El primer Donald Trump no tenía apenas amigos en Europa. Más allá del húngaro Viktor Orban, sólo podía contar con partidos en la oposición y que normalmente tenían vetado el acceso al poder incluso en coaliciones porque la derecha tradicional respetaba un cordón sanitario que los dejaba fuera. Cuando Trump viajó a Bruselas por primera vez no fue tratado como un apestado porque era el presidente estadounidense, pero la incomodidad de prácticamente todos los líderes europeos era evidente. “Europa construye puentes, no muros”, escribía en Twitter por entonces Manfred Weber, líder de los conservadores del Partido Popular Europeo, en referencia al muro que Donald Trump empezó a construir en la frontera con México.
Aquella Europa murió. Todavía no construye muros (cada vez hay más vallas), pero Weber ahora pide más vallas y que las pague la Unión Europea. La próxima vez que Trump aparezca por el “agujero del infierno”, como llamó hace años a Bruselas, encontrará otro escenario. Cada vez son más los dirigentes europeos que aplauden al magnate estadounidense y sus eurodiputados, que antes no contaban para nada, son ahora la tercera fuerza del Parlamento Europeo. Un repaso al mapa europeo muestra un escenario mucho más trumpista que hace ocho años porque la Europa actual es la más conservadora desde 1945.
Trump puede contar con la Italia de Giorgia Meloni, que se vanagloriaba el jueves de haber sido la primera dirigente europea en mantener una conversación telefónica con el futuro presidente estadounidense. Meloni, líder de la formación postfascista ‘Hermanos de Italia’, tuvo que girar hacia un europeísmo impostado y aceptar la OTAN porque en Italia hay incluso bases militares estadounidenses, pero la victoria de Trump le permitirá volver a sus esencias y chocar de nuevo con Bruselas.
Una Europa cada vez más conservadora
Además de Meloni, Trump podrá contar con más jefes de Gobierno, todos sentados en el Consejo Europeo, órgano que reúne a los dirigentes de los 27 Estados miembros de la Unión Europea. Tiene al húngaro Viktor Orban, el veterano de las cumbres, tiene al eslovaco Robert Fico y pronto podría tener al checo Andrej Babis y esloveno Janez Jansa. Pero más allá de los primeros ministros en ejercicio, Trump puede contar con muchos más apoyos.
Los gobiernos sueco y finlandés, de partidos de centro derecha, sólo se sostienen gracias a partidos de ultraderecha que le prestan apoyo parlamentario y que apoyan abiertamente a Trump. Como el holandés, donde la extrema derecha de Geert Wilders domina la coalición de Gobierno, aunque su líder se haya quedado fuera. Además, a medio mandato de Trump, en la primavera de 2027, podría caer de su lado una pieza de caza mayor si el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, antiguo Frente Nacional, consigue de una vez auparla a la presidencia de la República francesa, como Bruselas teme cada vez más. Los ultras tendrían ya entonces minoría suficiente para bloquear cualquier decisión en el Consejo Europeo, porque todas las decisiones importantes se toman o por unanimidad o por mayoría cualificada.
De alguna forma nace un nuevo atlantismo. El tradicional, el que dio seguridad a Europa durante más de siete décadas, murió con la elección de Trump porque ahora tiene apoyos en Europa. Los nacionalistas, los nativistas, los partidos defensores de políticas identitarias empiezan a tener tanto peso como los que defienden las democracias liberales y los mercados abiertos. Partidos de extrema derecha como Vox aplauden la victoria de un presidente que impuso y probablemente impondrá aranceles a productos de exportación europeos tan significativos como el champagne francés, el aceite de oliva español o los autos alemanes. Trump y sus socios europeos son contrarios a buena parte de las estructuras que soportan las democracias: desde los contrapesos de los Estados de derecho hasta la independencia de la Justicia y de la prensa hasta tener una sociedad civil crítica y libre.
La ultraderecha europea fue siempre antiestadounidense porque Estados Unidos defendía los principios que ellos detestan. Pero con Trump, esa ultraderecha que es además prorrusa será también favorable a las políticas de Estados Unidos. Esta nueva relación de fuerzas en Europa hace además que Bruselas tenga menos respaldo cuando le toque enfrentarse a Washington. Durante el primer mandato de Trump, la Comisión Europea respondía a cada arancel con otro arancel. Bruselas, decía, no buscaba la bronca, pero si Trump avanzaba desde la ‘capital europea’ se respondía. Con varios gobiernos alineados con Trump esa posición de fuerza va a ser mucho más difícil de mantener.
El primer Donald Trump no tenía apenas amigos en Europa. Más allá del húngaro Viktor Orban, sólo podía contar con partidos en la oposición y que normalmente tenían vetado el acceso al poder incluso en coaliciones porque la derecha tradicional respetaba un cordón sanitario que los dejaba fuera. Cuando Trump viajó a Bruselas por primera vez no fue tratado como un apestado porque era el presidente estadounidense, pero la incomodidad de prácticamente todos los líderes europeos era evidente. “Europa construye puentes, no muros”, escribía en Twitter por entonces Manfred Weber, líder de los conservadores del Partido Popular Europeo, en referencia al muro que Donald Trump empezó a construir en la frontera con México.