Información y cultura en la nueva Edad Media

No resulta difícil asumir que la información y la cultura son dos ejes fundamentales en una sociedad democrática. La educación se convirtió desde los orígenes humanistas del pensamiento ilustrado en un compromiso imprescindible. Se tardó muy poco en comprender que el contrato social era inseparable de un contrato pedagógico. Los ciudadanos necesitaban ser conscientes de lo que firmaban a la hora de reunirse para constituir una comunidad. Por eso la razón debía atreverse a saber y distinguir entre el conocimiento y las supersticiones que explicaban de manera tramposa el movimiento de la tierra, la ley de la gravedad y las justificaciones del poder. La legitimidad ascendente de la soberanía social sustituyó a la lógica descendente de las verdades y las escrituras divinas.

El periodismo supone un aliado imprescindible de la educación y la cultura en las sociedades democráticas. La investigación y la información son procesos obligados tanto a la hora de conseguir un descubrimiento científico como en el momento de tomar decisiones sobre la sociedad en la que se vive. Ya no se trata de explicar verdades divinas escritas sobre el destino, sino de constatar la verdad de unos datos que nos ayudan a entender lo que pasa y a calibrar las posibles interpretaciones de la realidad.

He tenido la suerte de ser profesor en la Universidad de Granada desde 1981. Aunque me especialicé desde los tiempos de mi tesis doctoral en la cultura contemporánea, las necesidades del Departamento me obligaron en muchos cursos a dar clases de literatura medieval y renacentista. Es bueno que un profesor se enamore de aquello que debe enseñar. Sigo muy agradecido a todo lo que aprendí de la mano de Gonzalo de Berceo, Garcilaso de la Vega y Feijoo. Al mirar el mundo contemporáneo y observar sus nuevos contextos, muchas veces siento un viaje de vuelta, un regreso de la luz y la razón a las tinieblas. Las verdades sociales vuelven a ser con frecuencia una cuestión supersticiosa en una nueva versión de la Edad Media. Quizá mejor llamarla Edad Mediática.

Para entender lo que ocurre vuelvo a los ejes fundamentales de la información y la cultura. Nuestra realidad del siglo XXI ha hecho que la cultura dominante, la cultura que se propaga y se vende, tenga más que ver con el entretenimiento que con la educación, el conocimiento y el contrato pedagógico de las conciencias. Los que defendemos con fuerza la educación pública sabemos que en realidad se trata de conformar espacios de resistencia ante un desvarío, porque hace muchos años que las dinámicas de la formación individual han desbordado los límites de las instituciones educativas. Los alumnos se forman desde pequeños en la televisión y el móvil, ese nuevo poder de las alturas que marca sus procesos de entretenimiento. El programa aborrecible de televisión que divierte a la gente con habladurías es sólo un síntoma del desplazamiento que la cultura social sufre desde la razón al entretenimiento.

La información periodística está cada vez más diluida en un mundo de comunicaciones falsas, un mundo mediático entretenido por bulos, golpes de impacto y una agresiva crispación sentimental

Y ocurre lo mismo con la información periodística, cada vez más diluida en un mundo de comunicaciones falsas, un mundo mediático entretenido por bulos, golpes de impacto y una agresiva crispación sentimental. El marco de las redes sociales ha ofrecido poderosas estrategias a los antiguos intereses de la manipulación informativa. El entretenimiento rosa y los marrones comunicativos se dan la mano bajo nuevas formas de dominio supersticioso. La experiencia no surge de la tierra sino de las nubes, el poder vuelve a descender de los cielos y los molinos de viento son sustituidos otra vez por gigantes fantasmales.

Los nuevos redactores de la superstición se parecen poco a Cervantes. Don Quijote habitaba la caballería medieval con la ilusión de defender al menesteroso, de hacer justicia en favor de los débiles ante un mundo que estaba confundiendo el progreso con la falta de corazón. Las supersticiones de ahora sirven para imponer la ley del más fuerte y regresar a la lógica de la servidumbre. Mucha gente es condenada a afirmarse y buscar una oportunidad en un mundo construido para devorarla. Mientras tanto, el periodismo digno y el magisterio empiezan a ser o son ya una forma de herejía.

Conviene comprender los contextos poco ilustrados de la educación y las dinámicas poco informativas de las comunicaciones para comprender lo que está sucediendo en el mundo, no ya en el predominio de las dictaduras, sino también en la llamada ola reaccionaria que asalta a las democracias. Estas supersticiones son propias de un mundo sin Dios, aunque a veces reclamen la complicidad del negacionismo y la propaganda evangelista.

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