Bordar la historia de Palestina, puntada a puntada, un hilo invisible de unión en la diáspora

Mujeres palestinas bordando.

Leticia Pellicer Franco

"Nuestras vidas son tan vivas como los tonos de rojo de los bordados típicos: el rojo vino de Ramallah y Jaffa, el rojo pardusco en Hebrón, el rojo que tiende al púrpura en Gaza y el rojo que se torna naranja en Beersheba”, cuenta Somaya Subhi Salem, refugiada palestina de Gaza.  

Tradicionalmente, el arte del bordado en Palestina se transmite de madres a hijas. La belleza de sus colores, formas y significado ha llevado a muchas de estas mujeres a profesionalizar su labor y comercializar prendas que son auténticas obras de arte. Lo que comenzó siendo una práctica rural se ha ido extendiendo y hoy en día constituye un hilo invisible de unión para un pueblo en la diáspora.  

Tras la guerra Árabe-Israelí de 1948, o como la llaman los palestinos, la Nakba, más de 700.000 palestinos y palestinas fueron expulsados de sus hogares y se vieron obligadas a buscar refugio. Desde entonces casi seis millones de personas refugiadas de Palestina viven en Gaza, Cisjordania, Jordania, Líbano y Siria, donde a través de su cultura compartida mantienen la identidad de un pueblo.

El bordado forma parte de ese nexo de unión entre lugares y generaciones que, según sus formas y colores, representan la región de procedencia de la histórica Palestina que reivindican, pero también asuntos más personales como la situación matrimonial y socioeconómica. En lana, lino o algodón, cada puntada es un acto de resistencia pacífica intergeneracional donde, de nuevo y al igual que en la cocina, las mujeres son la piedra angular.  

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Raghda Salem, refugiada de Palestina, recuerda la casa que su abuelo recibió tras la Nakba en un campamento de parte de la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina (UNRWA). Allí se reunía toda la familia y cuando caía la tarde las mujeres se preparaban para la sesión de bordados. Cada una de ellas provenía de un pueblo diferente y traía un legado distinto de dibujos. “Recuerdo mi infancia corriendo en esa casa con mis primos”, comenta Raghda, que ahora también se dedica a bordar.  

Eileen Moussa Diab, aprendió este arte en una casa con olor a pan recién horneado y escuchando a su madre contar historias sobre las leyendas de cada bordado. Durante la ofensiva contra Gaza de 2021, su labor fue más allá. Trabajaba en Sulafa, una cooperativa creada por UNRWA para ayudar a las mujeres a nivel laboral. En plena acometida, sensibilizaron a la comunidad internacional y entraron muchos pedidos que les permitieron empezar a reconstruir sus vidas. 

Lamentablemente, las instalaciones de la cooperativa ya no existen. El actual y brutal ataque contra Gaza acabó con ella y con el proyecto que ponía en el centro la cultura y a las mujeres de la región. Sin embargo, como bien indica la UNESCO, el Patrimonio Cultural Inmaterial salvaguarda el patrimonio no tangible. Por muchas agresiones que sufran y por muy en ruinas que dejen sus vidas, sus costumbres permanecen y siempre permanecerán. Y no solo en los registros de Naciones Unidas, sino en la memoria de todas las personas que, a través de las puntadas de un hilo, consiguen seguir tejiendo su Historia.  

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