"¿Por dónde estarán?", se preguntaba el consejero madrileño Enrique Ossorio (PP) en marzo. Había tenido noticia de un informe de Cáritas sobre deterioro socioeconómico de las capas sociales más desfavorecidas en la comunidad y se preguntaba dónde andarían todos aquellos pobres que él nunca se cruzaba. Se volvía el consejero hacia atrás, en medio de una rueda de prensa, teatralizando el gesto de buscarlos. "¿Por dónde estarán?". La semana pasada la ministra Nadia Calviño (PSOE), quizás sin saberlo, acusaba a Iván Espinosa de los Monteros de estar tan perdido no como los pobres, sino como el propio Ossorio, al preguntarle si no conocía "ningún español real". El portavoz de Vox había dicho en el Congreso no saber de ningún español que hubiera "prosperado" gracias al Gobierno y Calviño le habló de los que han pasado a indefinidos con la reforma laboral, de los que cobran el salario mínimo, de los que reciben el ingreso mínimo vital...
Hay un hilo que une el caso Cáritas-Ossorio con el caso Calviño-Espinosa. Es decir, que une la confesión de Ossorio de no ver pobres en Madrid con la hipótesis de que Espinosa, hijo de marqués, no se cruza con "españoles reales". Ese hilo se llama segregación. Y hace verosímil que ni Ossorio estuviera fingiendo su sorpresa ni Espinosa engañando a sus señorías. Sí, en efecto, en España los más pudientes no ven a los más pobres. No es que los ignoren. Es que no los ven. No comparten espacio con ellos.
Obviamente, lo anterior es una generalización. Siempre ha habido y hay espacios de encuentro interclasista. Pero la afirmación es cierta en lo esencial: la segregación, sobre todo urbana y educativa a raíz de la Gran Recesión, ha levantado muros entre clases sociales, especialmente en las grandes ciudades y más aún en Madrid, que han metido en burbujas a los más privilegiados, reduciendo el flujo entre distintos grupos.
En España hay "clases sociales cada vez más extrañas entre sí, con pocos espacios de interacción significativa y por lo tanto con menor empatía", explica el sociólogo Daniel Sorando, especializado en la investigación sobre segregación residencial, que alerta de una "latinoamericanización" de nuestras urbes. Sergio Porcel, jefe del área de Cohesión Social y Urbana del Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona, alerta: "Una sociedad que desconoce su diversidad es una sociedad que tiene más dificultades para aceptar políticas distributivas". Además, traza un paralelismo entre la polarización que provocan las redes sociales, donde los algoritmos nos bombardean con contenido que concuerda con nuestras ideas previas, con la que puede provocar el encapsulamiento social en zonas sin pluralismo interno. Isaac Gonzàlez, director del Grado de Sociología especializado en el análisis de las desigualdades educativas de la OUC, vincula la pérdida de porosidad entre clases sociales con una mayor fe en el ideal meritocrático, que ignora los condicionantes de origen en el logro social y atribuye todo el mérito al propio esfuerzo, lo que a su vez –aquí coincide con Sorando y con Porcel– lastra las políticas de cohesión social. [ver aquí y aquí una reciente mesa redonda sobre segregación con Ignacio Gonzàlez y Sergio Porcel]. La gravedad de los efectos de la segregación está aceptada por el propio Gobierno de España en su documento estratégico España 2050, en el que señala que su aumento "tiende a crear una sociedad menos cohesionada" y eleva "la tensión y el conflicto".
La España que ahora celebra su 12 de octubre, su Fiesta Nacional, su Día de la Hispanidad, tan preocupada por sus esencias y sus demonios interiores, está en verdad amenazada por una ceguera. Es un país en que los distintos estratos sociales se dan la espalda. Los más aventajados, porque así lo buscan, diseñando estrategias de aislamiento para proteger su estatus. Los menos, porque no pueden evitarlo. infoLibre se adentra, a través de datos y estudios sobre segregación y análisis especializado, en un fenómeno poco advertido pero determinante para el proyecto español de convivencia.
De espaldas en una misma ciudad
La segregación, es decir, la agrupación homogénea según clase social, crece en España. Lo hace en diversos ámbitos, destacando el residencial y el educativo. En el primero, el residencial, el problema se concentra en las ciudades. La pandemia permitió observar el fenómeno con nitidez. Ha sido una pauta generalizada que las zonas pobres de las ciudades tengan niveles de contagio más altos. El propio mapa de expansión del virus demostraba la escasez de interacción entre unos barrios y otros. Los "confinamientos selectivos" de Madrid llegaron a ser acusados de clasismo.
Lo cierto es que, en cuanto a segregación, Madrid sobresale. El informe Segregación socioeconómica en capitales europeas, un análisis de 13 ciudades a lo largo de más de 400 páginas, muestra a Madrid como la urbe más segregadora por delante de Milán, Tallín y Londres. El fenómeno afecta tanto a la comunidad como a la ciudad. El estudio, de 2015, revela una región fracturada entre un norte de categorías profesionales más altas y un sur de categorías más bajas. En cuanto a la ciudad, las diferencias están entre zonas como Chamartín, Salamanca o Retiro, por un lado, y Usera y Puente de Vallecas, por otro. Siempre, el mismo patrón: poca y decreciente porosidad social. La brecha llevaba una década ampliándose, especialmente desde la crisis. Daniel Sorando, sociólogo participante en la investigación, explica a infoLibre que el abandono de la vivienda a las lógicas del mercado es la principal causa.
"Entre la zona norte y sur las diferencias son claras y podríamos incluso apreciar, obviando complejidades y particularidades, la existencia de dos urbes de colectividades dispares", anota Sem Fernández en su artículo Segregación urbana: El Viso y San Cristóbal, extremos en Madrid (2018). En breve verán la luz nuevos datos sobre Madrid que indican que la segregación es un fenómeno que va mucho más allá de lo urbano-residencial. José Ariza, investigador en sociología urbana, tiene pendiente de publicación un trabajo, a partir de datos de movilidad, que evidencian que los desplazamientos por ocio o por motivos familiares también suelen hacerse entre barrios de renta similar.
Pero la segregación residencial está lejos de ser una realidad sólo madrileña. Sorando, profesor de la Universidad de Zaragoza, amplió en 2019 su investigación con el trabajo El declive de la mezcla social en Barcelona y Madrid, donde observa en ambos casos un tránsito de "ciudades socialmente mezcladas" a "desconectadas". Más diagnósticos. El Institut de Govern i Polítiques Públiques de la UAB detectó el año pasado un aumento de la segregación en el área de Barcelona. Hay investigaciones que han apuntado auges de la fragmentación urbana en ciudades como Valencia, Sevilla, Alicante o La Coruña, entre otras. Hay una lógica de distinción detrás de esta tendencia. "El interés particular de algunos sectores sociales por distinguirse [...] lleva a recluirse en barrios y comunidades exclusivas. La búsqueda de un estatus [...] que refuerce su pertenencia a una élite se ve favorecida dentro de los límites cerrados de una parte de la ciudad, ajena al resto", analizan Arsenio Villar y Miguel García en Ciudad segregada en España: urbanizaciones cerradas en Valencia y Sevilla.
Aulas y orígenes
La segregación tiene una dimensión étnica. Cáritas ha alertado en un informe de 2020 de una "grave segregación social" de la población foránea. El 75% de las ocupaciones de los inmigrantes que trabajan son elementales, lo cual condiciona sus ingresos y su lugar de residencia. Otra vez, la segregación urbana. Como ha acreditado Eldiario.es, en las zonas del 10% más pobre de Madrid, el porcentaje de residentes nacido fuera de la UE triplica al de las áreas más ricas. En Barcelona, los porcentajes son 37% frente a 13%. Se trata de una pauta generalizada en las grandes urbes, que a su vez se traslada a las aulas.
La concertada –una parte significativa de la cual levanta barreras que dificultan el acceso del alumnado pobre– acoge 13,26 puntos menos de inmigrantes de los que le corresponden por su peso en el sistema. La exclusión afecta especialmente al alumnado africano. "La segregación urbana, que condiciona el lugar residencia, es amplificada por la segregación educativa", señala Jorge Calero, de la Universidad de Barcelona, en un estudio de 2020 que ofrece este dato: un 66% de los estudiantes de origen inmigrante se escolariza en centros en los dos cuartiles inferiores de renta.
La segregación escolar no se da sólo entre colegios públicos y concertados, sino también dentro de la propia red pública, y no se calcula sólo en función del porcentaje de alumnos españoles y extranjeros, sino también por clases sociales. Es decir, la segregación educativa es por origen social y geográfico. Un informe de 2021 de Save the Children y Esade Ecpol desveló que España era el tercer país los 28 estudiados que más segrega por renta familiar. Madrid volvía a sobresalir. Otro dato ilustrativo: la mitad de los alumnos gitanos van a centros donde más de un 30% del alumnado es gitano, según un reciente estudio de la Fundación Secretariado Gitano. Las pruebas están por todas partes: las distintas clases, orígenes y etnias tienden a compartimentarse.
Las consecuencias políticas
Autor de First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades (2016), Daniel Sorando especialista en vivienda y urbanismo. No obstante, su trabajo va más allá y nos adentra en las implicaciones profundas de la segregación. Urbanística, educativa y socialmente, está probado que se trata de un monstruo que se retroalimenta, generando círculos viciosos. Políticamente sus consecuencias están menos abordadas. ¿Qué aporta aquí Sorando? En primer lugar, apunta el dedo a la mayor abstención en los barrios en los que se concentra la población más pobre, lo que a su vez provoca que las políticas preferidas por la clase alta tengan más posibilidades de salir adelante.
En segundo lugar, alerta de la gravedad de que las clases altas se encapsulen y se cieguen. Sorando desarrolla esta idea en Extrañas a sí mismas: el aumento de la segregación residencial en las sociedades urbanas españolas, artículo publicado en 2022 que detecta toda una década de incremento de la segregación en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza, con "efectos negativos sobre las pautas de reconocimiento" entre clases y un "fomento de prejuicios basados en la falta de interacciones cotidianas". A juicio del investigador, la segregación "plantea un desafío para el reconocimiento entre los diversos grupos sociales", llegando al extremo de la "ignorancia de la mera existencia del otro". De hecho, apunta a una "latinoamericanización" de las ciudades españolas, segmentadas en zonas de ricos y zonas de pobres, con clases medias cada vez más delgadas que también hacen lo posible por evitar la porosidad por abajo.
Mirando a Latinoamérica
La comparación latinoamericana no es baladí. En el ensayo El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para el mundo (Ariel, 2022), Diego Sánchez-Ancochea, catedrático de Economía e investigador en Oxford, advierte del coste político que ha tenido la segregación en las principales urbes del subcontinente, donde en paralelo al auge de la desigualdad cada vez hay menos interacción entre ricos y pobres en barrios, escuelas, transporte público, zonas de ocio... Ello dispara la polarización política, merma el compromiso fiscal de los más pudientes y a la postre deteriora los servicios públicos, disparando una huida individualista hacia soluciones privadas, según Sánchez-Ancochea, que usa la expresión "círculo vicioso".
¿Está España cerca de eso? Según Sánchez-Ancochea, hay margen. Pero también indicios preocupantes. En primer lugar, está el ya citado auge de la segregación residencial y educativa. Además, hay un boom del seguro sanitario privado, en paralelo a un deterioro del sistema público de salud. También hay una popularización de los discursos antiimpuestos en la derecha política, en un contexto de polarización izquierda-derecha. Sorando advierte: "La segregación favorece políticas más dañinas para los grupos más vulnerables, porque en las clases en mejores condiciones cunde la sensación de no ver los beneficios de estas políticas". Eso, añade, dificulta la existencia de un proyecto político colectivo, tanto de servicios públicos como de apuesta por un Estado del bienestar digno de tal nombre. Se trata de un dibujo que ya había esbozado Jorge Dioni López en La España de las piscinas (Arpa, 2021), un popular ensayo sobre las consecuencias ideológicas del urbanismo neoliberal. "El modelo –escribe López en su libro– genera islas homogéneas y autosuficientes que provocan la ilusión de totalidad y el desconocimiento de otras realidades. [...] Si todo el mundo sólo tiene contacto con sus iguales, lo común se vacía de contenido".
El efecto del contacto
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¿Son atribuibles a la segregación los datos sobre compromiso de la clase alta con el Estado del bienestar? No es fácil de determinar. Lo seguro es que hay un deterioro apreciable en la serie Opinión pública y fiscalidad del CIS. Veamos la postura de la clase más alta. En 2022 es la que en menor porcentaje cree que se gasta "muy poco" en sanidad, educación y desempleo: 47,8%, 55,7% y 30,6%. En conjunto, teniendo en cuenta todas las clases sociales, esos porcentajes se elevan al 57,1%, 71,7% y 42,5%. Puede resultar lógico que entre los que más dinero tienen haya más porcentaje de población que opina que se gasta demasiado en estas partidas. Al fin y al cabo, pensarán que dependen menos del Estado para cubrir sus necesidades básicas o posibles baches. La pregunta clave es: ¿Cómo ha sido la evolución? Claramente, los integrantes de la clase más alta que piensan que se gasta "muy poco" en estos tres pilares del Estado del bienestar van a menos. Esta es la comparación entre 2012 y 2012. En educación: del 65,2% al 47,8%; en sanidad: del 57% al 55,7%, tras haber sufrido una pandemia; en desempleo: del 52,4% al 30,6%.
El sociólogo Ignacio Gonzàlez, de la UOC, pone el énfasis precisamente en el impacto de la segregación en la "concienciación de las clases medias y altas". "Es algo que afecta más a los grupos privilegiados", señala Gonzàlez, que cita un artículo, La familiaridad no genera desprecio, de 2018, cuyas conclusiones para el caso del sistema educativo en India son de interés para este debate. ¿Por qué? Porque acredita que tener compañeros de clase de familias más pobres que la propia hace que los estudiantes "valoren más la justicia social".
Otra vez la misma desembocadura: la mezcla ensancha el campo visual; la homogeneidad lo estrecha.
"¿Por dónde estarán?", se preguntaba el consejero madrileño Enrique Ossorio (PP) en marzo. Había tenido noticia de un informe de Cáritas sobre deterioro socioeconómico de las capas sociales más desfavorecidas en la comunidad y se preguntaba dónde andarían todos aquellos pobres que él nunca se cruzaba. Se volvía el consejero hacia atrás, en medio de una rueda de prensa, teatralizando el gesto de buscarlos. "¿Por dónde estarán?". La semana pasada la ministra Nadia Calviño (PSOE), quizás sin saberlo, acusaba a Iván Espinosa de los Monteros de estar tan perdido no como los pobres, sino como el propio Ossorio, al preguntarle si no conocía "ningún español real". El portavoz de Vox había dicho en el Congreso no saber de ningún español que hubiera "prosperado" gracias al Gobierno y Calviño le habló de los que han pasado a indefinidos con la reforma laboral, de los que cobran el salario mínimo, de los que reciben el ingreso mínimo vital...