La última 'fuga' hacia la libertad del preso fusilado Leoncio de la Fuente

3

Beatriz Fernández ha escuchado una y otra vez la historia del bisabuelo Leoncio. Nunca fue un tema tabú en la familia. O, al menos, no de puertas para adentro. Se la contaron desde pequeña. Probablemente, con la intención de que su memoria no se perdiera del mismo modo que se perdió su pista cuando una noche, en plena Guerra Civil, lo sacaron de casa. Fue la última vez que le vieron su mujer Elena y sus seis hijos. Como a tantos y tantos otros, le hicieron desaparecer sin dejar rastro. Pero ahora, más de ocho décadas después, aquella despedida se ha tornado en una bienvenida. Los restos de Leoncio, exhumados hace un par de años de una fosa común localizada en el valle navarro de Esteríbar, han sido identificados gracias a las muestras de ADN que aportó la única hija que queda con vida. En la actualidad, Paula tiene 89 años. Y ahora, tanto ella como su padre podrán descansar por fin tranquilos. El bisabuelo regresa al pueblo vallisoletano del que nunca debió salir. A la tierra a la que nunca se le permitió regresar.

Leoncio de la Fuente nació el 15 de enero de 1901 en Fresno el Viejo, un pequeño municipio castellano a medio camino entre Salamanca y Valladolid. Tejero de profesión, nunca estuvo vinculado a ningún partido político. Su máxima preocupación tras el golpe de Estado era que nadie saquease el pueblo. Por eso, cuando el 19 de julio de 1936 (este domingo se cumplen 84 años) un camión con material de la Falange se quedó atascado a su paso por el río ubicado a la entrada de la localidad, tanto él como otros tantos vecinos salieron a dejar claro que no eran bien recibidos. La trifulca se saldó sin heridos ni muertos. “Días después, alguien le señaló como uno de los participantes en el altercado. Una noche, vinieron a casa y le sacaron directamente de la cama, donde se encontraba enfermo”, cuenta la bisnieta en conversación con infoLibre. Se lo llevaron, junto a otros vecinos, a Medina del Campo. A dos de ellos los condenaron a muerte. Al tejero, a cadena perpetua, una pena que, según cuenta la bisnieta en base a la documentación recopilada, le fueron rebajando en los años posteriores.

La familia perdió la pista de Leoncio tras su paso por el municipio vallisoletano. Sin embargo, nunca han dejado de buscarle. Ni siquiera cuando las malas lenguas trataban de sembrar dudas. “Se llegó a contar que le habían liberado y que no había vuelto porque no quería saber nada de su familia”, cuenta Fernández. Primero intentó encontrarle su hija Paula con su hermana. No hubo suerte. Luego, fue su bisnieta la que cogió las riendas de la investigación. Lo hizo hace tres años, después de que una compañera del Hospital de Valdemoro, donde ejerce como técnica de anatomía patológica, le dijese que su hermano había conseguido localizar la fosa en la que se encontraba su bisabuelo fusilado. Las pesquisas no fueron sencillas. “Buscaba con el ordenador datos que me permitiesen seguir indagando”, relata. La única pista que tenía entre manos era que Leoncio había estado encerrado en el Fuerte de San Cristóbal, cerca de Pamplona. Y que fue uno de los presos que participó en la multitudinaria fuga registrada en el penal cuando quedaba un año para el final de la Guerra Civil.

Una fuga de película

Fue entonces cuando Fernández decidió ponerse en contacto con la Asociación Txinparta-Fuerte de San Cristóbal. Este colectivo lleva décadas trabajando para recuperar la memoria de esta fortaleza militar anclada en el monte Ezkaba y utilizada como prisión durante la contienda que siguió al golpe de Estado. Koldo Pla, miembro de la asociación, calcula que por el penal llegaron a pasar unos 7.000 presos. “Los primeros datos hablaban de 5.000, pero nosotros hemos conseguido recopilar otros 1.000 nombres más. No obstante, hay que tener en cuenta que faltan libros de registro y que algunos de los que pasaban por allí a la espera de juicio no eran identificados”, cuenta al otro lado del teléfono. Además, cifran en más de 750 las personas fallecidas durante su paso por San Cristóbal entre 1936 y 1945. Algo más de un centenar murieron por tuberculosis y a otros dos centenares se les asesinó tras ser puestos en libertad. Cifras a las que se suman 203 muertos más enterrados en los cementerios de los pueblos de alrededor y otros 206 ejecutados en la fuga de 1938.

El escape se produjo el 22 de mayo. Era domingo. Por la noche. Por aquel entonces, Txinparta calcula que había encerrados en el penal unas 2.500 personas. “Los organizadores aprovecharon la hora de la cena para retener a los guardias que se encontraban con ellos. A partir de ahí, fueron controlando las dependencias interiores y desarmando al resto. En media hora, habían tomado el fuerte”, señala el portavoz del colectivo. Se abrieron entonces las puertas de todas las celdas y los presos salieron a la calle. El plan inicial era aprovechar toda la noche para llegar a Francia antes de que saltasen todas las alarmas. No hubo tiempo. Las autoridades se enteraron del motín y mandaron hacia allí vehículos militares. Setecientos noventa y cinco presos, no obstante, decidieron continuar con el plan de fuga. Sólo tres consiguieron el objetivo. La mayoría fueron arrestados y devueltos a las galerías de la fortaleza. Dos centenares, sin embargo, fueron asesinados directamente y enterrados en fosas comunes esparcidas por todo el camino.

Leoncio de la Fuente y su mujer, Elena Blanco. | IMAGEN CEDIDA POR LA FAMILIA

El cuerpo de Leoncio fue arrojado, junto al de otras tres personas, a un agujero en la localidad navarra de Larrasoaña, casi a medio camino entre Pamplona y la frontera francesa, donde le esperaba la libertad. Una pequeña de nueve años contempló a lo lejos la escena. Era Paulina Lizoain, cuyo testimonio resultó fundamental para localizar y exhumar hace un par de años los restos. “Dos quedaron boca abajo y dos boca arriba. Dos se confesaron y dos no. […] Entonces sentí mucha pena porque no hay derecho a matar a la gente así. ¿Por qué a una persona que se entrega con los brazos en alto le tienes que pegar dos tiros?”, se pregunta la mujer de 89 años en un vídeo grabado durante la excavación de la fosa. Unos trabajos, impulsados por el Gobierno de Navarra en colaboración con la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que Lizoain aplaude en la misma grabación: “Me parece muy bien. Si los identifican, pueden tener familiares y pueden llevar sus restos y enterrarlos donde quieran”.

Trabajando con las muestras

En el momento de la exhumación, nadie sabía que los huesos recuperados pertenecían al bisabuelo Leoncio. Para conocer esa información, fue necesario el trabajo del laboratorio genético de la empresa pública Nasertic, que antes se empleaba a fondo en cuestiones judiciales y desde hace más de tres años centra sus esfuerzos en la memoria histórica. “Somos un eslabón más en la cadena coordinada y dirigida por la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de navarra”, cuenta el coordinador del laboratorio, Jesús Lacalle. En conversación con este diario, explica con todo lujo de detalles su trabajo. Comienza con la recepción de los restos. “Pedimos que se nos manden o piezas dentales o fragmentos de huesos largos, como el fémur. Son en los que suele haber restos de ADN en buenas condiciones”, dice. Una vez recibidas las fracciones, las limpian a fondo para eliminar por completo “toda la microbiología”, que puede producir interferencias que dificulten la lectura del perfil genético.

Con los restos puros, se extraen unos pequeños cubitos y se someten a un tratamiento para convertirlos “en polvo”. Con algunas reacciones químicas consiguen posteriormente extraer la fracción de ADN con la que trabajar y sacar los marcadores necesarios para la identificación. La técnica a la que recurren es la de la exclusión. “Nosotros nunca decimos que es el padre. Lo que señalamos es que no se excluye que sea el padre”, apunta. “Pero, entonces, ¿cómo puede asegurarse que es?”, pregunta este redactor. “La probabilidad de que sea es cien millones de veces mayor que la de que no sea. ¿Puede haber otra persona en el mundo? Claro que sí. Pero ten en cuenta que la única muestra que no es excluyente pertenece a una persona que tiene un padre desaparecido justo en la zona en la que se encontraron los restos”, responde el experto. Es decir, que los resultados se interpretan como una coincidencia de parentesco pero científicamente no es algo que puedan garantizar.

Lacalle cuenta que en numerosas ocasiones les resulta muy complicado trabajar con los restos. Después de tantos años, algunos llegan tan deteriorados que es casi imposible extraer los marcadores necesarios para un análisis de total calidad. “Sobre todo los de aquellas fosas que están en zonas muy húmedas, por ejemplo, donde la actividad microbiana acaba degradando el hueso. O aquellas que se encuentran en suelos con una cantidad de bicarbonato cálcico muy grande”, detalla. A este problema se añade, por otro lado, el fallecimiento de los descendientes directos, lo que dificulta todavía más la identificación. Se puede a través de otros procesos, sí. Sin embargo, el poder de exclusión que tienen estas técnicas “es mucho menor”. Por eso, considera fundamental “parar el tiempo” recopilando muestras de todos los descendientes directos vivos. Hasta el momento, el banco de ADN navarro acumula más de 200 de familiares de desaparecidos.

Paula de la Fuente se reencuentra con su padre 82 años después de su fusilamiento a manos de los franquistas

Ver más

La vuelta a casa

Una de ellas era la de Paula, la única hija de Leoncio que permanece viva. Su nieta recuerda que al principio se mostró algo recelosa con la búsqueda que la joven había emprendido. “Yo creo que por el dolor y por miedo a represalias todavía en la actualidad”, cuenta Fernández. Pero finalmente se animó y la familia mandó una muestra de saliva al laboratorio. El tiempo se fue consumiendo sin que llegaran noticias de Navarra. “¿Sabes algo de mi padre?”, le preguntaba su abuela una y otra vez. “Si no lo veo yo, que al menos lo veáis tú y tu hija”, continuaba. Sin novedades se mantuvieron hasta que hace un par de semanas recibió una llamada de la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Ejecutivo navarro. Lo habían encontrado. Fernández cogió inmediatamente el móvil y organizó una videollamada con su abuela. Quería ver su cara cuando le comunicara la noticia. “Se emocionó muchísimo, no quería marcharse sin recuperarle. Le pude decir que su padre no les había abandonado, sino que lo habían matado”, recuerda Fernández.

El miedo que en un principio tuvo su abuela ya ha desaparecido. Sólo recibe felicitaciones de la gente del pueblo. Su padre vuelve a casa gracias al trabajo de la administración autonómica, de asociaciones como Txinparta y de los profesionales de Aranzadi o Nasertic. “Nuestro grado de implicación en esta línea de trabajo es máximo porque de ella dependen los sentimientos de muchas familias”, sostiene el coordinador del laboratorio. Ahora, Paula espera impaciente la entrega de los restos. Le gustaría ir ella misma a Navarra para recogerlos, pero su avanzada edad lo hace imposible. Se quedará en el pueblo esperando el regreso de su padre “con los brazos abiertos”. Será la última ‘fuga’ de Leoncio de la Fuente. Pero esta vez será un éxito. Encontrará la libertad que le arrebataron hace más de ocho décadas en la tierra de la que nunca debió salir. Y su hija Paula podrá descansar tranquila.

Beatriz Fernández ha escuchado una y otra vez la historia del bisabuelo Leoncio. Nunca fue un tema tabú en la familia. O, al menos, no de puertas para adentro. Se la contaron desde pequeña. Probablemente, con la intención de que su memoria no se perdiera del mismo modo que se perdió su pista cuando una noche, en plena Guerra Civil, lo sacaron de casa. Fue la última vez que le vieron su mujer Elena y sus seis hijos. Como a tantos y tantos otros, le hicieron desaparecer sin dejar rastro. Pero ahora, más de ocho décadas después, aquella despedida se ha tornado en una bienvenida. Los restos de Leoncio, exhumados hace un par de años de una fosa común localizada en el valle navarro de Esteríbar, han sido identificados gracias a las muestras de ADN que aportó la única hija que queda con vida. En la actualidad, Paula tiene 89 años. Y ahora, tanto ella como su padre podrán descansar por fin tranquilos. El bisabuelo regresa al pueblo vallisoletano del que nunca debió salir. A la tierra a la que nunca se le permitió regresar.

Más sobre este tema
>