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“Y tú, ¿por qué no lloras?”: cuando el cine destruye los infinitos veranos infantiles

Frida y Gordie se plantean la misma pregunta en Verano 1993 y Cuenta conmigo, y no saben dar con una respuesta. A la niña recién huérfana que interpreta Laia Artigas se la formula un chaval de la calle en tono casi acusador —“Y tú, ¿por qué no lloras?”—, mientras que el futuro escritor con el rostro de Will Wheaton demuestra que es un interrogante que le atormenta durante una charla con su mejor amigo Chris Chambers (River Phoenix). Gordie no fue capaz de llorar en el entierro de Denny. Fue algo que ocurrió poco antes de la llegada del verano: su hermano mayor, que siempre había creído en su talento para la escritura, había muerto prematuramente. El verano, hasta entonces, había transcurrido entre la incomunicación con sus padres, desolados, y la inquietud de que el padre de Gordie hubiera preferido que se le muriera un hijo distinto.

Las películas dirigidas por Carla Simón y Rob Reiner, estrenadas respectivamente en 2017 y 1986, narran la asimilación de esta pregunta —por qué sus protagonistas no lloran— como un acercamiento al duelo, más doloroso si cabe porque estos protagonistas son niños y carecen de las herramientas adecuadas para comprender su dolor. Frida y Gordie saben, por supuesto, que deberían sentirse mal, y por supuesto que se sienten mal. El problema es que desconocen cómo comunicarlo, a quienes les rodean y a sí mismos, así que su dolor solo es capaz de modular un bulto de malestar deforme e inestable. Un bulto que debería ser descifrado para conducir el duelo hacia la aceptación, requiriendo acaso algún tipo de estrategia o de relato. Tanto a Frida como a Gordie les proponen —o, mejor dicho, les intentan imponer— un mismo relato. El de la religión.

La abuela de Frida le habla con insistencia de Dios, pensando que si su nieta acepta su guía podrá entender mejor por qué sus padres no están. A Gordie un tendero le comenta que, según la Biblia, “todos nos encaminamos a la muerte”. A ninguno de estos niños les termina de encajar. La religión parece insuficiente para lo que ellos sienten, pues traza un signo en torno al que encaminar una vida y Frida y Gordie, allá donde miren, solo ven muerte. La muerte, en Verano 1993 y Cuenta conmigo, es omnipresente incluso más allá de las pérdidas iniciales que marcan a los protagonistas. La muerte les rodea.

Cuenta conmigo narra, a fin de cuentas, cómo un grupo de amigos emprende una excursión para buscar un cadáver. El de Ray Brower, un niño de su misma edad. El caso de Frida es aún más delicado. Sus padres han muerto enfermos de SIDA, lo que originalmente implica tanto un estigma como una amenaza sobre los hombros de la niña. Ella bien puede tener también el virus, lo que conduce a una sensación constante de peligro y a la suspicacia de los padres de otros niños, que ven en su sangre algo amenazador. Frida está marcada por la muerte hasta el punto de ser capaz de contagiarla, y esto puede suceder por su sangre y por sus juegos infantiles atolondradamente despóticos: su prima Anna (Paula Robles) acostumbra a salir herida cuando juega con Frida. En un momento dado su tío, al que da vida David Verdaguer, llega a espetarle a Frida que no parará hasta cargársela.

Verano 1993 y Cuenta conmigo son películas, qué duda cabe, muy distintas. Su genealogía cinematográfica, su puesta en escena, sus valores emocionales, navegan en direcciones inversas. Carla Simón maneja un registro naturalista, en principio abonado a la improvisación y al necesario caos de trabajar con niñas tan pequeñas como Artigas y Robles —y a su pretensión de plegar exclusivamente el punto de vista a ambas—, mientras que Rob Reiner parte de la literatura comercial y Stephen King, cuyo relato El cuerpo (incluido en la antología Las cuatro estaciones) adapta concienzudamente. Simón, no obstante, es tan precisa como King-Reiner a la hora de coreografiar los ritmos de su narración, planificando cada escena de forma que impulse la trama o clarifique aspectos de esta sin necesidad de explicitarlos con un diálogo.

Ambas películas, además, poseen la fuerza visceral del testimonio. La mayor parte del metraje de Cuenta conmigo integra el recuerdo de un Gordon Lachance adulto, interpretado por Richard Dreyfus y convertido en padre, a través del cual Stephen King remite a un verano fundacional. Verano 1993 tiene por su parte el peso de la historia real, de la confesión, puesto que lo ocurrido con Frida remite a la experiencia directa de Carla Simón. La directora catalana perdió a sus padres con seis años, en efecto, y tuvo que irse a vivir con sus tíos y su prima a la comarca de La Garrocha. Verano 1993 se levanta sobre sus recuerdos, Frida es Carla, y el proceso de Frida es tan vívido a fuerza de que Carla ya haya pasado antes por ahí.

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Pero el cariz autobiográfico de Verano 1993 tampoco llega a entablar una distancia insalvable con Cuenta conmigo. Ambas son películas levantadas no tanto sobre el recuerdo como sobre el símbolo: sus cineastas comprenden las amplias resonancias de los conceptos que manejan. El elemento central resulta ser en ambas el memento mori —el descubrimiento de que algún día todos moriremos— transmutado en agreste coming of age, en una comprensión tan razonable como trágica: por el simple hecho de dejar de ser niño, estás más cerca de la muerte. Te empiezas a identificar como individuo casi al mismo tiempo que descubres que este individuo habrá de morir, en algo así como una fatalista conexión cósmica de la que no hay escapatoria. Por eso, para llorar finalmente por su hermano Denny, Gordie no tiene más que observar el cadáver de Ray Browers: la muerte es algo inevitable, más allá de nosotros, y cuando se asimila el duelo se acelera.

El hallazgo de Gordie no será la última vez que la muerte irrumpa en Cuenta conmigo. Poco después, la voz over de Dreyfus contará cómo fue perdiendo a sus amigos, y la desaparición en plano de Chambers tejerá un aciago puente con la realidad, como Verano 1993 con la pérdida real de Simón: River Phoenix murió siete años después del estreno del film de Reiner. En Cuenta conmigo y Verano 1993 la muerte es indisociable de la madurez. Cuando Frida arranca a llorar en la tremenda escena final del film de Simón, vemos la infancia acabar mientras se deja atrás el verano, literal y metafóricamente. Frida parece asumir lo ocurrido con sus padres en vísperas de que empiece el colegio, al igual que ocurre con la aventura de Gordie y los demás.

El verano, en ambas películas, aparece como depósito de imágenes agradables y nostálgicas —las verbenas de pueblo en Simón, las correrías con los amigos en Reiner—, pero solo en su superficie. El verano es un periodo de distensión, nos dicen Verano 1993 y Cuenta conmigo, pero una distensión que debe ser aprovechada para reflexionar, para desarrollar un proceso. Sobre todo si eres un niño, porque la inminencia del fin de las vacaciones indica que, una vez acabe todo, la vida tendrá que empezar de una vez. Y la muerte empezará con ella.

Frida y Gordie se plantean la misma pregunta en Verano 1993 y Cuenta conmigo, y no saben dar con una respuesta. A la niña recién huérfana que interpreta Laia Artigas se la formula un chaval de la calle en tono casi acusador —“Y tú, ¿por qué no lloras?”—, mientras que el futuro escritor con el rostro de Will Wheaton demuestra que es un interrogante que le atormenta durante una charla con su mejor amigo Chris Chambers (River Phoenix). Gordie no fue capaz de llorar en el entierro de Denny. Fue algo que ocurrió poco antes de la llegada del verano: su hermano mayor, que siempre había creído en su talento para la escritura, había muerto prematuramente. El verano, hasta entonces, había transcurrido entre la incomunicación con sus padres, desolados, y la inquietud de que el padre de Gordie hubiera preferido que se le muriera un hijo distinto.

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