La política y las elecciones

Entre los muchos análisis que se pueden hacer de las elecciones pasadas y del complejo panorama político que dejan para la formación de Gobierno, hay algo sencillo que me interesa destacar: la política tiene que ver con la vida, con la realidad personal y familiar de la ciudadanía. Escribo que se trata de algo sencillo porque debería ser una evidencia, una raíz de la lógica representativa de los parlamentos. Pero las dinámicas comunicativas se dedican hoy a empujar los asuntos sencillos a mundos virtuales separados de la vida real, un relato de obsesiones que mutilan cada experiencia personal en fábulas negacionistas, conspirativas o supersticiosas. Esa es la tarea de las estrategias de crispación.

Estamos todavía en la España democrática que superó las mezquindades de una dictadura. Un plan mal diseñado puede hacer que los discursos del odio y la crispación no lleguen a separarnos de la vida cotidiana y obliguen a volver los ojos a la realidad más personal de los asuntos en juego. Se quiebran entonces los argumentos que degradan la política, algo que no sirve para nada, un ámbito de mentiras y corrupciones generalizado, y resulta entonces necesario plantearse las ideas de la España progresista o conservadora más allá de los debates abstracto sobre las ideologías. Es decir, se evidencia que la ideología tiene que ver con las cosas que nos pasan.

Más allá de los resultados, y en medio de las redes de bulos y declaraciones calumniosas, creo que es muy bueno para la democracia esta necesaria demostración de las relaciones imprescindibles entre la política y la vida

Las expectativas en las últimas elecciones no eran buenas para el Gobierno de coalición. Además de la mala propaganda de las encuestas manipuladas y la prensa militante, parecía lógico pensar que 5 años de Gobierno difícil, con la pandemia y la crisis bélica en Europa, iban a pasar una factura alta. Se vaticinaba una mayoría holgada del PP y VOX en el fundamento virtual y quimérico de que España se hunde, se rompe, naufraga económica y socialmente. Pero la ideología es real, conforma la realidad, y algunos excesos ideológicos han interpelado a una parte mayoritaria de la ciudadanía, a los cimientos de la verdadera realidad española. Por eso no se ha producido ni el hundimiento del PSOE, ni la demonización de Sumar, ni el dominio absoluto de la política reaccionaria.

En las propias autocríticas de la derecha, han surgido ya los argumentos de la realidad que quebraron el diseño virtual de sus consignas. La negación de la violencia machista y el desprecio a las conquistas conseguidas por las mujeres en favor de la igualdad puede animar rencores y chistes en determinados ámbitos, pero despierta una alarma íntima en buena parte de la sociedad española, compuesta día a día por mujeres que también son madres, parejas, hermanas o hijas. Ocurre los mismo con los desprecios a la homosexualidad, unos prejuicios que saltan del pensamiento reaccionario a la vida diaria en un país que ha normalizado en los últimos años la presencia familiar de la homosexualidad. Es complicado que un padre o una madre voten contra su hijo, su hija y sus parejas del mismo sexo.

Me gustaría añadir, junto a la violencia machista y a la homosexualidad, dos asuntos más en las interferencias política de la realidad que han impedido la mayoría absoluta de la derecha y la extrema derecha. En primer lugar, parece difícil Gobernar España cuando se desprecia su diversidad y se alimentan agresividades contra Cataluña y El País Vasco, negando su realidad histórica y actual. En segundo lugar, la economía, el buen momento vivido por la economía española en medio de la pandemia y la crisis de Ucrania. Pienso que muchos empresarios, igual que las madres de los homosexuales, han decidido votar a la izquierda para no poner en peligro su realidad. Es lógico que alguien que esté haciendo buenos negocios en Marruecos o en España no quiera poner en peligro su situación en nombre del odio a los moros o a los sindicatos. Resulta un contrasentido provocar crisis sociales y conflictos innecesarios. Son perspectivas que deben tenerse también en cuenta.

Todas estas preocupaciones, que unen la política a la vida cotidiana, han permitido limitar la victoria de la derecha y la extrema derecha. Más allá de los resultados, y en medio de las redes de bulos y declaraciones calumniosas, creo que es muy bueno para la democracia esta necesaria demostración de las relaciones imprescindibles entre la política y la vida. La situación electoral muestra la diversidad española. A la hora de interpretar resultado, considero conveniente tomarse en serio esta unidad de política y realidad cotidiana. Caer en fábulas y paisajes virtuales, seguir en las estrategias de la crispación, será una mala apuesta para la democracia.

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