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Sevilla inicia la búsqueda de sus fosas comunes

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Existe una mayúscula desproporción entre la inmensidad de la matanza franquista en Sevilla a raíz del alzamiento militar de 1936 y la escasez de huellas de la misma. A pesar de que los restos de miles de víctimas se amontonan en fosas comunes en el cementerio de San Fernando, a pesar de que allí podrían encontrarse los restos de Blas Infante, considerado "padre de la patria andaluza", el camposanto sevillano ni siquiera es un símbolo reconocible de la represión. Las investigaciones más completas y reveladoras son de hace poco más de un lustro, con la autoría del historiador José Díaz Arriaza. Antes, un vacío. La escasez documental siempre ha traído de cabeza a los historiadores. Ahora está comúnmente aceptado que no hubo dos fosas comunes, como durante décadas se creyó, sino ocho, mezcladas con enterramientos comunes. Un rompecabezas histórico y arqueológico. Las dificultades técnicas y las inercias de una ciudad que permite sin sobresaltos que Gonzalo Queipo de Llano siga enterrado con honores en la Basílica de la Macarena siempre han disuadido a las sucesivas corporaciones locales de acercarse al terreno. Hasta ahora.

El Consistorio, gobernado por el PSOE, ha decidido asomarse al horror de sus fosas comunes. O intentarlo. Y empezar por la fosa de Pico Reja, donde se cree que hay más de 1.100 víctimas, entre ellas –hipotéticamente– Blas Infante, asesinado en agosto de 1936 y cuya familia ejerce todavía como referente del andalucismo histórico. También se cree que allí están los restos de los miembros de la corporación municipal sevillana asesinados tras el golpe y de numerosos integrantes de la columna minera de Huelva. Esta fosa triangular, que actualmente presenta el aspecto de un sencillo espacio ajardinado, fue resultado directo de la represión inmediatamente posterior al golpe.

El primer paso será sacar a licitación un pliego para la localización y señalización de la fosa, que se publicará previsiblemente esta semana, explica a infoLibre Teresa García, coordinadora del área de Participación del Ayuntamiento de Sevilla, competente sobre memoria histórica. El Gobierno local actúa bajo una creciente demanda de familiares, asociaciones memorialistas y partidos políticos de la oposición como Participa e IU, pero García subraya: "El cementerio de San Fernando no se ha tocado nunca. Ni en la transición, ni después, ni durante el gobierno de progreso [PSOE-IU]. Vamos a hacerlo por primera vez y queremos dar todos los pasos con las máximas garantías", afirma. García pone "entre paréntesis" la idea de que los restos de Blas Infante se encuentren en Pico Reja, en parte porque la documentación no es concluyente y en parte porque prefiere mantener una línea de prudencia. Despertar excesivas expectativas puede ser contraproducente. Ahí está el caso de Lorca, cuya pista se ha perdido después de la tercera búsqueda infructuosa.

La Cruz de Lolo

En Sevilla las dudas superan abrumadoramente a las certezas. A principios de los 50, Lolo Vargas, herrero comunista, decidió hacer él mismo una cruz y colocarla precariamente sobre la fosa de los Alpargateros, también conocida como la del Monumento. Las autoridades lo toleraron. Con el tiempo unos albañiles se acercaron a hacerle un basamento que evitase que se cayera al primer golpe de viento. Y ahí sigue la conocida como Cruz de Lolo. A unos pasos hay una columna con una bandera tricolor republicana y una inscripción: “En este lugar reposan los restos mortales de miles de hombres y mujeres valedores de la legalidad republicana que fueron asesinados en Sevilla tras el inicio de la guerra civil entre 1936 y 1955. Sevilla a su Memoria”. Allí se celebra un homenaje cada 14 de abril. Eso es lo que hay. Por lo demás, no se diría que aquel cementerio fue testigo de una carnicería.

No hay hoja de ruta clara sobre si habrá exhumaciones o no, aunque la pretensión es que las haya. De producirse exhumaciones, el proceso sería muy complejo. Y no sólo porque los enterramientos de represaliados sean seguramente difíciles de distinguir de otros, lo que dificulta su identificación y al mismo tiempo ha facilitado un largo silenciamiento de lo ocurrido. También está la escasez de papeles. "En Sevilla tenemos un problema añadido. Sólo disponemos del nombre de entre 700 y 800, que fueron los inscritos en el libro de registro del Ayuntamiento", explica Francisca Maqueda, presidenta de la asociación Nuestra Memoria, una de las impulsoras de la red Todos los Nombres, que ha reunido las identidades de más de 90.000 represaliados por el franquismo en Andalucía y Extremadura. "Son fosas comunes, no sólo de represaliados. Ahí están todos mezclados. Muertos de hambre, pobres a los que se enterraba gratuitamente, fusilados", señala Cecilio Gordillo, responsable del grupo de trabajo de la CGT sobre memoria histórica. No hay una sola facilidad en el camino por delante.

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La experiencia del trabajo de exhumaciones e identificaciones impulsado por la Junta de Andalucía evidencia que, transcurridos más de 80 años, lo que indican los testigos y hasta los documentos no siempre lleva hasta el destino deseado. Hasta la fecha la operación de dignificación más conseguida ha sido la de Málaga. Allí los trabajos de excavación y desenterramiento permitieron extraer los restos de de 2.840 personas de las casi 4.500 que –según las investigaciones históricas– fueron asesinadas y enterradas en el cementerio de San Rafael entre 1937 y mediados de los años 50. Un mausoleo con forma de pirámide, a cuya financiación colaboraron el Gobierno, la Junta y el Ayuntamiento, sirve desde 2014 como homenaje, con sus nombres incluidos, a las víctimas de Málaga. Sevilla aún está lejos de llegar a esa reparación. Aunque las asociaciones memorialistas plantean la necesidad de una exhumación y de una identificación y entrega a los familiares, todos son conscientes de las dificultades técnicas. Cecilio Gordillo, de CGT, subraya no obstante que el mínimo debería ser que "se hagan catas, se perimetricen las fosas, se señalicen y se garantice que no se construye encima".

Los estudios apuntan a la existencia de ocho fosas, que han ido siendo bautizadas informalmente. Entre ellas están Pico Reja y la del Monumento, que podrían sumar los restos de más de 3.000 víctimas. Hay nombres elocuentes, como la Rotonda de los Fusilados, o Disidentes y Judíos. Otras son ampliaciones. Hay fusilados allí mismo, en tapias cercanas, y muertos en cárceles y campos de concentración o en enfrentamientos con las tropas sublevadas. Hasta hoy llegan las dudas de quién está o no está. ¿Quién sabe si allí descansan, por ejemplo, los restos del socialista Aurelio Vera Dávila, quien fuera alcalde de Maguilla (Badajoz), fusilado en 1936 en aplicación de bando de guerra? Su hija, Mercedes Vera, justo de 81 años, mantiene una débil esperanza de saber qué fue de él. A estas alturas le parece inconcebible un proceso de excavación, exhumación e identificación. Tampoco está convencida de que esté allí. Cree que pudo ser arrojado al mar desde un barco atracado en el puerto. "Si tengo que desplazarme a Sevilla, claro que voy", afirma Mercedes, que vive en Mérida. "Lo que querría", explica, "es un monolito en el que estuviera su nombre, pero hasta ahora no ha habido nada que hacer".

Existe una mayúscula desproporción entre la inmensidad de la matanza franquista en Sevilla a raíz del alzamiento militar de 1936 y la escasez de huellas de la misma. A pesar de que los restos de miles de víctimas se amontonan en fosas comunes en el cementerio de San Fernando, a pesar de que allí podrían encontrarse los restos de Blas Infante, considerado "padre de la patria andaluza", el camposanto sevillano ni siquiera es un símbolo reconocible de la represión. Las investigaciones más completas y reveladoras son de hace poco más de un lustro, con la autoría del historiador José Díaz Arriaza. Antes, un vacío. La escasez documental siempre ha traído de cabeza a los historiadores. Ahora está comúnmente aceptado que no hubo dos fosas comunes, como durante décadas se creyó, sino ocho, mezcladas con enterramientos comunes. Un rompecabezas histórico y arqueológico. Las dificultades técnicas y las inercias de una ciudad que permite sin sobresaltos que Gonzalo Queipo de Llano siga enterrado con honores en la Basílica de la Macarena siempre han disuadido a las sucesivas corporaciones locales de acercarse al terreno. Hasta ahora.

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