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La estrategia de embarrar el campo se impone

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Estos últimos días, el mensaje más extendido en los medios de comunicación es el de reflejar el cansancio de una parte de la población ante la imposibilidad de que los partidos políticos en España puedan aceptar políticas comunes en la lucha frente al coronavirus. Lo curioso es que, en la práctica, sucede más bien al contrario. En España, la relación entre los gobiernos autonómicos y el gobierno central funciona con amplio espacio para el acuerdo excepto en un único territorio, en Madrid. Una vez más, el efecto Madrid nubla a algunos medios debido a su cercanía geográfica con el conflicto y a su alto grado de seguidismo ideológico.

El responsable epidemiológico alemán, Christian Drosten, suele repetir en sus declaraciones públicas que la clave del éxito de la gestión contra la pandemia en ese país se debe a un doble efecto sucesivo. En primer lugar, el alto peso que tienen los responsables científicos en la toma de las principales decisiones. Por otra parte, destaca la ausencia de enfrentamientos serios entre los diferentes partidos políticos a la hora de aceptar las normas marcadas.

Nada parece indicar que a corto plazo la situación visibilice una cierta pacificación. La polarización y el extremismo son rutas que se recorren en dirección contraria al acuerdo y el bien colectivo. Cuando una formación política decide avanzar por ese camino lo hace voluntariamente y es perfectamente conocedora de los efectos que puede provocar. Destruir una coyuntura política determinada puede ser rentable para quien no está satisfecho en ella ¿A quién beneficia que el actual estatus político se desmorone?

Embarrar todo el campo o hablar del virus

La actual estrategia de los populares en la comunidad madrileña consiste en embarrar todo el debate público basado en el argumento de que el Gobierno quiere dañar a Madrid para debilitarles. Las mismas voces que hasta hace un par de semanas culpaban al gobierno central de inacción, se quejan ahora de que se hayan tomado medidas más estrictas que las que ellos promovían y que hasta ahora mantienen unos resultados catastróficos. Aquí está la clave del debate actual. Según de qué se discuta, el enfrentamiento se transforma.

Han apostado por centrar toda la discusión pública en el desconcierto general que ellos mismos han desencadenado al negarse a seguir las indicaciones de las autoridades sanitarias. Si debatimos sobre las peleas políticas saben que conseguirán agrupar a sus seguidores, a los que se lanza el mensaje de que están siendo hostigados y perseguidos. Un clásico ejercicio de victimización y sobreactuación. Si, por el contrario, el foco de la atención mediática se fija en la crisis sanitaria es muy difícil que puedan defender que su postura de rebajar las medidas de control sea mejor que la de perseguir el virus de forma más enérgica.

La estrategia de la confusión

Si observamos los medios de comunicación de las últimas dos semanas podemos observar algo llamativo. En algunos casos, ocupa un lugar más preponderante la discusión política en torno a la pandemia que la propia lucha contra el coronavirus. En las portadas de varios diarios y en los titulares de determinados informativos televisivos aparecen más representantes políticos que sanitarios. Vemos más imágenes de ruedas de prensa y declaraciones políticas que de hospitales y centros de asistencia.

La derecha, de forma tradicional, recurre en España a intentar promover la desafección frente a la política como estrategia. La batalla que se libra estos días supone la de sembrar el descrédito del propio sistema de partidos en lugar de centrar la discusión en la lucha por volver a doblegar la curva de contagio del coronavirus. La batalla está servida. La derecha más radical cree que el descrédito, el caos y el desorden pueden desgastar mucho más al Gobierno que a la oposición.

La polarización se agudiza

El actual clima de confrontación generalizada lleva a plantearse una cuestión central, tal y como la formula Jordi Rodríguez Virgili, profesor de Comunicación Política en la Universidad de Navarra: “¿Habrán ganado un solo voto o simpatizante el Partido Popular de Madrid o el Gobierno central con la confusión y el caos de estos últimos días? Yo creo sinceramente que no, pero al menos, saben que los suyos les van a respaldar. Al poner un enemigo común, cierran filas”. Para Nacho Martín Granados, politólogo y vicepresidente de la ACOP, la estrategia de fomentar la confrontación emprendida por el PP tiene además otras derivadas: “Como no saben cómo gestionar la crisis, tapan su ineficacia embarrando. Y mientras se está hablando de esto, no se habla de Kitchen u otras cuestiones. El gran peligro es que, si se ideologiza la gestión, ya se puede cuestionar prácticamente todo en función del color político del gobernante”.

Es evidente que para que una estrategia de comunicación funcione debe tener al menos una mínima base de credibilidad entre los receptores de los mensajes. Luis Arroyo, consultor y director de Asesores de Comunicación Pública, explica cómo “la percepción que se tiene desde la izquierda de que la Comunidad de Madrid es un desastre no se percibe igual en la derecha. Ellos perciben que Madrid es una ofendida y que Sánchez se está ensañando. Solo así se puede entender que el PP confíe tanto en esta estrategia”. Al final, el éxito de la iniciativa es difícil de prever. El propio Arroyo duda de la eficacia: “Yo no tengo claro que la estrategia del PP sea equivocada porque esto se tiene que entender dentro del marco de la competición brutal con Vox, lo que provoca esta hostilidad bestial hacia Sánchez. Ahora mismo, el PP no está teniendo un incremento del apoyo popular, pero tampoco está teniendo una caída. Se mantiene”.

Del apoyo al hostigamiento

En España, la derecha decidió convertir el coronavirus en centro de la controversia política en el parlamento nacional. Vox no lo dudó desde el minuto uno y el PP, después de algunas dudas, decidió seguir la estela de la ultraderecha. Inicialmente, los populares llegaron incluso a apoyar el estado de alarma en el momento de su aplicación y en sus primeras renovaciones. Hoy, un escenario similar resulta implanteable. El Gobierno de Madrid apostó por convertirse en el principal ariete de oposición contra el Gobierno de coalición. En los momentos más críticos de la primera ola de la pandemia se presentó como el modelo alternativo a la gestión de la administración central.

La estrategia seguida por el PP en Madrid ha sido diferente en el resto de las autonomías que controla. En todas ellas, sus líderes siempre han sido críticos con el Gobierno central pero normalmente han encontrado el acuerdo a la hora de diseñar la política sanitaria a seguir en sus territorios. Con el inicio de la desescalada las comunidades autónomas de todo signo celebraron que podrían manejar la deseada normalización de la vida cotidiana. Sin embargo, la desescalada empezó a complicarse poco tiempo después de iniciarse. Poco a poco, se fue extendiendo una reformulación de su mensaje. Si antes Pedro Sánchez era el gran culpable por controlar toda la situación, ahora se le recriminaba eludir la supervisión de lo que las CCAA gestionaban en ocasiones con poca eficacia.

Un plan fallido

El plan salió mal para los que lo diseñaron. La desescalada en lugar de permitir a los gobiernos autonómicos aparecer como los solucionadores de la crisis ha acabado por colocar a algunos de ellos en el centro de la crítica debido a la agudización de la pandemia. La segunda ola ha llegado antes de que nadie pudiera colgarse medalla alguna. En esta situación, Madrid se ha convertido en el territorio de mayor hostilidad. La comunidad se ha convertido en el lugar más castigado por el coronavirus de toda Europa. El problema se trasladó a intentar ver quién cargaba con la responsabilidad. Al final, la comunicación volvía a estar en el eje de la actuación política.

Las cifras eran tan preocupantes que Díaz Ayuso se centró en culpar a Sánchez de no querer ayudar a Madrid de forma intencionada para responsabilizar al gobierno autonómico del desastre alcanzado. Con el fin de romper ese discurso, Sánchez decidió visitar físicamente en su despacho a Díaz Ayuso para mostrar su pública voluntad de apoyo y colaboración. Tras algunos días de dudas ante la jugada de Moncloa, en la Puerta del Sol decidieron dinamitar la operación y hacer saltar la idea de que Sánchez venía a ayudar a solucionar los problemas de Díaz Ayuso. El PP madrileño decidió contraatacar y decidió declararse en rebeldía.

El ciudadano seguro que no gana

El problema que tienen este tipo de conflagraciones es que una vez desencadenadas ya nadie recuerda ni cómo empezó todo. La peculiaridad en esta ocasión es que se produce en mitad de una histórica emergencia sanitaria. Llegados a este punto de desorden generalizado, lo difícil es encontrar caminos de solución. Según Nacho Martín Granados, “es difícil solucionar esto porque en lugar de luchar contra la pandemia, lo que están haciendo es tratar de sacar tajada del virus para desgastar al adversario. ¿Quieren realmente dejar de embarrar? A río revuelto, ganancia de pescadores”. Esta acabará por ser la clave determinante. Si el PP considera que la actual estrategia le funciona, cabe pensar que no tendría por qué renunciar a ella.

Para el gobierno de coalición tampoco es fácil la respuesta. Para Luis Arroyo, “el Gobierno central está haciendo lo que debe: tratar de mantener un espíritu de consenso, de acuerdo, sin forzar demasiado la máquina. Podría haber intervenido Madrid y no lo ha hecho. En su lugar, ha intentado llegar a un acuerdo con el resto de las comunidades autónomas”. Sin embargo, hay quien piensa que apostar por la moderación puede restar fuerza a su condición gubernamental. Además, tanto dentro del PSOE como, especialmente, en Unidas Podemos, hay muchos dirigentes partidarios de no aceptar el juego de la descalificación sin dar una firme y contundente respuesta.

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Siempre gana alguien en toda crisis

Ahora mismo, la impresión más extendida más allá de los más convencidos es de claro y buscado descrédito de la política. Así lo ve el profesor Jordi Rodríguez Virgili que defiende que los partidos deberían todos ellos hacer algo que no parece que vaya a suceder: “Deberían estar llevando a cabo una estrategia win-win, es decir, pensar en cómo ganamos todos, cómo sumar esfuerzos y pensar en soluciones para paliar la pandemia y reducir los daños que está ocasionando, pero estamos en el lose-lose, lo que lleva a la continua fijación de trincheras”.

El peligro de la extensión del desánimo general se produce en un momento muy delicado. Nacho Martín Granados es de los que opinan que “los políticos han desaprovechado una ocasión de oro, dilapidando el enorme capital social que se había generado al principio del confinamiento. Es ahora, en los momentos de crisis, cuando se ve verdaderamente su talla, lo preparados que están”.

Estos últimos días, el mensaje más extendido en los medios de comunicación es el de reflejar el cansancio de una parte de la población ante la imposibilidad de que los partidos políticos en España puedan aceptar políticas comunes en la lucha frente al coronavirus. Lo curioso es que, en la práctica, sucede más bien al contrario. En España, la relación entre los gobiernos autonómicos y el gobierno central funciona con amplio espacio para el acuerdo excepto en un único territorio, en Madrid. Una vez más, el efecto Madrid nubla a algunos medios debido a su cercanía geográfica con el conflicto y a su alto grado de seguidismo ideológico.

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