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Florentino o el aburrimiento

Florentino Pérez, con su semblante característico sobre el césped del Estadio Saint Denis durante la última final de Champions League, el pasado 28 de mayo.

Hay un hombre en España que lo hace todo: una voz nasal y monótona que rige, desde las sombras, el destino del país. Los villanos que solemos retratar en este serial tienen el atractivo de lo histriónico. Vladímir Putin, Medina y Luceño, Elon Musk o don Juan Carlos; todos tremebundos, sí, pero con un puntito sabrosón. El ruso que galopa en tetillas a lomos de un oso, el Borbón que acribilla elefantes y los pijazos bochornosos están a un accidente traumático de pintarse una cara de payaso y querer encender una hoguera que abrase el mundo.

Sin embargo, ¿quién sospecharía de un hombre lánguido con trajes oscuros y corbatas aburridas? Excelente disfraz. El astuto Florentino Pérez se las sabe todas y no quiere que nadie se cosque de los mil ochocientos millones que tiene ingresados en la Caja Rural. Miren, miren, que esta fachada anodina no tiene grietas. Verán: Pérez preside la empresa constructora más grande del mundo, con una capitalización de ocho mil quinientos millones de euros. Hacen presas, ferrocarriles, estadios, dragados, subterráneos y, si les dejaran, pirámides y mausoleos. ¿El nombre? ¿Megacimentaciones? ¿Keops SL? ¿Babel y Asociados? ¡No! "Actividades de construcción y servicios". ¡Bah!

¿Por qué un multimillonario se empeñaría en ser más soso que el dueño de una mercería? Qué extraño, me dije, sacando mi pipa más rocambolesca y mi gorra de pensar. ¡Algo huele a chamusquina! A las horas, y con la agilidad mental que me caracteriza, recordé que Florentino también es presidente del Real Madrid. “Cáspita”, exclamé, “¿estará la gente al tanto?”.

Después de algunas llamadas y una edificante conversación con el bufete de Nueva York que informó a Suárez Illana sobre la política penal aplicable al aborto de recién nacidos, quedé convencido de que el dato era de dominio público. De fútbol sé que se juega con una pelota y que es una tapadera para el blanqueo de capitales. A pesar de la soberana pereza que me daba el asunto, estaba dispuesto a llegar hasta el fondo. Me puse la sagaz entrevista que el pizpireto Jordi Évole le hizo al interfecto hace unos años. Al terminar, anoté en mi cuaderno: “El Real Madrid es una ONG”. Estaba anonadado: el presidente relataba, ufano, la ilusión que le hacía a los niños pobres tener una camiseta del club de sus sueños. ¿Estábamos tratando con un filántropo? ¡Hum!

Acto seguido, el omnisciente y beatífico algoritmo me mostró la última Junta de Socios del equipo merengue. Aficionados de distinto pelaje subían a un atril y exponían sus quejas y reproches. Florentino –sentado en el centro de una mesa larga y escoltado por unos señores sacados de una caricatura del capitalismo industrial– los manteaba con una habilidad que ya quisieran los tertulianos de los viernes por la noche. El tono cargante e imperturbable, pero las hostias a manos vueltas. Sorprendido, me puse el neopreno y me zambullí en las profundidades de la hemeroteca. No tuve que bucear mucho (gracias a Dios) para encontrar unas grabaciones formidables. En ellas, el señor Pérez se despachaba a gusto con propios ajenos. Tal es subnormal, el otro una estafa; ¿los futbolistas? Lo peor. Por un momento sentí una comunión espiritual con el magnate. ¡Pensamos exactamente lo mismo! Ya es casualidad, oiga.

Un tiburón de los de toda la vida

La telaraña se iba enmarañando. ¿Cuál es el plan maestro? De repente, lo vi claro. “Los túneles”, me dije, “la respuesta está en los túneles”. Florentino tiene un equipo de fútbol, sí, pero también maquinaria para horadar las entrañas de la tierra. ¿Diamantes? ¿Petróleo? ¿Dejar el país como un queso gruyere y luego chantajear al gobierno? No es tan descabellado: los hombres topo están detrás de muchas fechorías. En estas mismas páginas demostramos, hace unas semanas, que Elon Musk es uno de ellos. ¡Seguro que están confabulados! ¡Por fin todo encaja!

Metí la cabeza en una palangana e intenté sosegarme. “¿Otra vez los hombres topo, Joaquín? Te estás obsesionando. Por eso te abandonaron tu mujer y tus hijos”. Me sequé la cara y me dispuse a examinar un mazo de fotos del sospechoso con una lupa gigante. “Tiene más cara de perro pachón que de topo, la verdad”, me dije. Me vi obligado a descartar la hipótesis; otra vez será.

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Pasado el frenesí, lo vi claro. A Florentino le interesan más los negocios a ras de suelo que los subterráneos. Recalifícame esto, cédeme aquello. Miren, da gusto encontrarse con un tiburón de los negocios de los de toda la vida: ni reptilianos, ni masones, ni niño muerto. En la prensa se agolpan tejemanejes de toda clase y condición que, pasmosamente, no parecen haberle afectado en absoluto. Periodistas decapitados, trilerismo del más fullero y artimañas y presiones sacadas de una película de Scorsese, todo embadurnado en el espeso almíbar de la defensa del Real Madrid, bien superior de la nación española. Esto es lo que pasa cuando, en vez de tener un país, tienes la marca España.

El mejor embajador, el referente y el sursuncorda: qué hallazgo. Camisetas blancas y componendas con las mejores y más prestigiosas satrapías orientales. Por fin me topaba con un genio del mal como mandan los cánones, un señor con dinero como para comprarse un archipiélago, pero con el deseo de mandar intacto. Un tío Gilito, un monigote del Monopoly. ¡Viva! Esto es lo que nos diferencia a nosotros, homúnculos sin oficio ni beneficio, de los grandes próceres. A usted y a mí nos dan la mitad de la décima parte del patrimonio del amigo Pérez y nos falta tiempo para comprarnos un adosado en Cancún, un apartamento en Torrevieja y un Mercedes de kilómetro cero. Venga esa piña colada y que trabaje la abuela. ¡Nos falta ambición! Somos la degradación de la especie, el acabose de la voluntad de poder. Lamentables hombres blandengues.

Nos queda, sin embargo, el consuelo de mirar la cara flácida y reluciente de especímenes mejores, de los grandes héroes de la historia. Podemos, contemplando los rascacielos de la Castellana, admirar la alquimia que logra transmutar equipamientos deportivos para un barrio en una lucrativa operación inmobiliaria. Sentir cómo las obras del Bernabéu se comen los alrededores del estadio en pro del bien, la belleza y la verdad. Agitar una bufanda blanca y gritar loas a nuestro líder y a los deportistas oligofrénicos a los que tanto desprecia. Mirar de reojo a los titanes que se sientan en el palco del estadio y fantasear con sus balances contables. Hala Madrid, signifique lo que signifique eso. Abracadabra.

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