Una de las palabras que más se ha utilizado para condenar el atentado contra el primer ministro eslovaco, Roberto Fico, ha sido “cobarde”. Líderes de la UE y españoles la han utilizado, y lo han hecho desde posiciones políticas muy diferentes, que han ido desde Giorgia Meloni a Olaf Scholz.

Recurrir a la referencia de la cobardía para condenar la violencia busca más la crítica a la persona que la realiza que la reprobación de los hechos, pues estos serían igual de condenables si quien los hiciera fuera un valiente. Al llamar cobarde al autor lo que se busca significar es que actúa en unas circunstancias con una desproporción de fuerzas respecto a la víctima que minimiza las posibles consecuencias negativas sobre él, lo cual genera ese rechazo sobre los elementos. Por lo tanto, cada vez que se dan estos elementos en otras violencias también se recurre a la palabra cobarde, como sucede con frecuencia en la violencia contra las mujeres y contra los niños y niñas.

Al decir de un agresor que es un cobarde, lo que se pretende es aumentar el rechazo social hacia los hechos a través de la crítica al autor. Pero al hacerlo en realidad se producen unas consecuencias diferentes, al reducir el cuestionamiento del acto violento a la persona “cobarde” que lo realiza. Bajo ese planteamiento se producen dos consecuencias. Por un lado se crea la idea de que el problema relacionado con los hechos se limita a la persona que los protagoniza, sin pararse a pensar que, con independencia de que haya actuado solo, hay posiciones sociales, ideológicas, políticas… que de una forma u otra están de acuerdo con esa violencia y respaldan o justifican los hechos. Y por otro, si el cuestionamiento es sobre la “violencia cobarde”, de alguna manera se refuerza la idea androcéntrica de la violencia “entre valientes”. Esa es la razón que hace que sea una expresión usada fundamentalmente en violencias cometidas por hombres, porque llamar cobarde a un hombre es atacar uno de los pilares de su identidad, como es el valor. Pocas veces se dice de una mujer violenta que sea una cobarde, porque el sentido es distinto.

La palabra cobarde, según el Diccionario de la Lengua Española, significa “pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas”. Por lo tanto, un “agresor cobarde” no es cuestionado tanto por su conducta violenta como por sus características personales, que lo llevan a cometer la agresión desde una superioridad de medios y fuerzas que le impiden o dificultan sufrir consecuencias negativas. Esa es la razón por la que, en verdad, la crítica se dirige más al agresor que a la propia violencia, tal y como hemos apuntado.

Si vemos la situación en el atentado contra el primer ministro eslovaco, comprobamos que se trata de un hombre que se acerca con determinación hacia él a pesar de estar rodeado de guardaespaldas armados, y le dispara cinco tiros con una pistola, lo cual nos indica que puede ser considerado de muchas formas menos “carente de valor y espíritu”. Lo mismo que la situación protagonizada, que objetivamente se presenta como arriesgada y peligrosa. Luego, aunque se le ha considerado un cobarde, no parece que haya existido “cobardía” en los hechos. Si dentro del análisis cambiamos las circunstancias y en lugar de guardaespaldas el primer ministro hubiera estado rodeado de militares con fusiles de asalto preparados para disparar, la situación revelaría un riesgo y peligro aún mayor que llevarían a considerar, sin ninguna duda, que se trataba de un acto cargado de valor. 

Si esas hubieran sido las circunstancias, ¿diríamos que se trata de un atentado valiente? ¿El rechazo y la condena habrían sido menores por actuar con valentía?

Aunque no lo compartamos y nos parezca extraño, el escritor de 71 años Jurah Cintula, que ha disparado al primer ministro eslovaco, para muchos es un 'valiente', como lo son los hombres que se enfrentan a sus mujeres y las maltratan y asesinan

Claramente no. El rechazo habría sido el mismo, por eso es importante no insistir en la teórica cobardía de los asesinos, porque al hacerlo lo que se hace es justificar la “violencia entre valientes” y el modelo androcéntrico que le da cabida, y que entiende que el uso de la violencia es un instrumento adecuado en determinadas circunstancias.

Puede parecer algo menor, pero tiene su trascendencia, porque la clave a la hora de desarrollar medidas para actuar contra la violencia no está en cómo se entiende el atentado o la agresión desde el lado de las víctimas, sino en cómo se percibe desde las posiciones de los agresores. Y, aunque no lo compartamos y nos parezca extraño, el escritor de 71 años Jurah Cintula, que ha disparado al primer ministro eslovaco, para muchos es un “valiente”, como lo son los hombres que se enfrentan a sus mujeres y las maltratan y asesinan, por eso recurren con frecuencia a definirlos “con un par de cojones” como demostración de su valor y hombría.

Cada vez que se habla de agresores y asesinos como monstruos, cobardes, locos… se esconde el componente racional de una masculinidad androcéntrica que entiende que usar la violencia es “cosa de hombres” cargados de determinación y valor, dispuestos a impedir que toda aquella persona considerada contraria se pueda “salir con la suya”.

No son cobardes, tampoco valientes. Son violentos y asesinos.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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