Las consecuencias del 'caso Cifuentes'
El final del 'caso Cifuentes' inaugura la batalla de Madrid
Faltan un año y un mes, pero Madrid ya huele a elecciones. La caída de Cristina Cifuentes de la Presidencia de la Comunidad, empujada al precipicio por un robo en un hipermercado que cometió hace siete años y que ha salido a la luz justo cuando más débil estaba por el escándalo de titulaciones falsas que ha consumido su crédito público, ha puesto patas arriba el escenario político. Y lo ha hecho precisamente cuando la mayoría de las encuestas aseguran que todo está abierto y que Partido Popular, PSOE y Ciudadanos están en un pañuelo.
Claro que el más beneficiado por el terremoto político, inimaginable hace apenas un mes, es el partido de Albert Rivera. El traspiés de Cifuentes ha tenido lugar cuando el viento de las encuestas sopla a favor de Ciudadanos y, en algunos casos, ya le sitúa como la opción preferida de los españoles en Madrid pero también a escala nacional, por delante del PP y del PSOE.
La formación naranja puede presumir de haber cortado la cabeza a dos presidentes autonómicos del PP en apenas un año. Primero la de Pedro Antonio Sánchez, el jefe de Gobierno de la Región de Murcia, imputado por corrupción. Ahora la de Cifuentes. Ambos habían firmado acuerdos para gobernar con ayuda de los de Rivera. Los dos enfrentaban el riesgo de una moción de censura promovida por los socialistas y apoyada por Podemos. Y los dos han caído con el visto bueno de la dirección nacional del PP, que ha dado prioridad a conservar el control de ambas comunidades a los supuestos beneficios que algunos veían en la posibilidad de obligar a Ciudadanos a retratarse votando una moción de la izquierda para desalojarles del poder.
La dimisión de Cifuentes es el mejor de los escenarios que había previsto el estado mayor de Ciudadanos. Si el PP hubiese mantenido el pulso, la formación naranja hubiese tenido que negociar con el PSOE su respaldo a la moción de censura con la que los socialistas, apoyados por Podemos, pretendían llevar a Ángel Gabilondo a la Presidencia de Madrid. Y aunque habían manifestado su voluntad de hacerlo, ese vuelco a un año de las elecciones hubiese otorgado al PSOE —y por extensión a Podemos— la oportunidad de que los madrileños visualizasen la viabilidad de un cambio político en la Comunidad, al tiempo que también habría proporcionado al PP un argumento muy valioso contra ellos, que iban a ser señalados como los culpables de entregar el Gobierno a la izquierda, con o sin el adjetivo de “radical”.
En vez de eso, Ciudadanos se apunta un tanto importantísimo. Borra del mapa a una clara competidora electoral, deja malherido al Partido Popular, elimina el riesgo de que Gabilondo aproveche la Presidencia de la Comundiad para afianzar su alternativa y demuestra que es el partido naranja quien controla la situación. Aunque las relaciones con el PP no se recompongan del todo —en los próximos días ambas fuerzas deben negociar un acuerdo para investir al sustituto de Cifuentes– su líder, Ignacio Aguado, inicia la carrera electoral con el aval de haber ganado el pulso al partido de Mariano Rajoy utilizando, además, la bandera de la regeneración política, una de las que más daño hace al Partido Popular, sometido como nunca a las sacudidas judiciales que derivan de sus casos de corrupción y que ya empiezan a tomar forma de condena judicial.
Madrid es una pieza esencial del tablero político español. No sólo porque en ella esté la capital y aloje las principales instituciones del Estado, sino porque es la tercera comunidad en términos de población (6,5 millones de habitantes), la segunda en PIB (aporta el 19% del total de España) y la primera en riqueza por habitante. Gobernar Madrid dentro de un año, cuando falten apenas unos meses para las elecciones generales, es un objetivo central para los cuatro partidos de los que depende el núcleo de las mayorías políticas en España y sus líderes son muy conscientes de ello.
La lectura que hace Rivera
El propio Albert Rivera leyó la nueva situación política en esos términos en sus primera declaraciones después de que Cifuentes anunciase su dimisión. De un lado, atizó al PP —al que va a volver a situar en el Gobierno— por haber “querido proteger nuevamente” a una persona de su partido implicada en “una trama de corrupción”. Del otro, acusó al PSOE de seguir queriendo “ganar en los despachos lo que no ganó en las urnas”.
Ciudadanos, admite Rivera, se dispone a sacar partido de esta situación. Los madrileños “han tomado nota de quiénes querían tapar” lo ocurrido y quiénes preferían “tirar de la manta”. Lo ocurrido le permite vender el doble mensaje de que su partido aporta estabilidad pero también exige “regeneración, dignidad y decencia”. Espoleado por las encuestas, el líder de Ciudadanos se mostró confiado en poder ganar al PP en las urnas ofreciendo a los madrileños “un proyecto limpio, reformista y de cambio” en las elecciones autonómicas de 2019. Obviando que será Cs quien, en el plazo máximo de dos semanas, vuelva a situar al PP en el Gobierno de la Comunidad, subrayó que su objetivo es poner fin en las elecciones del año que viene a una etapa presidida por “un partido en descomposición por la corrupción” (las encuestas atribuyen a Cs una intención de voto que oscila entre el 25 y el 28%, más del doble que en 2015).
Esta aparente contradicción es el punto más flaco de la estrategia de Rivera y, consciente de ello, a ella se aferró inmediatamante el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, después de que la renuncia de Cifuentes privara a su partido de una oportunidad de oro para situar en la Presidencia de Madrid a su candidato, Ángel Gabilondo, trece meses antes las elecciones.
Rivera, emplazó Sánchez, debe ser “consecuente con sus propias palabras. Si como ha dicho hoy ‘el PP es un partido podrido de corrupción’, es evidente que ninguna de las manzanas que pongan encima de la mesa va a estar libre de esa sospecha”. Y para hacer más visible su punto de vista, el líder del PSOE reveló a última hora de la mañana que había enviado un mensaje a Rivera para hablar de “cómo resolver la crisis institucional en Madrid”. Porque la Comunidad necesita “un gobierno que recupere el prestigio de las instituciones que ahora mismo están siendo dañadas por un partido” en el que “no puede haber ningún candidato limpio”.
Su oferta no tuvo recorrido práctico alguno: Rivera respondió al líder socialista que, tras la dimisión de Cifuentes, no tiene nada que hablar con él. Ni siquiera aceptó hablar por teléfono, según fuentes de Ciudadanos.
El planteamiento del secretario general socialista, en todo caso, no deja lugar a dudas sobre el relato que su partido va a intentar construir de aquí a las elecciones: Ciudadanos es cómplice de la corrupción del PP y si no ha sido posible una alternativa, no ha sido porque el PSOE no lo haya intentado.
Esa disposición al diálogo con Ciudadanos, un partido al que Sánchez siempre que tiene ocasión retrata desde las elecciones catalanas como “la derecha”, tiene mucho que ver con el escenario político a los socialistas les gustaría hacer realidad tras las elecciones autonómicas del año próximo. En ellas el PSOE aspira a ser la fuerza más votada, aunque sea por la mínima, y da por descontado un retroceso de Unidos Podemos que hará imposible una mayoría de izquierdas. En ese supuesto, Sánchez buscaría emular el modelo de Susana Díaz en Andalucía y que Gabilondo alcanzase la Presidencia con el respaldo de Ciudadanos, cuyos líderes siempre han defendido que debe gobernar la lista más votada (las encuestas sitúan a los socialistas entre el 24 y el 18%, por debajo del resultado del 25,4% de 2015).
Ciudadanos aspira a elegir aliados
Sin embargo, el crecimiento de Ciudadanos que pronostican las encuestas ensombrecen los sueños de Sánchez de hacerse con la Presidencia de Madrid. El líder del partido en la Comunidad, Ignacio Aguado, con apenas 35 años y sólo cinco de ellos dedicado a la actividad política, tiene al alcance de la mano convertirse en presidente y dar a Rivera su primer Gobierno. Si son los más votados, como anticipan algunas encuestas, estarán con toda probabilidad en situación de elegir entre el PP y el PSOE a quién prefieren como socio de investidura.
Al PP lo ocurrido le pilla con el paso cambiado. Desde hace un tiempo el partido de Mariano Rajoy trata de evitar que parezca que Ciudadanos le marca el paso, como ocurrió en Murcia. Y sigue sin conseguirlo: hoy mismo Rivera les emplazó a proponer “cuanto antes” un candidato “limpio de corrupción” que su partido pueda investir y acabar así la legislatura “de la manera menos dolorosa”. "Si el PP propone a un candidato limpio de corrupción", desde Cs "lo apoyaremos", ha asegurado. Ni siquiera van a exigir la negociación y la firma de un nuevo acuerdo, adelantó en los pasillos del Congreso el número dos de Rivera, José Manuel Villegas.
La formación de Mariano Rajoy está atravesando en Madrid su peor crisis de los últimos años. Los escándalos de corrupción se acumulan desde que en 2003 dos tránsfugas del PSOE —en una operación que pasó a la historia como el tamayazo— favoreciesen la llegada de Esperanza Aguirre a la Presidencia. Los casos Fundescam, Bankia —con su derivada de las tarjetas black— y, sobre todo, las operaciones Púnica y Lezo, que acabaron con el encarcelamiento e imputación de Francisco Granados, exconsejero de la Comunidad, e Ignacio González, sucesor de Aguirre en la Presidencia, habían ido minando la credibilidad del PP. En 2015 perdieron el ayuntamiento de la capital y la mayoría absoluta en la Comunidad, pero conservaron el Gobierno gracias al auxilio que les prestó Ciudadanos.
Cristina Cifuentes encarnaba, para Rajoy, un antes y un después con esa etapa marcada por la corrupción. Ahora asisten, contrariados, no sólo al derrumbamiento de ese cortafuegos sino al drama de tener que improvisar un nuevo presidente a un año de las elecciones —con la humillación añadida de tener que pasar la prueba del algodón con Cs—. Eso sin contar con el problema de tener que encontrar, lo antes posible, un candidato capaz de dar la vuelta a las encuestas y retener para el PP el Gobierno de la Comunidad de Madrid (los últimos estudios de intención de voto les dan entre un 23 y un 26%, muy por debajo del 33% que obtuvieron en 2015).
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El cuarto invitado al terremoto político madrileño tampoco lo tendrá fácil. Íñigo Errejón, como candidato in péctore a la Presidencia —los respaldos con los que cuenta convierten su designación en primarias en un mero trámite—, va a tomar las riendas del proyecto político de Podemos Madrid con todas las encuestas a la contra y, sobre todo, con las heridas internas a flor de piel. A la vista está lo liviano de su alianza con los partidarios de Pablo Iglesias, representados en Madrid por Ramón Espinar, el desencuentro con el sector anticapitalista —que goza de gran visibilidad en la Comunidad porque en sus filas milita la portavoz en la Asamblea, Lorena Ruiz-Huerta— y, sobre todo, el episodio protagonizado por la diputada en el Congreso Carolina Bescansa, que reveló a través de las redes sociales un proyecto para disputar el control de la organización al propio Iglesias.
La estrategia de Podemos para tener un buen resultado pasa por la movilización de sus bases, evitar a toda costa cualquier rebrote de disenso interno y potenciar a su candidato, cabeza visible de un sector todavía influyente dentro de la organización y muy conocido en toda España. Para la formación de Pablo Iglesias el éxito o el fracaso pasan no sólo por mejorar los resultados de 2015 (18,6% de los votos y 27 escaños) sino, sobre todo, por sumar con el PSOE los 65 escaños que hacen falta para formar Gobierno.
La batalla de Madrid ha comenzado.