Reagan dijo en los ochenta que “la política era igual que el show business”. El presidente de Estados Unidos, actor durante gran parte de su carrera, sabía de lo que hablaba. La televisión es hoy una puerta giratoria muy rentable para los que abandonan la primera línea. Y muchos cargos públicos prefieren los platós a los consejos de administración de grandes empresas.
Risto Mejide anunciaba hace unos días que Irene Montero sería la nueva colaboradora de Todo es mentira. Como ella, expolíticos o políticos llenan las parrillas televisivas. Pablo Iglesias, José Manuel García-Margallo, Susana Díaz o Ramón Espinar, por ejemplo, son jugadores titulares en las tertulias. Pero el fenómeno va más allá. Algunos han entrado también en la rueda de los shows de entretenimiento como si fuesen celebrities.
Antes políticos, ahora celebrities
Los productores de televisión han visto en ellos un filón para sus concursos y realities. Sacarles de su zona de confort y ponerles en un lugar en el que los espectadores no están acostumbrados a verlos da audiencia. Y, aunque son espacios que no tienen que ver con la gestión pública, les devuelven una notoriedad que perdieron cuando dejaron sus cargos.
Amigos cómicos me reconocen que cada vez es más difícil hacer humor político. Porque antes tenían que esforzarse en buscar el lado chistoso de los políticos, pero ahora la mayoría ya vienen con él de serie. Cuánta razón tenía Neil Postman en Divertirse hasta morir al avisarnos de los peligros de convertir la política en un mero espectáculo. Ese es el gran riesgo. Divertirnos hasta que la democracia muera
De momento, quienes se están atreviendo a dar el salto son expresidentes autonómicos o exalcaldes. Muchos tienen una personalidad polémica, arrolladora e incluso extravagante. Cristina Cifuentes o Celia Villalobos han cocinado ante el jurado de Masterchef, por ejemplo. Otros como Miguel Ángel Revilla, Manuela Carmena o Esperanza Aguirre han bailado recientemente en el concurso musical Mask Singer.
La política, un espectáculo cómico
“La política en parte fue arrastrada y en parte se dejó llevar por los medios de comunicación hacia la espectacularización de su esencia”, afirmaba en 2012 Wolfgang Donsbach, uno de los grandes pensadores sobre Opinión Pública. Muchos ciudadanos ya no solo esperamos que los políticos nos gobiernen sino también queremos que nos entretengan y nos diviertan.
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Por eso, a nivel global, cada vez son más habituales liderazgos como los de Donald Trump que empezó siendo una estrella de la televisión o Volodimir Zelenski que antes de
convertirse en presidente de Ucrania fue cómico, bailarín o actor. El magnate y showman Elon Musk tendrá un poder impensable en la próxima administración norteamericana. “Los políticos payasos y bufones”, según el intelectual francés Christian Salmon en La tiranía de los bufones, “cada vez tienen más influencia a través de la exageración, la parodia y las noticias falsas”.
Amigos cómicos me reconocen que cada vez es más difícil hacer humor político. Porque antes tenían que esforzarse en buscar el lado chistoso de los políticos, pero ahora la mayoría ya vienen con él de serie. Cuánta razón tenía Neil Postman en Divertirse hasta morir al avisarnos de los peligros de convertir la política en un mero espectáculo. Ese es el gran riesgo. Divertirnos hasta que la democracia muera.
Reagan dijo en los ochenta que “la política era igual que el show business”. El presidente de Estados Unidos, actor durante gran parte de su carrera, sabía de lo que hablaba. La televisión es hoy una puerta giratoria muy rentable para los que abandonan la primera línea. Y muchos cargos públicos prefieren los platós a los consejos de administración de grandes empresas.