¿Todavía a vueltas con el amor? Manuel Cruz
Del ‘protocolo de la vergüenza’ a perder la vergüenza por el protocolo
El protocolo es, ante todo, una herramienta para tratar de evitar conflictos, un conjunto de normas, entre las escritas y las costumbres, más flexibles de lo que parece, destinadas a lograr que todo el mundo se sienta cómodo y sepa cuál es su lugar.
Ayuso lo ha logrado otra vez. Está encantada de que se hable de ella, de su oposición al Gobierno de España en forma de desplante, cuanto más sentimental y binario, mejor. Y, sobre todo, está encantada de que no se hable de la concentración, este Dos de Mayo, a pocos metros de la Puerta del Sol, de los afectados por la línea 7b de metro, una ignominia que dura años con decenas de familias que han perdido su casa y sus recuerdos en un ejemplo perfecto de dos décadas de ‘milagro de gestión’ conservadora en Madrid.
Está encantada de que se hable de cualquier cosa salvo de los problemas en la sanidad, cuyos profesionales han protagonizado numerosas huelgas en una comunidad (la segunda que menos invierte en sanidad por habitante) que arrastra años y años de precariedad.
Encantada de que no se hable de la rampante desigualdad en la región (con ironías como los altos cargos que arremeten contra el bono social pero después lo cobran), de los pobres de los que se ríe su número dos en el Gobierno regional, de los problemas de la vivienda o del negacionismo climático en una ciudad particularmente áspera y sin sombras en las que cobijarse. Por no hablar de sus reveses en la Cañada Real, ese epicentro de la ignominia en Europa.
Vivimos unas semanas en las que hay grandes asuntos que vuelven a la agenda. Aunque sea por la existencia de grandes problemas, es esperanzador que se produzca un debate público sobre la vivienda, la sequía y el medio ambiente, las pensiones o los salarios. Nadie tiene varitas mágicas y, es más, hay experiencias internacionales que permitirían un rico contraste ideológico. Un debate de nivel.
Pero, ¿quién quiere hablar de todo eso pudiendo sacar pecho de querer echar de la Puerta del Sol, emblema de los madrileños, a un ministro del Gobierno, de peso, madrileño y conocido por estar por encima de la media en institucionalidad y por debajo en apetencia por los focos?
Podríamos entrar al juego. Entrar a discutir como expertos en protocolo. Recordar los precedentes con varios ministros en el acto institucional y en la parada militar. Destacar que es absurdo que el líder del PP, gallego, tenga un sitio de honor para pasar revista a unas tropas y una autoridad institucional de primer orden que además es de Madrid se quede fuera, queriendo estar. O que si fuera el president de la Generalitat el que ejerciese el veto, el PP exigiría la aplicación del artículo 155 al tiempo que llamaría rehén al ministro ninguneado.
Algo estará haciendo bien Bolaños para que Ayuso no pueda soportar tenerlo en primera fila, al nivel del resto de autoridades de un rango similar. Y algo estará haciendo mal Ayuso para tener que inventarse una polémica que no habría existido si en los días previos se hubiese actuado con un poco de comunicación y delicadeza. ¿No era Madrid la ciudad más acogedora, en la que no se miran los apellidos o la procedencia?
En lugar de eso, fake news. Que era un acto “del Gobierno de la Comunidad” (¿no es el Día de la Comunidad de to-dos los madrileños? ¿No era Madrid España dentro de España?), que Bolaños quería “reventar el acto” o que, según el alcalde de Madrid, el ministro de la Presidencia de España es un “okupa” en el día de la Comunidad que se celebra en la capital de España.
No es de extrañar que, copadas por simpatizantes del PP, desde las gradas de la Puerta del Sol se pitara, sin reproche alguno, a los representantes de la izquierda. Hasta a Ángel Gabilondo, conocido también por ser un peligrosísimo extremista que intenta socavar el Madrid way of life. Se comienza exagerando, se continúa mintiendo y se acaba sembrando el odio.
Se comienza exagerando, se continúa mintiendo y se acaba sembrando el odio.
El incidente ejemplifica a la perfección la exitosa estrategia comunicativa de Ayuso, que bebe de las épocas más gloriosas del aguirrismo (la de la línea de metro y la de los altos cargos corruptos que le salían “rana”): ocupar el foco, distraer la atención, provocar enfrentamientos y sacar rédito a costa del sistema mismo. De la institución misma que este martes quedó opacada por zarandeos y reproches.
Hay un protocolo, este sí, que Ayuso aplicó con escrúpulo. El que luego dijo falsamente que era un borrador y fue denunciado, desde dentro, por el entonces consejero de Políticas Sociales, Alberto Reyero. Es el conocido como Protocolo de la Vergüenza, que impidió de facto la entrada no en un acto oficial sino en la sanidad pública de 7.291 personas que fallecieron en residencias madrileñas sin ser trasladadas a un hospital en los dos primeros meses de la pandemia.
Pero cuanto más hablemos de la pegatina en la silla de Bolaños (¡menos mal que tenemos a Ayuso para hacer frente en estas ocasiones al socialcomunismo!) menos hablamos de esas muertes. O de cualquier problema de verdad.
Convendría tenerlo en cuenta el 28 de mayo, porque esos problemas no son los suyos, pero sí los de millones de madrileños a los que distraerse con conflictos artificiales podría salirles muy caro.
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