Violencia machista
"Cuando me pegaba yo tenía que decir que era mi culpa": la violencia machista se ensaña con las mujeres migrantes
"Cuando a mí me pasó, me daba vergüenza reconocer que yo había padecido violencia machista". La voz que pronuncia esas palabras es la de Luna, una joven venezolana de 36 años. Es víctima de violencia de género. Junto a ella, hablan Elis, Alaia, Patricia, Sofía y hasta diecinueve mujeres migrantes que han sufrido malos tratos. Sus historias están recogidas en la página web y el informe Tirar del hilo: historias de mujeres migradas supervivientes de violencia machista en el laberinto institucional. El estudio, confeccionado por la Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos (AIETI) y la Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe (Red Latinas), ha sido presentado este jueves junto a la directora General para la Igualdad de Trato y Diversidad Étnico Racial, Rita Bosaho. El proyecto llega en un momento especialmente cruento para las mujeres, después de la confirmación este miércoles del asesinato de una mujer de 81 años a manos de su pareja en Madrid. Con ella, ya son 20 las mujeres asesinadas en lo que va de año. Y de ellas, como las protagonistas del informe, nueve habían nacido en un país extranjero, el 45%.
Las mujeres migrantes víctimas de violencia de género, en todas sus formas, pasan por situaciones de doble vulnerabilidad, alimentadas por circunstancias como la irregularidad administrativa, la falta de información sobre los recursos de protección o la ausencia de redes de apoyo. La falta de un sostén económico y social sumió a Alejandra, una joven chilena de 26 años, en una desgarradora violencia por parte de dos parejas. "Una vez me empezó a pegar, me empezó a asfixiar, me estaba desmayando y me echaba cerveza en la cara para que no me durmiera. Me pegaba con las botellas de cristal, y yo tenía miedo", relata. Además de culpabilizar a la víctima, el agresor ejercía sobre ella también violencia sexual: "Siempre que me pegaba, siempre, yo le tenía que pedir disculpas y decir que era mi culpa y para que se calmara siempre le tenía que hacer una felación". La superviviente, madre de dos niños, dio el paso de denunciar y entró en la red de protección. Su agresor fue condenado, pero no entró en prisión y trató de romper con la orden de alejamiento en varias ocasiones. Pese a su condición de víctima, la joven lamenta la falta de acompañamiento e información sobre los recursos psicológicos y económicos a su disposición.
Ella reunió la fuerza necesaria para presentar una denuncia contra su maltratador, pero no todas las mujeres son capaces de seguir esa senda. Según la última Macroencuesta sobre la Violencia de Género, sólo el 21,7% de las mujeres que han sufrido violencia por parte de algún hombre con quien mantenían una relación de pareja denunciaron sus agresiones. Sofía y Patricia están en el grueso de quienes no lo hicieron.
Sofía llegó de Marruecos con apenas 24 años. Se casó con un hombre español, que pronto se convertiría en su "secuestrador". La violencia psicológica que ejercía sobre ella tenía una expresión muy clara: el absoluto control sobre sus movimientos. "Le tenía que pedir permiso para comprar una compresa", cuenta la mujer. La violencia era cotidiana y convivía con la víctima a diario: "No me dejaba hablar y entonces dejamos de salir con gente, con parejas de amigos. Yo antes tenía confianza en mí misma, sueños… pero así… poco a poco…", reconoce. La violencia psicológica de control afecta al 27% de las mujeres mayores de dieciséis años y la violencia económica al 11,5%, según la Macroencuesta.
Sofía permaneció quince años atrapada en la espiral de violencia. Las secuelas fueron haciendo mella en su salud física y mental, pero los profesionales sanitarios no detectaron indicios de violencia. "Me dolía todo y se me caía el pelo, tenía estrés, mucha presión dentro y depresión, a veces no me podía ni levantar de la cama", dice la marroquí. Según la Macroencuesta, el 45,4% de las mujeres que han sufrido violencia física o sexual afirma que sufrió depresión, el 47,3% ansiedad, el 48,6% problemas de sueño o alimentación, el 61% pérdida de autoestima, el 50% desesperación y el 12,3% pensamientos o intentos de suicidio.
Patricia, nacida en México, llegó a España para vivir con su pareja, un hombre español dos años menor que ella. Los gritos que nutrían las discusiones dieron pronto paso a las amenazas, el pan de cada día para la mexicana. En uno de los episodios de violencia psicológica, el agresor la amenazó con "rajarla de arriba a abajo como a una cerda" para que no la "reconociera" ni su "familia", recuerda la joven en su testimonio. Trató de huir, pero no denunció. Esencialmente por el miedo a que la situación administrativa irregular de su hermano fuese usada en su contra, una circunstancia que su pareja utilizaba con frecuencia para coartar a la víctima. Patricia terminó por separarse de su agresor, pero actualmente comparte la custodia de su hijo con él.
La presencia de hijos e hijas menores en los episodios de violencia es denominador común en las historias. La violencia que sufren los pequeños, directa o indirectamente, siembra en las madres un terror paralizante. Pero a veces sirven también para romper con la violencia. Elis se dio cuenta del grado de violencia precisamente cuando la vio reflejada en las retinas de sus hijos. "Con ellos era muy violento, se enfadaba mucho, les gritaba y sobre todo con mi hijo se ensañó muchísimo. Yo creo que eso fue el motor que me hizo salir". Uno de los episodios que recuerda la mexicana está marcado por una agresión verbal a su pequeño por parte de su maltratador. "Mi hijo no se puede levantar del suelo porque estaba con el susto", y cuando la madre va a socorrerlo, le "dice que se ha hecho pis del miedo. Fue como un detonante".
El momento de ruptura es, en ocasiones, el detonante de la violencia en su máxima expresión. Entre la veintena de mujeres asesinadas en lo que va de año, tres estaban en proceso de separación. Ampliando el foco, la ruptura de la relación está presente en el 16,4% de los feminicidios desde que se inició el recuento oficial, en el año 2003. Isabela, original de Filipinas, lo sabe bien. La violencia ejercida por parte de su marido no cesaba, así que la mujer decidió contratar a una abogada para poner fin a la relación. Entonces llegó el episodio más traumático que recuerda. Después de negarse a firmar los papeles del divorcio, el maltratador la amenaza con ir a la cocina y coger un cuchillo. "Cállate, te mataré", le advierte a gritos. Aunque intenta llamar a la policía, la opción de coger el teléfono y dar la voz de alarma se esfuma enseguida: "Si quieres, si vas a llamar te mato, te cortaré el cuello", lanza su marido. Fueron los vecinos quienes alertaron a las fuerzas de seguridad.
Finalmente, la víctima denunció y la justicia dictó una orden de alejamiento que el agresor quebró en diversas ocasiones. "El marido de Isabela permaneció en paradero desconocido, solo mostrándose ante ella cuando iba al trabajo", narran las entrevistadoras y autoras del informe. La orden de protección caducó y la pandemia, que supuso una paralización agónica de los trámites, impidió su renovación. También lastró el procedimiento de divorcio y la situación económica de la víctima "se agravó considerablemente". Isabela carga a sus espaldas con un requerimiento de desahucio y permanece en un "limbo judicial" desde entonces.