Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
¡Una ducha, por favor!
Puro barro. Este debate se recordará como el cara a cara más bronco que nunca se haya celebrado en una campaña electoral. La pregunta es a quién puede beneficiar más un enfrentamiento de este tipo. La emisión televisiva ha recordado a las clásicas tertulias en las que el ruido llega en un momento en el que impide oír lo que se dice.
La sensación final que dejó a muchos el debate fue poco agradable. Lejos de haber podido contraponer las propuestas de los dos aspirantes a la presidencia del Gobierno, asistimos a una guerra sin cuartel donde fue imposible salir indemne. Con seguridad, será una emisión que será mucho más valorada si se revisa con calma y se analiza lo que cada candidato dijo y propuso. En el bullicio había argumentos de peso, pero la tormenta de barro impedía descubrirlos. Antes de acostarse apetecía darse una ducha.
Una estrategia definida
Feijóo enlazó una tras otra, desde el primer bloque económico, una larga retahíla de mentiras y descalificaciones sin aceptar en ningún momento un coloquio de balance y de propuestas que pudiera servir al espectador para entender qué proponen los dos candidatos a la presidencia del Gobierno. En realidad, ha recordado a lo que ha sido la política española estos últimos años. La eclosión del antisanchismo.
Sánchez se vio arrastrado a un territorio incómodo al que no terminaba de adaptarse y en el que la elaboración de argumentos no tenía hueco. El discurso de PP y Vox en estos tiempos se fundamenta en repetir sus mantras sin ningún tipo de justificación o explicación. Con brocha gorda. En ese entorno, Feijóo se movía con facilidad. Era su entorno natural.
El líder socialista reaccionó intentando no dejarse pisotear. Hay gente que plantea que no debía haber entrado al trapo y que no tenía que haber caído en interrumpir a su adversario y en aceptar el juego inaudible. La duda es qué hubiera ocurrido si se hubiese dejado pisotear por un candidato que no iba a permitir desde el minuto uno que se desarrollara un debate ordenado y expositivo. Optó por no dejarse avasallar y defenderse con formas desconocidas en él. Más que una estrategia definida, pareció una reacción de indignación y supervivencia.
No entender nada
Uno de los consejos prácticos de la comunicación política es intentar salir de un marco extremista cuando quieres evitarlo. El manual dice que si te llega un manguerazo de agua hirviendo intentes contrarrestar el efecto con agua fría si no quieres abrasarte. El problema es cuando la oleada es tan fuerte que como medida urgente tratas de devolver el golpe en lugar de zafarte y empezar de nuevo.
El bloque económico con el que empezó el debate era uno de los más positivos de balance para los socialistas. Feijóo lo sabía y decidió ir a destruir todo acumulando afirmaciones falsas y engañosas que buscaban oscurecer la realidad. Sánchez expuso en un momento del debate la estrategia seguida a menudo por la derecha en estos tiempos. Si alguien miente acusándote a ti de mentir y no hay espacio para la clarificación deja en el espectador una sensación de confusión general. Quien no tenga información suficiente para saber qué datos son ciertos y cuáles son puras deformaciones de la realidad termina por no entender nada.
Poder explicarse
Todo el discurso de PP y Vox en estos años se ha fundamentado en eludir en todo momento el contraste de sus invectivas. Lo han demostrado estas últimas semanas Sánchez y Zapatero cuando han tenido la posibilidad de recorrer platós de televisión en los que han podido dar respuesta ordenada a toda la propaganda antigubernamental que se ha acumulado en estos últimos años. Feijóo no estaba dispuesto a aceptar ese juego que sabía que no le favorecía.
Feijóo sólo quería hablar de Bildu, ETA, el 'sí es sí' y de que se le garantizara la gobernación si era la lista más votada. No se pudo hablar ni de economía, ni de políticas sociales, ni institucionales, ni del papel de España en el mundo.
Argumentalmente, los cuatro bloques tuvieron un sencillo resumen. Feijóo sólo quería hablar de Bildu, ETA, el sí es sí y de que se le garantizara la gobernación si era la lista más votada. No se pudo hablar ni de economía, ni de políticas sociales, ni institucionales, ni del papel de España en el mundo. Lo más descorazonador fue volver a ver una vez más la decidida intención de los líderes del PP de utilizar el terrorismo como repugnante arma de guerra para intentar obtener rédito electoral.
El modelo Mourinho
En ese discurso de brocha gorda, Sánchez pudo colocar algunos mensajes. El más claro, el de que hoy PP y Vox gobiernan juntos y hacen políticas impuestas por la ultraderecha. Pudo explicar la falacia en torno al Falcon y reivindicar limpieza de su gestión en el Gobierno frente a la extendida corrupción que existía en España. Quizá el mejor momento que tuvo fue el de mostrar la negativa abierta de Feijóo de condenar el ¡Que te vote Txapote!, una de las más nauseabundas mofas que jamás se hayan escupido en la política española.
Pedro Sánchez optó por intentar devolver los golpes de su oponente a tumba abierta. Quedará siempre la duda de si era su única opción. Seguramente, tenía la convicción de que si aceptaba un debate con otra aptitud iba a salir más dañado. Mourinho ha sido un entrenador que ha basado su éxito en no dejar que el balón baje al suelo y que si el juego se endurece siempre sabrá manejarse mejor. Esta es la derecha española actual.
El papel de los moderadores
Mención aparte merece el formato diseñado por Atresmedia. El modelo entró en crisis desde el principio. El diseño se basaba en dejar a los periodistas moderadores alejados de la mesa de debate para que los oponentes pudieran desarrollar su batalla con libertad. La idea es encomiable si el juego transcurre con limpieza y civilización.
Sin embargo, cuando el partido se torció y se llenó de juego sucio e incumplimiento de todas las reglas, resultó muy complicado controlar lo que ocurría fuera de la mesa de debate. No se puede arbitrar desde la grada. Los espectadores seguramente echaron de menos que hubieran podido detener el follón, pero el modelo diseñado no lo favorecía.
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