"Galicia, más que nunca" o el principio del fin del fraguismo y del ascenso de Feijóo
Madrid, 19 de enero de 2003. El Partido Popular celebra en Madrid una convención centrada en preparar las elecciones municipales previstas para el 25 de mayo de ese año. Uno de los oradores de la jornada es Manuel Fraga, presidente de la Xunta y del PPdeG. "¡Galicia, más que nunca!", exclama para comenzar su discurso, marcado por largas pausas entre las frases pronunciadas con voz "veterana, pero no cansada", advierte a los presentes entre muestras de obvio cansancio. El lema lo había propuesto un cargo local del partido para contrarrestar el "Nunca Máis".
Apenas 24 horas antes, el patrón de la derecha española acababa de culminar una amplia remodelación del Gobierno en la Xunta. Oficialmente, inspirada por los "principios de continuidad y reforma" y para dar salida a dos conselleiras, Corina Porro y Manuela López Besteiro, que iban a ser candidatas a las alcaldías de Vigo y Lugo. Realmente, profundamente motivada por la crisis que la gestión de la catástrofe del Prestige había provocado en su Ejecutivo y en el propio partido en unos días que, a medio plazo, acabaron significando el principio del fin del fraguismo.
En la víspera de aquel discurso, en el que Fraga ofreció su "lealtad acrisolada" y "gratitud infinita" al "Partido Popular de las Españas" por el apoyo tras el naufragio del petrolero, uno de los nuevos conselleiros nombrados fue Alberto Núñez Feijóo como titular de Política Territorial en sustitución de Xosé Cuíña, que había dimitido dos días antes. Feijóo era entonces presidente de Correos a las órdenes directas del ministro de Fomento Francisco Álvarez-Cascos, uno de los protagonistas de la controvertida gestión del Prestige. Ya había sido alto cargo de la Xunta a principios de los 90 de la mano de su mentor político, José Manuel Romay Beccaría, con quien fue gerente del Sergas hasta irse al Gobierno de Aznar en 1996.
El desembarco de Feijóo en el Consello de la Xunta era la muestra palpable de que la dirección central de Aznar y Mariano Rajoy habían ganado una batalla crucial. Pero la guerra en el seno de los populares gallegos no estaba, ni de lejos, finalizada.
Apenas 24 horas después de aquel discurso de Fraga en Madrid ya había estallado en Galicia la que pasaría a la historia política del país como revuelta del piso. Cinco diputados del PP de Ourense en el Parlamento de Galicia –José Manuel Baltar, Roberto Castro, María José Caldelas, Maximino Rodríguez y Miguel Santalices, este último actual presidente de la Cámara– habían escrito a Fraga y Aznar para protestar por la pérdida de "galleguismo" y autonomía del PPdeG y exponer peticiones concretas como el cese de Jesús Palmou, secretario general del PPdeG.
Detrás de la revuelta –que los impulsores seguían desde un piso en la capital ourensana que habían convertido en centro de operaciones, sin encerrarse en él en el sentido estricto– estaba el hondo malestar en el sector del PPdeG entonces apodado como de la boina por la caída de Cuíña. No dudaban de que la dirección central del PP había impulsado la operación y señalaban a Palmou como uno de los ejecutores.
La dimisión del conselleiro había llegado después de que la Cadena Ser publicase que, en los primeros días de la catástrofe del petrolero, una de las empresas de la familia Cuíña (Gallega de Suministros Industriales) vendió 8.520 trajes de aguas y 3.000 palas para la recogida del chapapote a otra compañía, Peycar, especializada en uniformes laborales y de seguridad, de la que era proveedora habitual y a su vez abastecía a la semipública Tragsa, que proporcionaba a la Xunta el material de limpieza en unas semanas en las que era escaso. Ya en el momento de dimitir, Cuíña defendió que la empresa no había cometido "ninguna ilegalidad ni irregularidad" y se brindó a ser investigado por el Parlamento, además de divulgar un informe en el que dos catedráticos y un profesor de Derecho Administrativo (Alfredo Gallego, Ángel Menéndez y Francisco Javier Jiménez) veían certificada la "legalidad" de una venta que, subrayaban, había sido a precio de coste, sin beneficios.
Ni la venta de trajes y palas ni la donación de contenedores para recoger chapapote que había realizado otra empresa de los Cuíña (valorados en 36.000 euros, según Fraga, y en 50.000, según otras fuentes) llegaron nunca a los tribunales de justicia. Pero aquel episodio fue clave para alejar de la primera línea a un dirigente que era visto con profunda hostilidad desde la madrileña calle de Génova. Más aún cuando, al frente del gabinete de crisis formado por la Xunta para abordar el Prestige, había discrepado abiertamente de la línea de Aznar y Rajoy e incluso apostó por que el PPdeG secundara la que acabó siendo histórica primera manifestación de la plataforma Nunca Máis, el 1 de diciembre de 2002.
En cambio, la cúpula de Génova sí daba su bendición a Feijóo, quien apenas un año después ascendería a vicepresidente primero de la Xunta mientras le correspondía una parte relevante de la venta política del Plan Galicia, el programa de inversiones con el que prometían compensar los efectos de la catástrofe. El 26 de enero de 2003, cuando los nuevos conselleiros de la Xunta ya estaban en sus puestos, así lo hizo ver el propio Aznar en el transcurso de otra convención para preparar las municipales, en este caso organizada por el PPdeG en Santiago. Allí el entonces también presidente del Gobierno de España desplegó un durísimo discurso contra quien osara cuestionar las decisiones de su gabinete sobre el Prestige. Los redujo a perros "ladrando su reencor por las esquinas" mientras los populares, aseguró, iban a "levantar Galicia".
Señales de alerta electoral hasta perder la Xunta
Con todo este telón de fondo llegaron las elecciones municipales de 2003. Los grandes titulares habían hablado en aquellos días de resistencia del PP en Galicia e incluso de que el Prestige no les había pasado ninguna factura en las urnas, señalaban entre ejemplos como el mantenimiento de la mayoría absoluta popular en Muxía, su consecución en Fisterra o el logro de las alcaldías de Ferrol y Vigo (esta última tras la ruptura entre el PSdeG y el BNG).
Todo esto era cierto. Pero no lo era menos que, en el conjunto de Galicia, el PP había perdido unos cuatro puntos respecto de las anteriores elecciones municipales, las de 1999, que había logrado 142 ediles menos que entonces mientras el PSdeG sumaba 66 y el BNG 9, y ambos ganaban votos. Además, los conservadores no habían logrado recuperar las plazas históricas que había perdido cuatro años antes, caso de las alcaldías de Lugo (PSdeG) y Pontevedra (BNG)
Aquella primera cita con las urnas tras la catástrofe del Prestige ofrecía para los populares algunos síntomas preocupantes que aún lo serían más en las generales de marzo del 2004, cuando al eco de las movilizaciones por la gestión del petrolero se añadió el de las protestas contra la participación española en la invasión de Iraq decidida por Aznar y el de los atentados del 11M en Madrid. Al contrario que en el total estatal, el PP se mantuvo como el más votado, pero perdió más de siete puntos respecto de las anteriores generales mientras el PSdeG ganaba 13 impulsado por la candidatura de José Luis Rodríguez Zapatero.
Todo esto sucedía mientras Fraga, al frente del Gobierno que ya vicepresidía Feijóo, seguía dando muestras de debilitamiento político y físico. Así sucedió también en la campaña de las cruciales elecciones gallegas de 2005, adelantadas a junio de aquel año siguiendo otra vez la preferencia de la dirección central del PP, ya liderada por Rajoy.
En esos comicios gallegos el PP perdió más de siete puntos y, sobre todo, la suma de PSdeG y BNG superó el 50% de los votos, dando lugar al primer Gobierno gallego de la izquierda emanado de las urnas, el presidido por el socialista Emilio Pérez Touriño con el nacionalista Anxo Quintana como vicepresidente. La derrota propició también la sucesión de Fraga al frente del PPdeG. En enero de 2006, Feijóo conseguía alzarse como nuevo líder por aclamación en un congreso sin rivales, ya que por el camino habían caído todos los demás aspirantes, entre ellos Cuíña.
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