El desastre que viene Luis Arroyo
Mira arriba, abajo, a izquierda, a derecha y a la España Vacía
Ha sido el fenómeno de la Navidad. La película protagonizada por Di Caprio ha mostrado a las claras el cinismo de una parte de la sociedad capaz de dejarse llevar a la destrucción antes que asumir una amenaza evidente y tomar medidas. Paradójicamente, en España, mientras aplaudíamos la película y nos lamentábamos por el desastre climático, montábamos la enésima polémica sobre una verdad a voces.
Mucho se ha escrito ya sobre las declaraciones del ministro Garzón, su oportunidad o falta de ella (yo misma en una polémica parecida en julio publiqué esto en infoLibre). También sobre la sinrazón de las reacciones pidiendo su dimisión por parte de líderes políticos, algunos de los cuales, sin embargo, están tramitando en sus parlamentos autonómicos o tienen ya aprobadas leyes para controlar y limitar las famosas macrogranjas. En concreto, Aragón, Castilla y León, Cataluña y Navarra, además del propio Gobierno de España. No insistiré más en ello. Lo que me preocupa es el porqué de las réplicas airadas y lo que ocultan: la incapacidad de entender que la realidad está cambiando. En lugar de eso, emulan estrategias propias de la ultraderecha buscando desde la nostalgia un pasado de seguridad y bienestar que jamás existió.
Si miran “arriba”, verán cómo gobiernos de países en los que nos miramos, como Holanda, han puesto ya coto a este tipo de macrogranjas. Verán también cómo el Pacto Verde Europeo, ese al que alabamos cuando, además, viene acompañado de fondos para la recuperación en clave de transición ecológica y digital, va a plantear criterios semejantes en el conjunto de Europa. Pero es más, podrán observar al mundo financiero virar claramente hacia las llamadas “inversiones verdes”; es decir, aquellas dispuestas a financiar la llamada economía verde (con toda su polémica, como se está viendo con el debate sobre la energía en la taxonomía verde europea).
Si dirigen la mirada “abajo” podrán comprobar, Eurobarómetro tras Eurobarómetro, que los problemas ambientales preocupan cada vez más a la población. En el especial de marzo-abril de 2021, el 93% de los europeos consideraban el cambio climático como un “problema serio”. Centrándonos en España, según la encuesta de 40dB para El País de octubre de 2021, el 88,9% entiende la crisis ambiental como algo “muy o bastante urgente”, el 56,6% se mostraba dispuesto a reducir el consumo de carne como vía para apostar por un modelo más sostenible y el 62,3% decía tener bastante o muy en cuenta las políticas de cada partido frente al cambio climático a la hora de decidir su voto. Por partidos: el 84% de los votantes de UP, el 73% de los del PSOE, el 59,2% de los votantes de Ciudadanos, el 58% de los del PP y el 47% de Vox. Por si quedan dudas, según el último estudio de tendencias del CIS de diciembre, el cambio climático es visto por los españoles como el tercer mayor problema al que nos enfrentaremos a diez años vista, aunque los dos primeros también tienen relación con el desafío ambiental. En todo caso, es cierto que lo fundamental de ese reto es que la transición ecológica llegue a todos los sectores y de forma especial a aquellos que peor lo van a pasar, y de ahí la importancia de la idea de “transición justa”, que advierte sobre los riesgos a la hora de gestionarla, pero no cuestiona lo fundamental.
¿A qué temen, entonces, los líderes políticos a la hora de respaldar cuestiones que la ciencia hace décadas que muestra como evidentes, cuyos problemas han quedado claros en decenas de reportajes, documentales y análisis, que países de nuestro entorno ya están gestionando y para los que existen alternativas? Se podría pensar que afirmaciones como las hechas por Garzón perjudican a una parte importante del sector agropecuario, pero un repaso a los posicionamientos de muchas de las organizaciones de dicho sector muestran que, en el asunto que nos ocupa, existen multitud de ganaderos cuyo problema es precisamente el modelo de macrogranja, que arrasa el territorio y empobrece al mundo rural. Más allá de su reacción a las declaraciones de Garzón, parte importante de los productores tradicionales vienen afirmando desde hace tiempo que “si avanzan las macrogranjas, la ganadería y la agricultura familiar va a desaparecer”, como puede leerse en este trabajo de Newtral distinguiendo, por supuesto, entre ganadería extensiva, intensiva y macrogranjas.
¿A qué temen, entonces, los líderes políticos a la hora de respaldar cuestiones que la ciencia hace décadas que muestra como evidentes, cuyos problemas han quedado claros en decenas de reportajes, documentales y análisis?
Miremos a la derecha. Los conservadores, que en España –no así en otros países europeos– han sido desde siempre más reacios a asumir los postulados ambientales, no dudan ya en reconocer la importancia del cambio climático y la necesidad de poner en marcha medidas de transición ecológica. La derecha convencional, agrupada en torno al PP, lo plantea desde posiciones ligadas al paradigma liberal, y en la ultraderecha ha tomado cuerpo una curiosa mezcla de nacionalismo, costumbrismo y conservadurismo teñido de verde que reclama, como buenos nostálgicos, una vuelta a la defensa de lo tradicional como sinónimo de sostenibilidad.
Si volvemos la mirada a la izquierda, comprobaremos que, aunque tardó menos en entender la dimensión del desafío y en ponerse manos a la obra (lo que costó superar las contradicciones con el “obrerismo” clásico), quedan, como se ha visto en esta crisis, resistencias importantes de quienes aún no entienden la velocidad del cambio. Ni por electoralismo siquiera está justificada esa cerrazón a abrir el paso a la transición ecológica.
Por si esto fuera poco, ha aparecido en el panorama político español el fenómeno de la España Vacía, a la que hay que mirar en detalle para entenderla. Como plataformas ciudadanas primero, como posibles candidaturas políticas después, estos movimientos ponen el acento en algo fundamental: que unos territorios no pueden estar al servicio de otros y que, de la misma manera que antaño se inundaban valles y pueblos para regar en el llano, ahora se ven desbordados por algunos macroproyectos de molinos proyectados de espaldas al territorio como denuncian aquí (afortunadamente no todos se hacen así, solo una minoría, pero hacen un daño tremendo al sector), o por macrogranjas (ver aquí), que también les inundan, esta vez de purines.
Que los tiempos están cambiando no es ninguna novedad. Que la velocidad a la que lo hacen puede marear a cualquiera, tampoco. Ahora bien, quien no entienda el cambio está condenado a fracasar; y quien vuelva la mirada buscando un pasado idílico que jamás existió, también; salvo que se encuentre cómodo en el marco de la ultraderecha.
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