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De Isabel la Católica a Franco: quiénes incrustaron en España la huella del antisemitismo

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La bronca desatada por el PP y Vox y secundada por la Embajada de Israel en Madrid al tachar de “antisemitas” y próximos a Hamás a quienes forman parte del sector minoritario del Gobierno –los partidos de Sumar– ha dejado poco espacio para el debate sobre una realidad de siglos cuya huella todavía persiste: el antijudaísmo que ya en la masacre de 1391 había enseñado sus garras para incrustarse definitivamente en la historia un siglo más tarde con el auge de la Inquisición.

Pero el dolor pasó mucho tiempo inadvertido. Cuando, según National Geographic, al judío sevillano Pedro Fernández Benadeva lo quemaron vivo el 21 de abril de 1481 en uno de los primeros autos de fe, Isabel de Castilla debía de estar exultante: una semana antes, su marido, Fernando, la había nombrado “corregente, gobernadora, administradora general y otro yo de todos los Reinos de la Corona de Aragón”, como atestigua la profesora de la Complutense Ana Belén Sánchez Prieto. Para entonces, la cuasi beata Isabel –hay un proceso de beatificación oficialmente abierto– era ya protagonista de una escalada imparable. Tanto que sus éxitos –el triunfo final de la llamada Reconquista y el descubrimiento de América, los grandes hitos de 1492– han sepultado durante cientos de años su papel como gran impulsora de la Inquisición. Creado siglos antes, fue a partir de Isabel la Católica y su protegido Tomás de Torquemada como inquisidor general de Castilla y Aragón cuando el terror imprimió su marca institucional en el tribunal.

Que la estela antisemita no fue solo cosa del quicio histórico entre la Edad Media y la Moderna lo delata el Tratado de Utrecht: firmado en 1713 y con el que se puso fin a la larga Guerra de Sucesión, España cedió Gibraltar a Inglaterra. Pero, ojo, entre las cláusulas del Tratado figuraba una exigencia española: que "judíos y moros" no pudiesen residir en la colonia británica.

De Torquemada a Matajudíos

Hoy, el más importante enclave de la derecha española, Madrid, conserva la calle Torquemada. Así se llama también –es cierto– un pueblo de Palencia. Igualmente, en Burgos permaneció incólume durante siglos Castrillo de Matajudíos, que en 2015 y previa votación popular de sus 56 habitantes cambió a Castrillo de Mota de Judíos y vio cómo un grupo neonazi que al final cayó borraba con pintadas la nueva denominación del municipio . En Burgos capital, no consta que se haya movido una letra de la calle Alonso de Cartagena, uno de “los más fanáticos colaboradores” de Torquemada, según definición del diario ABC.

Pero volviendo a la calle Torquemada de Madrid –hay otra en Ávila–, si tropieza con su nombre quien sabe algo sobre la Inquisición y poco o nada sobre la toponimia española pensará sin duda en el hombre que bajo el patrocinio de la reina más célebre lanzó una feroz persecución contra judíos y musulmanes. O lo que es lo mismo, actuó bajo el manto protector de Isabel la Católica que en el año que define al siglo XV –1492– ordenó la expulsión de los judíos y a quien la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, considera su modelo a seguir. En paralelo Ayuso tilda de antisemitas a quienes se oponen al éxodo forzoso de quienes vivían o aún viven en la Franja de Gaza, impuesto por Israel tras los brutales atentados terroristas de Hamás.

El fiscal del ejército franquista y los enemigos del obispo

Calificar a la Inquisición como sangrienta e inhumana no equivale a incurrir en un exceso de opinión: a estas alturas nadie cuestiona que la tortura y la crueldad fueron los raíles por los que circuló aquel tribunal eclesiástico que arrojó al fuego a miles de personas y devoró en 1781 el cuerpo de su última víctima: una religiosa hereje, la también sevillana María Dolores López, finalmente ejecutada por garrote vil en 1781.

Afianzadora del antisemitismo y del desprecio a “los moros”, la huella de la Inquisición perduró en el campo de lo que a partir de la Revolución Francesa llamamos derecha. Un ejemplo reciente: como remarcó en una ocasión el historiador Ángel Viñas, el fiscal jefe del bando franquista durante la Guerra Civil, Felipe Acedo Colunga, llegó a definir a la Inquisición nada menos que como “un tribunal calumniado”.

Y ahora, otro ejemplo de la España bajo la dictadura: en La Iglesia en Andalucía durante la Guerra Civil y Primer Franquismo, uno de sus coautores, Pablo López Chaves, relata el caso de fray Albino González Menéndez-Reigada, primero obispo de San Cristóbal de la Laguna y luego de Córdoba hasta su muerte en 1958. Dominico al igual que Torquemada, escribió Catecismo Patriótico Español, publicado por primera vez en 1939 y pronto adoptado como texto de enseñanza obligatoria en las escuelas. “Entre las ardorosas invectivas y proclamas de su contenido –subraya el profesor López Chaves– merecen ser subrayados varias: la condena de los siete enemigos de España (el liberalismo, la democracia, el judaísmo, la masonería, el capitalismo, el marxismo y el separatismo), el carácter marcadamente racista de sus imprecaciones contra el pueblo judío o la clarísima apología del estado totalitario (“cristiano”, matiza) del cual sería modelo la Nueva España, hecho que motivó la retirada de la obra como parte del corpus educativo a raíz de la condena de Pío XII contra el totalitarismo, hecha pública en 1945”.

Cómo borrar a los médicos judíos

Pero en el cajón del antisemitismo español del siglo XX hay muchas más fichas que las del fiscal Felipe Acedo y el obispo Albino González. Con excepciones que iluminan la esperanza, como los diplomáticos franquistas Ángel Sanz Briz y Eduardo Propper, que salvaron a miles de judíos, el primero en Budapest y el segundo en Burdeos, la norma fue la contraria. A Propper, por ejemplo, lo destituyó en febrero de 1941 el entonces poderoso ministro de Exteriores, Ramón Serrano Suñer, marido de la hermana de Carmen Polo y por tanto concuñado de Franco.

Con una imagen que recientemente trató de blanquear una serie televisiva centrada en su historia de amor extraconyugal, el cuñadísimo demostró su adscripción nazi sin que nadie le parase en barras hasta que en 1942 Franco empezó a mover el péndulo de sus relaciones internacionales. En septiembre de aquel año, el "Generalísimo" destituyó como ministro de Exteriores a Serrano Suñer, que previamente había sido titular de Gobernación y aún mantenía el cargo de presidente de la junta política de Falange.

Como recordó infoLibre hace una semana citando un extenso reportaje publicado en 2010 por El País, en mayo de 1941el régimen franquista ordenó a todos los gobernadores civiles elaborar una lista de los judíos residentes en el territorio nacional. La orden partió de José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, muy amigo de Serrano Suñer, director general de Seguridad, amigo del temible Heinrich Himmler, jefe de la Policía alemana, y luego embajador en Berlín.

Pero Serrano Suñer no se limitó en ningún caso a actuar a través de testaferros políticos. Por seguir con los ejemplos, es su firma la que aparece en la orden del 6 de octubre de 1939 “para la depuración de los Colegios de Médicos de la conducta política y social de sus miembros”. Entre los motivos para denegar la colegiación, Serrano Suñer incluyó como punto g el que sigue: “El haber servido positivamente a la obra revolucionaria marxista, judaica y anarquizante en cualquiera de los sectores de la Sociedad española, antes o después del Movimiento Nacional”.

Propaganda coordinada

Como sostiene el catedrático Xosé M. Núñez Seixas, de la Universidad de Santiago de Compostela, en el fascismo español de preguerra “el antisemitismo tuvo cierta visibilidad retórica, en un discurso que unía a judíos, comunistas y masones en una gran conspiración contra España, Europa y la civilización cristiana”. Esa “visibilidad retórica” perseveró en la propaganda y los instrumentos de alienación y desinformación del primer franquismo, que acabó convirtiendo España en refugio de nazis y así lo demuestran distintas investigaciones, entre ellas el libro La guarida del lobo.

La propaganda se expandió de forma coordinada. De nuevo, un ejemplo extraído de las hemerotecas: el 1 de enero de 1939 el vallisoletano Libertad, diario nacional sindicalista, fundado por Onésimo Redondo, uno de los artífices de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), finalmente fusionadas con la Falange de Primo de Rivera, difundió un artículo titulado El peligro comunista. El texto citaba parte de una pieza publicada en 1919 por Benito Mussolini donde se hacía la siguiente afirmación: “La plutocracia internacional, dominada y controlada por los judíos, tiene un interés supremo en que toda la vida rusa acelere hasta el paroxismo su desintegración molecular”. Pues bien, aunque en distintos formatos, El peligro comunista fue reproducido, como mínimo, por otros tres rotativos: el 5 de enero, por El Adelanto de Salamanca; el 18, por El Avisador Numantino (Soria), y el 23 de febrero, por El Día (Mallorca). Entregado a Falange al terminar la guerra, ese último lo había fundado Juan March, el empresario que pagó el alquiler del Dragon Rapide, el avión que el 18 de julio de 1936 trasladó a Franco desde Canarias a Tetuán.

Que la propaganda antisemita no conocía límites en el bando que implantó la dictadura quedó también plasmado en decisiones como esta: un mes después de la victoria franquista, el régimen incluyó a golpe de BOE [puedes leerlo pinchando aquí] en el programa educativo temas como “La conspiración masónica-judaica internacional” o “los pseudo-intelectuales despechados, la masonería y los financieros judíos internacionales hacen caer la Monarquía”.

La División Azul y “la coyunda diabólica”

Seixas traza su diagnóstico sobre el antisemitismo franquista: “La postura del régimen hacia el aporte de la población judía a la cultura española en el pasado y el presente fue contradictoria, al igual que la política de admisión de refugiados judíos. Por lo general se les permitió el paso por terri­torio español, a condición de que lo abandonasen cuanto antes; pero también hubo casos de entrega de refugiados hebreos a los alemanes en la frontera fran­cesa”.

Posiblemente, el caso más notorio es el del filósofo alemán –judío–Walter Benjamin. En septiembre de 1940 había cruzado clandestinamente la frontera francesa con España. Y –cuenta El País– “ las autoridades le dijeron que sería devuelto a Francia, lo que implicaba ser entregado a la Gestapo y, probablemente, enviado a un campo de concentración. Quienes lo acompañaban han hablado de suicidio”. Benjamin murió en la localidad gerundense de Portbou.

La banalización del antisemitismo

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El catedrático de la Universidad de Santiago (puedes leer aquí ¿Testigos o encubridores? La División Azul y el Holocausto de los judíos europeos: entre historia y memoria) remarca cómo “los discursos que acompañaron la partida de los voluntarios españoles para el frente del Este durante el verano de 1941, con todo, incluían frecuentes alu­siones a los judíos, asociados semánticamente al comunismo soviético, a la plutocracia internacional y a la masonería”. De lo que habla, y casi sobra precisarlo, es de la División Azul. Su “periódico de trinchera” –escribe el catedrático– se llamaba Hoja de Campaña, que adoptaba “algunas fórmulas retóricas y representaciones visuales nazis”.  “En sus páginas –prosigue el texto– se reflejaba la idea de una coyunda diabólica del judaísmo con el marxismo, la plutocracia y el li­beralismo, responsables de la decadencia de España y de la guerra mundial”.

Seixas entrecomilla parte de un artículo publicado en Hoja de Campaña bajo el título El verdadero enemigo y firmado por un tal Enrique Blanco: “¡Te conocemos! Son tus apellidos, Democracia, Marxismo y Plutocracia, pero tu nombre de pila es inconfundible: te llamas Judaísmo”.

Recuperada la democracia a partir de la muerte del dictador en 1975, la derecha no ha cejado en proteger la imagen de la División Azul. En octubre de 2022, con el apoyo de Vox y Ciudadanos, el PP tumbó en el Ayuntamiento de Madrid la propuesta conjunta de Más Madrid y el PSOE para cambiar el nombre de la calle Caídos de la División Azul. Nadie y ese fue el argumento del PP, que obvió la obediencia de la División Azul a los artífices del Holocausto, tocaría el rótulo porque la vía, informó eldiario.es, se llama así “en memoria de unos españoles que fueron voluntarios a luchar contra la dictadura más sangrienta y salvaje que ha asolado Europa en el siglo XX como es el comunismo” . El nuevo apelativo que la oposición propugnaba para Caídos de la División Azul en absoluto flirteaba con el comunismo en cualquiera de sus variantes ni con la extinta URSS, a cuya invasión por el Ejército nazi contribuyeron los divisionarios falangistas. La propuesta era rebautizar la calle como Memorial 11 de marzo de 2004 como homenaje a las víctimas de la matanza de Atocha, el mayor atentado sufrido por España y perpetrado por el terrorismo yihadista de Al Qaeda. Es decir, por una rama del mismo tronco que sostiene a Hamás.

La bronca desatada por el PP y Vox y secundada por la Embajada de Israel en Madrid al tachar de “antisemitas” y próximos a Hamás a quienes forman parte del sector minoritario del Gobierno –los partidos de Sumar– ha dejado poco espacio para el debate sobre una realidad de siglos cuya huella todavía persiste: el antijudaísmo que ya en la masacre de 1391 había enseñado sus garras para incrustarse definitivamente en la historia un siglo más tarde con el auge de la Inquisición.

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