los municipios que recogen los residuos y las empresas de reciclaje, son poderosos agentes en los sistemas de residuos plásticos. En España ese papel lo desempeña Ecoembes, cuyas actuaciones más polémicas desgranamos en este reportaje.
"Desde el punto de vista de la eficiencia, lo lógico sería tener un único lugar donde recopilar datos, cumplir los objetivos de reciclaje y gestionar las incineradoras", explica Janine Röling, de la ONG neerlandesa Recycling Netwerk. "Pero en realidad, los SCRAP se han convertido en grupos de presión que representan los intereses de los productores".
Las tarifas que pagan se calculan a partir de la cantidad de envases que ponen en el mercado al vender agua embotellada, refrescos o golosinas. El dinero se supone que financia la recogida municipal de residuos y ayuda a acelerar los procesos de reciclaje. Como los SCRAP suelen ser monopolios, tienen las de ganar en las negociaciones. Los ayuntamientos de toda Europa afirman que no se les compensa lo suficiente, lo que hace que los contribuyentes paguen parte de la factura [puedes leer aquí nuestro artículo sobre los SCRAP].
Citeo, la principal asociación de productores de Francia, cuenta entre sus miembros con los gigantes Coca-Cola, Danone, L'Oréal y Carrefour. El gobierno le obliga a sufragar el 80% de los costes de recogida y reciclaje que corren a cargo de las autoridades. Sin embargo, los ayuntamientos no suelen estar de acuerdo con el cálculo. Amorce, una asociación nacional de corporaciones locales, asegura que Citeo reembolsa como mucho el 40% de sus costes, lo que supone un déficit de financiación de 1.000 millones de euros anuales.
Los municipios noruegos también se quejan: "Pagamos más de mil millones de coronas noruegas [unos 88,6 millones de euros] al año por gestionar residuos de envases de plástico que deberían haber financiado los productores", denuncia Svein Kamfjord, director de Samfunnsbedriftene, organización que agrupa a las empresas públicas de residuos. Plastretur, la mayor empresa de residuos de Noruega, defiende en cambio que la compensación es correcta por ahora y "fruto de los acuerdos con los municipios". Sin embargo, Plastretur apoya la petición de los ayuntamientos de que las autoridades definan claramente cómo debe interpretarse en Noruega la nueva normativa de la UE sobre quién pagará qué, indica su director general, Karl Johan Ingvaldsen.
"El frade es un problema enorme", denuncia Joaquim Quoden, director general de Expra, la organización europea que aglutina a los diferentes SCRAP nacionales. "En algunos países es del 5% al 10%, en otros llega al 50%". En España, Ecoembes calcula que el fraude alcanza el 15%, aunque en el caso del plástico se eleva hasta el 20%.
La incineración se dispara
Cuanto más plástico producen los fabricantes, más residuos hay que eliminar. Aunque la capacidad de reciclaje está aumentando, los residuos plásticos se envían cada vez más a plantas incineradoras. Esto se debe en gran parte al consumo cada vez mayor. Pero también es consecuencia de la prohibición de importar residuos plásticos impuesta por China en 2018. En los dos años siguientes, la cantidad de residuos incinerados en la UE aumentó un 39%.
"Aquí habrá un poco de olor", advierte al periodista el director de la única incineradora de Hungría, Tamás Jászay, abriendo una puerta del llamado búnker de residuos: de varios pisos de altura, es el vertedero de la basura de Budapest, de la que picotean las palomas antes de ser engullida por hornos de hormigón que arden a casi mil grados. Los cuatro hornos queman una media de 1.000 toneladas de plástico y otros residuos al día. Al final no queda más que la escoria que se llevan los camiones y el dióxido de carbono que sube silenciosamente por la chimenea.
El impacto ecológico de la incineración ha sido analizado recientemente por el toxicólogo holandés Abel Arkenbout, a quien varias ONG encargaron que investigara la posible contaminación en los alrededores de plantas de Francia, España, Lituania y la República Checa. El estudio de diciembre concluyó: "También se encontraron mayores cantidades de contaminantes orgánicos persistentes peligrosos en la vegetación cercana a las incineradoras".
Cerca de 500 plantas de toda Europa quemaron residuos domésticos en 2020, según la asociación del sector CEWEP. Las instalaciones emiten 300 kilogramos de residuos por tonelada de basura incinerada. Estas cenizas son a veces tóxicas.
En Alemania, las empresas de construcción reutilizan los residuos de la incineración para pavimentar nuevas carreteras. "Las cenizas de incineración de residuos no están bien allí", avisa el ingeniero medioambiental Peter Gebhardt. "No sólo en las carreteras, sino también en los vertederos, las empresas de eliminación vierten parte de los residuos. Contrariamente a lo que se suele afirmar, las incineradoras no suponen la eliminación de los vertederos".
Y cada vez son más. Hay planes para construir 39 nuevas incineradoras en Polonia. Hasta ahora, el país cuenta con 10. Podrían ser cofinanciadas por el Banco Europeo de Inversiones, que ha destinado 1.300 millones de euros a la construcción de nuevas incineradoras. En la República Checa se construirán cinco nuevas plantas.
La vida media de una incineradora es de unos 25 años, y algunos municipios que ya las tienen están obligados a suministrar una cantidad fija de residuos o se enfrentan a elevadas sanciones. En esos casos, la consecuencia es que los ayuntamientos tienen pocos incentivos para clasificar y reciclar los residuos de forma más exhaustiva. "Imagínese que separan obedientemente sus residuos y acaban siendo demandados", afirma Janek Vähk, que estudia estos temas para la ONG Zero Waste Europe.
Sin embargo, el negocio de la incineración amenaza con dejar de ser lucrativo a partir de 2028. La UE incluirá entonces las plantas en el Régimen Europeo de Comercio de Derechos de Emisión, obligándolas a pagar por sus emisiones de gases de efecto invernadero. Pero las incineradoras seguirán quemando plástico en el futuro. Una de las razones es el propio envase.
Diseño verdaderamente circular
En el límite sur del Parque Natural de Westhavelland, a una hora en coche de Berlín, Michael Stechert saca una bolsa de la compra de una bala de plástico de tamaño humano en el patio de la planta de reciclaje de Vogt. En la paca hay envases de gambas, botellas de Schweppes y envoltorios de caramelos.
Su empresa importa residuos de Francia, Países Bajos, Suiza y Noruega. El año pasado, 10.500 toneladas, casi el 10% de los residuos plásticos que recicla su planta, procedían de Noruega. "Este material es básicamente más limpio", dice Stechert. "A partir de ahí, intentamos reciclar tantas fracciones de residuos como sea posible".
La razón por la que a menudo sólo se puede reciclar una parte del plástico en plantas como ésta es el diseño. Una botella de ketchup o de champú, por ejemplo, puede estar compuesta por tres o cuatro tipos de plástico distintos. No pueden fundirse juntos, ya que tienen puntos de fusión diferentes. En consecuencia, sólo pueden incinerarse o enviarse a un vertedero.
Para “cerrar el ciclo” de verdad, hay que cambiar la composición de los envases. Pero hasta ahora está ocurriendo lo contrario. "La industria ha aumentado la cantidad de plásticos baratos flexibles y de varias capas", denunció la consultora Changing Markets en un informe reciente. En una carta abierta, varias ONG, entre ellas la Oficina Europea del Medio Ambiente y Zero Waste Europe, reclamaron "un diseño verdaderamente circular que prepare los plásticos para su reutilización y reciclaje".
La industria protesta por los objetivos obligatorios al respecto que propone la Comisión Europea. Pero aunque las medidas se impongan, eso no basta, afirma Helmut Maurer, antiguo experto en plásticos de la Comisión Europea. En su opinión, hay que aumentar el precio de los envases para reflejar su impacto climático y medioambiental, incentivando así a la gente a "producir la menor cantidad posible de residuos".
Maurer, y muchos como él, consideran que en última instancia el bucle de residuos soñado por la UE debe reducirse: "La verdadera respuesta debe ser evitar los residuos plásticos".
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Ese sería el inicio del camino hacia una economía circular más pequeña, con menos producción y en la que se desperdiciaría menos plástico. Entonces, los trabajadores portuarios griegos no tendrían que deshacerse de cargamentos ilegales procedentes de Alemania, y Kenneth Bruvik podría pasear por la costa noruega sin tener que esquivar restos de plástico.
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Edición: Ingeborg Eliassen, Chris Matthews y Elisa Simantke.