EL FUTURO DE LA LEGISLATURA

¿Quién gana si "todos son iguales"? El ruido de la antipolítica amenaza a los partidos del Gobierno

Una mujer observa las papeletas para ejercer su derecho al voto durante el día de las elecciones a la presidencia de la Junta de Andalucía del 19 de junio de 2022 en Sevilla.

Es un mensaje constante en la izquierda, sobre todo en el PSOE pero también en Unidas Podemos: desde ya, pero sobre todo en 2023, toca "vender gestión". Hay –añaden– que cerrar cuanto antes la agenda legislativa para centrarse en reivindicar los logros del Gobierno. Pero, ¿es eso posible con la política al máximo de decibelios, entre insultos a una ministra y acusaciones de golpismo? Los antecedentes, datos de desafección/polarización y expertos consultados apuntan a una conclusión: si en una atmósfera de creciente crispación cunde la idea de que "todos son iguales", los partidos gobernantes sufrirán para colocar su mensaje y se verán más expuestos a las consecuencias del descontento.

Desafección al alza

Cuando llegó el covid-19 el humor social ya estaba agriado. La "desafección", que incluye desconfianza hacia las instituciones y percepción de la política como problema, aparecía consolidada. Un análisis de encuestas de la Fundación BBVA alertaba en 2016 de que la confianza en las instituciones perdida por la recesión apenas se había recuperado con la mejora económica. Entre 2008 y 2016 la confianza en "los políticos" había caído casi un tercio.

La etapa pandémica ha empeorado las cosas. La pregunta del CIS sobre cuáles son para los españoles los tres principales problemas de la sociedad, una serie que arranca en 1985, permite ver una evolución claramente negativa de la visión general de la política. Más que como una solución, se ve ya como un problema. En noviembre de 2022 un 30,9% de los encuestados nombraban como el principal problema del país uno de estos: "los problemas políticos en general", "el Gobierno y partidos o políticos concretos", "el mal comportamiento de los políticos", "lo que hacen los partidos", "la inestabilidad política", "el funcionamiento de la democracia" o "la falta de confianza" en la política. En febrero de 2020, antes del covid-19, el porcentaje era de un 21,6%. Aún más lejos quedan los porcentajes de hace cinco años (16,4%), diez (12,4%) o 15 años (6,1%), antes de la Gran Recesión. El 49,3% ve la política –a través de diversas respuestas– como uno de los tres principales problemas.

Hace menos de un año el Eurobarómetro mostraba que los españoles presentan mayor desconfianza en las instituciones que el conjunto de la UE. Sólo el 7% declaraba confianza en los partidos, frente a un 90% que desconfiaba, mientras en la UE estos porcentajes eran del 21% y el 75%. El Pew Research Center publicó hace un año datos que abundan en el retrato de España como un país comparativamente descontento. El 86% son partidarios de "reformas significativas" de la política, frente a una media de los 17 países analizados del 56%. Un 54% de los encuestados en España, más que en cualquier otro país estudiado, creen que el sistema político debe ser "completamente reformado". El 65% no están satisfechos con el funcionamiento de la democracia, sólo mejor que en Grecia. La media está en el 41%.

La encuesta Tendencias sociales del CIS, publicada en noviembre, también evidencia un hondo descontento. Si 1 es mínima confianza y 10 es máxima, esta es la nota que dan los encuestados a las siguientes instituciones. Sindicatos: 3,66 sobre 10. Partidos: 3,7. Gobierno: 4,04. Medios: 4,24. Parlamento: 4,28. Justicia: 4,78. De todas las instituciones por las que se pregunta –entre las que no está la monarquía–, sólo aprueba la Constitución, con 6,36 puntos.

No sólo es baja, sino que la confianza mengua con respecto a cinco años atrás. Los porcentajes son siempre mayores entre aquellos cuya confianza ha bajado que entre aquellos cuya confianza ha crecido. En el caso de los partidos, el contraste es este: el 44,7% afirma que confiaba más hace cinco años, frente a un 11,1% que confiaba menos. También son más los que creen que dentro de un lustro tendrán menos confianza. Hay un pesimismo sobre la política.

Desafección y abstención

De modo que no es en un terreno neutro, sino viciado por un fuerte hartazgo, donde se ha producido un embrutecimiento de la vida política provocado principalmente por Vox, que lleva toda la legislatura alimentando la idea de que el Gobierno es "ilegítimo" e insultando a sus adversarios, estrategia sublimada con el ataque machista a Irene Montero. No fue una salida de tono aislada. El ataque fue respaldado por el partido. Durante dos semanas parte de la discusión pública ha girado en torno a cómo lograr que el Congreso, sede de la soberanía nacional, sea un espacio sin ofensas a sus señorías. Así están las cosas. Los análisis se pueblan de términos como "gallinero" o "guirigay", "bronca" o "crispación" a menudo sin un ajuste en la delimitación de culpas.

¿Cómo puede impactar este sobrecalentamiento en una sociedad con tan elevados índices de desafección?

Ignacio Lago, catedrático de Ciencia Política en la Pompeu Fabra, es el investigador más citado por sus colegas cuando se habla de desafección. Le hacemos dos preguntas. 1) ¿Puede la atmósfera de crispación incrementar una desafección ya disparada? 2) ¿Puede este incremento aumentar la abstención? Lago responde primero a la segunda. Hay sobrada evidencia de que la desafección va "indudablemente" ligada a una menor participación, algo que él mismo ha concluido junto a Mariano Torcal en un capítulo del ensayo Desafección política en las democracias contemporáneas (2006). Ahora bien, el investigador tiene serias dudas de que lo que está ocurriendo vaya a provocar un aumento generalizado e indiscriminado de la desafección, dado que hay un "abismo" entre la conducta que tiene la extrema derecha y el resto de partidos. A su juicio, para que la desafección se traduzca en una bajada transversal de la participación –que al menos a priori castigaría a los partidos gobernantes– tiene que extenderse la percepción de que "todos son iguales", algo que a su juicio no está ocurriendo pese a que existe gran cantidad de "ruido".

Lago advierte, citando este artículo sobre Alemania de Julia Schulte-Cloos y Arndt Leininger, que si se produjera un incremento general de la desafección –hastío, rechazo, descontento, hartazgo– en un clima de polarización puede verse beneficiado el extremismo populista, encarnado en España por Vox. Al igual que en otras elecciones, las formaciones de izquierdas se enfrentan al dilema de si exacerbar el rechazo a Vox para movilizar a sus electores, a riesgo de engordar también la cuenta del partido de Santiago Abascal.

Abstención y clase social

Ahora mismo es una incógnita a qué partidos castigará más la abstención, que tiene entre sus múltiples causas la desafección. Pero sí hay antecedentes preocupantes para la izquierda.

En primer lugar, la demostrada ecuación "a más renta y riqueza, más voto" perjudica por regla general a los partidos progresistas. Además, "un clima de desafección, especialmente en momentos de crisis económica y desempleo", puede llevar a la "desmovilización de parte del electorado más afectado", señalan Ángel Cazorla, José Manuel Rivera y Erika Jaráiz tras examinar en otro artículo los resultados de las europeas de 2014. Es decir, en un "clima de desafección" están más expuestas a la abstención las capas sociales bajas, históricamente –no siempre– un electorado más proclive al voto a la izquierda.

Polarización por ideologías

Hay otro factor que despliega sobre la izquierda una sombra amenazante. Los niveles de rechazo y aversión del electorado derechista hacia los líderes y partidos de izquierdas son mayores que a la contra. Este rechazo/aversión es parte de un fenómeno más amplio conocido como polarización, que tiene efectos tóxicos para la democracia, pero que presenta la virtud de activar el deseo de acudir a las urnas.

Aunque la polarización afecta a todas las ideologías, los datos del CIS indican que los niveles de rechazo del electorado de derechas a sus adversarios son mayores. Y ello, como demuestran los antecedentes, puede conjurar la tentación abstencionista incluso aunque el votante sienta no ya un descontento, sino incluso un desprecio por la política.

Datos. El 63,6% y el 89% de los votantes del PP y Vox, respectivamente, valoran a Pedro Sánchez con las dos peores notas (1 o 2 sobre 10). En cambio, estos porcentajes no pasan del 28,1% y del 53,2% cuando se le pregunta a los electores del PSOE y UP por Alberto Núñez Feijóo. Los que no sienten "ninguna confianza" en Sánchez son un 77,6% en el PP y un 94% en Vox; los que sienten lo mismo por Feijóo son un 39,1% en el PSOE y un 64,8% en UP. La derecha está más encendida. A priori son más impermeables a la desmovilización.

La dificultad de "vender gestión"

Pablo Simón, profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, señala que aunque a menudo "desafección" y "polarización" son presentadas como similares, a efectos de voto la primera lo puede desalentar y la segunda movilizar. La gran duda, señala, es quién conseguirá movilizar más a su electorado en un 2023 en que tanto una como otra estarán altas. A su juicio, los partidos gobernantes tienen dos vías para conseguirlo. Una es la retrospectiva, reivindicando lo hecho atrás, y otra es la prospectiva, mirando al futuro y advirtiendo de las ventajas de elegirte a ti y de los riesgos de elegir al otro. Si los partidos gobernantes eligen la primera, es decir, vender gestión, pueden encontrar como dificultad un ruido que haga imposible destacar los logros del Gobierno.

Simón considera que la situación no es igual en los dos partidos gobernantes. En el caso del PSOE, dice, tiene más margen para explorar esta vía por su mayor protagonismo en el Gobierno. En el caso de UP y Yolanda Díaz el incentivo de usar esta vía puede ser menor, con lo que es posible un "conflicto" entre los socios. Simón cree que si en conjunto los partidos gobernantes acaban aceptando un clima de ruido y recurso al y tú más que desdibuje la gestión, estarán "desaprovechando la ventaja de partida" que da presentarse desde el poder. El editor de Politikon cree que esta es una de las razones por las que algunos barones socialistas marcan distancias con Sánchez, al que consideran una figura que "polariza" y dificulta el debate en torno a logros políticos.

Un responsable socialista señala que el PSOE, como "partido transversal", se enfrenta al reto de hacer compatible la movilización de las bases más ideologizadas con la persuasión de otro sector de adhesión más laxa, al que se suele llamar "de centro". El riesgo, añade, estriba en que al buscar la activación del electorado más a la izquierda se caiga en el marco que más interesa al PP, que es el de la legitimidad/ilegitimidad del Gobierno, un tema que exalta las pasiones, reduce el debate sobre políticas y puede espantar al moderado.

A juicio de este responsable, aunque el PP no incurre en los insultos de Vox, es el partido que más ha contribuido a generar las condiciones para que "todo valga" contra Sánchez y sus ministros, al considerar al Gobierno "ilegítimo" hasta tal punto es que lícito bloquear un órgano constitucional "para protegerlo", como ha dicho Feijóo. Al presidente del PP, añade, le interesa alimentar la atmósfera de "ruido" para evitar que el año electoral la conversación se centre en la mejora "objetiva" de la situación en Cataluña y en los buenos resultados de algunas medidas económicas y sociales del Gobierno.

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Un responsable de UP advierte de la delicada posición de la coalición, que necesita mensajes contundentes para mantener a su electorado pero que al mismo tiempo no quiere meter la campaña en una dinámica de "gallinero" que no sólo puede interesar a la derecha –"a las dos, no sólo a Vox", dice–, sino también generar en los indecisos la sensación de que "da igual una cosa que otra". "Si la gente se harta de todo, gana la derecha", dice.

El "riesgo para la democracia"

Fernando Jiménez, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Murcia, advierte contra la tentación de los partidos gobernantes de responder a la polarización con más polarización. Entre desafección y abstención existe un vínculo que es "fácil de romper" a base de "tácticas de polarización", señala. "El odio al de enfrente hace que, por más que estés harto de todo, vayas a votar", resume Jiménez, de larga trayectoria en la investigación de la calidad democrática. Ahora bien, alerta del "riesgo para la democracia" de alimentar este circuito acción-reacción. "Quizás a corto plazo te dé resultado, pero a largo plazo, con unos datos de desafección tan fuertes, el resultado es un horror, y además dificulta la aplicación de las políticas públicas".

"Si sólo te fías de tu gurú, de tu spin doctor, sólo te va a importar el corto plazo, pero el coste oculto de exacerbar la polarización puede ser brutal", afirma.

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