Vacaciones de serie
'El día de mañana': memoria sin nostalgia
Si hay una serie televisiva que se haya hecho con el imaginario colectivo de la dictadura y la Transición, esa es Cuéntame. La serie que se emite en Televisión Española desde 2001, con Antonio y Merche, Imanol Arias y Ana Duato, se ha convertido por aclamación popular en el relato oficial de lo que supuso, en lo íntimo, el tardofranquismo. Sin aspirar a arrebatarle la corona (19 temporadas acumula ya la ficción creada por Miguel Ángel Bernardeau), una nueva serie se ha sumado ya a la reconstrucción de la memoria de esos años. Pero El día de mañana, dirigida por Mariano Barroso y producida por Movistar+, no tiene ni un remoto interés en el ejercicio de identificación y nostalgia que ha supuesto Cuéntame desde sus inicios. Lo que reflejan sus seis capítulos es, precisamente, algo que nadie querría recordar.
La producción nace de una fuente oscura: la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, editada en 2011. Aquí no hay familias entrañables, sino la figura del esquivo Justo Gil (Oriol Pla) y quienes intentan retratarlo, años después. Entre ellos, el que sería el amor de su vida si el amor fuera así de ponzoñoso, Carme Román (Aura Garrido); o el que podría haber sido su amigo si la amistad fuera un intercambio de favores, Mateo Moreno (Jesús Carroza). Pero también un militante socialista en la clandestinidad, el hijo homosexual de una rica familia o una compañera de trabajo. Todos relatan su pasado para un oyente desconocido, como si se tratara de un (falso) documental. El Justo que describen es un trepa, un arribista, un traidor, y sin embargo hablan de él como si sus acciones no hubieran tenido peso, como si se refirieran a las travesuras de un niño.
Martínez de Pisón fue meridianamente claro hablando, en su día, de su novela: "Justo es la representación de la dictadura; turbio, canalla, irracional; su degradación es la del régimen". Pero si solo fuera eso, la crítica al régimen franquista cuatro décadas después de su desaparición, sería más fácil de leer y de mirar. Si la historia de Justo Gil se hace bola —aunque pasen volando sus capítulos— es porque el personaje de Pla no es un fascista, un ultracatólico, un adepto al régimen. Es un superviviente que se amolda al contexto en el que habita. Quizás como haría cualquiera o quizás como hicieron algunos. El ensayista Jordi Gracia diría del libro que origina la serie que "no es una novela de víctimas; es una novela sobre mayorías sociales casi siempre invisibles para la mayoría de las novelas". Y en esas mayorías sociales se incluye, claro, el espectador.
El director Mariano Barroso junto a Oriol Pla y Aura Garrido, durante el rodaje de El día de mañana. / MOVISTAR+
Cuéntame proponía un cómodo juego de espejos: los Alcántara podían ser cualquiera. Pese a la alucinante serie de casualidades que hacía que en ellos se acumularan exilios políticos, participaciones en el Un, dos, tres, negocios millonarios y cargos de responsabilidad con UCD. Y pese a que el personaje de Antonio, el padre de familia, se pareciera cada vez más a un antihéroe. El juego de El día de mañana es algo más peligroso. Nadie querría reconocerse en Justo, un pícaro que linda la psicopatía. O en Mateo, agente de la Brigada Político-Social. O en los personajes secundarios, insultantemente de acuerdo con el estado de las cosas, incluso si estas atentan contra su felicidad. Solo se libran, quizás, los militantes clandestinos y Carme, aunque ninguno de ellos estén inmaculados. El problema es que, en parte por el sustrato narrativo de Martínez de Pisón, en parte por la mano de Barroso y en parte por la labor actoral, resulta difícil no verse reflejado en ellos.
"¿Quién sería yo de estar ahí?", puede preguntarse quien se siente delante de la televisión o el ordenador. "En ese contexto, ¿puede uno ser de otra manera?". Ni siquiera está claro cuál de las dos respuestas posibles a esta cuestión sería más aterradora: la posibilidad de que el pantano moral de una dictadura toque a todo aquel que viva en ella; o la posibilidad de que haya elección y sin embargo se pueda elegir chapotear en el barro. O, como dice uno de los personajes: "El franquismo no son cuatro generales. Es una clase, y esa no se va". O, como dice otro, apenas más crípticamente: "Una vez levanté una piedra para buscar cangrejos y vi que había culebras. Desde entonces sé que bajo las cosas hay culebras escondidas".
Paradójicamente, en Cuéntame aparecen, a menudo en segundo plano y en ocasiones en primero, más sucesos históricos reconocibles. El estado de excepción de 1969, el atentado contra Carrero Blanco o las primeras elecciones generales. En El día de mañana apenas hay un suceso reconocible: la manifestación de sacerdotes del 11 de mayo de 1966, cuando un centenar de religiosos marcharon hasta Via Laietana para protestar contra las torturas de su tristemente famosa comisaría. Sin embargo, el contexto opresivo de la dictadura está profundamente imbricado en la trama. No es algo que ocurra de fondo, más allá de los amoríos, penas y alegrías de los protagonistas. Es algo que marca profundamente sus vidas. La red de chivatos que informaba a la policía de las actividades insurgentes. La tortura ejercida por los agentes. La censura, que da al traste con la versión de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, en la que actúa Carme. En un momento dado, Mateo, el policía, explica a posteriori: “El discurso de Arias Navarro cayó como una bomba. Yo pensé que el régimen iba a ser eterno. Y ahí pensé: ‘Coño, igual las cosas cambian de verdad”. No es un comentario político, ni una maniobra narrativa para ofrecer contexto. La caída del régimen –o su debilitamiento- es, para un agente de la Brigada Político-Social, un cambio vital de primer orden.
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Con esta producción, quizás la más aclamada de las realizadas en la última temporada por Movistar+ —La peste, Félix, Vergüenza, Mira lo que has hecho…—, la cadena apuesta por una forma distinta de hacer memoria del franquismo en televisión. No por casualidad al menos cuatro de los personajes principales son huérfanos: una de las principales preocupaciones de sus vidas es establecer un acuerdo con la historia familiar, pues son conscientes de que esta marca sus valores y objetivos vitales. El ambicioso Justo quiere ser alguien para huir del nadie que fue su padre. A Mateo, el régimen le acoge en un hospicio, pero también le devora. Extirpados de su genealogía, son más vulnerables aún frente a la suciedad política y moral que les envuelve. Mariano Barroso hereda la advertencia de Martínez de Pisón: el olvido es una trampa, hay culebras escondidas.
Aunque quizás haya que tomarse con un grano de sal el poder de la cultura. Mientras todo esto ocurre, el terrorífico y cultísimo comisario Landa, interpretado Karra Elejalde, advierte: "¿Quién coño diría eso de que el fascismo se cura leyendo?".