El ambiente empieza a ser irrespirable. La red social que un día fue la plaza pública y herramienta clave para la democratización de la comunicación hoy se parece más a un ‘bar nazi’, tal y como se le ha bautizado en otra de esas plataformas. La deriva de algunos medios con recorrido y alcance es para echarse a llorar. Lugares donde podías leer buen periodismo, aunque fuera de parte y con sesgo pero con seriedad, ahora se han convertido en esas máquinas del fango a las que su credibilidad les importa un carajo, porque ya no son herramientas para defender al ciudadano de los poderosos, sino para moldear ciudadanos a los intereses de los poderosos que mejor paguen. La ‘democratización de la información’ que se suponía que iba a ser internet se ha convertido en una ‘democratización del bulo’, donde cualquiera, con muy poco o incluso nada de capital, puede montar su propia maquinaria de esparcir fango, bulos y de acoso selectivo. Necesitamos actuar ya. No hay mucho más tiempo que perder.
Escribo estas líneas tras unas semanas de inmundicia y odio en redes que ha provocado una migración de perfiles de izquierda hacia otras plataformas. Lo escribo tras ver cómo hay algunos perfiles, totalmente identificados, que intentan provocar un estallido social racista mediante bulos mirando a lo ocurrido en Reino Unido. Tan sólo unos meses después de ver cómo un tipo que en otros países, o incluso en otras épocas, hubiera sido tratado como un simple bufón, ha sido votado por 800.000 personas.
Pero también las escribo tras leer que un acosador de una activista feminista ha sido arrestado en Asturias. Tras conocer que un medio francés ha perdido su estatus de prensa online y, con ello, ventajas fiscales y acceso a ayudas públicas, por ser una maquinaria de esparcir bulos durante la pandemia y después de esta. Y escribo mientras el Tribunal Supremo de Brasil amenaza al millonario malcriado de que debe cerrar cuentas o lo que bajará la persiana será la franquicia brasileña del 'bar nazi'. También escribo esto mientras La Voz de Galicia ha tenido que cambiar un titular que decía “una niña envía a prisión a su padrastro tras grabarlo con cámara oculta mientras abusaba de ella” a “un juez envía…” tras las críticas de cientos de personas en redes sociales. Todavía hay batalla. No está todo perdido.
Las redes, esa legislación contra los bulos que nunca llega o los efectos políticos de la polarización, el odio y las noticias falsas darían para unos cuantas crónicas. Pero, por aportar algo a lo ya publicado en esta serie de artículos, quiero centrarme en una de las preguntas que se me planteó cuando se me ofreció participar desde infoLibre: ¿Cuál es nuestra propia responsabilidad como periodistas?
Podría hablar de nuestras (malas) prácticas, nuestros sesgos y cómo, a veces, caemos en la dinámica de rebuscar y retorcer el dato hasta que soporte la hipótesis deseada. Pero hoy no estamos aquí para hablar de nosotros y nuestros sesgos, sino de aquellos que esparcen el odio y la violencia, haciendo de ello un negocio muy lucrativo, así como de aquellos que financian o que manejan los hilos de esos monetizadores del odio porque la polarización es beneficiosa para sus objetivos económicos y políticos.
Siempre que se abre el debate en redes sobre el silencio mediático ante alguna de estas fechorías (me niego a llamarlas simplemente malas prácticas) perpetradas por periodistas y medios, se repite una de esas frases que nos da el refranero español y que siempre ha ido muy ligada a la profesión del periodismo: “Entre bomberos no se pisan la manguera”.
Debemos investigar, escudriñar, señalar y combatir a aquellos que utilizan la apariencia de medio de comunicación para hacer algo que poco tiene que ver con el periodismo
El corporativismo ha reinado en esta profesión durante décadas. Parece que señalar las malas prácticas de ‘compañeros’ nos va a expulsar del paraíso de los buenos y serios profesionales. Y, en cierto modo, razón no les falta si observamos casos como el de David Jiménez o Jesús Cintora, condenados al ostracismo público y a buscarse la vida en Youtube por atreverse a pisar algunas de las mangueras con chorros más potentes de este país.
Más allá de mensajes en redes a título personal o a alguna trifulca de tertulianos enfadaditos para montar el show en algún plató, somos muy pocos los que nos hemos atrevido a señalar a otros medios de comunicación y a otros periodistas. En rara ocasión vemos a alguien de la profesión desmontando los bulos y manipulaciones que se vierten en otros medios. Incluso hay gente que dice ganarse la vida como factcheckers pero que tienen por política ‘no desmentir a otros medios’, pero sí a políticos. No sea que se pise una manguera amiga.
Somos escasos los que nos hemos atrevido a señalar el reparto político y corrupto de la publicidad institucional. Con una mano me sobran dedos para contar los que hemos dicho ‘me niego a participar en esa maquinaria antidemocrática en la que se han convertido algunos medios’. Somos pocos los que, en aras de la verdad y de la defensa de esta profesión, no hemos dudado en pisar mangueras que tan solo escupen odio y engaño.
Últimamente está muy manida la frase, pero no por eso hay que dejar de repetirla: los medios de comunicación son actores políticos. Y, como tales, también deben ser vigilados y auditados por el resto de actores. Si, además, esos medios han dejado de lado la profesión del periodismo para convertirse en herramientas para engañar, generar odio o hundir las vidas y carreras profesionales de aquellos que ven como sus enemigos o contrarios a los intereses de aquellos que les financian (sea mediante inversiones, banners de publicidad o inyección directa de dinero pública por varias vías), entonces debe ser el propio periodismo el que ponga una lupa sobre esos actores.
El periodismo es el que tiene la responsabilidad de depurar y limpiar de fango el sector y la profesión. Ya no vale, ya no hay tiempo para quedarnos de brazos cruzados esperando a que al presidente de turno o al alejado organismo europeo se les ocurra hacer una legislación para luchar contra estas noticias falsas y aquellos que las difunden. Tampoco, visto lo visto, creo que podamos esperar a que los cuerpos policiales, la Fiscalía y el Poder Judicial hagan mucho para detener dicha sangría democrática y la pérdida de confianza en las instituciones que supone el odio esparcido cada día.
Ver másMartín Caparrós: "El fango es la unión de dos materias nobles, tierra y agua, el problema es la proporción"
Los medios de comunicación y los periodistas que queremos seguir siendo una herramienta de utilidad pública, vigilar a los poderosos y dignificar esta profesión tenemos la responsabilidad de plantarnos ante aquellos que hacen todo lo contrario. Debemos investigar, escudriñar, señalar y combatir a aquellos que utilizan la apariencia de medio de comunicación para hacer algo que poco tiene que ver con el periodismo. Lo que debe ser condenado al ostracismo es ese sentimiento corporativista que ha reinado en el sector y que ha ofrecido a algunos la posibilidad de convertirse en actores políticos de primer orden y máquinas del fango muy efectivas y lucrativas. Para parar esta máquina del fango, debemos perder el miedo a pisar mangueras.
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Yago Álvarez Barba, periodista económico, responsable de la sección de economía de El Salto y autor del libro ‘Pescar el salmón. Bulos, narrativas y poder en la prensa económica’.
El ambiente empieza a ser irrespirable. La red social que un día fue la plaza pública y herramienta clave para la democratización de la comunicación hoy se parece más a un ‘bar nazi’, tal y como se le ha bautizado en otra de esas plataformas. La deriva de algunos medios con recorrido y alcance es para echarse a llorar. Lugares donde podías leer buen periodismo, aunque fuera de parte y con sesgo pero con seriedad, ahora se han convertido en esas máquinas del fango a las que su credibilidad les importa un carajo, porque ya no son herramientas para defender al ciudadano de los poderosos, sino para moldear ciudadanos a los intereses de los poderosos que mejor paguen. La ‘democratización de la información’ que se suponía que iba a ser internet se ha convertido en una ‘democratización del bulo’, donde cualquiera, con muy poco o incluso nada de capital, puede montar su propia maquinaria de esparcir fango, bulos y de acoso selectivo. Necesitamos actuar ya. No hay mucho más tiempo que perder.