Con decenas de discos, obras teatrales y películas a sus espaldas, Ana Belén (Madrid, 1951) es una de las personas que ha marcado la vida cultural y política en España en las últimas décadas. Su carrera comenzó cuando era muy joven y el franquismo aún estaba plenamente establecido: “Las cosas con Franco eran muy difíciles, si te salías un poco de las normas marcadas era bastante peligroso”. Pasó unos meses de exilio en México en 1972 y al retornar a España fue una de las caras visibles en la oposición al régimen, primero, y una de las principales figuras en acciones políticas como el movimiento contra la presencia en la OTAN durante el Gobierno de Felipe González. Pese a ello, asegura no sentirse un referente: “No banalicemos el concepto. Referente para mí es otra gente, que ha sido única en el mundo porque ha trabajado para la sociedad y para mejorar la calidad de vida de todas las personas”, afirma.
Lleva varios meses protagonizando Antonio y Cleopatra, representada en festivales tan importantes como el Festival de Teatro Clásico de Almagro y en el Festival de Teatro de Mérida. Con el avance de la vacunación y la paulatina recuperación de los sectores culturales el futuro cercano está lleno de citas: “En septiembre abriré la temporada de la Compañía Nacional de Teatro Clásico con Antonio y Cleopatra y a finales de noviembre retomaré la función anterior, Eva contra Eva, que no se llegó a estrenar en Madrid”. Y en el horizonte tiene un papel en una película dirigida por Marina Seresesky: “Se tendría que estar rodando en este momento, pero se ha retrasado un poco. Imagino que retomaremos el proyecto para lanzarlo la próxima primavera”.
Pregunta. Ahora que se supone que encaramos (por fin) la salida de la pandemia... ¿tiene miedo de lo que viene? En caso afirmativo, ¿se lo ha infundido de alguna manera el coronavirus?
Respuesta. Va remitiendo porque ha ocurrido algo que era inimaginable hace un tiempo: que en un año haya una vacuna. No le damos la importancia suficiente a este hecho. Las cosas están funcionando, los científicos e investigadores están haciendo un gran trabajo.
Cuando empezó el confinamiento pensé que esto nos haría recapacitar en todos los sentidos. Algo tan grande como una pandemia me hacía ser más optimista, pero el discurso de “saldremos mejores” no me convencía. Saldrá mejor la gente que es buena, quien se ha preocupado por el bien común y no por su parcela privada. No hace falta irse a trabajar con una ONG. En tu entorno, tu barrio, tu comunidad, puedes hacer cosas. La gente que es así va a seguir siendo así. Y los que no, la gente mala, va a seguir barriendo para su casa y pensando solo en lo suyo.
Va a ser muy complicado salir a nivel sanitario y que los países no se hundan económicamente. Todos los que tenemos más debemos estar ahí para los que tienen menos. Saldremos, porque la humanidad ha demostrado su capacidad a lo largo de los siglos. ¿Aprenderemos de ello? No lo sé.
P. ¿Cómo le ha cambiado la pandemia? ¿Ha cambiado de alguna manera lo que considera importante en su día a día o vuelve a ser la de antes?
R. He aprendido la capacidad de resistencia que tenemos. No quiero ni pararme a fijarme en los irresponsables. La respuesta de la ciudadanía me ha parecido tremenda. No era sólo aguantar, es otra palabra: es resistir. Hay un dicho: “Que dios no nos dé todo lo que somos capaces de resistir”, porque sabemos que es mucho.
P. De los comportamientos que ha visto en la sociedad en los últimos meses, ¿de qué se enorgullece y de qué se avergüenza?
R. Yo creo que cuando hay una urgencia que es de vida o muerte no hay discusión. Hay que seguir salvando vidas. No nos paramos a pensar en todas esas familias que han sufrido desgracias durante la pandemia.
Vida o muerte. Sanitariamente no había otra. Y aunque no en todos los casos y no en todas las Comunidades Autónomas, el virus se ha utilizado como arma arrojadiza y eso es muy triste. Que en una situación de alarma mundial haya sido imposible ir todos a una es lamentable. Con sus riesgos y equivocaciones todos los países y gobiernos han acertado y han errado, porque es una situación nueva. Y que ante esto no haya habido esa mínima unión es muy triste también.
No quiero pensar en épocas pasadas de este país, pero a veces la situación actual te lleva a recordarlas. Cómo es posible que en momentos tremendos de este país hubiera entendimiento y en un momento así no lo haya.
P. En los países de nuestro alrededor sí ha habido un pacto de no agresión entre fuerzas políticas para afrontar la crisis con unidad. ¿Cual es el problema de España?
R. En España proliferó en los sesenta, cuando empezó a llegar el turismo, el eslogan “Spain is different”. Pues parece ser que era cierto y nos sigue dibujando. Tenemos el ejemplo de unidad en Francia, en Portugal. No entiendo la agresión en una situación así. Que la gente sólo sea capaz de ver lo que pasa alrededor de su ombligo y en su propia sombra es algo muy malo.
P. El sector musical ha sufrido mucho durante esta crisis y el conjunto de trabajadores se ha visto desamparado. ¿Qué cree que tiene que cambiar para que músicos y técnicos estén más protegidos?
R. La cultura no sólo son las caras visibles. Es una industria donde trabaja muchísima gente. Eso es algo que la población aún no tiene interiorizado.
Tienen que cambiar muchas cosas: la actitud de los gobiernos, que la ciudadanía se dé cuenta de que la cultura es imprescindible. Para hacernos ciudadanos pensantes, críticos, para plantearnos preguntar y buscar respuestas; para hacernos soñar y llevarnos a otros mundos; para abrir la mente al conocimiento y hacernos disfrutar de la sabiduría, del arte, de la escritura… La cultura es básica.
Siempre se dice que lo prioritario es la comida. Obviamente. Pero si al alma no le das otro alimento, ¿no nos volveremos bestias sin raciocinio? Mientras no nos mentalicemos de que el arte es imprescindible, seguirá siendo ninguneado. Que el presupuesto de cultura sea mayor o menor hace una diferencia, y no hablo de subvenciones. Se trata de que se inculque la cultura a la ciudadanía, porque todas y todos formamos parte de ella.
P. Antes de la pandemia, muchos advertían: cuidado con el modelo de grandes festivales que depende del turismo masivo. ¿Cree que estamos volviendo a lo mismo?
R. Esto es como cuando hablamos del teatro. En teatro tiene que haber teatros públicos, municipales, autonómicos… y tiene que haber teatro privado, que es tan importante como el público. Hay productores con mucho trabajo pero con menos medios, pero aún así sacan adelante los proyectos. Y detrás de los actores que salen y dan la cara hay una cantidad de departamentos enorme. Hay grandes eventos, como el Festival de Teatro de Mérida. Y hay formatos pequeños, las salas pequeñas. Esas salas de donde han salido muchos de los actores ahora muy reconocidos. Todos esos espacios son necesarios. Y en la música pasa lo mismo. No se puede pretender una uniformidad: se necesitan los grandes festivales, los pequeños, las salas. Libertad 8, Clamores… todo es necesario. Esos son los canales donde los diferentes músicos pueden tener contacto con el público.
Lo que está claro es que la música ha sido golpeada de una manera cruel. Y digo cruel porque durante el confinamiento multitud de artistas regalaron su música para que los que estábamos en nuestras casas pudiéramos disfrutarla. La música en los balcones, los conciertos en streaming… Pero una vez ha pasado el confinamiento se nos ha olvidado. Por eso es cruel.
P. Cuando los teatros privados advirtieron de que no podían funcionar con los aforos covid, muchos miraron a los públicos. ¿Cree que estos han estado a la altura? ¿Qué espera de ellos en la próxima temporada?
R. Yo he estado haciendo una gira, una función que se tendría que haber estrenado en Madrid el año pasado. Hicimos la gira desde febrero hasta junio en teatros privados. Yo me imagino que para la productora ha sido muy difícil, pero se ha hecho. Había teatros con un 30% de aforo. En otros era del 50% y en otros el 70%. Las normas dependían de las comunidades. Y aún así el sentimiento general era de sacarlo todo adelante.
El público ha ido a los teatros con muchísimas ganas y ha respetado las normas. Se veían las ganas de salir, de encontrarse, de disfrutar la cultura.
P. Entre 2008 y 2013, las artes escénicas perdieron 7 millones de espectadores. De ellos, 5 millones nunca se recuperaron, y a ellos se suman quienes no han regresado desde marzo de 2020. ¿Cómo hacer que vuelvan?
R. Que no se nos olvide una cosa: la subida del IVA. Eso fue la puntilla. Mientras en Europa se reducía el IVA a la cultura, en España se hizo lo contrario. Era como si nos estuviesen castigando por dedicarnos a esto. Un despropósito.
P. ¿Y por qué se subió el IVA?
R. Yo creo que ha habido una parte de castigo hacia la cultura, porque esta ha sido incómoda. La gente del espectáculo ha dado la cara en muchos momentos en los que había que darla y eso al poder le molesta. Estoy convencida de que pensaron: “Estos se van a enterar”. Ha habido mala voluntad política en este aspecto. Desde muchos foros de la derecha más reaccionaria se está repitiendo como un mantra: “Los titiriteros son malos, las subvenciones…” Como si en este país no hubiese subvenciones para todo. Estos mensajes calan en la sociedad. Cuesta muchos años volver a una situación de normalidad y desmontar esas ideas.
P. Tenemos un Gobierno que se dice comprometido con el mundo cultural. Se revirtió la subida del IVA, pero aún hay mucho camino por recorrer. ¿Hay una falta de contundencia desde la política?
R. Supongo que es complicado, que irán poco a poco. El IVA se ha bajado, pero seguro que lo tienen difícil. De lo que estoy segura es de que el Ministerio de Cultura está poco dotado de presupuesto. Cine, teatro, artes plásticas, ballet… Hay poco dinero para todas las disciplinas.
P. Este verano ha pasado por festivales de teatro referentes como el de Almagro o el de Mérida representando la obra de Shakespeare Antonio y Cleopatra bajo la dirección de José Carlos Plaza. Después de tantos meses de dificultades… ¿Cómo está viviendo esta vuelta a las actuaciones?
R. Con muchísima alegría. Llegar a un teatro como el de Mérida, con 2.400 espectadores entregados cada noche, ha sido una fiesta de teatro, de unión entre público y actores y todo el equipo de la función. Incluso con las complicaciones para ensayar, pruebas de coronavirus cada pocos días, representar y expresar con mascarilla… Al llegar al escenario todo cambia. El por fin enseñar el trabajo y con esa gran respuesta ha sido una alegría. Sentir ese recuerdo de cierta normalidad ha sido maravilloso.
P. A lo largo de su carrera ha dejado huella en diferentes sectores culturales entre los que destacan el cine, el teatro y la música. Ser un referente para tanta gente… ¿Qué ha conllevado en su vida?
R. A estas alturas de mi vida qué voy a decir. Yo empecé a trabajar de niña. Las cosas con Franco eran muy difíciles, si te salías un poco de las normas marcadas era bastante peligroso. Yo no me considero referente de nada. Me considero una persona trabajadora que en cada momento que le ha tocado vivir lo ha vivido. No me he preguntado si hacer o no hacer algo por las repercusiones que pudiese tener. He hecho lo que consideré que debía hacer en cada momento y pienso seguir haciendo lo mismo.
Para ser un referente tienes que ser alguien muy especial, hacer muchas cosas. Cómo te puedes considerar referente de nada cuando hay investigadores que han hecho tanto por tantísima gente. No banalicemos el concepto. Referente para mí es otra gente, que ha sido única en el mundo y que ha trabajado para la sociedad y para mejorar la calidad de vida. Yo he hecho lo que he podido.
P. Hace años, en 1998, rindió homenaje a Federico García Lorca con la publicación de Lorquiana, un álbum doble que recoge sus poemarios entrelaza los mundos poético y musical. 23 años después, la localización de sus restos sigue siendo una incógnita, a la vez que nos estamos sumergiendo en una ola de revisionismo histórico sin precedentes en nuestro país. ¿Qué se está haciendo mal? ¿Por qué en España es tan difícil poner en práctica la Memoria Histórica?
R. Es difícil porque en España no se ha afrontado la historia reciente. No el siglo XVIII o los Reyes Católicos. La historia realmente reciente. Esto no se ha hecho bien. Ahora tenemos que ver a mamarrachos que están negando algo clarísimo y comprobado por historiadores. Que todavía haya gente que niegue lo que aquí ha pasado [la dictadura franquista] es un problema. Y la raíz de todo es la educación. Pasa igual con el machismo: no se ataja desde la educación, que sigue siendo muy patriarcal. Nos enfrentamos a muchas cosas, pero lo peor es que no se nos ha enseñado la historia.
P. ¿Y por dónde pasan las soluciones?
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R. Tenemos países de referencia como Alemania, que revisaron su historia y pidieron perdón. Asumieron la realidad. Y mientras aquí no hagamos eso nada va a cambiar.
P. Si pudiera enviarle un mensaje desde el futuro a su yo de marzo de 2020, ¿qué le diría?
R. Calma. No sabes que esto va a ser muy duro y muy largo. Procura llenar tu vida de literatura, de música, de belleza y sobre todo de amor. Cuídate y así cuidarás también a los tuyos.
Con decenas de discos, obras teatrales y películas a sus espaldas, Ana Belén (Madrid, 1951) es una de las personas que ha marcado la vida cultural y política en España en las últimas décadas. Su carrera comenzó cuando era muy joven y el franquismo aún estaba plenamente establecido: “Las cosas con Franco eran muy difíciles, si te salías un poco de las normas marcadas era bastante peligroso”. Pasó unos meses de exilio en México en 1972 y al retornar a España fue una de las caras visibles en la oposición al régimen, primero, y una de las principales figuras en acciones políticas como el movimiento contra la presencia en la OTAN durante el Gobierno de Felipe González. Pese a ello, asegura no sentirse un referente: “No banalicemos el concepto. Referente para mí es otra gente, que ha sido única en el mundo porque ha trabajado para la sociedad y para mejorar la calidad de vida de todas las personas”, afirma.