"Hidrógeno verde". Hay una disonancia entre la importancia que le da el Gobierno de Pedro Sánchez a esta tecnología y lo conocida que es por el gran público. A grandes rasgos: es la tecnología en la que ponen sus esperanzas las grandes empresas y el poder político para una transición ecológica lo suficientemente ambiciosa que no amenace sus privilegios. No es petróleo, pero las relaciones geopolíticas que puede generar a partir de 2030 se le parecen. No vamos a depender tanto de él como del oro negro, pero a día de hoy es la única solución puesta sobre la mesa para descarbonizar todo lo que no es fácil descarbonizar, si obviamos su desaparición (y el decrecimiento como camino a transitar). Y la mejor noticia: España ocupa la pole position en la parrilla de salida, dentro del contexto europeo.
Es un proyecto de industrialización del país, como defiende el Gobierno, en una economía que ha sufrido las consecuencias de transitar del sector secundario al servicios durante demasiado tiempo. Pero si hablamos de industrializar, de una tecnología aún inmadura que necesita investigación y desarrollo, es razonable pensar que el centro y norte de Europa, Alemania como máximo exponente, nos lleva la delantera. En esta ocasión no, defienden los empresarios que están manos a la obra. Sin embargo, aún hay gaps e incertidumbres que marcarán la senda a transitar. Como saben los aficionados a la Fórmula 1, hay muchas curvas entre la primera posición en la salida y el podio.
El hidrógeno verde define un método de generar este elemento mediante la separación de los dos átomos que componen cada molécula de agua del átomo de oxígeno mediante electricidad obtenida a partir de fuentes renovables. El proceso se conoce como electrólisis. Pero... ¿para qué querríamos hacer eso? Se buscan varias utilidades. En primer lugar, para almacenar la electricidad que nos sobra, cuando las renovables generen más de lo que podamos consumir en ese momento. Y en segundo lugar, para utilizarlo directamente como combustible libre de emisiones en los sectores más resistentes a una electrificación, como la industria pesada, el transporte marítimo y el aéreo.
Un tanque de hidrógeno podría inyectar electricidad para el consumo doméstico en una noche de poco viento, cuando la eólica y la fotovoltaica no lleguen, sin necesidad de gas o nuclear. Un coche con una pila de hidrógeno podría alimentar la batería eléctrica durante más tiempo: una recarga de cinco minutos para una autonomía de más de 1.000 kilómetros. Un avión podría prescindir del sucísimo queroseno. Y el poder económico podría mantener un estatus muy parecido al actual, sobre todo el de los sectores que parecían estar condenados a desaparecer.
Por eso Repsol está tan interesado en el hidrógeno verde. Esta semana ha anunciado la creación de Shyne, un consorcio de más de 30 empresas para avanzar en el posible negocio, que desplegará proyectos en diez comunidades autónomas y contará con una inversión total de 3.230 millones de euros. No es la única. Iberdrola está construyendo una planta dedicada en exclusiva a esta tecnología en Puertollano (Ciudad Real); Enagás está firmando acuerdos con otras empresas públicas dedicadas a la distribución del gas para avanzar en la investigación; Endesa se ha aliado con Cepsa para reconvertir a hidrógeno el consumo de las plantas petroquímicas y de refino. Son solo un puñado de ejemplos.
Sin embargo, por muy poderosas que sean estas empresas, no van a embarcarse en esta aventura sin salvavidas; en su conjunto, las energéticas han solicitado 60.000 millones de fondos europeos para diversos proyectos. Evidentemente, no todos van a recibir dinero público. Pedir es gratis. Pero la apuesta del Ejecutivo es fuerte; el Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) de Energías Renovables, Hidrógeno Renovable y Almacenamiento le destina 1.600 millones y se aspira a movilizar 2.900 de capital privado. Es un "proyecto país" que no solo aspira a hacer la transición ecológica: aspira a que otros países dependan de España, pasando de importador a exportador. Al igual que dependemos de Argelia para el gas o de Arabia Saudí para el petróleo.
¿Por qué España está mejor posicionada que otros países del centro y el norte de Europa, que siempre han llevado la delantera en industrialización y tecnología? El principal motivo es la latitud del país. España cuenta con viento y, sobre todo, cuenta con sol. El hidrógeno verde necesita renovables y cualquier nación necesita un exceso de renovables para desplegar esta tecnología. La instalación de nueva capacidad en el país está sufriendo una ralentización por el cuello de botella administrativo y el rechazo de algunos territorios, pero el sector confía en que se cumplirán de sobra los objetivos de 2030 camino a que toda la electricidad del país sea limpia en 2050.
La Agencia Internacional de la Energía identifica a España como el país del continente donde más barato va a ser generar hidrógeno verde por su capacidad de que la eólica y la fotovoltaica funcionen a todo trapo en el largo plazo. "Sí, Alemania tiene mucha tecnología, pero necesita un sol y viento que no tiene", explica Javier Brey, presidente de la Asociación Española del Hidrógeno. Lleva 22 años en el sector, confiando en su potencial cuando nadie creía. Pero, a su juicio, no es el único factor que pone en ventaja a España. Da una cifra muy llamativa: "España produce el 2,8% de la investigación científica en hidrógeno en el mundo. La aportación de España al PIB mundial es del 1,4%".
Es, también, el país europeo que más proyectos empresariales ha presentado, aunque no es el primero ni mucho menos en cuanto a potencia energética. Y la industrialización, explica Brey, no empieza de cero. "Nuestra asociación tiene 300 socios que se dedican a toda la cadena de valor", saca pecho. La posición geográfica de la Península también otorga es otro punto a favor: países como Marruecos se están intentando posicionar también como exportadores, también por las horas de sol que disfrutan, por lo que España podría ser un hub que conecte Europa con el continente africano, al igual que hace con el gas argelino.
Cinco fortalezas que, asegura Brey, "no todos los países pueden decir que tienen". Y que, por cierto, reconoce Alemania. El comisionado del Hidrógeno del Gobierno federal germano, Stephan Kaufmann, reconoció en una entrevista con Der Spiegel que España se está posicionando muy bien a nivel mundial –no solo continental– para ser exportador. El periodista contraatacó: "En la Estrategia Española del Hidrógeno, sin embargo, apenas se prevén exportaciones hasta 2030". "Durante mis visitas a España, tuve la impresión de que existe un gran interés en establecer rápidamente una industria de exportación del hidrógeno", aseguró el comisionado. Efectivamente, el objetivo español para esa década, de 4 GW de electrolización, no da para venderlo extramuros. Pero el Ejecutivo y las empresas tienen puesta la vista para más allá.
Sin embargo, y según un informe de esta semana de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena), España no es el país que más recursos públicos está poniendo en el asador para posicionarse. Alemania, según la recopilación del organismo, prácticamente cuadriplica la financiación que pone a disposición de la tecnología. Francia e Italia también están por encima. Por otro lado, sigue habiendo incertidumbres. El hidrógeno verde es ya "industrialmente viable", en palabras de Brey: falta que sea "comercialmente viable", es decir, lo suficientemente barato de generar para que sea un negocio y una sustitución al alcance de la mano del consumidor doméstico para la calefacción de casa o el depósito de su coche.
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El hidrógeno verde, señala Irena, generará "importantes cambios geoeconómicos y geopolíticos" y a su vez "una ola de nuevas interdependencias": con países importadores de energía que se vuelven exportadores, como planea España, pero también al contrario. Sin embargo, advierte el organismo, el hidrógeno no es "el nuevo petróleo". El poder no estará tan concentrado y la dependencia no será tan brutal como la que ahora mismo el mundo desarrollado mantiene con los combustibles fósiles.
Para los ecologistas, sin embargo, el hidrógeno verde se parece demasiado al petróleo. Y precisamente por las dinámicas de poder que genera. Organizaciones como el Observatori del Deute en la Globalització (ODG) señalan que permite seguir manteniendo la generación de energía en unas cuantas manos, en vez de un modelo aún más descentralizado, como el que permiten las renovables con el autoconsumo, con las instalaciones compartidas, con las comunidades energéticas.
En el fondo, el hidrógeno verde encarna el debate y la disputa entre el crecimiento verde y el ecologismo decrecentista. Los primeros, entre los que se encuentran el Gobierno y las grandes empresas, que quieren cambiarlo todo para frenar el cambio climático y para que todo siga igual; y los segundos, que quieren poner límite al fenómeno pero, también, generar economías más humanas donde la productividad no sea lo primero sino la vida. Donde no haga falta el hidrógeno porque no se necesita tanta energía.
"Hidrógeno verde". Hay una disonancia entre la importancia que le da el Gobierno de Pedro Sánchez a esta tecnología y lo conocida que es por el gran público. A grandes rasgos: es la tecnología en la que ponen sus esperanzas las grandes empresas y el poder político para una transición ecológica lo suficientemente ambiciosa que no amenace sus privilegios. No es petróleo, pero las relaciones geopolíticas que puede generar a partir de 2030 se le parecen. No vamos a depender tanto de él como del oro negro, pero a día de hoy es la única solución puesta sobre la mesa para descarbonizar todo lo que no es fácil descarbonizar, si obviamos su desaparición (y el decrecimiento como camino a transitar). Y la mejor noticia: España ocupa la pole position en la parrilla de salida, dentro del contexto europeo.