¿Qué puede salir mal? Benjamín Prado
“Con el Islam no os atrevéis”
Vaya por delante que doy por hecho que todos entendemos que lo de la estampita de la vaquilla del Grand Prix de Lalachus en las campanadas de Televisión Española es una polémica inexistente. Falsa. Fabricada. Ideada desde sectores ultraconservadores con el suficiente poder, dinero y, sobre todo, tiempo libre para, en palabras del sociólogo Iago Moreno, realizar “campañas para crear bases de datos”, “lawfare a discreción para cultivar autocensura y disciplinar” y “ensayar nuevas formas de activar campañas de acoso digital”.
La gente no es tonta. La gente en sus casas no está indignada ni cabreadísima por esta tontería, y son perfectamente conscientes del ridículo que están haciendo los sectores ultraderechistas que enarbolan la bandera de su santo favorito (“San Enfadao”. Perdón por el chiste) para asegurar que la foto de una vaca de peluche es la prueba definitiva de que “volverán a matar. Lo necesitan”, como ha asegurado desde Vox Herman Tertsch (que siempre se empeña en demostrar que puede hacer el ridículo un poco más). Supongo que cuando ha sido Isabel Díaz Ayuso quien ha acabado con su cara encajada en una imagen de la virgen (con lo que se ha hecho hasta merchandising) o posando en fotos emulando a la Virgen de los Dolores como hizo en esa famosa sesión para El Mundo, ya no es una burla al cristianismo ni quiere decir que se vaya a matar a nadie. Irónico cuanto menos en este caso particular.
Pese a todo, sí que leo a bastante más gente de la que pensaba asegurar que, aunque entienden que lo de la estampita no ha sido con intención ofensiva, ven ofensas a sus creencias o a la religión católica de manera habitual en forma de chistes o parodias. “¿Por qué siempre se tienen que reír de los creyentes cristianos?”, “¿Por qué no respetan nuestra fe”, o los que quizá escuchemos más: “Verás cómo con Mahoma no hacen montajes” o “Con el Islam no se atreven tanto”.
En primer lugar, mencionar que eso de que “con el Islam no se hacen chistes”... Bueno, prueba a entrar en cualquier cuenta de cualquier red social de grupos o partidos de ultraderecha. Teniendo en cuenta el número de personas cristianas y el número de personas musulmanas que existen en España, yo diría que tocan a bastantes más chistes por cabeza las segundas.
Y en segundo lugar: claro que voy a hacer chistes y comentarios o voy a utilizar la iconografía cristiana para lo que me dé la gana.
¿Por qué?
Pues porque lo primero que ves al entrar en el pasillo de la casa de mis padres, en la que me he criado, es un cuadro con una foto mía haciendo la comunión. Y, para llegar hasta poder hacerme esa foto, pasé por dos años de catequesis en la parroquia del barrio.
Porque nada más nacer, sin que nadie me diese opción a decidir por mi cuenta si quería o no, se me bautizó y se me inscribió como miembro de la Iglesia. Lo sigo siendo a día de hoy (sí, sé que se puede apostatar. Lo tengo pendiente, pero chicas, la precariedad deja poco tiempo libre).
Porque, aunque asistí a un colegio público y no católico, di clases de religión dos veces por semana durante seis años de mi vida (toda la primaria). Más que eso: la que fue mi tutora durante todos esos años me obligó a comenzar las clases rezando un padrenuestro cada día hasta que pasé al instituto.
Me crie negándome la persona que realmente era por muchos motivos. Uno de ellos estuvo en la Iglesia. Me dijeron que lo que yo era estaba mal. Que era un pecado. Que nunca podría sentir (o recibir) amor de verdad. Me dijeron cómo tenía que ser, cómo tenía que vivir, cómo tenía que sentir, cómo tenía que relacionarme, cómo tenía que follar.
Me río del cristianismo, no desde la maldad o con intención de ofensa. Lo hago porque yo me río de lo mío. Porque me río de lo que me ha hecho daño como método para protegerme de ello
Lo dicho. Fui a misa. Hice la catequesis. Di clases de religión. Me bauticé. Hice la comunión. Hasta caminé durante horas con un capirote en la cabeza y un cirio en la mano detrás de la procesión del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo.
Por muy ateo que sea, la iconografía cristiana también me pertenece. No porque tú seas creyente y yo no es “tu cultura”. También es la mía. Y lo es, precisamente, porque la propia Iglesia me la ha impuesto. Porque la unión entre Iglesia y Estado fraguada en el franquismo no nos queda tan lejos como para que la sombra alargada del cristianismo no siga notándose en cada estrato de nuestra sociedad. Incluso en las instituciones. Y porque aún quedan quienes defienden que esa unión debe permanecer, y que los que hemos decidido vivir fieles a nuestras propias convicciones y no subyugados por una moral que nada tiene que ver con nosotros debemos ser considerados ciudadanos de segunda.
Claro que hago chistes y parodias con el cristianismo y claro que uso la iconografía cristiana como a mí me de la gana, aunque a ti no te guste. También es mía. Me habéis obligado a que sea mía. Y me parece perfecto que se hagan parodias y chistes con el Islam; pero que lo hagan quienes han vivido en él y tienen una crítica concreta que hacer.
Me río del cristianismo, no desde la maldad o con intención de ofensa. Lo hago porque yo me río de lo mío. Porque me río de lo que me ha hecho daño como método para protegerme de ello. Y para decirle que ya no tiene ningún tipo de poder sobre mí. Y como forma de utilizar el humor para realizar una crítica. Y creedme; es necesario realizar crítica a una Iglesia que, en España, está siendo denunciada en este mismo instante por incumplir la ley para realizar terapias de conversión a personas LGTBIQ+ que, según los estudios, duplican sus probabilidades de cometer un intento de suicidio. O a una institución que, ante miles de denuncias por abusos sexuales (la mayoría de ellos a menores), se cierra en banda a investigarlos y decide proteger a los abusadores.
Si te indigna más un chiste, una parodia o –en un caso muy extremo (y absurdo)– una estampita que todo esto, pues qué quieres que te diga. Igual tú también eres parte del problema.
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