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Diálogo de poetas con Cataluña al fondo
1 Sí, hace tiempo que decidí hacer yo mismo las versiones al castellano de mis poemas escritos originalmente en catalán. Más que como traducciones, los concibo como poemas nuevos, en una lengua que también es mía. Nací en la guerra, me eduqué en la España franquista. La lengua de cultura, la del bachillerato, era el castellano. Por eso empecé a escribir en la que consideraba mi lengua de cultura. Pero algo me fallaba. Sólo pude consolidar mi voz cuando me decidí a escribir en mi lengua materna. La verdad es que creo que no se puede hacer poesía de verdadera calidad si no es en la lengua materna. Pero no quiero renunciar al castellano que es algo así como mi madre adoptiva, una lengua también mía. Renunciar sería hacerle un último favor a Franco, a su dictadura, a su guerra de lenguas. Por eso hago libros bilingües, con versiones en castellano.
2 No sé si te lo he contado. El primer recuerdo que tengo en relación con la lengua es una escena infantil bastante significativa. Voy al colegio, hablo con un amigo de forma natural en catalán, se cruza una persona mayor, creo que un guardia civil, y nos regaña muy despectivamente: “Niños, hablad en cristiano”. El conflicto verdadero que hemos sufrido en Cataluña se encierra en esta anécdota. No es un problema jurídico, ni económico. Esos asuntos son parte de la solución, pero no son el problema. El conflicto es sentimental. Supongo que se parece mucho al desconcierto de un ciudadano negro de Estados Unidos cuando siente el desprecio de los blancos por el color de su piel. Hay dos cosas de las que uno no puede sentirse culpable: de su lengua y del color de su piel. El que te sientan extraño en tu país por la lengua que hablas crea una enorme distancia sentimental. Nos convierte en extraños y genera desconfianza.
En un país como España deberíamos haber aprendido que puede pertenecer a tu país quien no habla tu misma lengua. Eso deberían asumirlo el andaluz, el madrileño, el extremeño… El débil reconoce por necesidad la existencia del fuerte, siempre está ahí. Es el fuerte quien suele olvidar al débil, quien tiene que reconocer en este caso que la persona que habla otra lengua y tiene otra cultura no es un extraño. Yo tiendo a buscar las responsabilidades en el fuerte. No culpo de estos malentendidos al catalán, como tampoco culpo nunca al obrero frente al burgués.
3 Debemos construir un marco de entendimiento. Si no es así, todo resultará imposible. El modo de ser de los catalanes posee una identidad fuerte, con mucha presencia de la mentalidad francesa. Si quieres que resuma la situación de nuestra identidad, me parece que la realidad catalana puede definirse en dos características. Primero: tenemos una lengua sin Estado, una lengua pequeña que no sólo ha sobrevivido entre dos grandes lenguas, el español y el francés, sino que además ha creado una gran cultura, limitada eso sí por el número de hablantes. Y segundo: la incapacidad histórica de Cataluña para crear un Estado. Si no construimos un marco cultural de entendimiento, siempre habrá ventajistas de un lado o del otro que intenten manipular las cosas de acuerdo con sus intereses.
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Ahora la situación histórica va ya por otro camino. En realidad, hay discusiones que han quedado sin razón. Discutir sobre el Estado no es grave, es incluso una discusión secundaria, porque debemos comprender que ahora la realidad se llama Europa. El nuevo espacio internacional, económico, político, es Europa. Si no consolidamos entre todos una Europa convencida de sí misma vamos a tener problemas serios. Esa es ahora la cuestión. Por eso estoy cada vez más convencido de que el conflicto entre España y Cataluña, no es jurídico o económico, sino cultural.
5 El resurgir de la cuestión catalana fue uno de los primeros síntomas de que la famosa Transición estaba haciendo aguas. El franquismo permanece, porque no hubo corte. Al menos a mí no me sirve de corte la Transición en este asunto del que hablamos. Yo te pregunto por tus desacuerdos con la Transición y me dices que en el proceso se perpetuaron las élites económicas del franquismo, que eso impidió una democratización más profunda de la sociedad. Podemos incluso criticar que Fraga o Martín Villa se presentasen como padres de la patria, en vez de estar una temporada en la cárcel por colaboración con una dictadura criminal. Bueno, ¿pero eso te afecta como andaluz? No, es un debate político que se abre en cualquier lugar. Para nosotros, sin embargo, hay un conflicto sentimental, que en el fondo es el más grave. España no ha conseguido superar el asunto, sigue viendo la singularidad catalana como algo extraño.
6 Y la cuestión se centra en la lengua. El catalán corre peligro de desaparecer, un peligro que existiría incluso sin problemas políticos. Las lenguas grandes se comen a las chicas. Nadie puede dudar de la voluntad independentista de Irlanda. Bueno, pues consiguió su independencia… y perdió su lengua, aunque había ganado su independencia. Me parece un mal destino. Vivimos además en una época en la que la cultura pierde cada vez más peso en el mundo. Así que la cultura catalana sufre esta inercia de un modo más grave que las culturas relacionadas con lenguas grandes. La idea que propones de una asignatura que enseñe en los institutos “Lenguas y culturas de España” está bien, pero a mí me parece un sueño tártaro. No creo que en España nadie pierda el sueño por el euskera, el gallego o el catalán. La Transición no ha promovido ese grado de actitudes civilizadas. No me lo creo, tendrían que cambiar mucho y de manera deseable las cosas.
7 Cualquier análisis de la situación debe tener en cuenta que ahora la realidad es otra, la sociedad ha cambiado mucho en esta época. La gente de 30 años no tiene por qué seguirme en mis reflexiones. Yo puedo identificar el anticatalanismo con la dictadura, con el guardia civil franquista que me exigió que hablara en cristiano. Era un guardia civil que también maltrataba, aunque de otra manera, a un extremeño o un andaluz. Pero la gente joven sólo ha vivido ya los errores de la Transición, la falta de ruptura en estos temas. Los jóvenes han visto cómo el Partido Popular impugnaba el Estatut votado por los catalanes y han visto cómo se utilizaba el anticatalanismo para caer más simpáticos en Cáceres o en Madrid.
¿Te acuerdas de lo que me pasó en Cáceres? Yo había ido a una lectura de poemas. Por aquellos días salió en la prensa una noticia de no sé qué aviones militares que habían sobrevolado Barcelona en unas maniobras. Estaba sentado en un café oyendo la conversación de dos matrimonios en la mesa vecina. Uno de los hombres sentenció: que tiren las bombas la próxima vez que pasen. Esto es una estupidez, pero mira una cosa. Ese hombre de Cáceres nunca ha sido la víctima, nunca ha oído lo contrario, no conozco a nadie en Cataluña que haga chistes sobre aviones que vayan a bombardear Cáceres. No se ha conseguido una situación que sea capaz de normalizar la convivencia después de tantos años de democracia. Para eso hace falta respetar la lengua, asumir que el catalán es la lengua de cultura en Cataluña, y respetar el Parlament, y decir “vamos a asumir lo que ustedes decidan”. O sea, respetar la identidad política y la lengua, eso es lo que puede asegurar una Constitución en la que todos nos sintamos incluidos. Es el principio del camino, sólo el principio, porque para convivir hace falta algo más que respeto, hace falta amor.
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Volvemos a lo mismo, la solución es cultural. Aunque los tiempos no son buenos para nada que se tome en serio la palabra cultura. Hemos pasado de una sociedad pobre a una sociedad opulenta. Ahora hay gente necesitada, pero se trata de la miseria y la desigualdad propias de las sociedades del lujo. En los años sesenta, la cultura en la que yo me formé, la de origen existencialista y marxista, me hizo pensar que al dignificar económicamente las circunstancias de las personas cambiarían también las personas en un sentido digno. Éramos optimistas. Y no ha sido así, la salida del subdesarrollo ha provocado una prepotencia insolidaria, llena de zafiedad, con gente volcada en el consumo como orden de vida. ¿Cómo se salva a una persona que ya come caliente? Siento de verdad decirte que ahora tiendo a identificar la decencia con la pobreza. Y nadie me puede demostrar que no sea cierto. No hablo de miseria, que eso es otra cosa, sino de pobreza. Pienso en el campesino o en el obrero que necesitaba acogerse a tres o cuatro verdades para salvarse, para justificar su vida. Era pobre, pero no caía en la miseria espiritual. De ese campesino no se podría decir nunca que era un hombre inculto, tal vez no tenía estudios, pero era una persona culta, con una educación vital muy superior a las nuevas formas de analfabetismo y de ignorancia que extiende esta sociedad. Tienes razón, hoy abunda la figura de la gente orgullosa de su analfabetismo.
9 Claro, la telebasura sustituye a lo que antes llamábamos cultura popular, esas tradiciones que enseñaban a la gente a relacionarse con la vida. Pero ahora me cabrea hablar de cultura popular. ¿Sabes por qué? Porque la cultura popular de la televisión es puro costumbrismo, vida transformada en oferta para los turistas. Antes no había un corte entre la cultura popular y la Cultura escrita con mayúsculas. Se trataba de una línea continua, sucesiva. Ahora hay una muralla. Lo popular es zafiedad o falsificación para locales comerciales y entretenimiento de turistas. Es la caricatura de la identidad. Es más, el concepto de la cultura popular suele utilizarse para acabar con el sentido más serio, más formador, de la música, de la pintura, de la poesía…
10 Yo de estas cosas opino con prudencia. Nada me parece más patético que el viejo protestón, la queja de que todo está mal, todo ha ido a peor, todo se está acabando. En realidad, el que se acaba es uno. Pero tampoco puedo aceptar que es válido todo lo nuevo por el hecho de ser nuevo. Eso sería también patético a estas alturas de la historia. Casi nunca opino, sólo cuando tú me tiras de la lengua. No opino, pero haríamos bien en pensar mejor algunas cosas. Prefiero dedicarme a la poesía, que es lo contrario de la mercantilización. Es una búsqueda humana de la verdad. Sí, esa verdad humana que nos queda en las manos una vez que hemos decidido alejarnos de los dioses y los dogmas. La verdad como deseo de no mentirnos, de ser dignos. La maldad es siempre una manera de odiar la verdad, de manipularla. Frente a las prisas, la lentitud de esforzarse en mirar las cosas por el ojo de la verdad. ¿Que si la poesía es una forma de resistencia? Desde luego, la mía sí.