No es tiempo para blandengues
Van a ir con todo. El Senado, los ayuntamientos y comunidades que gobiernan, los muchos fiscales y jueces situados a la derecha de Atila, los sindicatos ultras de la Policía y la Guardia Civil, la patronal, los diarios amarillos en papel o digital, las radios y cadenas televisivas del Apocalipsis, las redes sociales, los militares franquistas, jubilados o no, las cloacas del Estado, el Deep State… Van a ir por tierra, mar y aire. Con bulos, mentiras y sofismas.
No consiguieron el 23J los votos necesarios para que Feijóo fuera investido presidente de la mano de Abascal, pero tienen detrás a los ricos y poderosos y, además, a millones de españoles. Muchos de ellos hooligans pendencieros. De esos a los que les pone la bronca y la crispación tanto como colgar banderas rojigualdas en los balcones o ver desfilar a la Legión con su cabra. Van a jalearles. Van a permitirles todo. No les quepa la menor duda.
Abascal es un totalitario: toma la parte por el todo. Pero va muy en serio. Dice lo que piensa. Y el PP de Feijóo se ha infectado de su virus extremista
“El pueblo español tiene el derecho y el deber de defenderse”, advirtió Abascal desde la Carrera de San Jerónimo. Abascal identifica al pueblo español con los que el pasado verano votaron al PP y Vox. Le importa un carajo que más de la mitad de los votantes –doce millones y medio– prefirieran a los partidos que ya situaron a Francina Armengol en la presidencia del Congreso y podrían otorgarle a Sánchez la del Gobierno. Estos no son pueblo español, son la Antiespaña que ya derrotara militarmente el glorioso Caudillo.
Abascal es un totalitario: toma la parte por el todo. Pero va muy en serio. Dice lo que piensa. Y el PP de Feijóo se ha infectado de su virus extremista. El cura gallego de la extremaunción ha llegado a la conclusión de que el mejor modo de evitar que lo destrone Ayuso es hacer como ella: absorber a Vox adoptando como propias sus soflamas y técnicas. Al fin y al cabo, PP y Vox son primos hermanos. De la familia del nacionalismo españolista.
Van a jugar a lo de siempre: el fin de la España una, grande y libre es inminente. Y lo van a hacer con las reglas del rugby o incluso con las del Calcio Storico. Vale agarrar el balón con la mano, valen los empujones, las zancadillas, las patadas y los puñetazos. Se alienta el griterío en los medios, se recomienda la fuga de capitales, se promueve el ruido de togas, se suscita el rumor de sables. Y, si es menester, se asalta el Congreso disfrazados de bisontes. Lo último ya lo hicieron los de Trump y Bolsonaro, ¿por qué no ellos?
Los progresistas no pueden responder a la que se avecina bailando el Lago de los Cisnes. No es tiempo para Peace & Love & Buen Rollito. No es tiempo para blandengues. Se precisa más que nunca la contundencia de Zapatero en la campaña del 23J y la de Óscar Puente en el debate de la fallida investidura de Feijóo. Sin mentiras ni insultos personales, pero sin eufemismos versallescos. La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero dicha alto y claro. En román paladino. Al pan, pan, y al vino, vino.
Nunca he aceptado que todos debamos hablar de aquello que las derechas quieren que hablemos. No comprendo por qué tantos políticos, articulistas y tertulianos progresistas aceptan mansamente los marcos de debate que proponen los conservadores. ¿Y si habláramos de aquello que preocupa a la mayoría de los españoles? La vivienda, por ejemplo. El hecho de que las generaciones jóvenes nunca van a poder comprarse un piso con el sudor de su trabajo. El que el sueldo no les llega ni para pagar un alquiler. El que tengan que seguir viviendo con sus padres y abuelos a los treinta y tantos años. Y eso tras haber seguido el manual del establishment: carrera universitaria, másteres, idiomas, flexibilidad laboral, productividad. Eso sí que es un problema y no que la Guardia Civil deje de regular el tráfico en Navarra.
Y el cambio climático. Olas de calor infernal, lluvias torrenciales, inundaciones a la par que sequía cada vez más pertinaz. Si hay algún Apocalipsis a la vista es este. Pero Feijóo ni habló de ello en sus arrogantes y pesadísimos sermones de la sesión de investidura. Bueno, sí, lo hizo una vez, para sumarse a Abascal en su desprecio a los activistas del ecologismo.
Y qué decir de la persistencia y hasta recrudecimiento del machismo y sus violencias. Ahora también en la versión ChatGPT de Almendralejo.
Pero, bueno, si quieren los interlocutores de derechas, los progresistas podemos hablar también de la amnistía. Para estar a favor de ella no es preciso ser independentista, señor Feijóo. Muchos de los que votamos al PSOE, Sumar, PNV o Bildu hemos aprovechado las últimas semanas para darle unas cuantas vueltas al asunto. Y hemos llegado a la conclusión de que igual es una buena idea, igual sirve para seguir desinflamando el conflicto catalán, que, por cierto, vivió su peor momento cuando gobernaba el PP de Rajoy. Para apaciguar, aunque sea durante un tiempo, las querellas territoriales y ocuparse de otros problemas graves.
¿Y el referéndum de autodeterminación?, preguntarán enseguida los de derechas. Pues miren, ¿conocen ustedes el dicho que proclama que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar? Que los independentistas catalanes bajen de las nubes, pisen tierra, se enteren de una puñetera vez de cuál es la correlación de fuerzas. Por lo demás, puede que algún día haya un referéndum en Cataluña, ¿por qué no? Para aprobar una reforma del Estatut que restablezca buena parte de aquello que un puñado de togados de coñac, puro y toros se cargaron en 2010.
Lo dicho: no es tiempo para blandengues.
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