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¿A quién llamo si quiero hablar con Europa? Meloni, Von der Leyen, Costa y Tusk luchan por ser la voz de la UE

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, charla con la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.

“¿Qué teléfono marco si quiero hablar con Europa?”, es la pregunta que se hacía el secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger en plena Guerra Fría cuando quería un interlocutor con el que discutir en el Viejo Continente. El hombre fuerte en política exterior de Richard Nixon, harto por las decenas de cargos, líderes y jefes de Estado que pueblan el complejo organigrama europeo, se quejaba amargamente de ni siquiera saber a quién llamar para hablar de geopolítica.

Pese a la resonancia que ha tenido esta anécdota hasta la actualidad, es probable que Kissinger nunca dijera esta frase, aunque sin duda sí pudo pensar muchas veces que para discutir con la Unión Europea (UE), lo mejor es tener una agenda de contactos bien extensa. Y es que el juego de poder entre las  instituciones de la UE hace que nadie tenga la primacía a la hora de ser algo parecido a un líder dentro del Viejo Continente.

Existen 27 Estados miembros, cada uno con su jefe de Estados, sus intereses y su cuota de poder. A ese puzle hay que añadirle los responsables de los diferentes organismos de la UE, como la presidenta de la Comisión, el del Consejo Europeo o, incluso la alta representante para Asuntos Exteriores. Sin embargo, no todos los cargos ni jefes de Estado tienen el mismo peso y, por eso, si llevamos la pregunta de Kissinger a la actualidad, ¿qué teléfono marcarán Donald Trump o cualquier otro líder mundial si quieren saber qué pasa en Europa?

Hace unos pocos años, la respuesta a esta pregunta hubiera sido más sencilla. En el apogeo del mandato de Angela Merkel como canciller de Alemania y los primeros compases de la presidencia de Emmanuel Macron, ambos se erigieron como las personas a quien acudir por ser las más determinantes dentro de la política europea. La primera como representante del músculo económico de los Veintisiete, y el segundo como el garante de un modelo de Europa integrador y renovado de cara al futuro. Ahora, al contrario que entonces, el panorama para ambos países es desolador, con una Alemania debilitada y en crisis a la espera de unas elecciones que se producirán en febrero y con el país galo sumido en la inestabilidad y con un nuevo primer ministro, François Bayrou, sin unos apoyos claros en la Asamblea Nacional.

Con esta caída del eje franco-alemán, las aguas se abren para que otros mandatarios tomen ese papel de ser la voz de Europa de cara al exterior. “La UE es una unión de muchos estados y por tanto el liderazgo no puede ser único, sino colegiado. Además, en muchos casos, esa posición preponderante responde más a una trayectoria larga y a su experiencia en Bruselas más que a una habilidad política especial”, matiza Héctor Sánchez Margalef, investigador del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB) y experto en política europea.

El binomio europeo

Por ese motivo, si hay dos teléfonos que los líderes mundiales deberían tener a mano esos son el de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el del presidente del Consejo Europeo, António Costa. Ambos tienen en común una gran experiencia en los pasillos de las reuniones multilaterales y un enorme prestigio a nivel internacional que, sumado a su poder, les hace ser unos interlocutores fundamentales. “Von der Leyen es un buen teléfono que tener a mano, lleva cinco años a sus espaldas de experiencia y todo indica que estará otros cinco más. Es un liderazgo influyente y relevante a nivel europeo, sin ninguna duda, pero seguramente no sea el más poderoso por la limitación de competencias que tiene. No es un jefe de Estado o de Gobierno, y por tanto hay cosas que no puede hacer”, señala Sánchez Margalef.

El experto del CIDOB se refiere, sobre todo, a algunas acciones de la alemana que, durante el final de su mandato anterior, suscitaron la polémica y el reproche de algunos mandatarios por, precisamente, extralimitarse en sus funciones. Von der Leyen ha querido dar una vuelta de tuerca al papel de la presidenta de la Comisión, intentando tener un mayor peso político y liderazgo y, en muchos casos, presentándose como la cara visible de la UE. “La Comisión la hizo a su imagen y semejanza, como suelen hacer, por otra parte, todos los presidentes, aunque veremos cómo le puede distorsionar el mandato aquellos que ha introducido de extrema derecha”, comenta María del Mar García Gordillo, profesora de periodismo político en la Universidad de Sevilla y experta en la UE. 

Pese a ese liderazgo, quizás la mayor mancha a su expediente internacional se produjo en octubre del año pasado, cuando visitó sin la autorización de los Estados al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, pocos días después de los ataques del 7 de octubre. Un viaje que puso en riesgo su reelección pero que contrasta con éxitos internacionales como el de lograr, el pasado 6 de diciembre, cerrar el histórico acuerdo de comercio con Mercosur. “Ella es quien ha liderado la negociación y quien sale en el centro de la foto de familia después de cerrar el pacto. Una imagen donde se dan la mano hasta dos líderes tan antagónicos como Milei y Lula, y es Von der Leyen la que está entre ellos”, recuerda Andreu Olesti, profesor de la Universidad de Barcelona y experto en la Unión Europea, aludiendo al poder simbólico de la presidenta de la Comisión.

Aun así, para el experto, el teléfono que él marcaría no sería el de la alemana sino el de Costa, quien a su experiencia como primer ministro portugués se le suma su fama de político conciliador y capaz de llegar a acuerdos. “Al final, a él le han elegido los jefes de Estado, por lo que es quien les tiene más cerca, por lo que su peso político puede llegar a ser mayor”, defiende Olesti. En este sentido, García Gordillo se pregunta si verdaderamente este perfil mediador le puede colocar en una posición más relevante que la que tuvo, por ejemplo su antecesor en el cargo, Charles Michele, ya que su papel último es llegar a acuerdos con los jefes de Estado y no tanto una proyección internacional.

Los amigos de Trump

Más allá de los cargos europeos, si preguntáramos al propio Trump con quien le gustaría hablar en Europa, casi con total probabilidad nos diría dos nombres: el de la jefa de Gobierno italiana, Giorgia Meloni y el del presidente húngaro, Viktor Orbán. Sin duda, la cercanía ideológica de ambos con el presidente electo estadounidense puede colocarles en una posición privilegiada a la hora de tener una relación fluida con la Casa Blanca.

Esta misma semana, el semanario Politico, probablemente el más leído en las altas esferas europeas, colocaba a Meloni como la persona más influyente de todo el continente, incluso por encima de Von der Leyen. Su capacidad para liderar la nueva ola de extrema derecha en todo el continente y la forma en la que ha conseguido romper el cordón sanitario de las fuerzas centristas para entrar de lleno en la toma de decisiones de la UE, la ha colocado en un nivel muy alto en el escalafón. Este ascenso es aún mayor si vemos como la italiana ha logrado convertir en hegemónico su discurso y sus propuestas migratorias, no solo entre la extrema derecha, sino también en parte del Partido Popular Europeo (PPE). Una posición que puede ser aún más cómoda una vez que Trump tome posesión. El propio magnate se refirió este viernes a ella como una líder “fantástica”, unos halagos a los que se suma la gran relación que mantiene Meloni con una de las piezas clave de su gabinete: Elon Musk.

Pero, pese a esa cercanía ideológica, Sánchez Margalef piensa que tanto Meloni como Orbán se equivocarían entrando en una dinámica de acercamiento al presidente estadounidense, dejándose llevar solo por sus coincidencias ideológicas. “Si Trump cumple sus amenazas en cuanto a los aranceles, a Italia le afectaría mucho, porque es un país que exporta a EEUU. Es verdad que comparten cierta agenda, pero a nivel económico haría bien en mantenerse cerca de la UE. Algo similar le sucede a Orbán, hay un peligro muy grande para ellos si caen en las tentaciones bilaterales de Trump”, expone Sánchez Margalef. En este sentido, la profesora de la Universidad de Sevilla recuerda que ambos líderes de extrema derecha tienen actitudes muy diferentes y Meloni siempre se ha caracterizado por una cierta mano izquierda en los asuntos europeos, a diferencia de Orbán.

Mirar al este o al sur

Más allá de los líderes de derecha radical que pueden salir beneficiados del ascenso de Trump, hay otro mandatario europeo que ha se ha consolidado como una de las voces más escuchadas y respetadas en Bruselas. No es otro que el primer ministro polaco, Donald Tusk. Al líder de centro derecha también le acompaña una larga trayectoria: fue presidente del Consejo Europeo, del PPE y también ostentó entre 2007 y 2014 el cargo de primer ministro de su país. Sin embargo, ha sido después de su victoria en 2023 contra los ultras de Ley y Justicia (PiS) y de su dura posición contra la guerra de Ucrania cuando su presencia geopolítica ha tocado techo. “Tras la salida de Reino Unido, había varios países destinados a cubrir ese hueco. Uno de ellos era Polonia, a la que la UE ha esperado después de años de enfrentamiento con Bruselas. Y ahora que el centro de poder ha girado al este y que sus advertencias con respecto a Rusia se han cumplido, su influencia ha subido mucho”, explica Sánchez Margalef.

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El experto, aún con todo, cree que hay un matiz en la fuerza de Tusk. Su posición contraria con respecto a pactar con la extrema derecha no es la hegemónica dentro de su propio partido, el PPE, y eso puede restarle enteros e influencia. Sin embargo, también cree que las elecciones en Alemania, donde previsiblemente los conservadores reeditarán la gran coalición con los socialdemócratas aislando así a la extrema derecha, puede reequilibrar las fuerzas dentro del PPE y que la postura de Tusk puede cobrar más importancia en detrimento a la ahora defendida por el líder en el Parlamento Europeo de la formación, Manfred Weber.

Por último, otro de los teléfonos que sin duda los líderes mundiales deberían tener a mano es el del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Si las encuestas son correctas, dentro de unos pocos meses, y tras la caída del canciller Olaf Scholz en Alemania, el líder del PSOE será el único dirigente socialdemócrata que quede gobernando en uno de los países más grandes de la UE. Este hecho, sumado a la cercanía cultural e idiomática que existe con varios países de Latinoamérica, dan a Sánchez una oportunidad enorme de erigirse como la referencia en Europa para las relaciones con países como Colombia, Brasil o Chile, todos ellos gobernados, además, por mandatarios de izquierdas. Una cercanía que España no ha terminado de explotar del todo estos últimos años.

Sin embargo, tanto para Olesti como para García Gordillo, y pese a las crisis de ambos países, nunca se pueden eliminar de la ecuación los teléfonos de Alemania y Francia. “La UE no se puede entender sin estos dos países, por eso creo que, pese a sus crisis, tienen que seguir jugando un papel central. Eso sí, tienen el riesgo claro del ascenso de la extrema derecha en su política interna”, explica la profesora de periodismo político. Y añade Olesti: “Sin Alemania y Francia, la UE pierde su esencia. Por mucho que haya otros actores importantes, es muy difícil que, por potencia y por historia, se pueda encontrar una alternativa a ambos en el Viejo Continente”, zanja.

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