Las memorias imposibles del Caudillo
Entre 1964 y 1965, el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli realizó varios viajes a Cuba, donde se entrevistó con Fidel Castro. El propósito era editar unas memorias del líder revolucionario cubano, que recapitulara los principales episodios de su vida, entre el asalto al cuartel Moncada en 1953 y la Crisis de los Misiles en 1962. El repaso de aquella década de acciones políticas debía desembocar en un conjunto de reflexiones y análisis de Castro sobre la realidad de Cuba y el mundo en la Guerra Fría.
No era la primera vez que el político cubano se acercaba a un escritor o editor extranjero para producir un libro. Ya lo había hecho con Waldo Frank y C. Wright Mills, un escritor y un sociólogo estadounidenses de gran renombre, y también había concedido entrevistas a periodistas como Herbert S. Matthews del New York Times y Robert Taber de la CBS, Lee Lockwood y Lisa Howard, Ed Sullivan y Andrew St. George. La idea de un libro suyo bien colocado en el mercado editorial occidental atrajo poderosamente a Castro y a su editor Feltrinelli. Para el político cubano podía ser una forma de trasmitir una imagen de sí mismo, diferente a la del impulsivo e irresponsable receptor de los misiles soviéticos en Cuba. Para Feltrinelli, las proyectadas memorias intentarían ser un éxito editorial, comparable al de Doctor Zhivago (1957), de Boris Pasternak.
La operación del libro de memorias de Castro, como ha contado Carlo Feltrinelli en Senior Service (2001), la biografía de su padre, incluyó al periodista Valerio Riva, el político cultural cubano, ya en desgracia, Carlos Franqui, y como ghostwriter, nada más y nada menos que el poeta y traductor Heberto Padilla. La parte más histórica del manuscrito, hasta la Crisis de los Misiles, logró completarse y se preserva en los archivos de la Fundación Feltrinelli en Milán. Pero las observaciones finales de Castro sobre Cuba y el mundo, a la altura de 1965, nunca llegaron a transcribirse.
¿Por qué? ¿A qué se debió que luego de grabar decenas de horas hablando sobre Kruschev y Mao, Vietnam y las guerrillas latinoamericanas, el Che Guevara y la homosexualidad, los artistas e intelectuales en Cuba, Fidel desistiera de concluir y editar sus memorias? La explicación se encuentra en los pasajes que rescató Feltrinelli de aquellas charlas, en las que aparecía un Castro favorable al nuevo liderazgo soviético, detractor de Mao –a quien llamaba “senil y esclerótico”–, inconforme con el discurso del Che Guevara en Argel y abiertamente homófobo. De haberse editado el volumen, habría resultado contraproducente para el objetivo de trasmitir una imagen benévola de Castro en la opinión pública occidental. En 1965, año de creación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, la voz de Castro ya era la del Estado cubano y debía modularse de manera impersonal, sin énfasis o exabruptos que pusieran en evidencia las fluctuaciones ideológicas de la isla en medio de la Guerra Fría.
Del malestar de Feltrinelli con aquella experiencia surgió el enorme interés del editor italiano en la figura del Che Guevara, que entonces percibía marginado por la cúpula castrista. Tres años después, con la imagen icónica del fotógrafo Alberto Korda en portada, Feltrinelli pondría a circular el Diario de Guevara en Bolivia, un texto que sí cumplía a sus anchas el objetivo de proyectar las ideas de la izquierda latinoamericana desde la voz personal de uno de sus líderes.
Futuro condicionado
La relación de los políticos profesionales de la izquierda latinoamericana con los libros está, de algún modo, cifrada en aquel desencuentro entre Castro y Feltrinelli. Es muy revelador que, a partir de entonces, el propio Castro agenciara sucesivos encuentros con periodistas y biógrafos para trasmitir ideas en forma de libros. Las biografías de Tad Szulc, Claudia Furiati y Katiushka Blanco partieron de conversaciones con Castro. Las entrevistas de Frei Betto, Gianni Minà e Ignacio Ramonet no fueron “biografías a dos voces”, sino monólogos con aplausos programados.
Es toda una ironía que la única biografía de Fidel Castro escrita por un escritor de ficción, Norberto Fuentes, recurriera a la forma de una autobiografía apócrifa. La autobiografía de Fidel Castro. I y II (2004-2007) resultó ser una perfecta parodia de los inagotables textos del propio Castro, en los que la historia de su persona se confundía con la historia de Cuba. No hay pasaje en aquellos libros que no tuviera un rastro previo en las autonarraciones de la vida del comandante. Libro a dos voces fue, en realidad, la Conversación con Allende (1971) de Régis Debray, texto en que el marxista francés debatía con el presidente socialista chileno. Como otros guevaristas y castristas latinoamericanos de los años 70, empezando por el propio Fidel Castro, Debray no pensaba que el programa de Allende y Unidad Popular fuera verdaderamente revolucionario y, constantemente, intentaba sacarlo a relucir en su charla con el presidente chileno.
La Revolución Sandinista de Nicaragua, en los años 80, produjo muchos comandantes escritores: Tomás Borge, Omar Cabezas, Luis Carrión… Pero uno de sus principales líderes, el que al final ha hegemonizado aquel fenómeno político, en su fase más claramente autoritaria, Daniel Ortega, no parece haber escrito ninguno. El volumen Combatiendo por la paz (1988) fue una colección de discursos de Ortega que la editorial Siglo XXI presentó como libro de la campaña presidencial de fines de los 80, que los sandinistas perdieron frente a Violeta Chamorro en 1990. La historia del libro imposible de Fidel Castro se repitió a principios de este siglo, cuando Hugo Chávez se convirtió en la figura central de la izquierda latinoamericana. Chávez firmó muchísimos libros, en un intento claramente deliberado de presentar al líder bolivariano como un pensador político. Sus discursos y entrevistas se reprodujeron en forma de libro, intentando cifrar su “doctrina” y su “estrategia histórica y geopolítica” como síntesis de la ideología de la “Revolución Bolivariana”.
Sus recurrentes citas de Bolívar dieron lugar a una bibliografía que colocaba los usos chavistas de la vida y obra del líder anticolonial de principios del siglo XIX al nivel de los estudios eruditos de Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturrieta, Luis Castro Leiva y otros historiadores profesionales. Los stands del gobierno de Venezuela en cualquier feria de libro, como las de Cuba en Guadalajara, se llenaron de libros de Chávez y Fidel en una clara muestra de que el discurso de los políticos reemplazaba la letra de los escritores.
Con Chávez, incluso, se fue más allá y se le hizo circular oficialmente como autor de ficción, a través de su libro Cuentos del arañero (2013), una mezcla de relatos autobiográficos y leyendas populares entresacadas de su programa radial Aló Presidente. Otra compilación más bizarra de los mensajes radiofónicos y televisivos de Chávez fue El libro azul (2016), prologado por su sucesor Nicolás Maduro, que reunió profecías, vaticinios, revelaciones místicas y prognosis apocalípticas. En la misma línea esotérica de los socialismos del siglo XXI podría colocarse la fascinación de Fidel Castro con las teorías de la conspiración del lituano Daniel Stulin y de la supremacía rusa de Alexander Dugin, o, más consistentemente, las aficiones evangélicas y adivinatorias de Rosario Murillo, esposa de Ortega y vicepresidenta vitalicia de Nicaragua, quien tiene, además, una carrera oficial como poeta en el país de Rubén Darío.
A partir de los grandes populismos y revoluciones de mediados del siglo XX, los nuevos caudillos desplazaron gradualmente al estadista letrado en la región
Como antes a Fidel Castro, a Hugo Chávez se acercaron muchos intelectuales partidarios de la modalidad bolivariana de la izquierda regional. Ignacio Ramonet y Heinz Dieterich Steffan, Samir Amin y Juan Carlos Monedero fueron algunos de los teóricos que contribuyeron a perfilar a aquellos líderes como autores del pensamiento político contemporáneo. Hoy por hoy existen en Caracas y La Habana sendas instituciones dedicadas a la investigación y difusión del pensamiento de Fidel Castro y Hugo Chávez.
Entiéndase, no se trata de una hiperbolización afectiva, bastante natural en la política latinoamericana desde los tiempos de Vargas y Perón. Se trata de una cabal equiparación intelectual entre pensadores latinoamericanos como Simón Bolívar y José Martí en el siglo XIX o José Enrique Rodó y Octavio Paz en el XX con políticos profesionales como Fidel Castro y Hugo Chávez, que dominaron sus respectivos espacios políticos durante décadas.
Sin proselitismos forzados
Más natural, sin tanto proselitismo forzado, fue la relación con el libro de políticos con un amplio bagaje intelectual, como el chileno Ricardo Lagos o el brasileño Fernando Henrique Cardoso. Afincados ambos en izquierdas socialistas y socialdemócratas, desestimadas por las izquierdas autodenominadas “revolucionarias” o “bolivarianas”, estos presidentes publicaron dos memorias. En estos libros se rompe la maldición del libro imposible del estadista latinoamericano. The Accidental President (2006) de Fernando Henrique Cardoso, quien como sociólogo había escrito varios títulos clásicos sobre la dependencia y el subdesarrollo económico y social en América Latina, narró los ocho años de gobierno del socialdemócrata brasileño entre 1995 y 2003. Cuando el libro apareció Lula da Silva estaba ya consolidado como su sucesor en el poder, y el caso brasileño se afianzaba como la prueba de que un traspaso presidencial entre izquierdas de diverso signo era posible en América Latina.
Muy reveladora de aquel talante pluralista fue la forma en que Cardoso se refirió a Fidel Castro y Hugo Chávez en sus memorias. Decía el presidente brasileño que el reeleccionismo o el aferramiento al poder de ambos líderes mostraba una tendencia autoritaria en la izquierda latinoamericana. Pero insistía en que esa tendencia era menos poderosa que la democrática y cuestionaba que la mejor vía de revertirla fuera una política punitiva de Washington hacia la región.
Lagos, por su parte, en Así lo vivimos (2012), hizo un retrato lleno de matices sobre la transición chilena. El ex presidente contaba críticamente los costos sociales y políticos de la dictadura de Augusto Pinochet y la estrategia económica neoliberal impulsada por los Chicago Boys. Se detenía en la esperanza renovada del triunfo del NO en el plebiscito de 1988 y en las expectativas moderadas de los primeros gobiernos transicionales de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Lagos recordaba los consensos regionales que logró impulsar, en los primeros años del siglo XXI, con el apoyo de Cardoso y Lula da Silva en Brasil y de Tabaré Vázquez en Uruguay. Y, al igual que Cardoso, destacaba más las buenas relaciones con Chávez y el bloque bolivariano, a pesar de las profundas diferencias en términos de gobernabilidad democrática, integración regional y economía social de mercado, que lo separaban de la otra izquierda. Con mucha menos estridencia que la de Chávez o Castro, defendía su posicionamiento en contra de la “guerra contra el terror” impulsada por los gobiernos de George W. Bush y Tony Blair, tras el derrumbe de las Torres Gemelas.
Libros como los de Cardoso o Lagos, hace una década, parecían naturalizar en América Latina una tradición que Feltrinelli demandaba a Castro: la de las memorias del estadista, al estilo de Churchill o De Gaulle. Otros libros recientes en la política latinoamericana, como el de José Mujica y Noam Chomsky, a partir del documental del mexicano Saúl Alvídrez, insinúan una vuelta al tipo de diálogo profético que promovieron Chávez y Castro en su momento. Diferencias de acento o tono aparte, ese tipo de libro parece concebido como un conjunto de arengas desde un púlpito ideológico.
Lo mismo podría decirse de los múltiples libros que escribe el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Desde que era opositor, Amlo se acostumbró a publicar libros en los que denunciaba la corrupción federal, los fraudes electorales en Tabasco o incursionaba en la historia regional de su estado. Poco antes de llegar al poder, en 2018, López Obrador había publicado varios libros que reiteraban su diagnóstico sombrío de la realidad mexicana: La mafia nos robó la presidencia (2007), La mafia que se adueñó de México (2010), La gran tentación: el petróleo de México (2013), Neoporfirismo: hoy como ayer (2014) y Oye, Trump (2017).
Desde que llegó al poder, en 2018, algunas de las premisas de sus campañas previas, como el rechazo al racismo y la xenofobia de Trump, el giro nacionalista en la estrategia energética o el propio combate a la corrupción, fueron abandonados por una política de entendimiento con el trumpismo y, luego, con la administración de Joe Biden, por una agenda migratoria pactada con Estados Unidos y por una ortodoxia financiera y macroeconómica, en perfecta continuidad con el neoliberalismo salinista y zedillista de los años 90.
Durante su gobierno, López Obrador ha intensificado la publicación de libros personales. En 2018 apareció La salida, en 2019 Hacia una economía moral, en 2021 A la mitad del camino, y pronto debe aparecer un cuarto, dedicado a los jóvenes mexicanos, y que contendría sus “últimas recomendaciones” al gobierno sucesor. De más está aclarar que los destinatarios fundamentales de este testamento son la sucesora oficial Claudia Sheinbaum y el equipo de gobierno que diseñe.
Hasta la primera mitad del siglo XX hubo en América Latina estadistas letrados que llegaron a la primera magistratura en sus respectivos países. Domingo Faustino Sarmiento fue presidente de Argentina, Rómulo Gallegos de Venezuela, Rui Barbosa y Miguel Ángel Asturias, Gabriela Mistral y Pablo Neruda fueron importantes diplomáticos y legisladores en Brasil, Chile y Guatemala.
A partir de los grandes populismos y revoluciones de mediados del siglo XX, los nuevos caudillos desplazaron gradualmente al estadista letrado en la región. El fracaso de Mario Vargas Llosa en su intento de llegar a la presidencia de Perú, en 1990, hoy adquiere connotaciones más profundas para la América Latina posterior a la Guerra Fría. Alberto Fujimori, alternando populismo y tecnocracia, no sólo ganó aquellas elecciones por casi el doble de votos, sino que, una vez en el poder, aplicó el programa de gobierno diseñado por el equipo de Vargas Llosa.
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En las últimas décadas, en fiel reflejo de las disputas ideológicas del continente, los políticos latinoamericanos se han ramificado en tecnócratas y populistas, aunque no han faltado quienes, como Fujimori, intentaran mezclar los dos perfiles. La relación con los libros ha seguido esa misma bifurcación, describiendo la generalizada degradación paralela de la literatura y el pensamiento de los políticos y del arte mismo del gobierno.
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*Rafael Rojas (Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y ensayista. Autor de El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina (Turner,2021)