Aloizio Mercadante (Sao Paulo, 1954) acude a la cita con una carpeta repleta de gráficos impresos a todo color. Son los esquemas que prueban los avances que Brasil, país del que es ministro de Educación, ha experimentado en la última década en términos de alfabetización y acceso a la escuelas. Participante de la fundación del Partido de los Trabajadores (PT), ha colaborado en todas las campañas de Lula y desde 2012 forma parte del Gobierno de Dilma Roussef. Acaba de publicar el libro Brasil: de Lula a Dilma. 2003-2013 [Clave intelectual], en el que desgrana la evolución del país bajo el mandato de dos líderes que conoce bien. Aunque evita dar lecciones –"el FMI nos dio muchas a los brasileños y se equivocó", asevera– dice que el mejor ajuste fiscal es el crecimiento económico. En su país, por acuerdo parlamentario, el 75% de los beneficios del petróleo se dedica a la educación pública.
A pesar de los avances del último periodo, la Educación sigue siendo el talón de Aquiles de Brasil. El 20% de los alumnos que acaban la Primaria lo hacen sin saber leer y escribir, entre otros indicadores negativos. ¿Qué retos tiene por delante?
Nosotros tenemos un déficit histórico muy profundo. Cuando Harvard fue construida, en el siglo XVII, había doce universidades de lengua española en América Latina. Nuestras primeras universidades tienen apenas un siglo. Brasil tiene un proceso de colonización y desarrollo muy excluyente en relación con la Educación. Tenemos que ir muy rápido y eso no es fácil. En 1997 un 34% de los niños de 5 y 6 años estaban escolarizados. Hoy lo están el el 94%. La escuela era obligatoria a partir de los siete años. Hoy lo es desde los seis. Y en 2016 lo será a partir de los cuatro.
En la enseñanza media en estos últimos diez años, el número de alumnos ha aumentado un 120%. Hay cinco millones de estudiantes más. Hoy tenemos 71 millones de estudiantes en la escuela pública, 200.000 colegios y dos millones de maestros. Lo que estamos haciendo es también una fuerte inversión en Educación Infantil con construcción de infraestructuras y con unas becas que se han doblado para los niños de familias más desfavorecidas. La matrícula universitaria ha aumentado un 160% en el mismo periodo. Hemos puesto en marcha programas de ayudas y de cuotas para la integración de todos los sectores de la población. En Brasil la población negra es el 51% del total. En 1997 sólo el 2% estaba estudiando o tenían un título superior. Hoy son el 10%. Queremos que tengan el peso relativo que tienen en la población. También estamos apostando por la Formación Profesional.
Pero estas inversiones no se reflejan todavía en avances en estudios internacionales como puede ser el informe PISA.
Partimos de muy atrás. Si mira el informe PISA, en el primero en el que participamos estábamos a la cola. En el último somos el tercer país que más desarrolló la calidad de la Educación entre los jóvenes 15 años. En el próximo –que se publica el próximo 3 de diciembre– estaremos entre los que más han evolucionado. Y eso a pesar de que en los últimos diez años hemos añadido al sistema a cinco millones de personas que no estaban escolarizadas. Con esta inclusión masiva mantener la calidad no es fácil. La fotografía actual no es buena, pero la película sí lo es. El cuadro histórico es desfavorable, pero la veolocidad de la evolución es muy importante. Hace diez años éramos trigésimo segundo país en producción científica, según la indexación en públicaciones científicas. Hoy somos los decimoterceros.
Las deficiencias en la Educación fueron unos de los temas que sacaron a la calle a decenas de miles de brasileños el pasado verano. ¿No han sabido explicar bien estas políticas o es que realmente hay algo que no está funcionando?
Estas movilizaciones fueron muy diferentes a las de la Primavera Árabe, donde se pedía democracia. O a las de Occupy, donde la ciudadanía tenía el objetivo de luchar contra un Gobierno que estaba salvando a la banca mientras la gente perdía sus casas. La de los indignados españoles fue una protesta contra el desempleo y la pérdida de derechos e ingresos. En Brasil no pasó eso porque ahora hay más empleo, más renta, más inclusión social, más acceso a la educación. La gente no sabía muy bien por qué estaba en la calle, pero sí por qué no estaba en casa. Y era porque pensaban que el fin de la pobreza es sólo el principio. Nadie quiere un retroceso político. Todos quieren más avances.
Pero algo habrán hecho mal para que la gente proteste...
Sí. Tenemos problemas con los bajos sueldos de los maestros, o con la carencia de infraestructuras públicas e incluso con la falta de recursos educacionales en general. Pero no hay que olvidar que en Brasil el 75% de los beneficios del petróleo van para la educación pública. Y eso significa que en los próximos treinta años serán unos 350.000 millones de dólares. Eso nos permitirá avanzar más. Según el último estudio de la OCDE, Brasil es el Estado nacional que más compromete el presupuesto público con la educación, un 8,13%. El PIB per cápita de Brasil es de 12.600 dólares. La media es la OCDE es 36.000.
Creemos que las manifestaciones son positivas. Queremos que la gente luche, participe, sea sujeto político de la historia y no tenga únicamente una actitud consumista e individualista. Hay gente que protestaba por ejemplo por la política de cuotas. Hay una clase media tradicional que siente incomodada porque el hijo de la señora de la casa está perdiendo el espacio en la Universidad en beneficio del de la empleada.
Esa voluntad de invertir en servicios públicos contrasta con las políticas que se vienen llevando a cabo en España en los últimos años. Por ejemplo en Educación habrá en 2014 un 24% menos de presupuesto que hace tres años. ¿Qué le parece? ¿En qué no recortaría nunca usted?
No nos gusta decir a otros lo que tienen que hacer. No somos un modelo, sólo queremos enseñar nuestra experiencia y, si es posible, que sirva a otros para mejorar. Durante mucho tiempo el FMI nos dijo qué era lo que teníamos que hacer y se equivocó. Lo que nos decían no ayudó a resolver nuestros problemas. No creemos en una política ortodoxa regresiva como forma de resolver los problemas económicos estructurales. El mejor ajuste fiscal es el crecimiento económico.
La mejor forma de aumentar la competitividad es crear más empleo, aumentar los ingresos y tener un gran mercado interno de consumo de masas. Es evidente que cuando hay crisis a veces hay que recortar. Es como cuando avión tienen mucha sobrecarga, está claro que tienes que quitarle peso. Pero si recortas en educación, en ciencia o en tecnología es como si a ese avión le quitaras la turbina. No va a llegar a lugar alguno. La educación tiene que ser el eje estructural de la política de desarrollo. Y eso es lo que estamos intentando hacer en Brasil. Por eso la mayor riqueza del país, que es el petróleo, una energía no renovable, irá para la Educación que es una riqueza infinita.
En España, durante los años de bonanza económica decenas de miles de jóvenes abandonaron los estudios para trabajar en la construcción o en empleos de baja cualificación. Ahora, con la crisis, son personas sin empleo y sin formación. ¿Teme que paso algo similar en Brasil al calor del Nuevo desarrollismo y los grandes eventos deportivos?
El peso del fútbol es muy grande en nuestra cultura, pero el peso relativo de la Copa o de las Olimpiadas en nuestra economía es muy pequeño, no tendrá gran importancia. Nosotros tenemos una tasa de desempleo de 5,2%. Apenas 13% de juventud está desempleada. En un país con una desigualdad histórica tan fuerte, las políticas de inclusión son la única forma de distribuir las rentas. Por eso estamos haciendo una política fuerte de Formación Profesional. Tenemos que aumentar la competitividad del trabajo. La estrategia de Brasil sólo se sustenta si la gente estudia, estudia y estudia. El mejor pasaporte para el mercado de trabajo es la educación. Siempre digo que quien estudia escoge lo que va a hacer, quien no estudia es ecogido o no.
La crisis es como una neblina. España tiene una infraestructura fantástica, tiene una tradición de educación, de ciencia, de tecnología, tiene empresas con liderazgo... Lo que hay en este tiempo es una pérdida de confianza. Hace diez años que estoy en el Gobierno de Brasil, tengo una carrera de militancia política de cuarenta años, soy fundador del PT... Sinceramente querría tener los problemas que España tiene. Nosotros estuvimos veinte años con recesión, hiperinflación, políticas recesivas... y salimos.
¿Pero por el camino el país no habrá perdido demasiado?
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Nosotros perdimos. Lo importante es saber que pasará. Y la juventud no puede tener sólo la protesta como propuesta. Los jóvenes tienen que asumir responsabilidades, hacer alternativas. La gente tiene que decir: yo voy a cambiar esto. Y participar. Nosotros creamos un partido. Estuvimos más de veinte años derrotados y al final llegamos al Gobierno. Cometimos errores, tuvimos limitaciones, pero cambiamos el país. El país es mejor ahora de lo que era para mi generación. Voy a dejar para mis hijos una nación con mucha más perspectiva histórica. Creo que los espaloles tienen que tener confianza, optimismo, esperanza, ganas de luchar por un futuro diferente.
Sin embargo, de las protestas de los brasileños, al igual de las que tuvieron lugar en España, subyace el mensaje de la desafección, la lejanía que existe entre población e instituciones y el lema “No nos representan”.
La gente tiene que entender que democracia es disenso. La democracia no es la paz de los cementerios. La democracia es lucha. Mi generación no puede quedarse soñando con el futuro mientras la derecha gobierna. Hay que ser realista, tener organización, liderazgo interno. Cuando empezamos bajo la dictadura no había partidos, sindicatos libres, mucha gente murió luchando por un espacio democrático. Cambiamos las cosas. Los jóvenes tienen que entender ahora que Internet no sustituye a la política, sólo le da una dimensión nueva. La clave es la organización.
Aloizio Mercadante (Sao Paulo, 1954) acude a la cita con una carpeta repleta de gráficos impresos a todo color. Son los esquemas que prueban los avances que Brasil, país del que es ministro de Educación, ha experimentado en la última década en términos de alfabetización y acceso a la escuelas. Participante de la fundación del Partido de los Trabajadores (PT), ha colaborado en todas las campañas de Lula y desde 2012 forma parte del Gobierno de Dilma Roussef. Acaba de publicar el libro Brasil: de Lula a Dilma. 2003-2013 [Clave intelectual], en el que desgrana la evolución del país bajo el mandato de dos líderes que conoce bien. Aunque evita dar lecciones –"el FMI nos dio muchas a los brasileños y se equivocó", asevera– dice que el mejor ajuste fiscal es el crecimiento económico. En su país, por acuerdo parlamentario, el 75% de los beneficios del petróleo se dedica a la educación pública.