La ultraderecha resiste. A un año de la decisión de Pablo Casado de marcar distancia estratégica con Vox durante la fallida moción de censura protagonizada por Santiago Abascal y siete meses después de verse aupado en las encuestas por el viento de cola del éxito de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de la Comunidad de Madrid, el PP comprueba que crecer por su derecha para recuperar el control del espacio político que le era propio hasta 2018 no será sencillo.
La hoja de ruta del PP es simple. Casado quiere emular al José María Aznar de 1996 y hacerse con todo el voto a la derecha del PSOE. El PP ha perdido pie en una comunidad clave como Cataluña, de la que depende casi medio centenar de escaños en el Congreso. Así que necesita un mapa político menos poblado para marcar una distancia significativa no sólo con el PSOE, sino también con Vox para ser investido y gobernar en minoría. El presidente del partido ha confirmado en más de una ocasión que ese es su plan.
Pero, para conseguirlo, no le basa con devorar a Ciudadanos. Eso ya lo ha conseguido y es, en gran parte, lo que reflejan las encuestas que le sitúan en cabeza a poca distancia del PSOE. La clave para alcanzar sus objetivos pasa por debilitar a Vox y quedarse con todo lo que pueda de su electorado convenciendo a un número significativo de sus votantes de que sólo unificando el voto de la derecha en torno al PP será posible echar a Pedro Sánchez de la Moncloa.
El resultado de las elecciones autonómicas de Madrid parecía indicar que el PP había tomado la dirección correcta. Por primera vez en años, el partido de Casado lideraba las encuestas. Pero la nave conservadora no despega y, sobre todo, no consigue hacer mella en Vox.
La media de las encuestas publicadas en los últimos meses —y son muy numerosas, como si estuviésemos a punto de celebrar elecciones— revela la enorme solidez del voto a la extrema derecha. Los decepcionados con el PP, unidos a los votantes que hallaron en las proclamas xenófobas y antisistema de Abascal un motivo para acudir a las urnas, están lejos de dejarse tentar por los cantos de sirena que llegan desde la calle Génova. Ni por la dureza con la que Casado ejerce su oposición al Gobierno de Pedro Sánchez.
Vox lleva por encima del 15% de intención media de voto en las encuestas publicadas desde las últimas elecciones generales. Sólo estuvo por debajo de esa cifra cinco meses —entre abril y agosto de 2020—. En marzo pasado llegó a tocar el 17,5% y ahora resiste con comodidad muy cerca del 16%.
El PP, por su parte, despegó en marzo: en tres meses —hasta junio— pegó el estirón y pasó de una media del 21,5% a un 28,2%, lo que unido a la caída en intención de voto experimentada por el PSOE en el mismo período —del 28 al 25%— aupó a los de Casado al primer lugar en las encuestas.
Desde entonces, sin embargo, la evolución de la intención de voto expresada a través de la media de las encuestas publicadas señala un estancamiento, cuando no una ligera tendencia a la baja. Aquel 28,2% de junio ha caído un punto por término medio. El sondeo del pasado fin de semana publicado por El Confidencial lo situaba en un 27,1%, apenas ocho décimas por encima del PSOE.
La evidencia es que Vox no cae y el PP no crece. Y aunque ambos estarían muy cerca de sumar escaños suficientes para garantizar la investidura de Casado si las elecciones se celebraran en estos momentos, lo cierto es que los estrategas de la calle Génova aspiran a mucho más. Necesitan distanciarse lo suficiente en las urnas de la ultraderecha como para justificar un Gobierno en solitario siguiendo el modelo de Ayuso.
En la Comunidad de Madrid, que es el espejo en el que Casado quiere mirarse, el PP logró cuatro veces más votos que Vox. Un margen lo bastante grande como para limitar, siquiera en parte, la influencia de los ultras en las políticas que Génova se propone desarrollar si logra escorar el resultado electoral a la derecha. Pero en España, en estos momentos, el PP ni siquiera duplica a Vox en intención de voto. Y esa distancia no parece que, como planeaba el equipo de Casado, se esté reduciendo.
Parte del problema es que la figura del líder del PP no acaba de cuajar en el electorado de Vox. Los seguidores de Abascal vivieron como una auténtica traición que el PP no apoyase la moción de censura simbólica que los ultras presentaron y defendieron en el otoño de 2020. Y no perdonan, sobe todo, la dureza de las palabras que el presidente de los conservadores dirigió a su propio líder.
A esa dificultad de Casado a la hora de ganarse las simpatías de la franja más radical de la derecha se suma otro problema: los votantes de la extrema derecha han hallado en Isabel Díaz Ayuso una figura mucho más de su agrado. El propio Abascal ha dicho en más de una ocasión que está mucho más cerca del PP que representa la presidenta madrileña que del que lidera el jefe de la oposición en el Congreso. Y cuanto más crece el enfrentamiento personal entre ambos a cuenta de la presidencia del PP de Madrid, más complicada resulta la reconciliación que Casado ansía con los electores que en 2019 prefirieron la papeleta de Vox a la suya.
La estrategia de Vox
Por contra, la que sí parece estar funcionando es la campaña que Vox mantiene contra el PP en los últimos meses, apretando a los de Casado en Andalucía, en Madrid o en el Congreso.
La estrategia siempre es la misma: acusar al PP de abrazar las mismas políticas del PSOE y retratar a sus dirigentes como el reverso de una misma moneda que supuestamente comparten con los socialistas.
Los ultras denuncian el incumplimiento de los acuerdos suscritos en su día para hacer posible la investidura de Juanma Moreno como el principal argumento para no dar apoyo a los presupuestos andaluces de 2022. Acusan al PP de buscar un pacto con el PSOE y de faltar a sus compromisos.
En Madrid, Vox está regateando el apoyo que Ayuso necesita para sacar adelante sus primeros presupuestos, que se le resisten desde que llegó a la presidencia de la comunidad hace más de dos años. En este caso, su objetivo es marcar diferencias acabando con las leyes autonómicas que protegen la diversidad sexual y penalizan su discriminación.
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No obstante, el Congreso sigue siendo el lugar en el que Vox exhibe con más frecuencia su distancia con el PP y los límites que les separan. Los ultras de Santiago Abascal denuncian con frecuencia la responsabilidad de los de Casado en muchas de las políticas que ellos denuncian, especialmente en relación con la gestión pública, las comunidades autónomas o lo que ellos definen como despilfarro de fondos públicos.
Aunque pocos asuntos como el acuerdo suscrito por el PP con PSOE y Unidas Podemos para renovar el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas han dado más juego a la extrema derecha para denunciar la supuesta connivencia de Casado con Pedro Sánchez y su objetivo de restaurar la alternancia bipartidista que ha marcado la política española durante décadas. “Gracias al PP el TC se va a convertir en un nido de activistas, jueces politizados y hasta esbirros del Partido Comunista”, escribió Abascal en Twitter sobre la renovación de cuatro plazas del órgano encargado de zanjar las disputas en torno a la Carta Magna. “Luego llegarán los lamentos cuando el TC ponga alfombra roja a los atropellos contra los españoles. Ese día habrá que pedir cuentas en Génova 13”.
En esa pugna por el espacio político, Casado tiene otra desventaja: la pléyade de medios digitales ultras, la mayoría de los cuales no pasan de ser meros repetidores de consignas políticas, que defienden la continuidad de Vox y reprochan a Casado que en vez de buscar un acercamiento con Abascal trate de atraer a su electorado para acaparar todo el voto de la derecha. Los mismos que, por otra parte, apoyan a Ayuso en su pelea con la dirección nacional por hacerse con el control del PP en Madrid.
La ultraderecha resiste. A un año de la decisión de Pablo Casado de marcar distancia estratégica con Vox durante la fallida moción de censura protagonizada por Santiago Abascal y siete meses después de verse aupado en las encuestas por el viento de cola del éxito de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de la Comunidad de Madrid, el PP comprueba que crecer por su derecha para recuperar el control del espacio político que le era propio hasta 2018 no será sencillo.