De friegas, paños calientes y cataplasmas

Javier Herrera

Umberto Eco. El tantas veces admirado, citado y leído ya había vaticinado durante los años 70 que los años venideros, incluidos los que estamos ya soportando del siglo 21, iban a ser de grandes convulsiones y que iban a tener como epicentro las migraciones de africanos a Europa y la desinformación. Sus vaticinios fueron dados a la imprenta bajo el título de "La Nueva Edad Media".

Claro está que sus modelos eran los de las grandes empresas que al igual que "El castillo" kafkiano producía esas grandes moles de poder en formato arquitectónico donde los señores feudales hacían comulgar con ruedas de molino a sus súbditos. Fue él quien acuñó igualmente lo de la "máquina del fango" porque esos poderes inalcanzables, moradores de los pisos más elevados de sus mastodónticas y babélicas torres, necesitaban para el mantenimiento de sus privilegios y de su dominio de un entramado propagandístico adecuado, algo parecido a los capiteles de las iglesias románicas y góticas donde los fieles, analfabetos en escritura pero no en imágenes, podían visualizar sus desgracias eternas caso de apartarse de la ortodoxia.

Ni que decir tiene que los sacerdotes, magos o como se quieran llamar, siempre han contribuido a mantener el estatus dominante. Ellos fueron los encargados de crear los demonios, las brujas y demás enemigos "genéricos" en el inconsciente colectivo para que fueran estigmatizados como los "únicos" que jodían la marrana a los que querían vivir tranquilitos y en paz manteniendo la sumisión a los señores, señoritos, barones y baronesas...

Estamos en un permanente regreso a la barbarie; a mayor grado de civilización mayor grado de barbarie

Estoy convencido de que Umberto Eco ahora vería en los Elon Musk de turno a los nuevos señores feudales, en los Trump y compañía a esos gurús, sacerdotes o predicadores de males holísticos y universales y a los medios que pululan por internet como las nuevas iconografías apocalípticas de las iglesias medievales.

Entonces y ahora tenemos el mismo mensaje, el mismo orden que defender, las mismas convulsiones. No nos engañemos: nos encontramos en el seno de una larga Edad Media que, como la de hace siglos, mantiene las mismas estructuras: ahora como entonces se nos vende una ilusión de progreso que no es sino un regreso a las esencias más puras de la civilización, es decir, para decirlo con palabras de mi otro admirado, Walter Benjamin, estamos en un permanente regreso a la barbarie; porque no hay duda de que, a mayor grado de civilización, mayor grado de barbarie... Ya lo dijo Orson Welles desde aquel ascensor en El tercer hombre: "La única aportación de Suiza a la civilización ha sido el reloj de cuco" (y su comparación era la Florencia de los Medicis).

Pero, creencia medieval por antonomasia, por encima de todo, tenemos al Mal que acecha, que sabemos dónde está y quién es, y al que nadie quiere hacer frente con las armas que tenemos a nuestra disposición para no caer en sus garras cada vez más fratricidas. Pero entonces como ahora, también hubo señoritos que se lavaban las manos oficiando las misas negras de la equidistancia ideológica... Gaza, Ucrania, el odio al extranjero, al negro, al musulmán, son síntomas de ese Mal, pero nadie nos dice la verdad: estamos en guerra, en una guerra permanente de la que, estoy seguro, saldremos victoriosos y de la que surgirá un nuevo renacimiento, un nuevo humanismo... Nos encontramos en época de friegas, paños calientes y cataplasmas.

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Javier Herrera es socio de infoLibre.

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